Normalmente cuando escribo lo hago con libertad sabiendo que
lo que yo escribo será entendido por algunos de los que me leen y otros
discreparán amablemente y así me lo harán saber. Sucede cuando hablo de
educación, de política, de cine, de literatura, de mis propios recuerdos... No
hay reflexión que no engendre una visión crítica y antitética. Las leo, no
obstante, cuando surgen, con suma atención puesto que un blog es un espacio
abierto a la reflexión colectiva y no todo van a ser alabanzas, que, dicho sea
de paso, ni las busco ni me gustan. Lo que más me irrita es cuando no logro ser
entendido y se me atribuyen ideas o reflexiones que no son en absoluto mías.
Puede ser por una deficiente o apresurada lectura o por mi impericia
escribiendo. Esto me desconcierta.
Hoy, sin embargo, el tema que traigo me sume en cierta
zozobra pero no puedo dejar de escribir. Cuando algo te llama, necesitas darle
forma y apelar a la conciencia colectiva para comprender. Temo ser tachado de mistagogo, de ingenuo, de
dualista, de trascendentalista, de espiritista, de metafísico... Aclaro, me
atraen los temas de psicología
transpersonal que hacen alusión a diversos niveles de conciencia que van
más allá del ego, se adentran en el terreno existencial para llegar a un nivel
de unidad o cósmico. No sé si en mis escritos se percibe esta huella de lo que
va más allá de lo meramente biográfico y egoico para llegar a un nivel más
profundo, que yo lo cifro en lo cósmico. Mis caminatas y la experiencia del
cansancio, los viajes como experiencia de muerte y renacimiento, la pedagogía
como una apelación a estratos profundos del ser, el gusto por ciertas películas
como El árbol de la vida que tanto rechazo suscitó... son muestras de que esto
que hoy refiero no es algo improvisado sino que es plasmación de una visión
orgánica que deriva de la intuición y la realidad de experiencias en mi vida a
las que no hallo una fácil explicación basada simplemente en el azar. Algunas
de ellas las he referido en el blog, y los que me leen saben que estuve
practicando zazen varios años hasta que tomé conciencia de que la práctica de
la meditación llevaba aneja la realidad de una iglesia y unos gurus que no me
convencían. En todo caso, pienso volver a la práctica de zazen cuando mi vida
se remanse y pueda viajar también de nuevo.
Hoy leía esta entrevista en la Contra de La Vanguardia
y que recoge la experiencia del cardiólogo Pim
Van Lommel que se ha dedicado a rastrear centenares de casos de personas
que estuvieron en la muerte clínica y por algún azar regresaron de ella. La revista
científica The lancet publicó en 2001
las referencias a 344 casos registrados en estas circunstancias. Muchos de los
que regresaron contaron vivencias e imágenes de una densidad difícil de
explicar en que se cruzaban los límites espacio temporales y se contemplaba la
vida en su pasado, presente y futuro a una velocidad de vértigo. Algunas de
estas personas cambiaron de vida tras esta experiencia que alguna vez fue
ocultada para no ser tachado de alucinaciones. La idea sería que la muerte solo
es un cambio de conciencia, y que, pasado, ese umbral, entraríamos en otra
dimensión o universo.
No soy creyente. La idea de dios me resulta absurda e
inútil. Cuando tenía veinte años dejé mis convicciones cristianas y nunca he
tenido la tentación de retornar a unos parámetros que nutrieron mi adolescencia
causando más dolor que otra cosa. El hecho de no ser creyente no me impide
considerar que efectivamente hay experiencias transpersonales que desbordan
nuestro ego y nos funden con la naturaleza, así como con nuestras capas más
profundas, con la conciencia humana a través de comunicación verbal y no verbal
que nos lleva a establecer hondos vínculos con personas que intuyen algo
parecido aunque nunca haya sido verbalizado. Me atrae el misticismo en sus vertientes cristiana, hebrea, sufí, budista o primitiva. Creo que esa visión interior de algo que va más allá para fundirse con la totalidad o la esencia del cosmos me resulta muy válida, aunque no se puede verbalizar demasiado.
Efectivamente pienso que la muerte es una transferencia de
energía. Alguien se habrá sonreído y habrá pensado que ya se veía venir que Joselu tenía una vena mística que le
hace desbarrar, y que todo esto es indemostrable, que en realidad nuestra
conciencia son las conexiones eléctricas en nuestro cerebro, y que cuando este
deja de funcionar, es decir, morimos, acaba toda percepción de conciencia. Más
cuando vemos a esos enfermos de alzheimer
que van perdiendo progresivamente su sentido del yo para disolverse en la nada.
La conciencia no es más que conexiones eléctricas, me argumentarán. No hay nada
más allá y no hay ninguna evidencia ni ninguna prueba, ni nadie que haya
regresado para contarlo. La ciencia no puede basarse en ejercicios de
superstición y esoterismo, y lo que demuestra es que la vida consciente
desaparece con la muerte clínica.
No digo que no, pero mi convencimiento personal es otro por
la percepción que tengo de mi propia existencia, por hechos inexplicables que
me han sucedido y que me hacen concebir que existen otras dimensiones. Ojo, no
me refiero a esos ocultistas que se comunican con los muertos. No, es algo más
natural que está incorporado a mi modo de ver las cosas y que entiende que la
muerte no es el final, y que la vida es pura transformación, continua
transformación en que deberíamos ampliar nuestros límites perceptivos para
ahondar en nuestras distintos niveles de conciencia. No hago daño a nadie, y a
mí, la idea de que la muerte no es más que una pequeña broma no deja de
resultarme atractiva y sugerente.
La lectura de la entrevista de La Vanguardia me ha animado a escribir sobre ello, sabiendo de
antemano que habrá lecturas y opiniones totalmente opuestas, que consideran la
vida simplemente como una experiencia única, en la que único que existe es el
aquí y ahora (con lo que estoy de acuerdo totalmente), que la muerte es el
final, que no hay rebobine de la jugada, que llega un momento en que el cerebro
y el organismo se extinguen y ahí dejamos de existir y solo queda en tal caso
el recuerdo que dejemos y que tal vez nos sobreviva.
Así es si así os
parece, como escribió Pirandello.
Pero ciertamente no hay mayor censura que la racionalidad
que excluye cualquier interpretación que se salga de ese estrecho cauce.
Ya digo que seguramente me arrepienta de haber publicado
este post. Veremos.