Sábado santo, día de recogimiento y dolor tras las explosiones -este año pasadas por agua- de las procesiones de semana santa de jueves y viernes santos. Reconozco que ayer quedé fascinado ante los continuos resúmenes de televisión sobre los desfiles procesionales en toda la geografía española. Me quedé boquiabierto pero como si lo contemplara desde fuera, como un espectador escéptico pero curioso y quise juzgarlo como un aficionado antropólogo inocente.
Pasos espectaculares con artísticas tallas de madera policromada, tronos adornados con flores y velas, costaleros que transportan en el aire o sobre ruedas estas vistosas exposiciones dramáticas, penitentes que caminan descalzos y con cadenas, cofrades encapuchados con grandes velones, manolas vestidas de negro y con espectaculares peinetas y mantillas, cristos yacentes, vírgenes -ataviadas con mantos de pedrería- que despiertan el entusiasmo generalizado, niños con capas y hábitos, tambores, chirimías, el ejército y la guardia civil custodiando los pasos, las fuerzas vivas de la sociedad, alcaldes, concejales de todos los colores incluidos los socialistas y comunistas, la cabra de la legión, las miradas altivas de los legionarios y el cristo que llevan orgullosos en andas como levitando.
Nombres plásticos y musicales: virgen de la Macarena, cofradía del Santo Entierro, el Cachorro, cofradía de la negación de san Pedro, Cristo del Gran Poder, Jesús del Vía crucis, Jesús cautivo...
Me alucinan, aunque no las he visto en directo, esas mil setecientas mujeres que desfilan en Zamora vestidas de negro y mantilla con cirios; los hombres que se atan con duras cuerdas portando una cruz, y se arrodillan en medio del fervor popular; el romper la hora en el Bajo Aragón en pleno alboroto popular; los encuentros en Granada entre la virgen y el cristo lo que hace que los pasos empiecen a moverse al ritmo de sevillanas; los piropos profanos a las vírgenes; las saetas en medio del silencio más solemne; la salida de la virgen de la Macarena en Sevilla esperada por decenas de miles de personas que prorrumpen en gritos de éxtasis; los miles y miles de participantes que se preparan durante meses y las enormes masas de espectadores que admiran boquiabiertos el espectáculo; los extranjeros que tienen ocasión de ver actos de raíz medieval en en corazón de un país de la Unión Europea.
¿No me digan que esto no es asombroso en pleno siglo XXI? ¿Es esto producto de un profundo sentimiento religioso que lleva a mostrar la adhesión a las formas plásticas de la pasión y el dolor del Cristo y de la Virgen? ¿Qué significa todo este espectáculo de raíces ancestrales que es profundamente dramático y que debería ser objeto de estudio en las escuelas de teatro más avanzadas? ¿Es España el país más religioso de Europa? ¿Es todo esto un atavismo y una manifestación del conservadurismo de la España profunda?
No tengo respuestas, pero esta noche cuando pensaba sobre ello, me ha venido como una piedra a la frente la palabra "paganismo". Es como si el universo politeísta -gozoso, plástico y multiforme- se hubiera apropiado del mundo cristiano y estallara jubiloso en las calles frente al aburrimiento de los ritos católicos. Pocos actos son tan soberanamente aburridos como una misa en España. La religiosidad popular, creo que profundamente pagana, entra en combustión ante las vírgenes proteicas, los símbolos de dolor, las velas encendidas -proscritas de las iglesias-, los cristos sufrientes -algunos bellísimos-, los oficiantes vestidos como en un carnaval dionisiaco con capirotes multicolores, tambores rítmicos o enloquecidos como los que inspiraron a aquel genial surrealista que fue Luis Buñuel... Es como una explosión delirante de la tierra que conquista el cielo, de la carne y el eros dominando el plano mundo de la divinidad cristiana y la idea aburrida del paraíso.
Nuestras calles enloquecen durante dos o tres días. Javier Marías lo ve como una intromisión de la iglesia católica en nuestras calles y plazas, pero yo lo pienso como una expresión surreal de corrientes profundas de la ritualidad y el dramatismo populares frente a la modernidad desoladoramente igual y unificadora desde el occidente al oriente... No creo que la jerarquía católica tenga mucho que ver con esto. No veo a estas masas como seguidoras del sínodo episcopal y sus directrices reaccionarias. Entiendo, no obstante, que los ciudadanos más inclinados a la izquierda o más liberales entiendan estas manifestaciones como antimodernas o alejadas del progresismo. Sin duda lo son, pero no dejan de hacer aflorar espectáculos interesantes y sugestivos para un antropólogo inocente y desprovisto de prejuicios. Revelan puestas en escena extraordinariamente teatrales y propias de ritos de otros tiempos. Pero ¿quién ha dicho que los ritos no nos fascinen?