Esta madrugada me he despertado a las tres muy inquieto, y en seguida me ha venido a la mente el motivo de mi despertar alterado. Pensaba en la clase que tendría que dar ese día a un grupo de tercero de ESO a las doce y media de la mañana. No he podido dormir más y dando vueltas en la cama hacia un lado u otro, intentaba pensar qué podría hacer para reconducir esa clase que sueleser desastrosa, por la hora o por la materia o por las circunstancias que acompañan a uno mismo.No he podido dormir más dominado por la ansiedad que me producía la llegada del nuevo día.
Todo ha ido aceptablemente bien hasta que ha llegado el momento de enfrentarme a ese curso de tercero de ESO ante el cual cualquier sistema está condenado al fracaso. Antes ha venido a vernos una excompañera que ha conseguido la jubilación anticipada por padecer cáncer, felizmente superado. Recuerda la dureza de los cursos a que tuvo que enfrentarse en los últimos años, la dureza y la estructura burocrática del centro que implica reuniones continuamente, actas, valoraciones, programaciones y una política que favorece continuamente a los alumnos más conflictivos que saben que no pueden temer nada del sistema disciplinario.
He llegado y, a pesar de mi buena voluntad, lo más magnánimo que puedo decir es que no ha funcionada nada de lo que había ideado a lo largo de la noche y de los últimos días. ¿Qué actividad hacer a una hora en que están agotados y extenuados? ¿Conseguir un clima de silencio? No sé si se darán cuenta pero esto es una broma porque el silencio es una excepción que les molesta a mis alumnos. Están acostumbrados al rumrum, a las intervenciones de los descarados y graciosos de la clase que provocan una reacción en cadena continuamente. Cualquier actividad fracasa porque a esa hora no están ya para más esfuerzos. Las clases magistrales no funcionan, los ejercicios individuales tampoco porque no están para más trabajos. Hay, por el contrario, magníficos alumnos que necesitarían de un clima de atención y trabajo para poder rendir. Dentro del desorden general adviertes que hay cinco o seis alumnos que siguen la clase, que preguntan incluso, que quieren saber, que merecerían otro ambiente. Los considero heroicos en poder seguir el desarrollo del profesor en medio del caos general. Alguno de estos alumnos es inmigrante marroquí, una muchacha con deficiencias físicas que necesita de asistencia para poderse desplazar, pero, para mi sorpresa, esta muchacha me plantea muchas preguntas interesantes a las que me esfuerzo en contestar. Es la única que pregunta con clara intención y de forma muy certera. El ambiente de la clase no le afecta.
Alguien dijo una vez que los alumnos son como animalicos, que se mueven por ciclos biológicos, o temporales. Y algo de esto he de admitir. Estos alumnos tomados a otra hora son totalmente inofensivos e incluso se pueden hacer cosas con ellos. A la hora en que yo los recojo, por decirlo de alguna manera, es una odisea mantener el ánimo y la moral. ¿Qué puedo pensar después de una clase como esta? Les pregunto. Ellos sin perder la compostura, aunque gritando, me responden que me tome un cortadito, y que cómo están ellos. Cuando quiero hablarles de corazón a corazón, me espetan que si soy afeminado por mi extrema sensibilidad, que lo único que pasa es que es una mala hora.
Nadie de los que teorizan sobre la enseñanza podría dejar de observar una clase de estas características, y yo me pregunto si es lógico tener a unos muchachos de quince años encerrados a contre coeur tantas horas recibiendo información sobre figuras retóricas, la estructura de la oración compuesta, o lo que constituye la esencia de lo literario. Me veo ridículo explicando estas cuestiones que sólo llegan a unos pocos, muy pocos, pero el resto a determinadas horas no están para nada salvo para hundirle la moral, la poca que le queda, al profesor de turno. Cuando comenta esto en la sala de profesores se encuentra rápidamente a otros compañeros que reconocen padecer insomnio muchas noches esperando la jornada laboral del día siguiente. Eso sí tomándoselo con mucho humor. ¿Dar clase? ¿Avanzar materia? ¿Promover la comprensión lectora? Es prácticamente inútil. Lo poco que se puede hacer es minúsculo. No me extrañan los resultados del informe PISA sobre comprensión lectora. Mis alumnos no son capaces de entender la mayor parte de los enunciados de las preguntas que se les hacen, y el clima para ayudarles a resolverlos, les aseguro que no son los más adecuados.
No sé dónde trabajarán otros de mis compañeros que leen el blog. Mi centro está en una barriada muy compleja socialmente, en que la mayor parte del alumnado es inmigrante en difíciles condiciones de subsistencia. El acceso a la cultura es pura ciencia ficción.
¿Qué se puede hacer? Intentar no sufrir, supongo y saber que lo que es imposible es imposible. Pero les aseguro que en estos contextos tan difíciles hay alumnos que luchan por hacerse un hueco, por progresar, por aprender. Supongo que por ellos sobre todo seguimos en la brecha a pesar del insomnio nocturno.