Mi plan lector este año académico para
segundo de ESO ha planteado algunas lecturas sencillas y asequibles para ellos,
digamos de literatura juvenil que han tenido algún éxito y su valoración ha
sido positiva. Por otro lado veo que los chicos y especialmente las chicas van
leyendo libros que consideran interesantes: románticos, góticos, cómics...,
libros que yo no les he recomendado pero cuya lectura les produce tanto gozo a
ellos como a mí, aunque no sean paradigmas de calidad literaria. A veces leen
tetralogías de setecientas páginas como las de la serie de AFTER de Ana Todd (Amor infinito, Almas perdidas, En mil
pedazos... que recrean la romántica aventura de Hardin y Tesa. Algunas
veces veo que alumnas que son carne de fracaso por su alejamiento de los estudios
están embebidas en clase leyendo estas aventuras mientras yo me desgañito
explicando el uso de las oraciones recíprocas o reflexivas. Y no se lo
reprocho. De hecho se lo permito con mi despiste selectivo. Prefiero esto a
que se dediquen a no hacer nada o a dinamitar la clase.
Sin embargo, en esta evaluación les he
planteado una lectura más exigente, una lectura ya literaria. Quiero ponerlos a
prueba. Sé que el libro que les he impuesto como obligatorio no será del gusto
de todos, pero tal vez habrá alguno que le sea especialmente revelador.
Arriesgarse por una lectura literaria es complicado en una edad en que todavía
son muy niños, pero quiero tensar la cuerda. La lectura de este trimestre es el
famoso El guardián entre el centeno
de J.D. Salinger, un libro difícil
para ellos y ante el que está habiendo reacciones dispares. Supongo que mis
abnegados lectores y lectoras conocen esta novela de culto en la literatura
norteamericana. Son las memorias de Holden
Caulfield sobre cinco días de su vida durante las navidades del año pasado
tras haber sido expulsado del colegio de élite Pencey. Su principal dificultad es que pasan pocas cosas. Holden nos cuenta en primera persona su
recuerdo de estos días antes de ser ingresado en un centro presumiblemente psiquiátrico,
algo que no se explicita en la novela. Toda la novela pasa por la mente
neurótica del personaje que nos cuenta esencialmente todo lo que odia (casi
todo) y lo que ama (algunas cosas). Detesta y se siente repelido por la inmensa
mayor parte del género humano al que califica continuamente con los adjetivos
más negativos. Tiene dieciséis años y pasa unos días, con bastante pasta,
esperando volver a su casa cuando ya sepan sus padres que ha sido nuevamente
expulsado de una escuela por su bajo rendimiento. Holden fuma y bebe, va con
prostitutas, habla de sexo, todo con un lenguaje sumamente descarnado y
directo. Nos muestra sin ambages su visión de la sociedad en una etapa
adolescente en la que siente verdadero asco por hacerse mayor. Es un radical de
la pureza, es un fanático de su individualismo feroz. Adora a su hermana
pequeña Phoebe, es lo que más
quiere, y detesta a su hermano D.B.
que ahora vive en Hollywood prostituyéndose
escribiendo relatos para el mundo del cine, un mundo que Holden odia. Su visión de todo es corrosiva, nada tranquilizadora,
nihilista, destructora. Es un personaje ante el que no hay muchas reacciones
posibles. O te identificas con él o lo rechazas. Te sientes cercano a esa rabia
adolescente que odia el mundo de falsedades de los adultos o te carga un tipo
tan impertinente y tan amargado que solo sabe hablar mal de todo y de todos.
El
libro contiene una profunda carga de angustia existencial, un concepto difícil
de digerir y de percibir conscientemente. David
Jerome Salinger era un adolescente que asistió a diversos colegios de
disciplina militar, algo que él amaba. Tal vez es lo que le falta a Holden Caulfield para que alguien le
marque qué debe hacer, él solo se pierde. Salinger
tuvo una enorme decepción amorosa en su romance con Oona O’neill (La hija de Eugene
O’neil, premio Nobel de literatura). Era una adolescente preciosa a la que
él cortejaba, pero esta prefirió a otro hombre casi cuarenta años mayor que
ella, me refiero al conocido Charles
Chaplin, con el que tuvo ocho hijos. Salinger
marchó, herido en el alma, como
voluntario a Europa para participar
en la Guerra Mundial. Estuvo en la más terribles contiendas bélicas de la
misma: en el desembarco en Normandía,
en la horrorosa batalla del bosque de Hurtgën,
en que perecieron más de veinte mil norteamericanos, la batalla de las Ardenas en pleno invierno que fue una
de las más devastadoras, y llegó al campo de exterminio de Dachau donde tuvo ocasión de ver el horror en estos campos de
muerte abandonados por los nazis. En su mochila de combatiente llevaba una
libreta en que iba escribiendo en medio de la angustia de la guerra: era el
borrador de El guardián entre el centeno,
repleto de esa tensión psíquica interior de un hombre abrumado por la realidad
que proyectó en ese adolescente que es Holden
Caulfield. Esa tensión interior se siente viva por cualquier lector de la
novela. Hay algo extraño en ella. Hay verdadera materia explosiva en esos
sentimientos torrenciales de las querencias y los odios elementales de Holden Caulfield hacia el mundo. En
ellos se proyectaba la personalidad compleja y contradictoria de Salinger que expresó su mundo en esa
novela diabólica para algunos. De hecho las escuelas americanas se dividen
entre las que proscriben decididamente esta novela a los adolescentes y las que
la consideran una obra maestra innegable.
Hoy una alumna a la que aprecio
especialmente a pesar de su nulo rendimiento académico, me comentaba, a
propósito del personaje, que ella también odiaba al mundo. Le he hablado de los
hater, esa dimensión de la que hemos hablado
mi amigo José Antonio Rodríguez y
yo. Los hater son una especie de
almas que odian la sociedad, a la que es muy difícil acercarse. Salinger era un
hater, avant la lettre, solo le atraía la pureza de la
adolescencia con la que mantuvo relaciones que podríamos entender como
enfermizas o patológicas.
Claro que mi función como profesor de
literatura es difundir modelos empáticos, modelos cálidos, comprensivos,
cordiales, amistosos, amorosos, que señalen la belleza de las relaciones
humanas y de la realidad del mundo. Lo acepto, pero estimo que también hay otro
tipo de chavales que pueden encontrar en lecturas complejas un mensaje que
conecta con su mundo interior dándole forma y dirigirles la rabia hacia la
literatura. No en vano, el fracasado Holden
Caulfield era un genio en el campo de la escritura. Y además bailaba muy
bien y le encantaban las chicas guapas. En el fondo es un romántico en un mundo
que no tolera el romanticismo auténtico.
La turbiedad de la lectura es
impresionante. No les estoy proponiendo cualquier cosa. No. Es una apuesta que
mi amigo Marcos Román seguro que no
encontrará demasiado afortunada pues piensa que la pedagogía debe ser amable,
cercana y no plantear problemas que el profesor no ha explicado en clase. Pues
bien, no lo he explicado. Espero su reacción en directo. Seguro que me llueven
tomates.