
No guardo un mal recuerdo de mi servicio militar. Acababa de terminar la carrera de Filología Hispánica y me incorporé inmediatamente. Todavía no había iniciado mi carrera profesional. Tenía por delante trece meses de incertidumbre y de vida militar. Lo primero que me viene a la cabeza de aquel año es la idea de paréntesis y de multitud de conversaciones con personas de los más variados rincones de España. Era una época de excepción para todos. Todos estábamos obligados, fuera de nuestras circunstancias habituales. Tuve mucho tiempo para pensar durante las guardias, durante los turnos inacabables de cocina, los refuerzos…
Me gustaban los turnos de guardia al amanecer entre las cinco y las siete. Me subyugaba el momento del alborada y ser consciente del despertar del día, pasar del silencio casi completo de la noche al inicio del movimiento cotidiano. Llevaba mi fusil de asalto CETME, mi fiel compañero. Es la única vez que he tenido un arma en mis manos. A veces me la apoyaba en el mentón y pensaba en lo que sería dispararla. Le daba vueltas y acariciaba el gatillo. Me di cuenta entonces de que quería vivir, la vida era un desafío que merecía ser probado. En la radio que llevaba llegaban noticias de la revolución islámica de Jomeini, o la visita del papa a Méjico o los inmisericordes y cruentos atentados de ETA tan terribles en aquellos años.
Cuando acabé el campamento me destinaron a una Caja de Reclutamiento, la 511, sita en Zaragoza. No sé por qué avatares terminé en una oficina y de ayudante del comandante médico que hacía la revisión de aquellos reclutas que querían librarse de la mili por alguna causa médica. El comandante recibía con paciencia a los muchachos que alegaban alguna enfermedad o cuestiones relativas a la falta de visión o pies planos. Los motivos eran muchas veces inventados pero en otras ocasiones eran fundados.
Recuerdo que en una ocasión tuvimos una visita muy particular. El policía nacional había llamado por su nombre a un tal Antonio López Carmona. El recluta parece que quería alegar algo. Cuando lo vimos entrar por la puerta para nuestra sorpresa era una hermosa muchacha fina y delicada. ¿Antonio López? Soy yo –nos contestó con voz meliflua-. Nos miramos desconcertados el comandante y yo, que debía tomar nota de todas las incidencias. Antonio López debió desnudarse por orden del militar. Tenía sus genitales entre las piernas y daba la impresión de ser una mujer auténtica. Pocas veces he visto un cuerpo tan bien formado, tan íntimamente femenino. El muchacho claramente no podía hacer la mili pero no había en el reglamento militar ningún apartado que recogiera su caso. Antonio López era el hijo del faraón de los gitanos, según me dijeron. Su llegada al Hospital Militar fue apoteósica pues allí todos los que estaban internados eran varones. Antonio, llamado Eva en su vida femenina, se dedicaba a provocar a los soldados con el más absoluto desparpajo y lubricidad. Terminó siendo excluida por alguna causa cuya calificación no recuerdo, creo que tenía que ver con el aparato urinario. Su estancia en el Hospital Militar fue divertidísima. No la podían haber puesto en un lugar más apetitoso para la vista y el disfrute de los sentidos.
Otra vez fuimos con una furgoneta y un soldado armado, que me acompañaba, a casa de un recluta al que debíamos llevar al Hospital. Sergio Mercader se llamaba y tenía una historia que me emocionó. El muchacho padecía leucemia en una fase ya terminal. Hacía años que había sido diagnosticada. A pesar de ello Sergio había cursado la carrera de Farmacia con excelentes notas. Sergio nos recibió con una mirada dulce y profunda. Tenía una pequeña bolsa preparada para su ingreso en el Hospital. Tendría que pasar un par de semanas allí. Recuerdo su personalidad firme y segura, su serenidad extraordinaria. Durante el trayecto estuvimos hablando de Literatura. Había visto que se llevaba un libro de Borges, Ficciones. Yo era un entusiasta del escritor argentino. Hablamos con admiración de relatos como Pierre Menard, autor del Quijote, El jardín de los senderos que se bifurcan, Funes el Memorioso, y por último de El Sur, acaso el mejor cuento de Borges según él mismo. Aquel muchacho, marcado por un signo aciago, era un devorador de literatura según él me confesó. Le quedaban, según me enteré después, unos meses de vida. Lo llevamos hasta la oficina de admisión del hospital Militar y me despedí de él dándole un fuerte apretón de manos aunque me quedé con las ganas de abrazarlo. Pasé con él escasamente una hora y media, pero su imagen se me ha quedado grabada como la del símbolo de la vida que lucha y crece contra toda desesperanza. Ojalá que donde estés, Sergio, puedas seguir disfrutando de la buena literatura y que puedas tener largas y fecundas conversaciones sobre poesía.
Recuerdo inolvidables encuentros con compañeros de armas en la cantina con infinidad de cervezas y bocadillos de atún y sardinas. La vida era sentida como un prodigio y nos encantaba charlar de lo que haríamos cuando acabáramos aquella interminable mili en la que ya nos estábamos curtiendo. Algunos tenían novias que los estaban esperando, trabajos en suspenso, carreras por terminar…
En las noches de guardia miraba el firmamento y pensaba en el sentido de la vida. El cetme era como una mujer que te acompañaba. Al menos eso era lo que nos decía el sargento. A ratos componía para mí versos que nadie escucharía, imaginaba viajes a países lejanos, lamentaba errores o me alcanzaban estados de zozobra por motivos que luego se revelarían como inconsistentes. Fue un tiempo de espera y de aprendizaje, pero también de profunda camaradería con compañeros que luego ya nunca volví a ver ni a saber de ellos. Las amistades de la mili terminaban con ella.
A veces cuando veo a mis alumnos pienso si en realidad ha sido tan buena idea la desaparición del servicio militar. Nunca en la vida se posee un periodo de excepción tan fecundo para pensar, un poco alejado de todo y en contacto con personas que no hubieras conocido de otra manera. Lo políticamente correcto nos ha llevado a su extinción, pero en mi fuero íntimo creo que, bien planteado, podría haber sido una experiencia sumamente interesante y con componentes de solidaridad. Ese es al menos mi punto de vista ya desde la distancia.