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martes, 19 de mayo de 2015

Una lectura incómoda, solo para haters.


Mi plan lector este año académico para segundo de ESO ha planteado algunas lecturas sencillas y asequibles para ellos, digamos de literatura juvenil que han tenido algún éxito y su valoración ha sido positiva. Por otro lado veo que los chicos y especialmente las chicas van leyendo libros que consideran interesantes: románticos, góticos, cómics..., libros que yo no les he recomendado pero cuya lectura les produce tanto gozo a ellos como a mí, aunque no sean paradigmas de calidad literaria. A veces leen tetralogías de setecientas páginas como las de la serie de AFTER de Ana Todd (Amor infinito, Almas perdidas, En mil pedazos... que recrean la romántica aventura de Hardin y Tesa. Algunas veces veo que alumnas que son carne de fracaso por su alejamiento de los estudios están embebidas en clase leyendo estas aventuras mientras yo me desgañito explicando el uso de las oraciones recíprocas o reflexivas. Y no se lo reprocho. De hecho se lo permito con mi despiste selectivo. Prefiero esto a que se dediquen a no hacer nada o a dinamitar la clase.

Sin embargo, en esta evaluación les he planteado una lectura más exigente, una lectura ya literaria. Quiero ponerlos a prueba. Sé que el libro que les he impuesto como obligatorio no será del gusto de todos, pero tal vez habrá alguno que le sea especialmente revelador. Arriesgarse por una lectura literaria es complicado en una edad en que todavía son muy niños, pero quiero tensar la cuerda. La lectura de este trimestre es el famoso El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, un libro difícil para ellos y ante el que está habiendo reacciones dispares. Supongo que mis abnegados lectores y lectoras conocen esta novela de culto en la literatura norteamericana. Son las memorias de Holden Caulfield sobre cinco días de su vida durante las navidades del año pasado tras haber sido expulsado del colegio de élite Pencey. Su principal dificultad es que pasan pocas cosas. Holden nos cuenta en primera persona su recuerdo de estos días antes de ser ingresado en un centro presumiblemente psiquiátrico, algo que no se explicita en la novela. Toda la novela pasa por la mente neurótica del personaje que nos cuenta esencialmente todo lo que odia (casi todo) y lo que ama (algunas cosas). Detesta y se siente repelido por la inmensa mayor parte del género humano al que califica continuamente con los adjetivos más negativos. Tiene dieciséis años y pasa unos días, con bastante pasta, esperando volver a su casa cuando ya sepan sus padres que ha sido nuevamente expulsado de una escuela por su bajo rendimiento. Holden fuma y bebe, va con prostitutas, habla de sexo, todo con un lenguaje sumamente descarnado y directo. Nos muestra sin ambages su visión de la sociedad en una etapa adolescente en la que siente verdadero asco por hacerse mayor. Es un radical de la pureza, es un fanático de su individualismo feroz. Adora a su hermana pequeña Phoebe, es lo que más quiere, y detesta a su hermano D.B. que ahora vive en Hollywood prostituyéndose escribiendo relatos para el mundo del cine, un mundo que Holden odia. Su visión de todo es corrosiva, nada tranquilizadora, nihilista, destructora. Es un personaje ante el que no hay muchas reacciones posibles. O te identificas con él o lo rechazas. Te sientes cercano a esa rabia adolescente que odia el mundo de falsedades de los adultos o te carga un tipo tan impertinente y tan amargado que solo sabe hablar mal de todo y de todos. 

El libro contiene una profunda carga de angustia existencial, un concepto difícil de digerir y de percibir conscientemente. David Jerome Salinger era un adolescente que asistió a diversos colegios de disciplina militar, algo que él amaba. Tal vez es lo que le falta a Holden Caulfield para que alguien le marque qué debe hacer, él solo se pierde. Salinger tuvo una enorme decepción amorosa en su romance con Oona O’neill (La hija de Eugene O’neil, premio Nobel de literatura). Era una adolescente preciosa a la que él cortejaba, pero esta prefirió a otro hombre casi cuarenta años mayor que ella, me refiero al conocido Charles Chaplin, con el que tuvo ocho hijos. Salinger marchó, herido en el alma,  como voluntario a Europa para participar en la Guerra Mundial. Estuvo en la más terribles contiendas bélicas de la misma: en el desembarco en Normandía, en la horrorosa batalla del bosque de Hurtgën, en que perecieron más de veinte mil norteamericanos, la batalla de las Ardenas en pleno invierno que fue una de las más devastadoras, y llegó al campo de exterminio de Dachau donde tuvo ocasión de ver el horror en estos campos de muerte abandonados por los nazis. En su mochila de combatiente llevaba una libreta en que iba escribiendo en medio de la angustia de la guerra: era el borrador de El guardián entre el centeno, repleto de esa tensión psíquica interior de un hombre abrumado por la realidad que proyectó en ese adolescente que es Holden Caulfield. Esa tensión interior se siente viva por cualquier lector de la novela. Hay algo extraño en ella. Hay verdadera materia explosiva en esos sentimientos torrenciales de las querencias y los odios elementales de Holden Caulfield hacia el mundo. En ellos se proyectaba la personalidad compleja y contradictoria de Salinger que expresó su mundo en esa novela diabólica para algunos. De hecho las escuelas americanas se dividen entre las que proscriben decididamente esta novela a los adolescentes y las que la consideran una obra maestra innegable.

Hoy una alumna a la que aprecio especialmente a pesar de su nulo rendimiento académico, me comentaba, a propósito del personaje, que ella también odiaba al mundo. Le he hablado de los hater, esa dimensión de la que hemos hablado mi amigo José Antonio Rodríguez y yo. Los hater son una especie de almas que odian la sociedad, a la que es muy difícil acercarse. Salinger era un hater, avant la lettre, solo le atraía la pureza de la adolescencia con la que mantuvo relaciones que podríamos entender como enfermizas o patológicas.

Claro que mi función como profesor de literatura es difundir modelos empáticos, modelos cálidos, comprensivos, cordiales, amistosos, amorosos, que señalen la belleza de las relaciones humanas y de la realidad del mundo. Lo acepto, pero estimo que también hay otro tipo de chavales que pueden encontrar en lecturas complejas un mensaje que conecta con su mundo interior dándole forma y dirigirles la rabia hacia la literatura. No en vano, el fracasado Holden Caulfield era un genio en el campo de la escritura. Y además bailaba muy bien y le encantaban las chicas guapas. En el fondo es un romántico en un mundo que no tolera el romanticismo auténtico.


La turbiedad de la lectura es impresionante. No les estoy proponiendo cualquier cosa. No. Es una apuesta que mi amigo Marcos Román seguro que no encontrará demasiado afortunada pues piensa que la pedagogía debe ser amable, cercana y no plantear problemas que el profesor no ha explicado en clase. Pues bien, no lo he explicado. Espero su reacción en directo. Seguro que me llueven tomates.

domingo, 17 de mayo de 2015

Terroristas teatrales


¿No habéis imaginado alguna vez montar un happening teatral en plena calle para provocar la sorpresa y las reacciones de la gente que se convierten, sin advertirlo, en público y actores de la obra que se está representando? Me viene esto a propósito del libro que acabo de comprar de Carlos Granés, La invención del paraíso. El Living Theatre y el arte de la osadía,  que investiga la potencia dramática y social del Living Theatre, ese grupo de teatro norteamericano cuyas funciones conseguían exasperar al escaso público que iba a verlos.

Tuve una etapa teatral en mi vida, posiblemente la más fértil de mi recorrido vital. En el teatro encontré una vocación que no se ha desarrollado en profundidad. Y lo lamento. Creo que no debe haber una vida más apasionante que la de actor ... pero me iba el teatro experimental y, dentro de ello, el teatro simbolista y el happening...

Lo he contado en alguna ocasión: en octubre de 1984, mis alumnos de COU (17 años) y yo montamos un happening en pleno centro de Berga –población al norte de la provincia de Barcelona- a hora punta. Era nuestro homenaje a Cortázar que había muerto hacía unos días. Nos basamos en uno de sus relatos. Se trataba de cruzar el semáforo en verde con una margarita en la mano con cara de bobos todas las veces que pudiéramos en un sentido y otro. Cuando se ponía rojo, nos parábamos al llegar a la acera y esperábamos que se pusiera verde otra vez. Éramos una veintena larga de participantes. La gente, el público, nos increpó y nos insultó, pues deteníamos el tráfico. Los coches hacían sonar sus bocinas con rabia. Nosotros seguíamos cruzando en verde sin contravenir ninguna norma de tráfico. Se armó una buena en medio de Berga. Fueron solo diez minutos hasta que llegaron varios coches de policía municipal. Me vieron a mí, que, evidentemente, era mayor que mis alumnos y me detuvieron sin muchas más explicaciones a pesar de que afirmé que lo que hacíamos era legal -no contravenía las normas de tráfico-  y era un acto cultural.

En otra ocasión, también en Berga, habíamos formado un grupo teatral de diez o doce miembros. Salimos por la calle Mayor, por la que pasean las familias, a las siete de la tarde. Llevábamos un ataúd negro construido por nosotros. Figuraba que éramos una secta necrófila, devota de los ritos de la muerte que quería recuperar las ceremonias mortuorias que habían caído en desuso con la llegada de la modernidad. Los timbales con ritmo lúgubre, daban el ritmo necesario. Dos miembros de grupo, vestidos de negro y maquillados de blanco, abrieron el ataúd y sacaron sendos cuchillos con los que partieron dos tomates muy rojos y se los comieron lentamente entre el silencio cargado de sentido. A continuación hicieron el baile de las patas de pollo con cuatro garras de ave de auténtico corral acariciando su cuerpo al son de los tambores. Acabado el baile, dejaron abierto el ataúd y se dirigieron al público gritándoles sobre la bondad de la muerte y les invitábamos a probar su muerte metiéndose en el ataúd. Ese era el objetivo del happening. Cuando se dieron cuenta de que queríamos meter a alguien dentro del féretro, se produjo una desbandada de más de doscientas personas que huyeron. Eso fue muestra de la potencia de nuestra ilusión escénica. La secta Necrófila se había enseñoreado de la calle. Al final conseguimos que un señor, de los que habían quedado y no habían huido, se metiera en la caja de muertos.

Otra vez en un instituto de El Masnou, toda una clase se compichó conmigo para hacer un happening surrealista con motivo de la muerte de Salvador Dalí. Treinta chavales con ganas de hacer teatro en serio, tras dos semanas de formación en el surrealismo,  no es cualquier cosa. Trajeron infinidad de objetos de la calle y su casa y cuando el instituto se abrió a las ocho y media de la mañana, el centro educativo estaba totalmente decorado y transfigurado. No había rincón de las zonas comunes que no hubiera sido transformado. Más de cien velas encendidas en medio de las escaleras y recibidor, bancos, biombos, camas, esqueletos, cuerdas, tapices, contenedores de basura... Una prodigiosa metamorfosis de un instituto de bachillerato en escenario teatral donde a la hora del patio, disfrazados y maquillados,  representamos diferentes happenings ante los espectadores, el resto de alumnos y profesores, que los dejaron boquiabiertos. Las provocativas representaciones –que bordeaban lo obsceno y la crueldad- duraron media hora, la del patio, y luego, todos los participantes, dimos por acabada la performance y nos fuimos a clase. Una parte del grupo tenía libre y limpió todo el instituto de cualquier material ajeno a la vida ordenada de un centro educativo. Cuando me llamó, desesperado, el director, abrumado por lo que había supuesto aquello, el instituto estaba más recogido y limpio que cualquier otro día. Nos negamos a interpretar o explicar aquella representación que hizo que todo el mundo aquel día hablara de surrealismo y de las vanguardias.

En otra ocasión mis alumnos de COU y yo salimos con una gran bandera republicana y un radiocassette durante la hora del patio a recorrer el barrio de Sant Ildefons de Cornellà. Era un tiempo (1997) en que no era fácil ver banderas republicanas como ahora sí lo es. Con el himno de Riego de fondo y ondeando la bandera tricolor paseamos por las zonas donde había gente mayor que podía haber conocido la república,  entramos a supermercados, paseamos por bares y sus terrazas, tarareando aquello de “Si los curas y monjas supieran...”

A estos happenings en que participé no les adjudicaba un carácter político. Era otra cosa. Se trataba, al modo cortazariano, de convertir una realidad gris en poética. Hubo un tiempo en que esto era posible. Ahora la realidad en que vivimos es, igualmente, tremendamente gris, pero ya nada nos hace creer que pueda ser posible una transfiguración de lo opaco en multicolor. El siglo XXI ha entrado en nuestros modos de sentir las cosas y mucho me temo que somos mucho más burócratas, más planos, menos imaginativos. Parece que toda nuestra furia creadora se ha polimorfoseado en tecnología y la lógica intríseca del sistema, que ahora nos absorben pero nos hace seres más mediocres, sin luz propia.


Al recordar estos happenings teatrales y otros que he dejado en el tintero, me asombro de que esto fuera posible, de que yo fuera un personaje tan subversivo y que consiguiera siempre locos dispuestos a secundar a un orate que siempre anheló haber formado parte del elenco del Living Theatre, en aquel tiempo en que se creía que todavía el mundo estaba por hacer y nos divertía desmontarlo, a modo de terroristas y provocadores en que pervivía el espíritu de las Vanguardias. 

jueves, 14 de mayo de 2015

La soledad radical del que no piensa eso sino que se pregunta por qué piensa eso.


Yo no sería buen político. En un tiempo milité en un partido político maoísta revolucionario. Era militante de base, pero en mi fuero interno, abominaba del marxismo y de su dictadura del proletariado. Había leído algo de lo que significaban las dictaduras comunistas, de su brutalidad, de su totalitarismo, de su violencia.. y las rechazaba por completo. ¿Qué hacía, pues, en un partido marxista leninista? Eran los tiempos de finales del franquismo y era una vía de acción para un joven inquieto.

Desde entonces soy consciente de que se puede defender algo y a la vez estar en el lado opuesto como modo de indagación experimental. Tal vez esto no sea entendido por la mayoría que espera que un hombre adulto posea coherencia y no se contradiga a sí mismo. Sería el principio de unidad de sentido y no contradicción. Es una tópica fantasía que levantamos para creer que somos seres de una pieza, lógicos y coherentes, pero no es así. No hay que escarbar demasiado para darnos cuenta de la impostura de ello. Todo el mundo lo niega y se quiere presentar como unitario y sin contradicción pero esto no es así. En primer lugar, la mayoría de la gente no sabe muy bien lo que piensa acerca de multitud de temas, y para saberlo, acude a lugares comunes, a tópicos, a fragmentos de juicio que ha oído en alguna parte para evitar emitir un juicio fundamentado de base personal. La mayoría de los llamados juicios se basan en estereotipos, en el llamado pensamiento positivo, en el difundido pensamiento progresista que es más cool que el pensamiento conservador. Si algo contradice nuestro supuesto punto de vista, esquivamos el escollo y vamos a otro argumento que nos sea más favorable. Las perspectivas se basan en tautologías autoevidentes que rechazan cualquier complejidad y expresan posiciones prístinas y no negociables. Por supuesto nadie escucha a nadie. Solo se espera con impaciencia el momento de soltar nuestro discurso inatacable, impecable, basado en el sentido común, en la lógica interna y en la coherencia personal. En general se parte de apriorismos distantes lo que, en definitiva, son sentimientos, modos de sentir diferentes, antitéticos, incompatibles. Así, la casi totalidad de nuestros juicios se basan fundamentalmente en emociones incrustadas y en lugares comunes. El sujeto cree que sabe pero lo único que hace es un ejercicio de mimetismo con algo que nunca ha reflexionado. Y la personalidad se construye así en base a fragmentos de algo que pretende ser unidad de sentido. Y se cree en esa ficción como si fuera algo fruto del esfuerzo personal cuando lo que es solo el efecto de una cómoda situación en que nunca se ha pensado sino en función de parámetros sumamente esquemáticos y gregarios.  

Enfrente de esto está el pensamiento desnudo, aquel que no confía demasiado en sí mismo, aquel que cuestiona la raíz del propio pensamiento, que no lo acata como algo inamovible sino como expresión de múltiples y variadas contradicciones que vertebran al ser humano en su realidad. Lo importante no es “yo pienso” sino “¿por qué pienso lo que pienso?” “¿de dónde salen mis ideas?” o en definitiva ¿qué soy yo? Así se pueden considerar puntos de vista divergentes en política, en lo social, en lo artístico. Dos puntos de vista contradictorios pueden ser simultáneamente verdad o ambos ser falsos. El que contempla las cosas de este modo puede jugar con esos posicionamientos sin aferrarse a ninguno con fuerza. Nada hay en el mundo de las ideas que no pueda ser rebatido, y no digamos en el mundo de la política donde todo es terriblemente demoscópico, evanescente, ambiguo, manipulador y nada es lo que parece. El pensador excéntrico se cuestiona continuamente por el sentido de sus ideas que no se consideran una posesión privada ni personal sino fruto de una afectividad que cambiarían totalmente si hubiera habido otra fuente de calor. Todos nos arrimamos al vivero ideológico que más consuelo nos ofrece, donde más cómodos estamos, donde nos podemos reunir con muchos más como nosotros. Así el ser sale de su soledad para fundirse con la mayoría pensante. Imaginen que tienen la oportunidad de salir a la calle con un millón de personas más que sienten de modo similar, que agitan las mismas banderas, que vibran al unísono. ¿Hay algo que confirme más intensamente la realidad de lo que se piensa que compartirlo con la sociedad entera que siente de modo idéntico? Así se han construido populismos, mayorías populares, dictaduras del sentido unitario cuando no es sino una unidad sentimental. Y pobre del que quede fuera de esa mayoría. Si está dentro, será considerado un hereje o un traidor, y, si está fuera, será considerado un enemigo, alguien a ridiculizar, alguien que irritará simplemente por estar fuera de la emotividad profunda de la mayoría.

Mis palabras, las de este blog, no son homogéneas, responden a estados disímiles, a momentos afectivos muy dispares, a procesos ideológicos contradictorios. Son fruto de una evolución que no será admitida por los que necesitan juicios sintéticos verdaderos y rechazan la especulación como algo inapropiado o como un lujo inadmisible, o peor, como una decepción, como una traición a lo que se fue en otro momento, y, así, es terrible confrontarse uno mismo a las palabras que escribió en otro momento, a las palabras que respondían a otro momento vital a otras consideraciones. No eran falsas, solo eran fruto de su instante de producción.


Nada hay que aleje más a los seres humanos que las palabras. Las palabras son las balas con que cargamos nuestras armas letales que expresan desde el desdén, al odio o la distancia inmensa que nos separa. Queremos compañía, no soportamos estar solos, siempre que hablamos en realidad estamos lanzando un mitin para nuestros adeptos, para nuestros fans, para nuestros seguidores, para los que levantan banderas semejantes a los nuestras, pero los verdaderos pensadores siempre han estado solos. Nada hay que los rescate de su real y auténtica soledad radical y sin consuelo.

viernes, 8 de mayo de 2015

Dos peligrosos chimpancés se escapan del zoo


Hoy en clase he planteado a mis alumnos de segundo de ESO si creían que los animales tenían sentimientos. La respuesta ha sido unánime, sin una sola excepción. Todos estaban convencidos de que los animales poseen sentimientos, que experimentan emociones. Les he hablado de una pareja de chimpancés que se habían escapado de un zoo de Sa Coma en Mallorca. Ella se llamaba Eva y él, Adán. ¿Podían estar enamorados y haber decidido escaparse juntos para ir más allá de los barrotes y el cemento ardiente en que los tenían encerrados en cubículos míseros? ¿Es posible que Adán y Eva fueran como Bonnie and Clide o como Romeo y Julieta? ¿Que aspiraran a la libertad, salir de esa tortura espantosa de estar encerrados en esos huecos ominosos llamados instalaciones para disfrute de niños y turistas que no se dan cuenta del horror que esto supone? Jane Goodall, la especialista mundial en chimpancés escribió un libro que tengo como oro en paño en mi biblioteca. Se titula En la senda del hombre en que desarrolla el estudio de los chimpancés en libertad, en estado salvaje. De su estudio y aceptación en el grupo de primates donde pasó largos años de su vida hay valiosas observaciones. Que los chimpancés tienen una elaborada vida social, que se comunican y expresan sus sentimientos, que tienen personalidad, hábitos, carácter propio, vivas emociones, gestualidad que es muy similar a la humana. Sienten felicidad, tristeza, dolor, enferman de depresión... Muchas crías son arrancadas de sus madres que son asesinadas y dichas crías son llevadas en jaulas a zoos de Europa. De cada cría que llega, mueren cinco en el camino de dolor y tristeza.

La similitud del chimpancé y otros primates con el ser humano es perturbadora. No hace falta sino pasarse unas horas en un zoo para verlo. Sus miradas son inquietantes. Y no es extraño que los chimpancés imploren ayuda a los turistas para que los saquen de allí, un lugar donde se pasan largas horas del día sin hacer nada, sobre el cemento, con dos comidas diarias (cuando los chimpancés en estado natural comen continuamente y a medida que tienen hambre), con agua insuficiente con temperaturas elevadas que los ponen muy nerviosos, continuamente exhibidos ante la gente que se ríe de ellos considerándolos simplemente monos graciosos.

Adán y Eva decidieron escaparse juntos y lo hicieron. Tuvieron la picardía de esperar un fallo en el sistema eléctrico de los barrotes, rompieron los cristales y salieron juntos de la mano, abrazándose en busca de la libertad, más allá de aquel lugar de tortura en el que solo se podía enfermar de depresión. Cada día les daban diazepán y si se mostraban muy apáticos, antidepresivos, los mismos que toman los seres llamados humanos.

Se alarmó a toda la isla. Los vecinos del zoo se encerraron en sus casas, se extendió el pánico ante la fuga de dos ejemplares violentos y peligrosos. Rápidamente se organizaron en las zonas boscosas patrullas armadas de unidades de Seguridad Ciudadana y del SEPRONA, con un helicóptero, unidos a técnicos especialistas de la fauna silvestre, policía local y Guardia Civil.

Eva fue acribillada ante los ojos de Adán. No se le disparó un dardo narcótico para dormirla. Todas aquellas unidades estaban enfebrecidas de miedo antes los primates peligrosísimos. Su aventura tenía que acabar. El cuerpo de Eva se retorció y cayó rodando. Adán escapó lleno de un terrible dolor. Ya no podría abrazar a Eva, su amor. Sentía pánico, el helicóptero le aterrorizaba, iba dando vuelos rasantes para hacerlo salir de su escondite en el bosque. Adán no tenía nada ya por qué vivir. Su compañera había sido asesinada. No había salida. Las unidades se reforzaron con más efectivos. Eran decenas y decenas de hombres rastreando cada centímetro de la zona. Sus sentimientos eran de profundo miedo existencial, de desamparo, de violencia contenida, de odio, de saberse solo. Sus ojos estaban dilatados por el miedo. Siguió por el bosque, no estaba habituado a la libertad, vio una masía y en ella una balsa de agua, tenía sed, mucha sed, tenía fiebre, un dolor inmenso le desgarraba el corazón. No quería que lo cogieran. No quería volver allí y sin Eva. Vio la balsa y se arrojó a ella. Sabía que no sabía nadar. Las patrullas lo encontraron muerto ahogado en la balsa. No pensaban dormirlo, hubieran disparado con fuego real porque los dardos narcóticos tardan cinco minutos en hacer efecto y un chimpancé, un mono loco, es muy peligroso. La comarca respiró aliviada. Los niños salieron de nuevo a la calle, los viejos salieron a fumar sus pipas y los turistas pudieron seguir yendo al zoo que pronto tendría nuevos chimpancés que llegarían pequeños, graciosos, crías entrañables a las que habría que cuidar como a niños para exhibirlas.


Ya Adán y Eva no eran un peligro. Nadie contará su historia. Yo he querido hacerlo.

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