Había conocido a Juan Poz hace un par de años a través de un amigo escéptico y
esteticista. Me recomendó uno de los blogs más singulares de la blogosfera, un
blog único en que el lector se remansaba en entradas extensas sobre temas
literarios con una profundidad inusual en este ligero y evanescente mundo de
los blogs. Su blog, Diario de un artista desencajado, era un prodigio contra la cultura de este tiempo. Contenía
todos los elementos para no ser leído por un amplio número de lectores. Era,
según me dijo, un blog minoritario, dirigido a una especie de interlector que no existe. Era un
anacronismo viviente. Si hubiera un producto totalmente anticomercial era
aquel: culto, denso, bien escrito, reflexiones prolijas extensas, citas en
inglés, francés, tal vez en alemán... Juan
Poz era una especie de atavismo viviente, una especie de anarquista
literario que merecía haber vivido en otro tiempo en que se valorara el estilo
y la dimensión estética. Su blog me apasionó aunque nunca dejé comentarios. Los
que entraban en él, raramente lo hacían. Era una ceremonia secreta, tenía un
regusto como de catedral antigua, de claustro de monasterio románico en que dos
monjes discuten sobre la obra de los presocráticos. Un día decidí conocer a Juan Poz, ponerle rostro, y le dirigí
un correo a una dirección que figuraba en su blog. Quería conocerlo. Quería
sentir la epifanía de un mito que se atrevía a ir contracorriente, aventar toda
una concepción de la modernidad para centrarse en aspectos realmente
esenciales. Era tan extraño como la conformación de la mentalidad
tradicionalista y carlista de Valle
Inclán. Su blog desafiaba todo lo que yo conocía hasta ahora sobre
oportunidad y oportunismo.
Para mi sorpresa, Juan Poz me contestó con rapidez en un estilo casi ciceroniano. Leerle
era sorprenderse por el uso que daba a palabras desusadas, y el ritmo del dictum era profundamente musical y de
tramo largo. Sin duda, sabía mucho de sintaxis. Juan Poz me agradecía mi interés. Desconocía si tenía más de dos o
tres lectores que no solían dejar huella en la sección de comentarios. Me
comentó que había escrito una novela inédita titulada La manzana de Poz y que acababa de publicar un ensayo del que no me
quiso dar más información. Me propuso, si yo deseaba conocerle, un encuentro un
mes después en un hotel del Chiado de
Lisboa, ciudad que encarnaba para él
el resto de una determinada concepción de la cultura antes de haber irrumpido
la barbarie en la vida intelectual europea y, por ende, española.
Me he encontrado con él un mes después,
tras haber cogido un vuelo a Lisboa,
un día de abril de este año, lo que significa que he visto a mi héroe hace unos
días y aún estoy conmocionado por el peso de su figura clásica y exquisita.
Parecería un personaje más bien creado por la mente de un escritor de la talla
de Gabriel Miró, un literato que Juan Poz admira y se identifica con su
estilismo y su falta de oportunidad en un mundo aciago. Juan Poz no bebe más que té. Yo me senté junto a él en una terraza
frente al castillo de San Jorge en
el barrio Alto de Lisboa. Yo tomé
una copa de vinho verde y me dispuse
a escucharlo. Le espeté sin preámbulos que quería saber quién era Juan Poz, cómo era posible encarnar la
figura de un escritor maldito en estos tiempos, condenado a la insignificancia
y la marginalidad absoluta por una forma de escribir clásica en una época de
culebrones, tuits y la creencia absoluta que cualquiera puede ser escritor. Juan Poz lleva una perilla y unas gafas
de concha muy peculiares. Su mirada refulge y su gesto, aristocrático, me mira
con conmiseración. Me dijo que sabía que él nunca sería leído, que escribía más
bien para el hombre que fue que para el que es en este tramo de la historia. Sus
ojos me miraban directamente y sus manos bailaban cuando me explicó su absoluta
aversión a la España vulgar que se había impuesto en las últimas décadas. La
España de Quevedo, de Cervantes, de Gracián, de Séneca, de Laín y Entralgo, de Clarín, de Galdós ... se había convertido en un muladar de vulgaridad. Había
escrito un libelo libelular en la
tradición dieciochesca para expresar su hastío ante la subcultura que imperaba
por doquier. España se había transformado
en un país lleno de una vulgaridad que todo lo recubre, una vulgaridad
desacomplejada, agresiva, punzante. Él no se sentía exquisito, él se sabía
derrotado de antemano. Su libelo nada podría. Acababa de publicarlo en una
editorial marginal y estaría al alcance de los lectores digitales que quisieran
descargarlo. Sabía de antemano que no tendría quizás más de media docena de
lectores, pero, aunque fuera así, él se sentiría satisfecho. Su rabia y su
impotencia ante la trivialización de todo había surgido como una náusea en su
libelo contra la vulgaridad que empaña toda la vida española en que cualquiera
se considera árbitro de la elegancia y alza la voz con tono amenazador.
No solo
es Belén Esteban y el programa Sálvame- continuó Juan Poz- son las despedidas de soltero y
soltera cada vez más impúdicas; la vulgarización del sexo; los macrobotellones
en que los jóvenes desahogan su falta de estímulos y su aburrimiento en
fantasías alcohólicas que dejan las ciudades llenas de porquería; la telebasura
adictiva; el deterioro de la lengua cada vez más acusado; la vulgaridad de los
políticos de izquierda y derecha; el hecho de que más de la mitad de los
españoles no lee un libro jamás, y el ochenta por ciento de la mitad restante,
solo lee un libro al año; el adocenamiento de las campañas electorales; la
conversión de la política en espectáculo; la corrupción a todos los niveles; el
nacionalismo obligatorio con desfiles gregarios de banderas; las costumbres de
nuevo rico de muchos españoles; las megaconstrucciones de diseño que han
anegado la geografía española queriendo ser todos los entes municipales y
autonómicos referentes y creadores de una nueva cartografía urbanística y lo
que han conseguido son criaturas horrendas salvo contadas excepciones; las romerías y procesiones, adoptadas con
entusiasmo por la izquierda y la derecha, como expresión del mal gusto y la
superstición mezclada con el alcoholismo en sus desfiles; el repulsivo nivel de
las tertulias en que participan tertulianos y tertulianas sin conocimiento de
nada y hablando de lo divino y lo humano; la puerilización de la sociedad; el
amarillismo de la prensa; la crueldad con los animales; el narcisismo juvenil y
la mala educación que viene de casa; las fiestas de halloween, prodigio de la banalidad; el cine palomitero en un país
que raramente se va al cine y, si se va, es para deglutir a dos carrillos
toneladas de palomitas haciendo crac crac en el silencio supuesto de la sala;
el fracaso escolar, junto a la falta de alicientes para acceder a la cultura
que ocupa el último lugar en las predilecciones de la sociedad...
Juan
Poz bebía té lentamente. Le tomé la mano con
delicadeza y se la apreté. Le contesté que todo eso ya lo sabíamos. Era el
atardecer en el Chiado. Lo sabíamos y
nos habíamos resignado a ello, e incluso colaborábamos con nuestros blogs
oportunistas y nuestro diletantismo militante. El era un desencajado que no
podía aceptar vivir en un entorno degradado por la estulticia y el mal gusto.
Su libro estaba condenado de per se
al fracaso. Nadie quiere oír hablar de vulgaridad. Cada uno tiene su gusto ¿no?
Si a uno le apetece tirarse un pedo y a otro leer a Michel de Montaigne, todo tiene el mismo nivel. No hay jerarquías.
Si uno quiere ir con pañal por la calle o una muchacha vestida de meretriz con
un falo enorme despidiéndose de solteros, es la ley del tiempo. Todo vale lo
mismo.
- ¡No me resigno! –espetó Juan Poz-. No
todo vale lo mismo. Esa es la falacia democrática que se exporta a los niños
desde la escuela y desde casa. Todos son príncipes al servicio de sus instintos
más elementales y que son elevados a categoría de innegociables. La escuela es
la escuela de la felicidad que adula y halaga ese democratismo en que todo vale
lo mismo...
No supe qué decirle. Me di cuenta de que Juan Poz se había llenado de
indignación. En cierta manera tenía razón. Me despedí de él con una cierta
tristeza. Le prometí que haría una reseña en mi blog de su libro, La España vulgar. Libelo libelular.
Dudaba que mi blog minoritario e intrascendente pudiera hacer algo por difundir
este alegato apasionado contra la vulgaridad y el adocenamiento de nuestro
país, algo que a mí personalmente me deja frío. En cierta manera contribuyo con
mi granito de arena a la vulgaridad dominante. Ha dejado de indignarme, pero Juan Poz es un romántico, un rebelde
sin causa, un artista desencajado que no sabe que ello es signo de los tiempos.
El mundo moderno es esencialmente vulgar. Juan
Poz no lo acepta. Su mirada irónica
y triste cuando nos despedimos en aquella terraza del Chiado me lleva a difundir este libelo entre mis
lectores. Si quieren leer algo diferente, algo contra el tiempo en que estamos,
algo que desafía todo tipo de actualidad, no se pierdan esta obra condenada,
sin duda, a uno de los lugares más destacados de la historia de la literatura
de oposición al régimen vulgar. El libro está en edición digital en Ediciones Oblicuas.
Una terraza en Chiado, gafas de concha, la contracorriente literaria y social - esto huele a Pessoa. Estoy totalmente de acuerdo con las tesis de Juan Poz, igual de indignada. Por eso no veo la tele, menos las noticias y reportajes en la BBCWorld. Creo que si nos gusta la realidad alrededor, hoy en día tenemos las oportunidades de poder pasar de ella casi por completo.
ResponderEliminarAhora mismo encargo su Libro!
ResponderEliminargracias por darnos la información
Realmente este señor es una especie en peligro de extinción en este país
un abrazo
j
Qué decir después de tu magnífica reseña. Habrá que leer el libro.
ResponderEliminar¡Uf...! ¿Y qué se supone que puede añadir el autor de ese desahogo en forma de libelo? Estoy convencido de que Joselu ha ensayado algo así como un remedo de las 32 variaciones Goldberg en estas variaciones hiperbólicas que el afecto, no el intelecto, le han dictado, con tan hermosa ficción, y que me llenan de la miel que aturde los oídos... y deja eternamente agradeciente el corazón. Si Borges persiguió a los compradores de su primer libro para disculparse personalmente con cada uno de ellos..., yo estoy dispuesto a enviar correos de disculpa a quienes se sientan defraudados, y si mi jubilada economía lo permite, hasta a resarcirlos con alguna otra lectura que les haga olvidar la osada insipidez de la mía. ¡Qué jodío, el Joselu, pues no ha conseguido que hasta me sienta alguien...!
ResponderEliminarY de bien nacido es , ser agradecido.-Y esto lo digo por ambas partes. -Ya que el comentario que me antecede es del autor.Lo siento; curiosa que es una.
ResponderEliminarGracias por recomendarnos algo que tiene sustancia.
No, no hay que resignarse. Excelente. Todo.
ResponderEliminarAndaba yo buscando en Amazon libros sobre España que pusieran a caldo al personal, y al final me quedé con tres candidatos: La España vulgar (sólo por el título ya iba favorito), España y los españoles, de Juan Goytisolo y España 3.0, de no sé quién no me acuerdo. Total, bajadas muestras al kindle y leídas las tres, me acabé comprando todos. Es lo que tiene kindle, que a veces te ahorras una pasta con lo de las muestras gratuitas porque ves el bodrio infumable que te podrías haber comprado, y a veces te toca desembolsar... Por curioso, ea.
ResponderEliminarAntes de estas tres joyas (bueno, dos, porque la de España 3.0 todavía no la he leído, pero pinta bien, más esperanzado el autor, no sé si dejarla para cuando se me pase el nubarrón negro y quiera ver una salida a esto de nuestra inmortal patria...), decía que antes de estas tres me había empapuzado otros tres de Juan Eslava Galán, cachondo y descreído donde los haya, a saber: Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie, Los años del miedo (sobre el franquismo) y La década que nos dejó sin aliento (transición). Muy recomendables todos. Para gente sin síndrome de Estocolmo, eso sí...
Recomendación: me leí el del sr. Poz imaginando a ratos a la Belén Esteban leyéndolo en voz alta en uno de esos programas de la tele. Hago a veces esas cosas para potenciar la carcajada.
Y por abundar en lo que dice el autor sobre que en España el 50% no lee ni un libro al año, recuerdo un cachondo de Twitter que decía que "de los espectadores de Mujeres y hombres y viceversa, el 80% no saben quién es viceversa. El otro 20% piensan que es la presentadora..."
Y por acabar, La España vulgar, buen libro, de los que dejas subrayados y llenos de marcadores y en la carpeta de "para volver a leer" (si, ya, esa a la que nunca volvemos, pero oye, que por intención que no quede...)