Pienso en Nepal. El sábado empezaron a
llegar noticias del espantoso terremoto que había afligido este país en el
Himalaya. Tan lejos pero tan cerca. El techo del mundo adonde van turistas a
modo de alpinistas a subir en ristra las carenas del Everest. Un país pobre,
con construcciones frágiles, como Haití, que se han derribado por un sismo muy
potente. Miles de víctimas. Espero que la ayuda internacional llegue de modo
urgente. Animo a la gente a hacer donaciones a asociaciones humanitarias que
trabajan en el terreno.
En San
Cugat, alegría en las calles. Feria en torno al monasterio benedictino.
Puestecillos de venta, pianos en la rúa para que los toquen los músicos que lo
deseen. Tengo que hacer tiempo para visitar el claustro de la abadía. Abren a
las cuatro. Me como una pizza napoli
con aceite picante en la plaza aledaña al monasterio. Está buena, pero me va a
dar sed. Leo en mi móvil, luego del helado y en la calle en un banco, algunas
páginas de la biografía de Ramón María
del Valle Inclán realizada por el catedrático Manuel Alberca que se titula La
espada y la palabra. Ese Valle
que me cautiva ahora llega hasta mí sin el filtro de la leyenda y la fantasía
que él creó en torno a su figura. Su vida, como todas, está llena de luces y
sombras, de altura y de miseria, de contradicciones, de paradojas. Era un gran
artista y eso le exonera de muchas cosas que no estuvieron bien. Me acuerdo de cierta
polémica sobre Goytisolo que había
afirmado que no aceptaría el Cervantes,
pero al final lo ha aceptado. ¿Qué lugar ocupará eso en una futura biografía
suya? Minúsculo, un pequeño detalle insignificante. Las vidas, mi propia vida,
está llena de tremendas contradicciones y nos movemos por afinidades, manías,
tirrias. Así los intelectuales nos suscitan simpatía o antipatía aunque tal vez
lo que vemos en ellos que no nos gusta es lo que somos nosotros, lo que no nos
perdonamos a nosotros mismos. Hay cercanías y lejanías. Me gusta Valle y no me disuade de ello ni que
maltratara injustamente a un Galdós ya viejo, ni que plagiara las memorias de Casanova en su Sonata de Primavera, ni que consiguiera un momio, una plaza ficticia de catedrático de estética, por sus
influencias cerca del poder monárquico. No acudía a sus clases la inmensa mayor
parte de los días, a veces durante tres meses. Ríete del trabajo de Errejón de Podemos al que se ha censurado que no pasara el horario completo en
su despacho. Valle, aficionado a los
toros y entusiasta de Juan Belmonte,
mentiroso contumaz, altivo, desafiante, necesitado de adulación constante ... y
a la vez rebelde, revolucionario en la estética y carlista en la ideología.
Católico. Despreciaba África... Pero
da igual, es Valle y es uno de los
míos.
En el monasterio de San Cugat visito el claustro, tomo fotos que me parecen interesantes.
Hay una exposición de runas -símbolos y signos medievales- que me fascinan,
pero no sé demasiado de este lenguaje mágico, meditativo y ritual... que se
extendió por la Europa altomedieval. Escucho también canto gregoriano en la
visita. Hace dos siglos que no hay monjes. Lástima, me hubiera gustado pensar
que todavía los hubiera. Pienso en el papel de la iglesia en la historia
europea. Hay quien solo ve sus sombras, la inquisición, sus diezmos, su
intolerancia, pero yo, al lado de eso, considero su valor como vertebradora de
occidente. Sin religión Europa no
hubiera sido, sin iglesia católica o protestante hubiera habido un vacío que no
se habría llenado de ninguna manera y, en todo caso, es inútil negar la
influencia cristiana en nuestro modo de ver las cosas. Estamos nucleados de
cristianismo incluso en nuestro ateísmo. Cada pueblecito de España tiene una
iglesia que lo sitúa en la perspectiva y que se ve desde la lejanía. Me alegro.
Puede que la iglesia haya sido fuente de crueldad pero también ha sido inspiradora
de muchas cosas buenas. Claro que nos tuvimos que liberar de ella. En su humus
nació la duda metódica. Solo en un mundo cristiano pudo alumbrarse el
pensamiento crítico. Valle era tradicionalista, carlista, ferviente católico. Marcel Proust veía en las catedrales vestigios
de ceremonias medievales y lamentaba el declive de los cultos que eran
verdaderas joyas como si pudiéramos asistir a las ritos de la antigua Grecia, a los ritos de Eleusis.
Vuelvo en FFCC a Barcelona. No he podido
ver la iglesia. Muchachas hermosas en la estación de tren de Sant Cugat. Se percibe un ambiente
diferente al de Cornellà donde vivo,
más selecto. Sigo leyendo la biografía de Valle,
tan admirado por la izquierda y a la vez considerado en su tiempo como un
ultraderechista. Afortunadamente para él, murió antes de comenzar la guerra
civil y no tuvo que posicionarse. Posicionarse, qué palabra tan terrible. No
quiero posicionarme. En el momento que asumes una posición, ya hay gente que te
detesta, que solo ve tu miseria, que te encasilla aplicando adjetivos
definitorios. ¡Qué terrible idea la de encasillar! Aunque tal vez nos guste
encasillarnos y alzar banderas. Toda bandera es germen de violencia. Cuando veo
una bandera entiendo que alguien se quiere declarar enemigo de alguien, y vivo en
una tierra en que abundan tanto las banderas...