Acabo de ver unos vídeos de cine
emergente ugandés. Uno de ellos lo enlazo en medio del artículo. No os lo
perdáis. Dura poco más de un minuto y es revelador del tipo de cine que se está
haciendo en Uganda y otros países
africanos sin un duro. Este cine ha atraído a cineastas americanos, europeos y
australianos por la originalidad y la pasión que supone a pesar de su
elementalidad que tiene su centro en la violencia. Nadie cobra allí y una
película puede costar poco más de ciento cuarenta euros, lo que no paga ni los
refrescos de las estrellas en un día de rodaje de cualquier película occidental
que se precie. En estas películas abunda la violencia aparatosa, tanto que no
serían políticamente correctas en nuestro mundo. Se realizan mediante efectos
especiales a base del croma en el proceso de postproducción. No son efectos muy
sofisticados pero funcionan y son divertidos. Los directores de este tipo de
películas dicen que no quieren hacer dramas lacrimógenos ni religiosos para
hacer llorar y que utilizan la violencia porque es un lenguaje atractivo y que
todo el mundo puede entender. Esto me ha llamado la atención porque choca
frontalmente con las buenas ideas que fecundan nuestro mundo occidental y que
rechazan la violencia por profundamente negativa
En efecto, mi instituto está lleno de
murales y dibujos de nuestros alumnos en que se rechaza la violencia y se
ensalza la paz, el diálogo, la convivencia... Estas actividades son promovidas
por la coordinación educativa, por los tutores, por todas las instancias
pedagógicas correspondientes. Y los alumnos se dedican a ellas por imperativo
de los profesores. Tienen que hacer murales hablando de la paz, contra la
guerra, a favor de multitud de sentimientos positivos. Los chicos son expertos
en hacer lo que nosotros queremos que hagan cuando se trata de buenos
sentimientos. Hay que ser tolerantes, dialogantes, no violentos, etc ... y toda
esa retahíla que tan bien conocemos los que nos dedicamos a la educación. Sin
embargo, estoy seguro de que a ellos les seduce profundamente la violencia, las
películas de acción y matanzas, los videojuegos en que se cargan a multitud de
objetivos (targets) a base de armas letales. Uno de los directores ugandeses
sostenía que la violencia es un lenguaje que entiende todo el mundo y mucho me
temo que es bastante verosímil. Uno ve el vídeo que enlazo y puede comprender
en alguna manera la matanza que ha tenido lugar en Kenia contra estudiantes de la universidad de Garissa y que nosotros hemos desdeñado como cosas de negros a los que no nos une nada, dado su salvajismo y su
carácter primario. No obstante, ahí están organizaciones como MSF y otras para aportar algo de
conciencia sobre nuestra mirada altiva y supremacista.
Nos gusta mostrar buenos sentimientos. A
los profesores nos gusta ver lleno el centro donde estamos de frases tan
bienintencionadas como vacuas que obligamos a escribir a nuestros alumnos. En
la fachada debemos ofrecer buenos sentimientos, ideas positivas, estados de
ánimo estimulantes ... aunque lo que en el fondo nos seduzca sea la violencia,
mezclada con la parodia y la ópera bufa. Y así en un centro de enseñanza tras
los murales hermosos plagados de buenos sentimientos existe una violencia
larvada continua: enfrentamientos, insultos, empujones, miradas agresivas, comentarios
ofensivos sobre sus madres, tensiones de todo tipo que no responden a nuestra
mirada angelical sobre el mundo o cómo debe ser este. Parecería que la historia
está hecha a base de buenos sentimientos. La realidad es otra: la historia está
hecha a base de violencia, de rencor, de enfrentamientos, de prejuicios, de
sadismo, de matanzas indiscriminadas. Y nuestro mundo, el que vivimos, es atroz
si salimos de nuestros patios de vecindad en donde se cuelgan murales repletos
de buenas intenciones. Y bobaliconería. Porque la violencia es lo que nos mola.
Si yo les pusiera una película ugandesa, seguro que se divertirían más que
viendo Sonrisas y lágrimas.
Respondería más a lo que sienten por dentro porque nuestro interior es
demoledoramente violento. Nos conforma por un lado la lucha por la vida. Somos
criaturas que buscamos sobrevivir y en esta supervivencia hay violencia porque
nos encontramos a otras criaturas enfrente que nos desafían en nuestra ansia de
supremacía. El ser humano es atávico (esto se olvida) y cultural. Pretendemos
sustituir y eliminar al ser atávico mediante la cultura, pero es imposible. En
el cerebro profundo somos fieras que luchan por su territorio, pero
desgraciadamente, a ese cerebro límbico se han unido la religión, las patrias,
los grupos sociales y étnicos para hacer explosiva nuestra violencia interior.
El ser humano no es pacífico. Los bonobos resuelven sus conflictos mediante el
sexo, pero nosotros utilizamos la violencia más o menos sofisticada o
reprimida. La violencia reprimida puede ser muy peligrosa porque sigue latente
aunque se le echen encima eslóganes azucarados y rosas que tantos gustan a los
educadores. Nos horroriza la violencia a nosotros, almas sensibles que tanto
bien hemos hecho en la historia. Ja. La violencia es propia de primitivos de
esos que hacen películas de bajo presupuesto y que llevan a la práctica en sus
universidades keniatas ante nuestro desdén supremo. Nosotros tenemos a nuestros
Andreas Lubitz que en solo ocho
minutos puede realizar tanto espectáculo como Al Shabah en una matanza discriminada en una universidad de cuyo
nombre no nos acordamos. Pero luego todos los psicoanalistas del mundo mundial
occidental hubieran vendido su alma al diablo por tener en su diván al copiloto
de Germanwings para psicoanalizarlo
ante el horror de las almas pías que verían en este individuo a un pobre
enfermo. Todo menos entender que es la violencia la que nos conforma, la que
nos es atractiva, la que nos fascina, la que es nuestro núcleo. Si no
entendemos esto, seguiremos haciendo murales sobre la paz y el amor, sobre la
convivencia, sobre la armonía celestial y humana... Y nuestros alumnos dentro
tendrán igualmente, junto a nosotros que somos más refinados aunque no menos
crueles, un fondo violento reprimido que tarde o temprano emerge de un modo u
otro. Pero no queremos ver esto y nos esforzamos que entiendan que esto debe
ocultarse, pintarse de color rosita para aparecer ante los demás como seres
amables y solidarios que saben escribir en cien idiomas las palabras Paz y Amor.