Este es el título del simposio que hoy se abre en Barcelona en la sede del Institut d’Estudis Catalans y que ha
hecho correr ríos de tinta por la polémica en la que se ve envuelto. Nunca
tanto un título ha sido ya una tesis que no necesita sino confirmación por
parte de los participantes que asisten al congreso, y al que no han sido
invitados historiadores que disientan de las tesis dirigidas desde el poder
para demostrar de una vez por todas que la “unica” historia válida es que plantea
que Cataluña ha sido una víctima y España la madrastra siniestra de Blancanieves que ha reprimido y
expoliado sistemáticamente sin matices desde 1714 hasta 2014.
Esta es la tesis del poder de la Cataluña actual y que, desafortunadamente, ha calado en la conciencia
social de muchos catalanes que simplifican una historia compartida, con sus
buenos y malos momentos, en situaciones muy complejas en que los catalanes no
han sido simplemente unas víctimas indefensas de la malvada España. La guerra de Sucesión no fue una guerra contra Cataluña, sino una guerra a nivel europeo en que se enfrentaban dos
dinastías con visiones diferentes del poder. Y la Guerra Civil no fue una guerra contra Cataluña sino la guerra del fascismo español contra las libertades
de todos los pueblos de España. Cataluña recibió su buena ración de
represión pero no fue mayor que la que recibieron los demás demócratas que
habían luchado por la libertad de todas las regiones de España que fueron aplastadas por un régimen casi totalitario que
reprimió y asesinó a mansalva.
Es un error y una simplificación el título del congreso que
no alienta ya ninguna discusión ni aportación historiográfica que no sea la que
expresa claramente. Para ello se han invitado únicamente a historiadores y
sociólogos que no disentirán sino que demostrarán lo que ya está establecido de
antemano. Nunca un congreso de historia debería estar organizado desde el
poder, como este, en una fecha con una clara intención política para respaldar
abiertamente unas posiciones claras.
Sin embargo, quiero hacer observar algo, que hoy recogía Iñaki Gabilondo en su vídeo-blog de El País. Se puede entender la manipulación de ideas que realiza CIU
mediante este congreso pseudocientífico. Pero lo que no se puede entender es la
pasividad que manifiesta la sociedad española ante la realidad palmaria de que Cataluña se está yendo, que la brecha o
sima entre Cataluña y el resto de España es cada vez más profunda. Y no
se percibe desde ningún lado una voluntad de poner algo de cemento en estas
relaciones cada vez más distantes y frías. El gobierno apela únicamente a la
ley y la Constitución como razón para impedir la realización del referéndum que
se plantea para decidir la independencia de Cataluña. No veo razones del estado para retener emocionalmente a Cataluña. Solo veo amenazas,
indiferencia y desprecio por las razones que desde aquí se argumentan. El
independentismo ha subido exponencialmente en los últimos cinco años cuando
hasta hace poco era una opción del veinte por ciento de la sociedad catalana, y
ahora se ha extendido como una mancha de aceite.
Los errores mayúsculos de los partidos gobernantes,
especialmente el PP con su bloqueo y
su cerrazón, y su menosprecio, crean más y más independentistas que los
congresos manipulados de historia. No hay reacción tampoco de la sociedad
española ante esta deriva. Faltan manifiestos de artistas e intelectuales que
sirvan para crear todavía unos vínculos con esta parte de España que se está yendo, al margen de cuestiones legales. Solo hay
silencio y pasividad ante una artillería ideológica nacionalista que resuena en
todas las emisoras y televisiones dependientes del poder catalán que tienen ya
tomada su decisión claramente secesionista.
¿Por qué formar parte de España si no nos quieren? Es una
buena pregunta que tiene difícil respuesta ¿Por qué formar parte de España si
sistemáticamente se nos ignora y desprecia?
En las portadas de la prensa de la derecha solo se ve burla
y voluntad clara de humillación sobre las posiciones políticas nacionalistas.
Esto hace mucho daño, igual que las cartas de los lectores en la prensa digital
que dicen con ánimo de herir: que se
vayan, estaremos mejor sin ellos. Es un feedback
que se retroalimenta mutuamente. Por un lado el nacionalismo catalán se obstina
en resultar desagradable y antipático, con una muy escasa sensibilidad
emocional y política. Por otro lado aumenta el rechazo en el resto de España
que es incapaz de ver más allá de las palabras y no percibir que a los
catalanes también les gustaría ser queridos, pese a su carácter diferente.
La antipatía y la desafección mutua crecen y nadie pone
linimento en la herida, más bien se pone sal que aumenta la distancia y el
resentimiento. Cataluña se está yendo, decía Iñaki Gabilondo. Lo percibimos los que vivimos aquí y a la vez nos
sentimos españoles. La sociedad catalana cada vez es más independentista, y,
para nuestro pasmo, no hay ninguna reacción del poder ni de la sociedad
española salvo las amenazas sobre terribles consecuencias de la independencia.
Falta entender este desafío y asumir con inteligencia política y emocional la
situación que vive Cataluña que ya
considera incluso la reforma de la constitución como un voluntarismo que
resulta ingenuo, como si hubiera pasado ya ese momento y estuviéramos ya en
algo que no tiene vuelta atrás.