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domingo, 19 de abril de 2015

La España vulgar. Libelo libelular.



Había conocido a Juan Poz hace un par de años a través de un amigo escéptico y esteticista. Me recomendó uno de los blogs más singulares de la blogosfera, un blog único en que el lector se remansaba en entradas extensas sobre temas literarios con una profundidad inusual en este ligero y evanescente mundo de los blogs. Su blog, Diario de un artista desencajado, era un prodigio contra la cultura de este tiempo. Contenía todos los elementos para no ser leído por un amplio número de lectores. Era, según me dijo, un blog minoritario, dirigido a una especie de interlector que no existe. Era un anacronismo viviente. Si hubiera un producto totalmente anticomercial era aquel: culto, denso, bien escrito, reflexiones prolijas extensas, citas en inglés, francés, tal vez en alemán... Juan Poz era una especie de atavismo viviente, una especie de anarquista literario que merecía haber vivido en otro tiempo en que se valorara el estilo y la dimensión estética. Su blog me apasionó aunque nunca dejé comentarios. Los que entraban en él, raramente lo hacían. Era una ceremonia secreta, tenía un regusto como de catedral antigua, de claustro de monasterio románico en que dos monjes discuten sobre la obra de los presocráticos. Un día decidí conocer a Juan Poz, ponerle rostro, y le dirigí un correo a una dirección que figuraba en su blog. Quería conocerlo. Quería sentir la epifanía de un mito que se atrevía a ir contracorriente, aventar toda una concepción de la modernidad para centrarse en aspectos realmente esenciales. Era tan extraño como la conformación de la mentalidad tradicionalista y carlista de Valle Inclán. Su blog desafiaba todo lo que yo conocía hasta ahora sobre oportunidad y oportunismo.

Para mi sorpresa, Juan Poz me contestó con rapidez en un estilo casi ciceroniano. Leerle era sorprenderse por el uso que daba a palabras desusadas, y el ritmo del dictum era profundamente musical y de tramo largo. Sin duda, sabía mucho de sintaxis. Juan Poz me agradecía mi interés. Desconocía si tenía más de dos o tres lectores que no solían dejar huella en la sección de comentarios. Me comentó que había escrito una novela inédita titulada La manzana de Poz y que acababa de publicar un ensayo del que no me quiso dar más información. Me propuso, si yo deseaba conocerle, un encuentro un mes después en un hotel del Chiado de Lisboa, ciudad que encarnaba para él el resto de una determinada concepción de la cultura antes de haber irrumpido la barbarie en la vida intelectual europea y, por ende, española.

Me he encontrado con él un mes después, tras haber cogido un vuelo a Lisboa, un día de abril de este año, lo que significa que he visto a mi héroe hace unos días y aún estoy conmocionado por el peso de su figura clásica y exquisita. Parecería un personaje más bien creado por la mente de un escritor de la talla de Gabriel Miró, un literato que Juan Poz admira y se identifica con su estilismo y su falta de oportunidad en un mundo aciago. Juan Poz no bebe más que té. Yo me senté junto a él en una terraza frente al castillo de San Jorge en el barrio Alto de Lisboa. Yo tomé una copa de vinho verde y me dispuse a escucharlo. Le espeté sin preámbulos que quería saber quién era Juan Poz, cómo era posible encarnar la figura de un escritor maldito en estos tiempos, condenado a la insignificancia y la marginalidad absoluta por una forma de escribir clásica en una época de culebrones, tuits y la creencia absoluta que cualquiera puede ser escritor. Juan Poz lleva una perilla y unas gafas de concha muy peculiares. Su mirada refulge y su gesto, aristocrático, me mira con conmiseración. Me dijo que sabía que él nunca sería leído, que escribía más bien para el hombre que fue que para el que es en este tramo de la historia. Sus ojos me miraban directamente y sus manos bailaban cuando me explicó su absoluta aversión a la España vulgar que se había impuesto en las últimas décadas. La España de Quevedo, de Cervantes, de Gracián, de Séneca, de Laín y Entralgo, de Clarín, de Galdós ... se había convertido en un muladar de vulgaridad. Había escrito un libelo libelular en la tradición dieciochesca para expresar su hastío ante la subcultura que imperaba por doquier. España se había transformado en un país lleno de una vulgaridad que todo lo recubre, una vulgaridad desacomplejada, agresiva, punzante. Él no se sentía exquisito, él se sabía derrotado de antemano. Su libelo nada podría. Acababa de publicarlo en una editorial marginal y estaría al alcance de los lectores digitales que quisieran descargarlo. Sabía de antemano que no tendría quizás más de media docena de lectores, pero, aunque fuera así, él se sentiría satisfecho. Su rabia y su impotencia ante la trivialización de todo había surgido como una náusea en su libelo contra la vulgaridad que empaña toda la vida española en que cualquiera se considera árbitro de la elegancia y alza la voz con tono amenazador. 

No solo es Belén Esteban y el programa Sálvame- continuó Juan Poz son las despedidas de soltero y soltera cada vez más impúdicas; la vulgarización del sexo; los macrobotellones en que los jóvenes desahogan su falta de estímulos y su aburrimiento en fantasías alcohólicas que dejan las ciudades llenas de porquería; la telebasura adictiva; el deterioro de la lengua cada vez más acusado; la vulgaridad de los políticos de izquierda y derecha; el hecho de que más de la mitad de los españoles no lee un libro jamás, y el ochenta por ciento de la mitad restante, solo lee un libro al año; el adocenamiento de las campañas electorales; la conversión de la política en espectáculo; la corrupción a todos los niveles; el nacionalismo obligatorio con desfiles gregarios de banderas; las costumbres de nuevo rico de muchos españoles; las megaconstrucciones de diseño que han anegado la geografía española queriendo ser todos los entes municipales y autonómicos referentes y creadores de una nueva cartografía urbanística y lo que han conseguido son criaturas horrendas salvo contadas excepciones;  las romerías y procesiones, adoptadas con entusiasmo por la izquierda y la derecha, como expresión del mal gusto y la superstición mezclada con el alcoholismo en sus desfiles; el repulsivo nivel de las tertulias en que participan tertulianos y tertulianas sin conocimiento de nada y hablando de lo divino y lo humano; la puerilización de la sociedad; el amarillismo de la prensa; la crueldad con los animales; el narcisismo juvenil y la mala educación que viene de casa; las fiestas de halloween, prodigio de la banalidad; el cine palomitero en un país que raramente se va al cine y, si se va, es para deglutir a dos carrillos toneladas de palomitas haciendo crac crac en el silencio supuesto de la sala; el fracaso escolar, junto a la falta de alicientes para acceder a la cultura que ocupa el último lugar en las predilecciones de la sociedad...

Juan Poz bebía té lentamente. Le tomé la mano con delicadeza y se la apreté. Le contesté que todo eso ya lo sabíamos. Era el atardecer en el Chiado. Lo sabíamos y nos habíamos resignado a ello, e incluso colaborábamos con nuestros blogs oportunistas y nuestro diletantismo militante. El era un desencajado que no podía aceptar vivir en un entorno degradado por la estulticia y el mal gusto. Su libro estaba condenado de per se al fracaso. Nadie quiere oír hablar de vulgaridad. Cada uno tiene su gusto ¿no? Si a uno le apetece tirarse un pedo y a otro leer a Michel de Montaigne, todo tiene el mismo nivel. No hay jerarquías. Si uno quiere ir con pañal por la calle o una muchacha vestida de meretriz con un falo enorme despidiéndose de solteros, es la ley del tiempo. Todo vale lo mismo.

- ¡No me resigno! –espetó Juan Poz-. No todo vale lo mismo. Esa es la falacia democrática que se exporta a los niños desde la escuela y desde casa. Todos son príncipes al servicio de sus instintos más elementales y que son elevados a categoría de innegociables. La escuela es la escuela de la felicidad que adula y halaga ese democratismo en que todo vale lo mismo...


No supe qué decirle. Me di cuenta de que Juan Poz se había llenado de indignación. En cierta manera tenía razón. Me despedí de él con una cierta tristeza. Le prometí que haría una reseña en mi blog de su libro, La España vulgar. Libelo libelular. Dudaba que mi blog minoritario e intrascendente pudiera hacer algo por difundir este alegato apasionado contra la vulgaridad y el adocenamiento de nuestro país, algo que a mí personalmente me deja frío. En cierta manera contribuyo con mi granito de arena a la vulgaridad dominante. Ha dejado de indignarme, pero Juan Poz es un romántico, un rebelde sin causa, un artista desencajado que no sabe que ello es signo de los tiempos. El mundo moderno es esencialmente vulgar. Juan Poz no lo acepta. Su mirada irónica  y triste cuando nos despedimos en aquella terraza del Chiado me lleva a difundir este libelo entre mis lectores. Si quieren leer algo diferente, algo contra el tiempo en que estamos, algo que desafía todo tipo de actualidad, no se pierdan esta obra condenada, sin duda, a uno de los lugares más destacados de la historia de la literatura de oposición al régimen vulgar. El libro está en edición digital en Ediciones Oblicuas

7 comentarios :

  1. Una terraza en Chiado, gafas de concha, la contracorriente literaria y social - esto huele a Pessoa. Estoy totalmente de acuerdo con las tesis de Juan Poz, igual de indignada. Por eso no veo la tele, menos las noticias y reportajes en la BBCWorld. Creo que si nos gusta la realidad alrededor, hoy en día tenemos las oportunidades de poder pasar de ella casi por completo.

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  2. Ahora mismo encargo su Libro!
    gracias por darnos la información
    Realmente este señor es una especie en peligro de extinción en este país
    un abrazo
    j

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  3. Qué decir después de tu magnífica reseña. Habrá que leer el libro.

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  4. ¡Uf...! ¿Y qué se supone que puede añadir el autor de ese desahogo en forma de libelo? Estoy convencido de que Joselu ha ensayado algo así como un remedo de las 32 variaciones Goldberg en estas variaciones hiperbólicas que el afecto, no el intelecto, le han dictado, con tan hermosa ficción, y que me llenan de la miel que aturde los oídos... y deja eternamente agradeciente el corazón. Si Borges persiguió a los compradores de su primer libro para disculparse personalmente con cada uno de ellos..., yo estoy dispuesto a enviar correos de disculpa a quienes se sientan defraudados, y si mi jubilada economía lo permite, hasta a resarcirlos con alguna otra lectura que les haga olvidar la osada insipidez de la mía. ¡Qué jodío, el Joselu, pues no ha conseguido que hasta me sienta alguien...!

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  5. Y de bien nacido es , ser agradecido.-Y esto lo digo por ambas partes. -Ya que el comentario que me antecede es del autor.Lo siento; curiosa que es una.

    Gracias por recomendarnos algo que tiene sustancia.



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  6. No, no hay que resignarse. Excelente. Todo.

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  7. Andaba yo buscando en Amazon libros sobre España que pusieran a caldo al personal, y al final me quedé con tres candidatos: La España vulgar (sólo por el título ya iba favorito), España y los españoles, de Juan Goytisolo y España 3.0, de no sé quién no me acuerdo. Total, bajadas muestras al kindle y leídas las tres, me acabé comprando todos. Es lo que tiene kindle, que a veces te ahorras una pasta con lo de las muestras gratuitas porque ves el bodrio infumable que te podrías haber comprado, y a veces te toca desembolsar... Por curioso, ea.
    Antes de estas tres joyas (bueno, dos, porque la de España 3.0 todavía no la he leído, pero pinta bien, más esperanzado el autor, no sé si dejarla para cuando se me pase el nubarrón negro y quiera ver una salida a esto de nuestra inmortal patria...), decía que antes de estas tres me había empapuzado otros tres de Juan Eslava Galán, cachondo y descreído donde los haya, a saber: Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie, Los años del miedo (sobre el franquismo) y La década que nos dejó sin aliento (transición). Muy recomendables todos. Para gente sin síndrome de Estocolmo, eso sí...
    Recomendación: me leí el del sr. Poz imaginando a ratos a la Belén Esteban leyéndolo en voz alta en uno de esos programas de la tele. Hago a veces esas cosas para potenciar la carcajada.
    Y por abundar en lo que dice el autor sobre que en España el 50% no lee ni un libro al año, recuerdo un cachondo de Twitter que decía que "de los espectadores de Mujeres y hombres y viceversa, el 80% no saben quién es viceversa. El otro 20% piensan que es la presentadora..."
    Y por acabar, La España vulgar, buen libro, de los que dejas subrayados y llenos de marcadores y en la carpeta de "para volver a leer" (si, ya, esa a la que nunca volvemos, pero oye, que por intención que no quede...)

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