Sobre las diez de la mañana ha llegado hasta mí la muerte de
Ana María Matute (1926-2014) . Me he sentido conmocionado por la noticia que, aunque previsible, me ha afectado en mucha mayor medida que la de
cualquier otro escritor. Y es que Ana María formaba parte de mi familia, de mi adolescencia, de mi faceta de
profesor, de los trabajos que hicieron mis hijas de pequeñitas para el cole.
Este año y el anterior, además, su novela Luciérnagas
ha sido prescriptiva en bachillerato para las PAU. Me he quedado un momento en silencio y mi mente ha evocado su
imagen bellísima como anciana, sus palabras cálidas, su lucidez... Y me he ido
hasta ella recordando el poder de su narrativa -ella que empezó a escribir a
los cinco años con faltas de ortografía-, su grave enfermedad a la misma edad,
sus estancias en Mansilla de la Sierra con sus abuelos... que conformarán a
alguno de sus personajes como Paulina.
Me he recogido y el resto del día he ido leyendo entrevistas suyas, esas en que
rechaza radicalmente hablar de política, en que habla del universo mágico en
que ella vive y que se proyecta en su literatura, tanto que dice que no hay
libro suyo por realista que parezca que no contenga elementos mágicos. Para
ella la vida, la existencia, era mágica, y el escritor penetra en esa magia
incorporándola a sus personajes, muchos niños o adolescentes que sufren el gran
trauma de la pérdida de la inocencia. Porque nuestra vida es dejar atrás esa
inocencia que somos cuando somos niños, pero algunos la conservan en parte,
como ella, que nunca terminó de crecer del todo y, así, oírla y leerla es
hablar con esa niña perversa y cruel, pero buena en el fondo.
Ana María Matute
era tartamuda cuando niña. La tartamudez se le curó con el miedo durante los
bombardeos sobre Barcelona durante
la guerra Civil, un tema que aparecerá en numerosas obras suyas. Nunca se
sintió como las demás niñas ni le interesaban los temas de ellas ni de las
damas de la burguesía que solo se centraban en trapos y novios. No, ella vivía
en su propio mundo que salía a raudales en sus relatos protagonizados por
adolescentes que debían crecer en un mundo triste y feo, que solo, por la
literatura se convertía en lírico y mágico. Porque la mirada de Ana María Matute era desoladoramente
triste. Esto nos ha sorprendido este año durante la lectura y comentario en
clase de bachillerato de Luciérnagas.
La protagonista, Sol Roda, educada
en un medio social afortunado se enfrenta con el estallido de la guerra en Barcelona al hambre, el asesinato de su
padre por los republicanos, la pérdida de todo lo que constituía su mundo... y
ha de encontrar de nuevo sentido a su vida. Y lo encuentra en el amor, porque
Sol, igual que Ana María Matute, reclama amor como fuerza esencial de la vida. No
cuento el final de la novela porque animo a leerla y descubrir la tremenda
precocidad narrativa de Ana María a
sus veintitrés años. Mis alumnas, alguna de edad cercana a la de la autora
cuando su obra fue finalista en 1949 en el Premio
Nadal, se sorprendieron de la riqueza expresiva y de la potencia de su
mirada sobre las circunstancias de los seres humanos a los que comprendía bien
sabiendo, no obstante, que cada uno era un misterio insondable.
Sobre 1973 o 1974, Ana
María Matute sufrió una profunda depresión que la aquejó durante casi
quince años y dejó de escribir y publicar. Esta depresión, en un tiempo en que
ella era feliz y tenía todo lo que se podía anhelar, la hundió en una sima que
ella explica remitiendo a ese libro extraordinario que es Esa visible oscuridad de William
Styron, libro que he leído hace años y que desarrolla desde dentro qué es
una depresión, uno de las enfermedades más dolorosas que pueden afectar al ser
humano.
Hacia los noventa salió de ese pozo y comenzó a recuperar su
vida como escritora y, curiosamente, se descubre a una Ana María Matute más reconciliada con la realidad, más optimista, más
serena, y sus libros se orientan, más que al realismo de lo circundante,
hacia una Edad Media como en Olvidado Rey Gudú (1997) y Aranmanoth en que aparece un mundo más
que fantástico, mágico. Siempre ha rechazado que su literatura fuera
autobiográfica, pero es cierto que muchos de sus relatos evocan y recrean
experiencias suyas. Llegaron los premios y el reconocimiento universal a una
escritora que vivió un tiempo en que dominaba la literatura social, pero ella
creo un mundo radicalmente propio que no se puede encasillar. Probablemente sea
la escritora más singular de su generación. No es que ella no diera importancia a
temas como la injusticia, el dolor, la opresión, la falta de libertad. Sí que se
los dio, pero entiende que el compromiso del escritor se da en su obra y en ella
como artista. Entró en la Real Academia
de la Lengua, recibió hace tres años el premio Cervantes, el último del ámbito hispánico que le faltaba y tuvo que
leer un discurso en el paraninfo de la universidad de Alcalá de Henares a toda la élite política y cultural que estaba
allí presente, y no quiero pensar el esfuerzo que tuvo que hacer para no salir
de allí corriendo.
En los vídeos en que se la ve en los últimos años de su vida
había perdido ya esa frescura y rapidez que le era consustancial y fue tal
vez retornado a ser esa niña que ella anhelaba en el tiempo mágico de la
infancia, un periodo “completo, autónomo y poético” fuera de toda blandenguería
donde los niños viven tal vez las experiencias más hondas de su existencia para
desembocar luego en ese periodo triste de la adolescencia, o al menos así
aparece como reflejada en sus novelas, ya que se abandona la niñez para siempre
y se pierde la inocencia.
No he hablado demasiado de sus libros. He dejado enlaces para
los que queráis saber más de ella y su obra. He preferido redactar a vuelapluma
mis primeras impresiones, mi mirada cercana a su vida y su obra. Hoy me falta alguien que hacía mi Barcelona más cálida y humana. Lástima
que no la haya llegado a conocer. Y si me preguntan qué me hubiera gustado
llevarle a su casa para charlar con ella, no me cabe duda de que hubiera sido una
botella de buena ginebra para hacer un gin-tonic, ese combinado que le quitaron por los achaques y que ella
siempre reclamaba en sus entrevistas.
Por tí, Ana María,
este gin-tonic lo bebo por ti. Te deseo que encuentres al otro lado de la
vida, alguien o algo esperándote como tú anhelabas.