Jonathan Littell es el autor de una larga novela con estructura musical titulada, como saben, Las benévolas. Durante su lectura (mes y medio) me he visto absorbido por la historia –un largo monólogo- de un antiguo oficial de las SS, Maximilien Aue que comienza la novela en el movimiento de “tocata” dirigiéndose a nosotros para decirnos: “Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió”. A partir de aquí, el narrador asume el papel de hombre normal al que le tocó vivir una porción de la historia de la que no se arrepiente en absoluto. El fue una pieza de un entramado social, político e histórico y la mayoría de los que le leemos, si hubiéramos vivido aquellas circunstancias -según Aue- , hubiéramos colaborado con lo que allí pasó.
Maximilien Aue es el eje del libro y su larga confesión, redactada con claridad, no oculta la naturaleza terrible del Holocausto especialmente en el frente ruso y polaco donde tuvieron lugar las mayores atrocidades. Hay lectores que han reconocido la dificultad de leer muchas de las páginas de este libro. Admito que la desnudez extrema de los asesinatos en masa de poblaciones enteras judías, gitanos o deficientes mentales, es un plato difícil de digerir. ¿Cómo fue posible aquello? Es la pregunta que se hace Jonathan Littell y la misma que se planteaba Primo Levi en La tregua, una vez liberado de Auschwitz. Pasaba éste de retorno a Italia por poblaciones alemanas, una vez concluida la guerra, y miraba los rostros de aquellos alemanes derrotados. Eran personas aparentemente normales. ¿Cómo pudieron haber hecho “aquello”? ¿Cómo el Nacional Socialismo llevó a un pueblo culto a semejantes extremos de brutalidad fría y terriblemente bien planificada?
Las benévolas es la disección de la personalidad de un verdugo y de una ideología. El protagonista es un jurista aficionado a la literatura y a la música. Tiene entre sus libros de cabecera El banquete de Platón, los diarios de Stendhal o La Educación sentimental de Flaubert, obras que lee durante las matanzas masivas en las que él no participa directamente. Él es un oficial de enlace pero lo observa todo desapasionadamente y haciéndose incluso preguntas sobre la naturaleza del “otro”, el que tiene en frente. En algún lugar de la novela incluso reflexiona sobre la imposibilidad de matar a un niño judío sin ver quien lo mata a sus propios hijos. El narrador no carece, pues, de conciencia moral. En otros momentos incluso, llorando, en medio de una crisis nerviosa y alta fiebre confiesa a una mujer enamorada de él –Helene- lo que están haciendo con los judíos. Esta conciencia moral es lo que más me aterra del libro porque ni aún con ella, el protagonista deserta de su colaboración con el genocidio. Tengamos en cuenta además que el protagonista es homosexual y debe ocultar cuidadosamente su tendencia en una Alemania que los perseguía como degenerados.
La novela es un análisis también del Nacional Socialismo como ideología generadora de aquello. Toda ella se ancla en el Volk, la nación o el pueblo alemán, como matriz de pertenencia de todos los alemanes arios. El Volk es soberano y en el Führer se expresa o se encarna esa soberanía. De esa soberanía deriva la ley, y un buen alemán debe obedecer las leyes y al Führer. Si a un alemán le toca –por azar del destino- ir a un campo de concentración o formar parte de un comando de aniquilación de judíos, no es por su voluntad. Su obligación es cumplir la ley y sólo el azar le convierte en “asesino” en vez de “héroe”. Algunos historiadores han visto como algo folclórico todo ese entramado nacional socialista y han querido reconocer en el comunismo una ideología más seria. Sin embargo, en la visión de Littell la ideología del Volk hunde sus raíces profundamente en la cultura alemana y ayuda a entender cómo funcionó aquello.
Los alemanes sabían. Himmler expresó claramente en sus discursos qué estaban haciendo con los judíos, pero la pertenencia al Volk les obligaba a seguir la voluntad del Führer que había declarado a los judíos como enemigos del pueblo alemán. El protagonista para justificarse hace alusión al exterminio de los indios americanos por parte de los blancos. Si ellos pudieron hacerlo, ¿por qué no nosotros?
Mil páginas de inmersión en el polo reflexivo del protagonista nos hacen asistir a sus dudas, a sus conflictos sexuales, a sus lecturas, a su devoción por la música de Bach, a sus fracasadas relaciones afectivas, a sus juergas, a sus cenas con vino de calidad, a sus relaciones de camaradería, a su sentimiento de "dolor de la vida", a sus críticas al sistema de exterminio de los judíos: él no ponía en duda que hubiera que matarlos pero sí buscaba una cierta “humanización” en los modos...La extensión de la novela hace que esas escenas terroríficas que se nos exponen, queden en buena parte diluidas por la complejidad del protagonista. El lector que persevera en la historia queda en cierta manera insensibilizado ante el horror. Supongo que ésta es una de las explicaciones de la longitud de la historia.
Recuerdo que en una exposición de fotografías sobre el Holocausto, entre las espeluznantes imágenes que contemplé, hubo una fotografía cuyo recuerdo me persigue: era una foto familiar de un Jefe de Campo, creo que era de Treblinka. Allí aparecían sus hijas junto a su mujer. Era una foto entrañable que manifestaba su amor de padre. Lo único espantoso es que aquella foto había sido tomada “allí”. Es la misma sensación que tengo ante la lectura de Las benévolas. Desde luego, está claro, la cultura no tiene nada que ver con nuestras opciones política o éticas. Se puede ser extraordinario lector y melómano y ser un torturador. Es terrible…
Maximilien Aue es el eje del libro y su larga confesión, redactada con claridad, no oculta la naturaleza terrible del Holocausto especialmente en el frente ruso y polaco donde tuvieron lugar las mayores atrocidades. Hay lectores que han reconocido la dificultad de leer muchas de las páginas de este libro. Admito que la desnudez extrema de los asesinatos en masa de poblaciones enteras judías, gitanos o deficientes mentales, es un plato difícil de digerir. ¿Cómo fue posible aquello? Es la pregunta que se hace Jonathan Littell y la misma que se planteaba Primo Levi en La tregua, una vez liberado de Auschwitz. Pasaba éste de retorno a Italia por poblaciones alemanas, una vez concluida la guerra, y miraba los rostros de aquellos alemanes derrotados. Eran personas aparentemente normales. ¿Cómo pudieron haber hecho “aquello”? ¿Cómo el Nacional Socialismo llevó a un pueblo culto a semejantes extremos de brutalidad fría y terriblemente bien planificada?
Las benévolas es la disección de la personalidad de un verdugo y de una ideología. El protagonista es un jurista aficionado a la literatura y a la música. Tiene entre sus libros de cabecera El banquete de Platón, los diarios de Stendhal o La Educación sentimental de Flaubert, obras que lee durante las matanzas masivas en las que él no participa directamente. Él es un oficial de enlace pero lo observa todo desapasionadamente y haciéndose incluso preguntas sobre la naturaleza del “otro”, el que tiene en frente. En algún lugar de la novela incluso reflexiona sobre la imposibilidad de matar a un niño judío sin ver quien lo mata a sus propios hijos. El narrador no carece, pues, de conciencia moral. En otros momentos incluso, llorando, en medio de una crisis nerviosa y alta fiebre confiesa a una mujer enamorada de él –Helene- lo que están haciendo con los judíos. Esta conciencia moral es lo que más me aterra del libro porque ni aún con ella, el protagonista deserta de su colaboración con el genocidio. Tengamos en cuenta además que el protagonista es homosexual y debe ocultar cuidadosamente su tendencia en una Alemania que los perseguía como degenerados.
La novela es un análisis también del Nacional Socialismo como ideología generadora de aquello. Toda ella se ancla en el Volk, la nación o el pueblo alemán, como matriz de pertenencia de todos los alemanes arios. El Volk es soberano y en el Führer se expresa o se encarna esa soberanía. De esa soberanía deriva la ley, y un buen alemán debe obedecer las leyes y al Führer. Si a un alemán le toca –por azar del destino- ir a un campo de concentración o formar parte de un comando de aniquilación de judíos, no es por su voluntad. Su obligación es cumplir la ley y sólo el azar le convierte en “asesino” en vez de “héroe”. Algunos historiadores han visto como algo folclórico todo ese entramado nacional socialista y han querido reconocer en el comunismo una ideología más seria. Sin embargo, en la visión de Littell la ideología del Volk hunde sus raíces profundamente en la cultura alemana y ayuda a entender cómo funcionó aquello.
Los alemanes sabían. Himmler expresó claramente en sus discursos qué estaban haciendo con los judíos, pero la pertenencia al Volk les obligaba a seguir la voluntad del Führer que había declarado a los judíos como enemigos del pueblo alemán. El protagonista para justificarse hace alusión al exterminio de los indios americanos por parte de los blancos. Si ellos pudieron hacerlo, ¿por qué no nosotros?
Mil páginas de inmersión en el polo reflexivo del protagonista nos hacen asistir a sus dudas, a sus conflictos sexuales, a sus lecturas, a su devoción por la música de Bach, a sus fracasadas relaciones afectivas, a sus juergas, a sus cenas con vino de calidad, a sus relaciones de camaradería, a su sentimiento de "dolor de la vida", a sus críticas al sistema de exterminio de los judíos: él no ponía en duda que hubiera que matarlos pero sí buscaba una cierta “humanización” en los modos...La extensión de la novela hace que esas escenas terroríficas que se nos exponen, queden en buena parte diluidas por la complejidad del protagonista. El lector que persevera en la historia queda en cierta manera insensibilizado ante el horror. Supongo que ésta es una de las explicaciones de la longitud de la historia.
Recuerdo que en una exposición de fotografías sobre el Holocausto, entre las espeluznantes imágenes que contemplé, hubo una fotografía cuyo recuerdo me persigue: era una foto familiar de un Jefe de Campo, creo que era de Treblinka. Allí aparecían sus hijas junto a su mujer. Era una foto entrañable que manifestaba su amor de padre. Lo único espantoso es que aquella foto había sido tomada “allí”. Es la misma sensación que tengo ante la lectura de Las benévolas. Desde luego, está claro, la cultura no tiene nada que ver con nuestras opciones política o éticas. Se puede ser extraordinario lector y melómano y ser un torturador. Es terrible…