Un día fui padre de dos niñas que ya son púberes, y entonces, cuando eran bebés o pequeñas, iba al parque con frecuencia con ellas donde establecía relación con otros padres. Acostumbraba a charlar con ellos y a observar los códigos de conducta que se establecían en los juegos. Los padres solían proyectar buenos hábitos en sus hijos para que aprendieran a compartir, para que jugaran con otros niños sin pelearse, para que fueran iguales niños y niñas, nativos e inmigrantes… Fue una etapa entrañable en que me di cuenta de que todos los padres querían mostrar a sus hijos un mundo generoso y en el que se compartía y en el que no imperaba la ley del más fuerte. En la escuela se continúan estos buenos hábitos en el proceso llamado educación que pretende armonizar al individuo con la sociedad de modo que ese proceso formativo se proyecte en la organización social. Es la idea fundamental del movimiento que piensa que la educación formal e informal pueden cambiar la sociedad. Así, en las escuelas e institutos pretendemos enseñar a cooperar, a dialogar, a compartir, a negociar, a razonar, a aumentar la autoestima, a respetar las normas cediendo parte de nuestra individualidad en aras del bien común al que están orientadas todas las leyes. Pretendemos formar ciudadanos en un contexto democrático sin discriminaciones de ningún tipo (sexuales, raciales, nacionales, económicas…). Enseñamos que hay que cumplir las leyes y que estas se fundamentan en los derechos humanos que proyectan sobre todo una idea de igualitarismo de todos los ciudadanos que son sujetos de derechos y de obligaciones.
Entre estos derechos está como fundamental el que reconoce que todo individuo tiene derecho a ser considerado inocente hasta que se demuestre lo contrario. Es la presunción de inocencia. También admitimos que nadie debe ser sometido a tratos vejatorios y proscribimos la tortura en cualquier forma. Y, por fin, en la mayor parte de los países democráticos se establece que el derecho a la vida es un bien fundamental y que no debe castigarse un delito, por grave que sea, con la pena de muerte y en todo caso que la defensa jurídica es un derecho fundamental cuando uno es acusado de un acto que puede merecer castigo.
Entre estos derechos está como fundamental el que reconoce que todo individuo tiene derecho a ser considerado inocente hasta que se demuestre lo contrario. Es la presunción de inocencia. También admitimos que nadie debe ser sometido a tratos vejatorios y proscribimos la tortura en cualquier forma. Y, por fin, en la mayor parte de los países democráticos se establece que el derecho a la vida es un bien fundamental y que no debe castigarse un delito, por grave que sea, con la pena de muerte y en todo caso que la defensa jurídica es un derecho fundamental cuando uno es acusado de un acto que puede merecer castigo.
Esta es el entramado ideológico en que nos movemos. Sin embargo, observamos que el mundo es atroz y que estos hermosos principios son eso, hermosos, y nuestros hijos van intuyendo que superponemos un mundo idílico mediante nuestras palabras que no tiene nada que ver con la realidad. El pez grande se come al chico, no somos todos iguales, nadie escucha a nadie en la lucha política, y admitir los errores sólo supone el desprestigio. Estos días hemos tenido además que poner nuestros principios a prueba en el tema de Bin Laden, un individuo que ha promovido centenares de atentados en todo el mundo. Ha estado escondido diez años hasta que parece ser que ha sido descubierto y allí, desarmado, se le ha liquidado con un tiro en la cabeza sin intentar someterlo a juicio. Se ha dicho que no era una situación normal sino un auténtico estado de guerra en el que rigen otras reglas distintas. Y la comunidad política mundial ha suspirado con alivio al ver a Bin Laden muerto. Nuestros adolescentes han participado del júbilo general y se han regocijado ante nuestro desconcierto, nuestro silencio o nuestro oportuno cambio de tema.
¿Dónde están nuestros principios, esos que enseñamos a los niños en los parques infantiles o en la escuela? La realidad es que los principios son relativos y se someten al auténtico quid de la cuestión que es que “depende”. Todo “depende” del cristal con que se mire, de los criterios aplicados, de las palabras utilizadas para interpretar las situaciones. Todos somos iguales, es cierto, pero unos son más iguales que otros. ¿Es bueno o malo matar a alguien indefenso? ¿Puede admitirse la tortura? ¿Pueden negarse derechos fundamentales por razones de raza, religión o clase social? La respuesta es compleja pero se resume en: depende de si nos beneficia o no, depende de si favorece nuestra seguridad o la pone en peligro, depende de las consecuencias que se abran a partir de los hechos enjuiciados. Y estos juicios han de hacerse rápidamente, en cuestión de segundos, esos microinstantes que tuvo que emplear el premio Nobel de la Paz, Barack Obama, entre elegir si arrasar con bombas de novecientos kilos el supuesto refugio del terrorista o mandar un comando con intención de liquidar sin lugar a dudas a Bin Laden invadiendo un país extranjero. El proceso judicial que se hubiera abierto si los SEALS hubieran respetado la vida humana hubiera sido harto complicado y no habría país en el mundo que pudiera juzgar a Bin Laden sin riesgos terribles, ni legislación apropiada. Además en el juicio, el encausado podría hablar demasiado y liarlo todo revelando todo lo que sabe sobre sus enjuiciadores a los que sirvió en otro tiempo. Además era un criminal confeso y Obama sabía que si lo liquidaba subiría como la espuma en las encuestas en Estados Unidos, e incluso se olvidarían de llamarlo protosimio o chimpancé los neocon y la Fox o de cuestionar si era musulmán o era realmente americano. Y asimismo ¿por qué reconocer derechos a alguien que ha despreciado brutalmente la vida humana y además ha herido el orgullo americano como nadie en la historia? Y, en todo caso, ¿no fue Bin Laden quien dijo que si un musulmán moría en la batalla se encarnaba en el paraíso servido por hermosas doncellas vírgenes? Fíjense en la paradoja. Al matarlo, se le ha hecho un favor inmenso y ahora está disfrutando como un canalla, follando todo el día.
¿Dónde están nuestros principios, esos que enseñamos a los niños en los parques infantiles o en la escuela? La realidad es que los principios son relativos y se someten al auténtico quid de la cuestión que es que “depende”. Todo “depende” del cristal con que se mire, de los criterios aplicados, de las palabras utilizadas para interpretar las situaciones. Todos somos iguales, es cierto, pero unos son más iguales que otros. ¿Es bueno o malo matar a alguien indefenso? ¿Puede admitirse la tortura? ¿Pueden negarse derechos fundamentales por razones de raza, religión o clase social? La respuesta es compleja pero se resume en: depende de si nos beneficia o no, depende de si favorece nuestra seguridad o la pone en peligro, depende de las consecuencias que se abran a partir de los hechos enjuiciados. Y estos juicios han de hacerse rápidamente, en cuestión de segundos, esos microinstantes que tuvo que emplear el premio Nobel de la Paz, Barack Obama, entre elegir si arrasar con bombas de novecientos kilos el supuesto refugio del terrorista o mandar un comando con intención de liquidar sin lugar a dudas a Bin Laden invadiendo un país extranjero. El proceso judicial que se hubiera abierto si los SEALS hubieran respetado la vida humana hubiera sido harto complicado y no habría país en el mundo que pudiera juzgar a Bin Laden sin riesgos terribles, ni legislación apropiada. Además en el juicio, el encausado podría hablar demasiado y liarlo todo revelando todo lo que sabe sobre sus enjuiciadores a los que sirvió en otro tiempo. Además era un criminal confeso y Obama sabía que si lo liquidaba subiría como la espuma en las encuestas en Estados Unidos, e incluso se olvidarían de llamarlo protosimio o chimpancé los neocon y la Fox o de cuestionar si era musulmán o era realmente americano. Y asimismo ¿por qué reconocer derechos a alguien que ha despreciado brutalmente la vida humana y además ha herido el orgullo americano como nadie en la historia? Y, en todo caso, ¿no fue Bin Laden quien dijo que si un musulmán moría en la batalla se encarnaba en el paraíso servido por hermosas doncellas vírgenes? Fíjense en la paradoja. Al matarlo, se le ha hecho un favor inmenso y ahora está disfrutando como un canalla, follando todo el día.
Pienso que deberíamos hablar más los padres y los profesores del eje de toda ética real y que es ese “depende”. Todo depende. Los valores son buenos dependiendo si nos favorecen o no. Se aplican o se ponen en suspenso dependiendo de si... Pero parece ser que estas consideraciones ya están asentadas tempranamente en nuestros adolescentes por ósmosis cultural que entran en contradicción inquietante con lo que decimos en el parque o en las clases de ética. Esto es lo que significa hacerse adulto. Como Obama.