No soy creyente. La iglesia de Roma tiene un interés
antropológico para mí más que religioso. Entiendo que si Jesús de Nazareth volviera, que no volverá, no se encontraría
representado en esa cofradía de cardenales ataviados lujosamente que se reúnen
en un cónclave para elegir papa en la línea de sucesión de Pedro. Hoy contemplaba el rostro de los cardenales en un balcón de
la basílica de San Pedro a la vez que el nuevo papa dirigía unas palabras a la
multitud. Sus rostros no me ofrecían una imagen de espiritualidad y sí más bien
de frustración ante el nuevo destino de uno de ellos que a los setenta y seis
años iba a encarnar la tarea más difícil de su vida. Hay mucho de ambición, tal
vez de sacrificio. No sé. La iglesia del cristianismo no me dice nada, pero
entiendo que en el rostro de Jorge Mario
Bergoglio hay algo singular, la aceptación de un desafío. La iglesia no me
dice nada, pero tampoco me dicen nada los centros comerciales, los estadios de
fútbol o la política de mi país, ni la mayoría de las opiniones sesgadas que se
emiten gratuitamente en los medios digitales. Podría decir que no creo en nada
y solo algunas experiencias personales me estimulan. Los seres humanos somos de
barro y creo que no hay ninguno que no tenga algo o muchas cosas de qué arrepentirse.
Yo tengo un montón. Si volviera a nacer creo que actuaría de modo diferente en
muchos aspectos de mi vida y de mi pasado, pero me confundieron la vida, mis
pensamientos, mis limitaciones, mis inexactitudes. No sé, empero, quién es el
hombre perfecto. El mismo Gandhi era
cuestionable en muchos aspectos de su vida privada y en algún sentido se me
hizo repulsivo. La madre Teresa de
Calcuta es un personaje tan admirable como reprobable por su moralismo y su
conservadurismo político y humano.
¿A quién he de seguir? ¿Al último radical que cree saber
todo acerca de la vida humana, de los errores humanos... al último izquierdista
que tiene un catecismo en que salva a Chávez,
a los Castro y al líder de Corea del Norte... al que cree que lo
tiene todo claro en su visión sesgada del mundo y de la vida y entiende
perfectamente dónde está el bien y dónde está el mal?
Yo no lo tengo claro. Perdónenme, pero he leído mucho acerca
de la guerra civil española y no sé dónde estaba la razón. El resultado fue un
fracaso colectivo que nos llevó a una dictadura de cuarenta años tras una
guerra en que hubo medio millón de muertos. ¿Cómo hubieran actuado los que
encendieron la hoguera si supieran el resultado de lo que iba a pasar?
Argentina años setenta: se debatía en una especie de guerra
civil entre distintas facciones. Montoneros, movimientos de izquierda radical,
partidarios de Isabelita Martínez de Perón, la triple A, el siniestro López
Rega. Argentina se desangraba en una
pugna inspirada en los movimientos de revolución y contrarrevolución. Muchos
fueron culpables de lo que pasó. Y pasó. Un golpe militar que desencadenó una
dictadura que fue aplaudida por muchos porque puso orden. Desde España se vio
como algo diferente a lo que había pasado en Chile. Lo sé porque yo militaba en la izquierda revolucionaria y se
nos decía que Argentina era
diferente y no se condenaba a la Junta
Militar Argentina como se hacía con Pinochet.
Represión, desparecidos, escuela militar de la armada, vuelos de la muerte,
ESMA...
Un obispo, Jorge
Mario Bergoglio, se ve en medio de aquella tempestad y siente dudas acerca
de lo que está pasando. Curas obreros represaliados, movimientos obreros
aplastados, desaparecidos, una sociedad convulsa que se debate en medio de
contradicciones tremendas, ansia de necesidad de orden y de seguridad ante los
atentados continuos anteriores. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? Una sociedad dividida
y contracturada. Bergoglio da una de
cal y una de arena. Protege a algunos perseguidos y actúa apelando a la
denuncia contra otros jesuitas de su diócesis. Es un hombre de su tiempo y no
sabe qué es lo que está pasando. Es la historia, difícil, trágica, ambigua,
terrible, inexorable. Toma decisiones que lo van a perseguir el resto de su
vida. Esencialmente duda. La sociedad está dividida harta de caos. Luego vienen
años de represión y de bienestar económico que lleva a que la sociedad
argentina olvide los vuelos de la muerte y se dedique a gastar alegremente el
cambio artificial del peso argentino y el mundial de fútbol y Maradona y la euforia general por las Malvinas...
Un hombre que participó de aquello, que no tiene su pasado
limpio por las dudas fundadas que existen sobre su actitud en aquellos
momentos, ha sido elegido papa y la sociedad mundial y argentina se remueven recordando
aquellos momentos en que había que haber tomado decisiones esenciales que
definen a un ser humano. Pero ¿qué era lo justo en aquellos momentos? Tal vez
estar con los que sufrían la represión. Pero es tan complicada la historia y es
tan difícil saber dónde y cómo ubicarse. Es tan fácil convertirse en miserable en
momentos de confusión. Yo no sabría que tendría que haber hecho. Ahora sí.
Ahora sí. Pero entonces no. Bergoglio dudó,
y sus dudas nos duelen. Tal vez no debería haber estado donde estuvo. Tal vez
eligió su seguridad y su medro personal antes que la justicia. No lo sé. Lo que sé
es que su pontificado no podrá olvidar esos momentos iniciales en que pudo
elegir y lo que eligió no nos convence. A muchos no nos convence. Entendemos
sus dudas, pero no sabemos si ahora será capaz de poder desembarazarse de su
pasado, de su ominoso pasado, y actuar como lo que debería ser: un hombre
digno. La tiara de San Pedro es capaz de operar increíbles conversiones. Espero
que esta sea una de ellas.
¿Quién no tiene algo de qué arrepentirse?