Tengo entre mis proyectos a realizar dentro de no demasiado
tiempo, la escritura de un libro, a modo de crónica, que tenga como eje una
idea: la pedagogía salvaje. Mi blog,
con su infinidad de circunvoluciones, me servirá para hilvanar un libro que
escribiré a vuelapluma, como de molde, que diría Juan Poz. ¿Qué quiero expresar con eso de Pedagogía salvaje? La que he intentado aplicar a lo largo de mi
vida, con caídas anímicas importantes y levantamientos personales que me han
llevado a pergeñar un estilo que, esencialmente, considera a los educandos como mayores de edad y a los
que hay que plantear cuestiones adultas y relevantes. Todas las pedagogías que
conozco consideran a los adolescentes como incapaces
en un estado de aprendizaje en el que no se pueden plantear asuntos profundos,
con carga existencial e interesantes. Sé que la adolescencia es un periodo
considerado bobo. Y sé que ellos modelan sus reacciones a lo que esperamos de
ellos. Y hemos creado un mundo de puerilidad que impregna la praxis educativa,
puerilidad que se ha extendido incluso al mundo adulto que cada vez es más waltdisneysiano. Y los adolescentes
viven en ese mundo de parque temático porque hemos decidido que vivan en él,
porque no sabemos qué hacer con ellos, porque pensar que existe la adolescencia
como cajón de sastre lleva a crear una subcultura adolescente hasta los
cuarenta años como mínimo como reivindicaba algún alumno de segundo de
bachillerato.
¿Se pueden plantear conflictos llenos de densidad y
profundidad a alumnos de trece años? ¿Se puede aspirar a que gestionen
situaciones a partir de un texto literario abiertamente complejas o debe
dárseles textos simplones llenos de esa pedagogía de valores positivos y
estimulantes a que los hemos acostumbrado? Hemos de llevarlos al mundo adulto,
aunque cueste, aunque el camino sea largo, aunque ellos lo rechacen, aunque
toda la cultura de los massmedia
fomente la infantilización creciente de la sociedad. No se trata de
arrebatarles la niñez. Ya la han vivido. Ya no son niños. Abandonar la niñez es
una de las mayores tragedias que existen, probablemente la mayor tragedia de la
vida. Se puede optar, en consecuencia, a crear un estado intermedio que dure
décadas en el que no se pugne por crecer, sino por retornar de una forma más o
menos velada a esa niñez pero sin su carga salvaje, porque la niñez es salvaje.
Y la adolescencia es un reino que los adultos han creado para evitar el choque
frontal con la vida. En África estos muchachos estarían a punto de ser
guerreros en la cultura tradicional y las muchachas, madres de hijos que se
convertirían en guerreros. No hay duda de que un niño con cáncer o un niño que
se enfrenta a la dureza de la vida, madura tempranamente. Pero esto es algo que
se relativiza, queriendo guardar la inocencia de la adolescencia en un barro
primigenio de irresponsabilidad, de mundo light,
de mundo edulcorado con una subcultura propia de cantantes y modelos despojados
de cualquier dimensión profunda. Los valores profundos no son para los
adolescentes. Son pequeños todavía, se dice. Tienen que ir metiéndose poco a
poco en la vida. No se les puede mostrar en estado puro. Tiene que existir un mundo débil en que puedan vivir, un
mundo de pequeñas fantasías y series de televisión en que se mezcle la audacia
de lo sexual con la irresponsabilidad del adolescente.
Me niego a ello. Y sé que mis alumnos no lo van a entender,
mis superiores no lo van a entender, los padres no lo van a entender ... porque
el mito interesado de la edad del pavo como continuum
filosófico del modo de estar en el mundo es muy atractivo y permea toda la
cultura adulta. Los problemas que les planteo por medio de textos literarios
son muy complejos aunque sé que ellos me los contestarán como puedan. Es la
primera vez que se los va a enfrentar a dilemas adultos. No aspiro a que todos
alcancen un nivel de madurez impropio de su edad. Soy consciente de las
limitaciones que tiene el juego. Lo que pretendo es que en esos textos adopten
la posición de un adulto, que la intuyan, que salgan de ese mundo estereotipado
y elemental que se ha creado para ellos y así inmunizarlos ante la complejidad,
entendida esta como una terrible amenaza
para la supervivencia del sistema que los necesita infantiles.
De paso en las próximas semanas los llevaré a ver el World
Press Photo 14, la colección de las mejores fotografías del periodismo
documental. Los prepararé para ello porque se van a enfrentar a la complejidad
del mundo por medio de imágenes a veces muy crudas, muy intensas, situadas en
los principales escenarios de conflicto del mundo. Estos chavales no ven las
noticias de la televisión ni leen la prensa. Viven en una burbuja en la que se
sitúa su pequeño mundo. Para ellos, afortunadamente, no existe el narcotráfico,
ni la guerra de Irak y Siria, ni las tragedias humanas de África, ni las
devastaciones de la naturaleza, no existe la niñez desvalida de las ciudades de
América Latina y otros lugares del mundo donde otros niños como ellos trabajan
doce y catorce horas para obtener un euro al día, ni saben de lo que hay que
hacer para obtener agua en muchas partes del mundo. No lo saben, pero sé que
saben de la dureza de la vida en su propia experiencia con padres en paro,
familias separadas, dificultades económicas muy grandes, migraciones... Creo
que muchos agradecen y agradecerán que se los trate en muchos sentidos como
adultos aunque a otros les cueste entenderlo pues se han apuntado a esa
situación boba de un terreno ficticio donde todo es de color tranquilizante e
insustancial.
La foto de arriba es de Josef Koudelka