Hoy una compañera de departamento ha
reflexionado en voz alta sobre alguna inseguridad suya. Yo le mostraba las
películas que iban a ver mis alumnos en el ciclo de Cine y valores humanos a lo
largo de cuatro meses. Algunas le han parecido excepcionales como “Capitanes
intrépidos” o “El milagro de Ana Sullivan”, ambas en blanco y negro y antiguas.
Pilar se hacía la siguiente reflexión que sintetizo para debatir con los
lectores del blog. Se preguntaba cómo influía en nuestros alumnos todo este
cine sobre los valores humanos que desde hace años se proyecta para ellos. Y
ampliaba su interrogante sobre la influencia real que tiene la educación en
valores que intentamos difundir entre ellos a tenor de las tendencias
pedagógicas de los últimos veinticinco años. Nunca se ha hablado más de valores
en la educación, al menos como fundamento de una pedagogía, como en las décadas
recientes. Sin embargo, vemos que el machismo progresa en la realidad de
nuestros adolescentes a pesar de nuestros mensajes sobre la igualdad de género.
Y en contra de nuestra pedagogía de la no violencia, difundida en mil y un
soportes, la realidad de un centro de enseñanza es en muchos sentidos violenta
y carente de respeto de unos por otros. Los insultos son cotidianos, los
conflictos frecuentes, el no escuchar los argumentos del otro es habitual y los
comportamientos machistas subsisten a poco que se escarbe.
Tal vez pueda explicarlo la violencia de
la sociedad en que vivimos, no sumida en una guerra, pero sí vertebrada por
innúmeros ejemplos violentos a tenor de lo que vemos en las calles y en los
telediarios cuyo visionado es atroz. Hoy se hablaba de que Estado Islámico
había quemado vivo a uno de sus cautivos. ¿Hasta que punto penetra nuestra
educación en valores igualitarios en una sociedad en que, como siempre, rige la
ley del más fuerte, la corrupción es inherente al sistema y lo que ofrece la
televisión en horarios de máxima audiencia es contrario a dichos valores? Hemos
pretendido crear un espacio biempensante, edificando con valores humanos la
formación de nuestros hijos desde que empiezan a ir a la escuela y se les
enseña a compartir en la guardería a las materias que cursan en la ESO sobre
los mencionados valores sobre los que no hay festividad en la que no se haga
una llamada de atención al respecto. Deberíamos vivir en la sociedad más
pacífica y serena del universo, en un paraíso de respeto e igualdad mutua pero
no es así.
Hace unos años se estrenó la película La cinta blanca de Michael Haneke en que se formulaba la hipótesis de que el Tercer
Reich estaba en germen en la educación autoritaria y sádica que recibían los hijos
en la sociedad de los que integraron luego la Alemania nazi. Pero este tipo de
educación autoritaria era común en los años veinte del siglo pasado y no todos
los países llegaron allí, aunque tuvieron, eso sí, un “espléndido” hervor en la
violencia desatada en la Segunda Guerra Mundial en todos las naciones y pueblos
europeos. En tal caso, la difusión de pedagogías abiertas y tolerantes,
inclusivas, democráticas e igualitarias que han tenido lugar en Occidente en
los últimos treinta años tendrían que ser decisivas para conformar un nuevo
modelo de ciudadano europeo igualmente tolerante y pacifista. La escuela ha
sido un baluarte absoluto de difusión de valores, igual que el cine, la
literatura infantil y juvenil. ¿Eso querría decir que en Europa es imposible un
nuevo estallido de violencia irracional? Pilar decía que los asesinos de los
dibujantes de Charlie Hebdo y el colmado judío habían sido educados en las escuelas
públicas francesas en donde se difunden valores ciudadanos de igualdad. ¿Y la
violencia de género sobre la que en algunos países no se ofrecen estadísticas
públicas? ¿Cómo es posible que en una sociedad que viene de los valores
democráticos en que estamos basados contenga semejante carga de violencia
dentro? ¿Acaso la importancia que atribuimos a la educación no constituye un
mito? Creemos que podemos modificar la violencia estructural humana con los
mensajes que ofrecemos desde preescolar hasta la escuela secundaria. Pero tengo
mis dudas. Sin duda sería insoportable que la escuela difundiera hoy día otro
tipo de mensajes que no estuvieran acordes con los derechos humanos, pero
relativizaría su influencia real en la formación de nuestros pupilos que asisten
a la realidad social a través de otros medios a los que tienen fácil alcance. Y
es posible que algunos de estos adolescentes vean en internet las escenas del
prisionero sirio quemado vivo por sus captores, y que asistan impávidos a un
recital de horrores en series y películas de género que solo suscitan la risa,
o que vean en sus barrios realidades que son distintas a las que preconiza la
escuela en un ideario tan idílico como inútil al parecer.
Se les dice que el camino es la paz y que
la paz es el camino, pero Krishnamurti alertaba sobre la violencia que nos
constituye y que somos. Somos seres violentos, algo que se obvia en esos
mensajes placentarios sobre la convivencia y la paz universal. Y como somos
violentos es conveniente observar nuestra violencia interior sin juzgarla. No
somos entes bondadosos y bienintencionados a los que la sociedad corrompe. No.
Somos violentos desde que somos niños, unos más y otros menos. Y ejercer la
violencia produce placer, si no, no se explica su prevalencia en la historia
humana. Y ver la violencia produce también placer, nos atrae mórbidamente. Pero
de esto no se habla pretendiendo transformar a unos seres violentos por
herencia biológica, genética y por la evolución en individuos pacíficos,
democráticos, sensibles e igualitarios por medio de la educación en valores,
experimento que yo voy a defender en mi ciclo de Cine y valores humanos, pero
soy escéptico. Creo que las raíces son más hondas que lo que permite modificar
una educación cosmética en contraste con la realidad social y nuestras
tendencias más profundas. Pero está bien intentarlo aunque no deja de ser un
mito con mayor o menor validez.
Yo he sido un salvaje auténtico, en el sentido gamberro de la palabra. Dado a las peleas, a cantazo o a cuerpo limpio, a perseguir gatos con lanzas, a no rehuir la bronca y a usar los insultos más deleznables, y he sufrido una educación totalitaria y religiosa que no consistía sino en represión y, sí, también en la oferta de modelos beatíficos. El equívoco radica en que el espacio escuela, esa suerte de ecosistema benéfico, no lo es todo, y ni siquiera la principal parte, en la vida de los alumnos. La vida está fuera, allí donde se imponen otras leyes, las de la calle, y uno va sobreviviendo como puede a la hostilidad general del medio, a veces escogiendo sin saber y a veces escogiendo el saber, por unos azares con lo que difícilmente se pueden hacer estadísticas que siquiera e aproximen a la realidad. En todo caso, yo viví la escuela como una doble cárcel: cuando fui pequeño y cuando he sido docente. Es una institución impermeable a la sociedad, y de ahí los resultados que nos ofrecen las estadísticas sobre la violencia machista y otras, sobre la propensión al consumo masivo de alcohol o de otras drogas, etc. Hay, con todo, algunos principios morales impuestos por la familia mediante la represión y muy a menudo la violencia, al menos en mi caso, que, curiosamente, han permanecido inmutables, como si mes los hubieran grabado a fuego .que así lo hicieron. Muchos otros se han de conquistar individualmente en el decurso de la vida. Y la vida de cada cual es siempre una sucesión constante de decisiones para las que no hay manual con el que no errar, antes al contrario, ir de error en error lleva a veces, casi paradójicamente, al acierto. Con todo, cualquier esfuerzo ha de hacerse, desde la docencia, para abrirles caminos hacia conductas o ideas positivas que, de otro modo, pueden tardar demasiado en descubrir, o peor, que se encuentren con ellas y no sepan reconocerlas.
ResponderEliminarCoincido contigo en algunos sentidos. Tuve una educación atípica y amoral. Me curtí en un ambiente violento y nadie nos hablaba de valores. Tuve que irlos descubriendo yo a medida que maduraba en un cruce de influencias entre religiosas, políticas y metafísicas. La escuela para mí fue una cárcel, como en tu caso, pero mi experiencia como docente no ha sido en su conjunto algo semejante. En algunos momentos sí, pero en otros no. En mis alumnos encuentro atisbos de formación moral en algunos y en otros no. La influencia que podemos ejercer nosotros no es tanto por nuestras palabras que son fungibles sino por nuestros actos, por nuestras actitudes, por nuestro modo de ser. Ellos leen en nosotros y reciben una educación informal. Espero que para bien.
EliminarLa eterna polaridad entre genética y educación .
ResponderEliminarNo juzgaré inútilmente, como en toda bipolaridad cada extremo depende de las fuerzas puntuales que confluyan en cada extremo, me parece que recibe el nombre de circunstancias y cada una posee su propio peso específico, su aleatoriedad.
Cosa diferente podría ser la experiencia que nos hace juzgar, pero me temo que se encuentra adscrita al mismo sistema aleatorio.
Mencionas a Krishnamurti, el favorito de mis maestros desde hace décadas, un verdadero ejemplo......y no escribió, no necesitaba.
Este pensador ha ejercido una influencia notable en mi formación a partir de cierto momento de mi vida. Tal vez ahora ya no lo leo con el mismo hambre que en otro tiempo, pero estimo que me impregnó, espero que profundamente.
EliminarJoselu, no puedo estar más de acuerdo contigo. La educación solo vale para las formas. Pero para nada más. El ente abyecto y cruel (la bestia rubia de Nietcheze) que habita en las personas no hay quien lo cambie (de momento). Sí, está bien que nuestro discurso sea políticamente correcto. Pero ahí se queda la educación...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
El ser humano es terrible: capaz de dar su vida por los demás, y también capaz de quemar a alguien vivo como espectáculo televisivo. Me gusta descubrir en mí la bestia que llevo dentro para conocerla. Existe. Es real.
EliminarUn abrazo.
Hay que seguir, seguir sembrando. Si abandonamos el campo de batalla, solo quedan los intransigentes. Sé que a veces uno se siente solo, inútil. Pero hay que seguir. El mundo, aunque no nos lo parezca, ha mejorado gracias a esta labor.
ResponderEliminarNadie habla de abandonar, pero sí de reconocer que el ser humano no es blanco o negro. Y que la educación habla como si solo se pudiera despertar el lado luminoso que sería deseable. Pero el otro está presente.
EliminarBueno .. el que un par de retrasados mentales (no se necesita inteligencia para asesinar a tiros al personal) hallan asesinado impunemente a estos señores o el que una infima parte del alumnado con complejo de inferioridad sea machista, no invalida la educacion, es la parte de error normal en toda actividad. Los mejores camiones del mundo tienen averias, la gente se muere en los hospitales, cuando comes algunas veces te cae alguna mancha y es bueno, somos humanos, no queramos igualar todo, es imposible, la perfeccion es la meta no la realidad.
ResponderEliminarLa violencia es buena o es mala segun como se utilice, si tienes que evitar una violacion en la calle y le pegas una patada en el pecho al agresor (por ejemplo) es una buena utilizacion, cuando se emplea para el abuso no. No hay blanco y negro en muchas cosas, afortunadamente...
Un saludo.
Entre los adolescentes -cuando los observas en su día a día- hay pulsiones violentas, agresivas, oscuras, al lado de otras generosas, abiertas, tolerantes. Pocas veces los sentimientos están tan a flor de piel como en este tiempo prolongación de la niñez. Cuando crecemos y nos hacemos adultos, aprendemos a disimular más o menos y aprendemos más del rencor soterrado. Los adolescentes muestran todavía todo su caudal de sentimientos, encontrados y contradictorios, son todavía puros en esa transparencia, lo que no quiere decir que no sean necesariamente luminosos. Cuando digo "puros" quiero decir todavía no demasiado contaminados por el control que aprendemos a ejercer como mecanismo de supervivencia social.
EliminarEstá claro que unos casos de violencia no demuestran el fracaso de una educación pero yo intuyo que hay más violencia subterránea como la que muestran las pulsiones fanáticas deportivas, el machismo social que emerge entre los jóvenes, las tensiones agresivas de bandas, el lenguaje tremendamente agresivo que circula por la prensa en cuanto a cuestiones políticas sobre todo en torno a ciertos temas, el sectarismo que lleva a declarar enemigos a los que no piensan como nosotros, y a no soportarlos... Sé que en nuestra sociedad hay mucha violencia subyacente a pesar de una escuela abierta y tolerante. ¿Hasta que punto la escuela es algo sólido a la hora de crear modelos sociales generosos y democráticos? Y podría añadir que la escuela es utilizada políticamente a veces para construir modelos nacionalistas, no sé con qué éxito, por ejemplo aquí en Cataluña. Oscilo entre el valor de lo enseñado en la escuela y su inutilidad. Por si acaso, hay que actuar bien, como hizo Segismundo en La vida es sueño.
Como lo mencionas en tu artículo, la violencia forma parte intrínseca del ser humano, quizá nuestro deseo o placer negativo de violentar a otros y de alimentar mi violencia viéndola desde la vitrina es parte de nuestro lado oscuro, como bien lo mencionas es "conveniente observarla y sin juzgarla" aceptar que esa es parte de nuestra dualidad, quizá el reto es ¿cómo controlarla, manejarla para que no cause daños a terceros o amo mismo? Entonces creo que es importante exsorcisar al "demonio" y transformarlo en claridad.
ResponderEliminarGracias por compartir este artículo.
Esta dualidad del ser humano no es contemplada en ningún caso en la educación que solo habla del lado luminoso en su formulación. Del lado oscuro nada se dice, pero el más gris de los sujetos puede ser capaz de las más terribles atrocidades sin ser nadie especial. El ciudadano medio puede ser instrumento de la violencia más abrumadora cuando se reúnen las circunstancias adecuadas y puede desembarazarse de su carga agresiva contra los diferentes. Esta pulsión oscura de los seres humanos no forma parte de las reflexiones educativas que prefieren alumbrar de alguna manera solo el lado positivo como si no existiera el negativo o se pudiera obviar ignorándolo. Nadie habla de esto: y somos rencorosos, violentos, envidiosos, agresivos, necios, mentirosos, vengativos cuando nadie nos ve o podemos escondernos dentro de una masa que nos dé cobertura, o mejor, somos todo eso, rodeados de incienso y aromas de santidad. Se puede ser un miserable a la vez que creerse el más justo de los hombres. A esto le tengo sinceramente miedo.
EliminarSaludos cordiales.
Me siento sacudida por tu acertado comentario, querido Joselu. Tras tantos años intentando transmitir valores positivos a mis alumnos me tropiezo continuamente con su cerrazón, su falta de solidaridad, su dureza, su crueldad, su egoísmo... Recuerdo detalles tremendos que nadie creería provenientes de "inocentes" criaturas. ¿Inocentes? Quien eso cree no conoce de verdad a los niños o adolescentes. Los maestros luchamos contra el tsunami de la sociedad actual, plagada de violencia y malos ejemplos. Dices, y dices bien, que a pesar de cuánto trabajamos los riesgos del machismo nuestros alumnos son cada vez más crueles con el sexo contrario y entre ellos. Me cuesta creer que las chicas sean sumisas y vean normal que sus parejas espíen sus móviles o las obliguen a vestir de una dterminada manera. ¿Estamos realmente en el siglo XXI? En algunos aspectos estamos peor que en mi infancia, y mira que aquellos fueron años plagados de barbaridades "educativas". Cuando reciben clases de Educación Vial, por ejemplo, reconocen abiertamente que sus padres no se abrochan el cinturón o se saltan descaradamente las normas de tráfico, así que, ¿qué demonios podemos hacer nosotros? Tenemos el enemigo en casa, en las casas de nuestros alumnos, en sus familias, en su falta de valores de todo tipo. Muchos días cuesta enfrentarse a ese volcán inextinguible, lo sabes tan bien como yo, y sin embargo eso mismo nos empuja a continuar en la lucha, a pesar de los disgustos que nos ocasiona mantener firmes nuestros ideales. Queda mucho por hacer, sin duda, cada día más porque el mal no duerme nunca. Cuando vi "La cinta blanca" comprendí de dónde venía tamaña crueldad de los futuros nazis, pero aquella barbarie no explica por sí sola hasta dónde fueron capaces de llegar aquellos monstruos. Yo he vivido una educación ultracatólica y muy de derechas, durante años compartí todo aquello, pero la vida me enseñó que era un camino equivocado y eso me costó no pocos disgustos. El ambiente hace mucho, indudablemente, pero no es el único factor en la formación de una persona. Educar y educarse es una tarea muy compleja que precisa muchos y buenos modelos, y, sobre todo, información y claridad de ideas, guías y ejemplos de lo que está bien y de lo que está mal, porque el bien y el mal existen, digan lo que digan algunos. En nuestra naturaleza está la capacidad de crear maravillas como la Capilla Sixtina y el horror de la bomba atómica, por citar dos extremos. Hay quien siempre elige el lado oscuro y quien no se deja tentar por él, por eso hay que intentar inculcar el bien en nuestros alumnos. Sólo el tiempo aclarará si lo conseguimos o no, pero al menos seguimos en la lucha diaria.
ResponderEliminarA ver si la ola polar va remitiendo, que ya está bien de frío. Un fuerte abrazo, colega.