¿Quién no es víctima de algo? Que
levante la mano. La historia, especialmente la reciente se edifica sobre el
concepto de ser y considerarse víctima. No hay nada tan atrayente como sentirse
víctima para justificar una cierta actitud o una exigencia abierta de compensación
justificada por el hecho de haberlo sido. Ser víctima te da fundamento y abre
dinámicas terriblemente peligrosas. La URSS se sentía víctima del capitalismo
internacional y eso llevó a Lenin a aplicar políticas de represión como nunca
se habían experimentado. Stalin continuó su obra, frente al capitalismo
internacional, con una represión todavía más feroz si cabe. Era víctima. Hitler
convenció a la sociedad alemana de que era víctima del semitismo y llevó a cabo
una guerra de exterminio de la población judía de Europa en la convicción de
que Alemania era víctima. Los mayores genocidios se han cometido desde la
convicción de que se era víctima.
Hoy día no hay nadie que no tenga en
su programa la idea de ser víctima: las mujeres, los homosexuales, los
palestinos, los judíos que huyen a Israel por la persecución en Europa, los
kurdos, los turcos, los tibetanos, las víctimas de abusos de los sacerdotes
durante décadas, los indígenas, los granjeros del medio oeste norteamericano
que se sienten aplastados por la alianza progresista demócrata, los mexicanos,
los latinoamericanos, los norteamericanos, los inmigrantes que llegan a Europa
por tierra, mar y aire, los musulmanes y la islamofobia, los europeos que temen una invasión
masiva musulmana, los jóvenes y las discriminaciones, los ancianos y su postergación social, los padres que se sienten
avasallados por los hijos, los minusválidos, los catalanes aplastados por el inicuo
estado español, los españoles de Cataluña aplastados por el xenófobo nacionalismo
catalán, los vascos, los africanos por el criminal esclavismo, los trabajadores
frente al capitalismo, los ciudadanos frente a los bancos, los descendientes de
españoles en Latinoamérica que exigen una petición de perdón de España por el colonialismo,
los hombres aplastados por el lobby feminista y gay, hijos frente a madres
diabólicas… La lista podría seguir porque el mundo está lleno de víctimas en
todo los lugares y circunstancias.
Ser víctima da derechos y explica una
determinada interpretación de las cosas. Nada hay que describa mejor una
situación en el mundo y en la vida que tener el estatuto de víctima. Uno se
siente absuelto y con derecho a la revancha, a cambiar el status tradicional o
sobrevenido. Da igual que el tiempo ominoso haya pasado, porque se trae al
presente el pasado de siglos y milenios que justifican el estatuto de víctima.
Y si se es víctima, se es esencialmente inocente. Y si se es inocente, uno está
relevado de responsabilidad y es sujeto solamente de derechos. El reino de la
víctima es arcádico, anterior al tiempo histórico, Y las víctimas tienen
derecho al orgullo por haber sido aplastadas y a la venganza y la crueldad por
el tiempo anterior. No hay nadie que pueda discutir el estatuto de víctima; si
un determinado colectivo accede a dicho estatuto se hace indiscutible, se
convierte en inocente e irresponsable ante la historia porque todo se le debe.
Almacena el dolor de generaciones pasadas en su haber, aunque el presente no
tenga nada que ver con el pasado. Y puede ejercer la violencia contra los
antiguos opresores.
Sin embargo, esta pulsión de ser
víctimas lleva a situaciones contradictorias y complejas. Se está empezando a
cuestionar la irresponsabilidad de las víctimas y su exigencia de
compensaciones. Considerarse víctima no debería llevar a tener más derechos y
razones. No se debería poder vivir a costa de ser o considerarse víctima. Se
construyen misticismos políticos en base al estatuto victimario para poder
arrogarse el derecho a la compensación aún en circunstancias alejadas del pasado.
Todos somos víctimas de algo, pero
eso no debería dar lugar a un existencialismo en que uno se considerara, en tal
caso, inocente. Nadie es inocente. Las víctimas tampoco. No hay mayor crueldad
ni fanatismo que el de las víctimas. En todas las direcciones o sentidos.