Pocas veces me he encontrado con un grupo humano en la clase
de literatura de bachillerato tan fascinante como el de este año. Son doce:
ocho chicas y cuatro chicos. Los chicos no cuentan. Están totalmente fuera de
juego y me duele que sea así, pero es así efectivamente. Y las ocho chicas, son
cuatro de origen magrebí, dos latinoamericanas y dos nativas. Lo fascinante es
el nivel de implicación en la clase, la intensidad de los debates que se
originan, las preguntas continuas y pertinentes, la capacidad que tienen de
comprender los problemas literarios que se derivan de El Quijote en cuya
lectura estamos inmersos. Hay alguna de estas muchachas cuya agudeza literaria
es prodigiosa y eso el profesor lo nota por la precisión de muchos de sus
comentarios a la lectura y a los problemas planteados en clase. Falla en
general su capacidad expresiva, el dar forma a lo que entienden porque su
lenguaje es harto precario, su léxico escaso y su agilidad verbal no es
excesiva, además del nivel ortográfico que es preocupante. Sin embargo, no es
fácil encontrarse con un grupo que sea tan fácil motivar y que responda con
prontitud a estímulos intelectuales planteados con rigor. El profesor disfruta
en la clase y nota que estas muchachas también disfrutan, y eso es el máximo a que
un estudioso de la literatura puede aspirar.
Hoy les he explicado El Quijote del mismo modo que me lo
explicó en la universidad de Zaragoza, el investigador y profesor Agustín
Sánchez Vidal. Mediante el cuadro de Las Meninas de Velázquez, un cuadro conocido
por todos pero que no es demasiado comprendido, al menos para mis alumnas ha
sido una revelación. Las Meninas
presenta a las dos infantas que han irrumpido en el estudio del pintor. Las dos
miran al frente donde se sitúan, fuera del cuadro, sus padres, los reyes, que
están posando para Velázquez que se incluye en el cuadro, una verdadera audacia
por su parte. ¿Por qué sabemos que lo que está pintando Velázquez son los
reyes? Porque los vemos reflejados en el espejo que hay en el fondo del cuadro.
¿Qué refleja ese espejo? ¿A los reyes directamente? No, eso es lo genial porque
por estudios de angulación de la imagen sabemos que lo que refleja ese espejo
no es a los reyes sino el cuadro que está pintando el pintor. Es un juego de
reflejos y de relación entre realidad y ficción, problemas profundamente
barrocos ya que el hombre barroco, el hombre de pensamiento y los artistas
reflexionan sobre la contradicción entre realidad y apariencia, entre realidad
y sueño, entre realidad y ficción. ¿Qué es real? La naturaleza de la realidad
se hace centro de la reflexión del artista barroco, y así sucede en El Quijote
en que la realidad que nos plantea la novela es compleja.
Hay dos narradores:
uno arábigo, coetáneo de don Quijote que lo conoció y estuvo cerca de sus
andanzas. Este es Cide Hamete Benengeli. El segundo autor encuentra los
manuscritos en árabe de Cide Hamete y los hace traducir por un moro aljamiado.
Algunos han supuesto que este segundo autor es Cervantes, aunque daría lugar a
discusión este extremo. El segundo autor recoge el testimonio de Cide Hamete
sobre Don Quijote comentándolo y llegando a descalificar al primer autor por
ser moro y ya se sabe que los moros mienten. Tenemos pues dos voces narrativas
que se contradicen sobre lo que cuentan. A estas se une la voz del traductor
que también comenta lo que traduce juzgando a veces por inverosímil la versión
de Cide Hamete. De tal modo que tenemos tres voces narrativas que entran en
contradicción contando una historia que tiene como protagonista a un personaje
que se inspira en los libros de caballerías para dirigir su acción. Este
personaje, Don Quijote, debate continuamente con Sancho mostrando cada uno una
visión de la realidad distinta y en conflicto. En la primera parte don Quijote
transforma la realidad para acomodarla a su mundo de ficción. Donde hay
molinos, él ve gigantes, donde hay rebaños, el ve ejércitos enemigos, donde hay
ventas, el ve castillos, donde hay cortesanas de vida fácil, el ve a altas
damas y doncellas. En la segunda parte, en cambio, don Quijote ve las cosas
como son en realidad, pero son los demás, que han leído su historia publicada, los que para reírse simulan un mundo de caballerías que no existe. Así don
Quijote verá a tres labriegas donde Sancho le dice que es la excelsa Dulcinea
del Toboso. Y toda la segunda parte es el territorio que tiene como eje el
desencantamiento de Dulcinea del Toboso pues para Don Quijote, esta ha sido
encantada. No puede verla como él la imagina, puesto que la ve degradada.
En la segunda parte todos imitan el mundo de caballerías de Don Quijote para
burlarse de él, y esta historia nos es contada desde tres ángulos de visión
distintos, el de Cide Hamete, el del traductor y el del supuesto Cervantes que
niega los anteriores. ¿Qué es real y qué es ficción? La ficción se imbrica en
la realidad que es tan ficticia como la primera pero nos da la impresión de ser
real. El resultado es una realidad muy compleja y conflictiva. Don Quijote de
la Mancha no es simplemente la historia de un loco trastornado. No. Es una
reflexión metódica sobre los límites de la realidad y su relación con la
ficción y la literatura. Es un juego apasionante de pura literatura, pues es
una obra basada en modelos literarios anteriores a los que se da un extraño
giro que convierte la aventura de don Quijote en la prospección artística más
compleja que se ha visto en la historia de la literatura y generando un héroe
que adquiere ante nosotros una dimensión humana sorprendente, pues en medio de
todo este entramado de complejidad, emerge una vida humana en toda su grandeza,
su miseria e incertidumbre. Todos nos unimos al viaje vital de don Quijote, un
viaje humorístico y cruel, en el corazón de la literatura.
Don Quijote es la historia de un caballero cincuentón que se
aburre en su lugar y decide meterse en los libros de caballería para disfrutar
de una vida más alta y amena. Se mete y como en un juego de espejos semejante
al de Velázquez transforma la historia de la literatura y del modo de enfrentarnos
a la compleja relación entre realidad y ficción. Y esto lo hizo también un
cincuentón fracasado, un tal Miguel de Cervantes, cuya vida distaba mucho de
ser feliz o exitosa y sí más bien amarga y desdichada. Su obra triunfó como
libro de reír, un libro cruel, que encantó a los españoles, pero fueron los
ingleses los que descubrieron la verdadera dimensión literaria de Don Quijote.
Los españoles olvidaron El Quijote durante más de un siglo despreciándolo por
ser un libro que gustaba tanto a los ingleses. Solo Galdós, dos siglos y medio
después, continuó la obra de Cervantes asumiendo sus planteamientos narrativos.
Y lo cierto es que El Quijote es un libro del que todo el
mundo habla y conoce la historia de los molinos de viento, pero muy pocos han
entrado a fondo dentro de él. Para mi placer, en clase de literatura de
bachillerato, las muchachas han entrado en el juego y, seducidas por él, juegan
ya con los narradores y el multiperpectivismo de la narración. Me lo paso
bomba.