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miércoles, 8 de febrero de 2006

La enseñanza como entretenimiento


Durante unos días me dedicaré a tratar el tema de la crisis de la escuela, en especial de la enseñanza secundaria, un periodo de escolarización obligatoria que va de los 12 a los 16 años. Para ello, utilizaré como guía mi propia experiencia y la aportación fundamental de un libro de muy difícil localización por lo reducido de su tirada y lo inadvertido que pasó cuando fue publicado por la Editorial Acuarela en abril de 2002. El libro, magnífico, se titula La escuela de la ignorancia y el autor es Jean-Claude Michéa. Es una sátira punzante, que no deja pie con cabeza al diseccionar los nuevos modelos educativos que se han impuesto en occidente con las reformas implantadas ya desde los años 80 en los distintos países que conforman nuestro universo cultural.

En España la aplicación llegó en los años 90 con la aplicación de la famosa LOGSE, que consagraba un método constructivista de la enseñanza donde lo importante no eran los conocimientos que pudiera alcanzar el alumno sino la adaptación a sus necesidades personales, y la democratización de los métodos de enseñanza. A partir de aquel momento, con la extensión de la educación obligatoria de la educación hasta los 16 años, seríamos los profesores los que tendríamos que adaptarnos a los humores y predisposiciones de nuestros alumnos, y enseñarles a aprender por sí mismos, quitándole importancia a los saberes tradicionales de la disciplina y el esfuerzo personal. Desde entonces, nuestras escuelas secundarias se han convertido en lugares de esparcimiento, de entretenimiento, donde los alumnos van a pasárselo bien y aprobar con el menor esfuerzo posible. De igual manera, todos los conflictos de la sociedad se han proyectado con fuerza en el ámbito educativo, donde, lo aseguro, lo menos importante de todo no es la cantidad de conocimientos y saberes adquiridos.

Este modelo es lo que Jean-Claude Michéa llama la enseñanza tittytainment (una palabra mezcla en inglés americano de "entretenimiento" y tits que son pechos). Esta enseñanza, de tipo embrutecedor y perverso respecto a lo que hasta entonces se había entendido, está destinada a las clases populares y es una especie de cóctel ligero que permite mantener de buen humor a la población frustrada del planeta. La lógica de esta enseñanza es eliminar cualquier vestigio de espíritu crítico hacia el sistema liberal capitalista y evitar cualquier tipo de gusto por la indagación intelectual. El rigor pedagógico ha de ser sistemáticamente proscrito de las aulas y ha de ser sustituido por la espontaneidad de los chavales, sus gustos, aficiones, tendencias, que inevitablemente coincidirán con los que dicten los mass media, la publicidad y los medios de difusión de modelos culturales para la juventud. Cualquier vestigio de densidad intelectual ha de ser eliminado por "antidemocrático" y contrario a la igualdad en las aulas.

La escuela cambió sustancialmente, después de la aplicación de la LOGSE, y nos adecuamos al modelo americano que había terminado en un completo fracaso en cuanto a la integración y ascenso social de las clases populares. La educación desde entonces impartida debía buscar cínicamente la "pérdida de la posibilidad de reconocer instantáneamente lo que es importante y lo que es accesorio o está fuera de lugar; lo que es incompatible o, por el contrario, lo que podría ser complementario; todo lo que implica tal consecuencia y lo que, al mismo tiempo, impide". Se trata, en definitiva, de crear individuos adiestrados al servicio del orden establecido, aunque su intención en un primer momento fuera contraria a este resultado. Porque no podemos olvidar que ha sido la izquierda, en España el PSOE y otras fuerzas de izquierda como IU y los sindicatos, los que han aplicado este modelo de enseñanza que ha arrasado cualquier rasgo de formación humanística y científica en las aulas.

Los profesores, en principio, educados en un modelo más marcado por la decencia profesional, rechazaron este modelo educativo, pero sus opiniones y su aportación fueron desdeñados considerándolos vestigios del pasado. Y esta nueva forma de aprender (en que no se aprende nada) ha de ser muy moderna. La izquierda está fascinada por adhesión absoluta a la modernidad. Y así, la escuela ha de ser animada, un espacio de vida democrático y alegre y a la vez guardería ciudadana, una especie de parque temático donde poderlo pasar bien, que es lo que quieren nuestros alumnos.

Para educarnos y adaptarnos a los profesores, reacios al nuevo sistema de enseñanza, han aterrizado en el sistema educativo una colección de expertos en educación, los especialistas en Pedagogía -policía del pensamiento educativo-, o bien profesores, ya conversos al nuevo sistema democrático, integrador y entretenido, cuya principal meta ha sido el de huir de las aulas y convertirse en técnicos o inspectores. En el lugar más alejado de nuestros díscolos y dictatoriales chavales, claro está.

Este post fue publicado en la anterior etapa de Profesor en la secundaria+ el 7 de noviembre de 2005. Lo rescato a petición de algunos de mis amables lectores que me lo han pedido.

lunes, 6 de febrero de 2006

Burn out


Burn out significa “estar quemado” profesionalmente y se ha aplicado con mayor frecuencia a las profesiones con mayor riesgo y tensión laboral, como los especialistas en la salud o los profesores. Es un lugar común hablar de la depresión que aqueja a un buen porcentaje de enseñantes, el peligro de achicharramiento que nos acecha a los que entramos diariamente en las aulas.

El mayor peligro viene de la falta de consideración social y la escasa estima o respeto que tienen los recipiendarios de nuestra práctica laboral, nuestros alumnos. Es una profesión en que has tenido que ir rebajando tus expectativas respecto a ese feed back que considerabas antaño como esencial, es decir, el juego de estímulo-respuesta que tienen por objeto nuestras clases. No puedes esperar demasiado de tus alumnos y no puedes nutrirte de esa ansiada respuesta porque entonces el profesor va directamente al psiquiatra y a pasar una buena temporada con ansiolíticos y antidepresivos. La autoridad del profesor está socavada socialmente, administrativamente y escolarmente. Nadie va a tenerlo en excesiva consideración. De hecho, la calidad del trabajo del profesor es un factor que nadie va a tener en cuenta. Burocráticamente, el profesor ha de cumplir un horario, unas normas y mantener aceptablemente el funcionamiento de una clase. Nadie se meterá si su trabajo es de mayor o menor calidad. Sólo importan las cuestiones externas, de mero orden y de eficacia administrativa.

Sin embargo, la profesión de enseñante implica mucho mayor compromiso humano que otras. Es el contacto directo con personas que se están haciendo, que están conformando su mundo intelectual y emocional. Eso debería llevar a un riesgo personal mayor por parte del profesor que aspira a “moldear” o, al menos, “satisfacer” una demanda interior de alimento existencial por parte de los alumnos. Esta es la tentación del que puedo calificar como “del club de los poetas muertos”. ¿Recuerdan al profesor Keating que enseñó a sus alumnos a pensar, a sentir, a atreverse ante la vida, con riesgo real de equivocarse? Sus alumnos –de un afamado colegio de élite- recogieron sus enseñanzas, empezando por la del carpe diem, y se lanzaron a la búsqueda de ellos mismos. Redescubrieron el club de los poetas muertos y lo refundaron como reivindicación de la poesía auténtica, y decidieron aplicar el alimento vital e intelectual de Keating.

En la película, todo pareció terminar mal porque uno de los muchachos se suicida, nadie sabe si por haber seguido al profesor o por culpa del autoritarismo de su padre que le impide seguir haciendo teatro. El caso es que Keating es despedido y ha de abandonar la escuela. Todos sus alumnos, o casi todos, sienten un fuerte impulso para hacerle un último homenaje al profesor que se va. Se levantan y se suben a la mesa diciendo Sí, mi capitán, oh, mi capitán. Es su despedida, que se convierte en un compromiso de fidelidad a ellos mismos fundado en el aprendizaje que han tenido con Keating.

¿Cuántas veces no ha sido recreada la figura del profesor, muchas veces de literatura en este sentido? Es un clásico en la historia del cine. Recuerdo otra serie de televisión titulada Lucas Tanner, profesor de Literatura en que el profesor llevaba a sus alumnos al bosque a leerles poemas de Whitmann con los pies dentro del agua, como expresan algunos versos de Hojas de hierba. Alain Tanner recreó al profesor de historia en Jonás en el año dos mil tendrá veinticinco años, y era el profesor alguien que educaba sentimentalmente a sus alumnos.

Esta figura del profesor como profesor de la vida ha sido denunciada por algunos como mesianismo indeseable, pero ha nutrido la imaginación de multitud de enseñantes que han comenzado su vida profesional soñando dejar una huella imborrable en sus alumnos.

La práctica diaria lleva a que nuestra huella es prácticamente inexistente. Nadie espera de los profesores que lleven a nadie por un camino vital. Nadie lo espera, ni ellos mismos. Han aprendido a relativizar su tarea, a rebajar, como decíamos, sus expectativas, a enterrar sus ilusiones, a convertirse en enseñantes eficaces en el mejor de los casos, sorteando el riesgo de una mayor esperanza, riesgo que conlleva el peligro cierto de una depresión. La cosa es seguir en la brecha, dando la cara, exponiéndose al temporal pero sin sucumbir en él, nadar y guardar la ropa, en definitiva. No es nada malo, es cuestión de supervivencia personal, de resistirse a la quemazón cotidiana que nos amenaza. Sólo es un punto de vista, claro.

viernes, 3 de febrero de 2006

Monólogo (real) de Hafida


No me importa no ser guapa ni baja o gorda. No quiero pensar en eso. Me dicen que soy fea, que no tendré novio... Pero ya me llegará el momento de pensarlo cuando tenga veinticuatro años. Ahora estoy con mis estudios y quiero sacármelos. Mis padres están orgullosos de mis notas. No soy diferente. No tengo la culpa de ser marroquí. Vengo a estudiar no a meterme con nadie, pero algunos compañeros me insultan y me empujan. Sólo se lo hacen a las chicas; con los chicos marroquíes no se meten. Cuando estamos en gimnasia en el grupo no me pasan la pelota nunca y si cometo un error, me llaman “mora”, “prima”... Soy torpe pero no es para que me insulten. Si saco un nueve y medio en Sociales yo no voy y les digo que son tontos. Yo no me meto con nadie. Respeto a todo el mundo. Intento aprovechar el tiempo y pensar en mi futuro, en mis estudios, pero estoy desanimada. Cuando empecé a estudiar estaba muy contenta pero ahora no lo sé. No sé lo que haré. Me siento rechazada, pero yo no he hecho nada. Mis compañeros pierden el tiempo y no respetan a los profesores. Ya se arrepentirán de no haber estudiado. Bueno, no sé si se arrepentirán. No sé cómo será el futuro. No sé lo que me espera

Si quieren pelea, yo no les tengo miedo. Pero cuando están solos no me dicen nada. Incluso me sonríen cuando les dejo los deberes que no han hecho. Luego en el patio o en la calle, los mismos, me insultan y se ríen de mí si están con sus amigos. No me importan que vengan con los amigos, yo también tengo amigos y primos, pero mis padres me dicen que respete a todo el mundo y que no tenga problemas. Yo he sido educada, pero ellos parece que no. A mí me han enseñado que todos somos seres humanos. Yo tengo mis sentimientos. Están aquí dentro. Todos somos iguales. ¿Por qué ser español es mejor que ser marroquí? Yo he nacido allí. Tengo ganas de llorar. No sé por qué se meten conmigo, con mis amigas… Cuando viene otra niña marroquí a clase, lo siento por ella porque sé que lo va a pasar mal. La van a herir. Terminará por no venir. Estudiar es nuestra esperanza de futuro. Quiero pensar en ese futuro, quiero tener esperanza, pero el día a día es muy duro. Muchas veces se me saltan las lágrimas. En el patio se meten con nosotras, a veces nos pegan cuando se despistan los profesores. Hablamos en árabe y eso parece molestarles. Piensan que nos reímos o hablamos de ellos, pero no es así. Yo hablo con mis amigas en la lengua que quiero. No nos metemos con nadie. Estamos en un rincón y creo que no molestamos.

Parece que nos tenemos que dejar humillar, pero yo no agacho la cabeza. Soy un ser humano que puede llevar la cabeza muy alta. No tengo de qué avergonzarme. Respeto a mis padres, a los profesores, a mis compañeros, y saco buenas notas… pero eso parece molestarles. Si les ayudo, malo. Si no les ayudo, también. Sólo soy torpe en Educación Física.

Sabía que iba a ser duro estar en España. No sé por qué no nos respetan. ¿Qué hemos hecho? ¿Ser marroquíes es algo malo?

miércoles, 1 de febrero de 2006

¿La vida es sueño?


El drama filosófico de Calderón de la Barca nos ha inspirado en la clase de literatura de Bachillerato. He querido dar cuerpo a alguna de las ideas contenidas en la obra: la predestinación y la comparación de la vida con un sueño. Les he propuesto a doce alumnos, habitualmente poco interesados, algunas reflexiones a propósito. ¿Es la vida un sueño? ¿Han tenido esa sospecha alguna vez? ¿Somos el sueño de alguien que nos está soñando como se dice en Alicia en el país de las maravillas?

Les he sugerido el punto de vista de un anciano de noventa años que recorre su vida y se queda perplejo de la rapidez con que ha pasado. Recuerda sus años mozos, las chicas que cortejaba, el servicio militar, la guerra de Marruecos, la caída de la monarquía y la subsiguiente república, el cambio de valores políticos y morales que vio, su boda, la guerra Civil y su participación en uno de los bandos, el franquismo, la guerra Mundial… Y él creciendo y haciéndose mayor y todo lo que ha visto va lenta o rápidamente desapareciendo. Tendrá hijos que crecerán a velocidad vertiginosa, y luego nietos. Y morirá Franco y vendrá de nuevo la Monarquía y la democracia, y luego, ya viejo, será testigo de la caída del Comunismo, etc, etc. ¿No es razonable que esa persona -a esa edad- tenga una noción de inconsistencia de la vida, de que nada es firme, de que en cierta manera parece un sueño del que algún día despertará? El hinduismo y el budismo han tenido la intuición de que la vida es real por un lado, pero por otro es ilusión, es como un sueño del que cabe despertar.

Les he planteado el cambio de perspectiva que tendría su vida si de pronto un examen médico les descubriera una enfermedad de pronóstico grave, una vida, de repente, limitada en el tiempo, cercenada por la incertidumbre de durar poco más allá de unos meses o años. ¿Qué haríamos entonces? ¿Qué sacaríamos de nosotros? ¿Cómo emplearíamos ese tiempo?

Alguno ha dicho que aprovechándolo a tope, dejaría el instituto y a disfrutar. Pero ¿algo más? ¿Qué reflexiones nos cabrían? No es lo mismo ver la vida con diecisiete años y una larga carretera infinita por delante que ver el fin a la vuelta de la esquina. Les he contado el caso de una profesora, persona excelente, que se vio en esa tesitura e, inopidamente, se acercó a la religión. Un sacerdote le sirvió de guía: Esta vida no es nuestra, la tenemos sólo en prestamo y hemos de emplearla bien. Aquella mujer, guapa, bastante joven y elegante, con una hija de dieciséis años, sacó lo mejor de sí misma, extrayendo una extraordinaria fuerza moral de su situación. No entro ni salgo en su creencia. Sólo en cómo aprovechó el tiempo que le quedaba: intentando ser mejor. Poco después, sin que nadie sospechara su enfermedad, nos llegó la noticia de su fallecimiento. Ella, como concluye Calderón en La vida es sueño, optó por ser buena por si acaso soñamos.

La clase se ha hecho densa. Los silencios, espesos. Todos estaban removiendo su interior. ¿Habrá algo más? Alguna muchacha opinaba que no, pero que no sabía. Y se preguntaba que si hubiera otra vida con quién nos relacionaríamos. ¿Con las mismas personas que lo hemos hecho en esta vida? Otro ha sugerido que vivimos mientras alguien nos recuerda. Pero ¿y después? ¿No es como si desapareciéramos? ¿Qué significan para nosotros las lápidas que resumen una vida en dos fechas? Nada. Y probablemente aquellas vidas estuvieron plenas y llenas de sentido y pasión.

Hemos derivado a temas colaterales sobre lo que significa sacar lo mejor de nosotros mismos y lo fácil que es sacar lo peor, volvernos desconfiados, vengativos, envidiosos, rastreros, bajos…¿A cuántas personas que conocemos las vemos desesperanzadas, violentas, amargadas, crueles? ¿Cómo se puede juzgar eso? ¿Cómo medir la densidad humana? ¿No es acaso una perspectiva religiosa? ¿Hay acaso una religión humana, que hable de seres humanos y su necesidad de la bondad, de la generosidad, de la aceptación del dolor?

Hoy la clase ha estado bien empleada. Hemos reflexionado. Probablemente no hemos abierto ningún nuevo camino. Las intervenciones de mis alumnos han sido profundas, meditadas, sentidas… con largos silencios fecundos que estaban llenos de contenido. Hemos percibido como ráfagas de eternidad el sentimiento de lo efímero de la vida y de las cosas, la sensación de finitud, de necesidad de sentido, de sospecha de si la vida tiene consistencia o no, si es un sueño o no. Pero en todo caso, mejor es obrar bien por si acaso y también por convicción. Es la enseñanza de Calderón y no me parece un disparate.

Hace años, cuando a mis alumnos les atraían las conversaciones trascendentales, les sugería que trajeran una vela a clase. Cerrábamos las persianas y el juego era el siguiente: cuando alguien quería intervenir hablando sobre el amor, el sexo, la muerte, la literatura, el caos, el deseo o cualquier idea que le viniera, encendía la vela. Si alguien quería seguirle o contestarle o introducir otra idea hacía lo mismo. Al final era un gozo ver toda la clase con veinticinco o treinta velas encendidas sin que el profesor hubiera dicho la más mínima palabra. Eran clases de reflexión, de creación de pensamiento y de expresión de sentimientos. ¡Qué fértiles eran! Hoy las he recordado.

lunes, 30 de enero de 2006

La relación maestro-discípulo


Este post tiene por objeto comentar una crónica aparecida en EL PAÍS (Madrid) el domingo 29 de enero sobre los alumnos actuales de los institutos públicos. Para ello, un periodista se ha presentado en un centro público de enseñanza para seguir el desarrollo de las clases y llegar a alguna conclusión sobre el carácter de los alumnos de esta generación.

El título de la crónica no deja lugar a dudas “Más rebeldes, más activos”. El periodista, Antonio Jiménez Barca, califica a nuestros alumnos con dos adjetivos que tienen connotaciones positivas: rebeldes y activos. Reconoce su mayor grado de conflictividad y de indisciplina, pero afirma que son una generación más desinhibida, más activa, con menos miedo a cometer errores y menos sumisos que los alumnos de hace veinte años.

Toma como apoyo de sus conclusiones, que parecen ser redactadas bajo el síndrome de Estocolmo, a una profesora universitaria, una tal Rosario Ortega, catedrática de Psicología de la Ecuación (¡?) en la Universidad de Córdoba. Esta profesora es experta en temas de conflictividad en las aulas. Según ella, “no hay ningún informe que demuestre que ahora haya más indisciplina, pero sí hay estudios y encuestas que indican que ahora en las clases hay ciertos niveles de conflictividad que antes no se daban (¿?). El profesor ahora no sólo tiene que entender de literatura o de matemáticas, sino también ser capaz de entusiasmar; para ser profesor se debe ser un adulto mínimamente interesante. (…); para estas generaciones, que han nacido con la democracia, ya no valen las normas anteriores, no quieren que su maestro sea del siglo XIX, sino del XXI, y para ello hace falta una gran formación psicopedagógica, y muchos profesores carecen de ella”.

Estas son las opiniones científicas de Rosario Ortega, catedrática de Psicología de la Ecuación y que nunca ha pisado en serio un aula de secundaria. Los profesores –según ella- estamos faltos de formación y somos especímenes más del siglo XIX que del siglo XXI. Me gustaría que me explicara cuáles son esas virtudes que debe tener un profesor de este siglo, pero también hacerle una reflexión sobre lo que es la auténtica tarea docente que no sea convertir un aula en un parque temático, con abundante diversión y actividades entretenidas muy variadas para mantener la atención de nuestros díscolos alumnos que no quieren aburrirse.

Es cierto que nuestros alumnos quieren participar ante todo. Les encanta decir tonterías, no ideas con un mínimo de espesor. Si tú preguntas a un alumno, enseguida cuatro o cinco voces te responderán por él. Es muy difícil, casi imposible, que respeten su turno de intervención. Cualquier banalidad, fuera de tiesto, vale para hablar. Esto les encanta, pero no les propongas un tema con alguna seriedad. Has de imitar los programas de televisión en que, como en una democracia moderna, todo el mundo tiene el derecho de hablar lo primero que se le pase por la mente sin el más remoto fundamento. Este es un mal muy extendido como vemos en las tertulias radiofónicas en que cualquiera opina sobre los temas más complejos con una rotundidad apabullante.

La relación auténtica entre profesor y discípulo (¡qué palabra tan maravillosamente decimonónica!) es la de respeto mutuo. El discípulo acepta los conocimientos del profesor y lo admite como guía provisional para encaminarlo por la senda del conocimiento. Es una relación de admiración por los caminos que abre el profesor y que serán seguidos por el alumno, que en absoluta libertad, podrá discrepar por completo de lo que le enseñe su profesor. Pero esta relación ha de ser iniciada por el silencio en que se escucha y se intenta comprender lo que el profesor quiere explicar. Luego se valora, se piensa y se disiente, si llega el caso. Esta es la construcción de una personalidad. Primero necesitada de maestros en ideas que conocen la ciencia mejor que tú, y luego, una vez aprendida, el discípulo crea su mundo original de pensamiento que puede diferir totalmente del enseñado por el profesor. Pero primero hay que escuchar y valorar.

En la práctica deportiva de cierta calidad y no de tanta, hay un principio intocable y éste es el de la autoridad del entrenador. Esto no se puede discutir. El entrenador ha de ganarse este prestigio, pero no debe ser puesto en cuestión por el primero que llega. Tengo alumnos desaplicados y problemáticos que se ríen de las clases y no trabajan nada, pero eso no afecta a su práctica deportiva en que el entrenador de fútbol es sagrado. Y si cometiera la más mínima indisciplina sería apartado del equipo que es lo último que quiere. Por tanto, respeta a su entrenador como principio filosófico y práctico.

La docta catedrática, que no ha pisado un aula, imagino que debe tener mucha autoridad moral para poder dictar principios que condenan a la mayoría de los profesores. Según ella, nuestros alumnos son menos sumisos que sus hermanos mayores que callaban y escuchaban, como pasaba hace veinte años. Y sin ir tan lejos, antes de la aplicación de esta reforma llamada LOGSE.

Lo que sucede es que nuestra autoridad es puesta en entredicho continuamente; que nuestros alumnos no valoran los conocimientos que nosotros podemos transmitirles porque tienen otras fuentes de información que consideran más válidas; que son incapaces de estar quietos y escuchar; que están desinhibidos para la pura trivialidad y bobada; que carecen de directrices en casa que les marquen los límites; que están dominados por los mensajes de la televisión, publicidad y revistas varias en que se sobrevalora la importancia de la juventud; que son en su mayoría niños mimados o dejados de la mano de dios; que no les apetece,a la gran mayoría, esforzarse un ardite. Y sólo hay que ver cómo lo pasan los buenos alumnos disciplinados en medio de este ambiente. Es una verdadera tortura. Pero esto la crónica lo ve como una muestra de que son más rebeldes y activos. Pues ¡qué bien!

jueves, 26 de enero de 2006

La repetición de curso


Trabajo en un IES de una importante población del cinturón industrial de Barcelona. Mi instituto está en una zona de inmigración interior en los años cincuenta y sesenta y actualmente de inmigración magrebí y latinoamericana en número creciente. De hecho el 32% de los alumnos de mi instituto son de origen inmigrante. Es un instituto que comparte problemas con muchos otros de las mismas características.

El nivel de asimilación y de trabajo de los alumnos es muy bajo. Si nos valoraran en cuanto a comprensión lectora o expresión oral y escrita sacaríamos un nivel de clara deficiencia. Igual en las demás materias como Matemáticas, Ciencias Experimentales…

Luchamos contra la desigualdad social. Nuestros alumnos no tienen arraigada la cultura del esfuerzo o el aprecio por los conocimientos. Les atrae la vida de calle o los modelos que se difunden a través de la sociedad de la tecnología y los mass media. Su impulsividad es muy elevada y son poco reflexivos. Nos damos cuenta de que es muy difícil hacerlos progresar. Sólo unos pocos se esfuerzan realmente, en la medida de sus posibilidades.

La LOCE, que impulsó el PP, consagró el principio de repetición de curso para los alumnos que tuvieran tres asignaturas suspendidas. A los profesores, en general, nos pareció lógica esta repetición porque nos dábamos cuenta de que no era pedagógico que alumnos que suspendieran todo - porque no hacían nada- pasaran de curso como los que se habían esforzado y lo habían intentado.

La nueva ley de Educación, aprobada en diciembre del pasado año, establece que se pasará curso con dos asignaturas suspendidas y excepcionalmente con tres, si la Junta de Evaluación lo considera oportuno por la actitud y predisposición del alumno.

El número de repetidores en los dos últimos cursos se ha multiplicado. Las clases cuentan con un buen número de ellos que no aprovechan la segunda oportunidad y se convierten, en gran parte de los casos, en líderes negativos. Siguen suspendiendo y sin hacer casi nada. Pocos hay que saquen partido de la repetición.

Algunos expertos en educación universitarios y algunas juntas directivas se preguntan, en tal caso, si la repetición de curso es buena como estrategia y promueven la promoción automática –o por edad- aunque a un alumno le queden la mayor parte de las asignaturas. Es una forma de no crear bolsas de alumnos desmotivados que siguen sin trabajar. Si se les promociona, dejan lugar a otros alumnos que podrían llegar al instituto. Apoyando este punto de vista se aducen estudios internacionales que cuestionan la eficacia de la repetición por los efectos negativos que genera, tales como el desistimiento y el abandono, por la pérdida de nivel de autoestima que supone. Alegan que ese mismo alumno rendiría más si hubiera promocionado por edad como criterio fundamental y no por las asignaturas suspendidas.

Es un debate peliagudo porque la promoción automática es un pésimo ejemplo para los alumnos que se esfuerzan, pero, a la vez, lo estamos viendo, no es algo que resuelva el problema sino que enquista bolsas de alumnos fracasados y desmotivados. No se repite dos veces el mismo curso de modo que un alumno promociona automáticamente en su repetición. Ellos lo saben y actúan en consecuencia.

La administración nos presiona. Quiere números que revelen el éxito de sus políticas. Hemos de maquillar los datos para que aparezcan en la prensa síntomas de una disminución en el número de alumnos con fracaso escolar. Los que estamos dentro, sabemos lo que hemos de hacer para que la realidad aparezca del color que quieren las autoridades educativas: pruebas de recuperación de contenidos mínimos o básicos, relativización de cuestiones como la ortografía y la expresión incluso en las clases de lengua, exámenes tipo test de nivel muy bajo, aprobados in extremis a final de curso para que puedan pasar…. pero ni aún así cuadran las cifras. Los alumnos siguen estando desmotivados, les interesa bien poco el acceso al conocimiento que les ofrecemos. Es todo un modelo social el que está debajo de este fracaso generalizado del sistema. No hay forma de motivarlos, se resisten al esfuerzo, no les atrae lo que les proponemos, no les interesa la cultura que está en los libros ni en las aulas oficiales. Los pocos que no se ajustan a este modelo tienen que luchar con una presión muy fuerte y adversa.

Al menos es lo que veo desde estoy yo. Está claro que no es la misma perspectiva la que se tiene contemplado desde colegios de élite o escuelas privadas socialmente privilegiadas. Ello nos lleva a la cuestión central que es de índole social. Entornos cultural y socialmente bajos generan una mayoría de alumnos poco interesados e implicados en el proceso de aprendizaje. Se perpetúa el modelo social del que provienen. Entornos de extracción media alta o alta tienen muchas más posibilidades de mantenimiento y ascenso social.

Se nos solicita desde algunos sectores que con nuestros aprobados nivelemos esa diferencia en el engranaje social.

martes, 24 de enero de 2006

La tristeza


Hace algunos post planteé el proyecto de proponer a mis alumnos de tercero de ESO una serie de redacciones sobre los sentimientos. Cada una versaría sobre uno, que deberían comentar y analizar, amén de añadir sus experiencias personales sobre el mismo. El primero que fijé fue La tristeza.

El experimento ha salido relativamente bien. Es difícil que yo pueda hacerles reflexionar sobre conceptos abstractos o sobre el sentido de las cosas y la vida, que aparece en algunas obras literarias. Pero sí que puedo hacer que reflexionen sobre algo que es genuinamente suyo, que está dentro de ellos: sus sentimientos. Hermann Hesse escribió “No digas de ningún sentimiento que es pequeño o indigno. No vivimos de otra cosa que de nuestros pobres, hermosos y magníficos sentimientos, y cada uno de ellos contra el que cometemos una injusticia es una estrella que apagamos".

La tristeza es el más elocuente de los sentimientos, uno de los más universales. La tristeza, según mis alumnos en sus redacciones, tiene que ver con la pérdida o el miedo a perder algo, con el aislamiento a que lleva y su consiguiente necesidad de consuelo: esto lo han resaltado repetidamente; con la apatía y falta de ilusión por las cosas; con la agonía y el llanto; con la sensación de vacío interior; con el dolor que alguien generalmente querido te causa con algún comentario o acción que te hace daño; con la culpabilidad; con la baja autoestima; con el desengaño; con el autoanálisis que implica de nosotros mismos: nos sirve para reflexionar; con el aferrarnos a cosas que no podemos olvidar; con la necesidad de desahogo: alguna alumna ha llorado escribiendo la redacción porque le ha evocado algo muy doloroso: la pérdida de un abuelo, uno de las motivos más repetidos de sentimientos de tristeza. Alguno ha reconocido que tras la muerte de su abuelo se pasó dos meses llorando y sintiéndose culpable por lo que no había hecho en vida con él. Por lo que no le había dicho también.

La tristeza es una parte esencial de la vida –afirma otra alumna-. “La tristeza no es mala porque te das cuenta de que querías a alguien”. "No podemos ser humanos sin sentirnos alguna vez o muchas veces tristes".

Son manifestaciones o proyecciones de la tristeza la rabia y la envidia, la agresividad, el odio, el abatimiento, la tendencia a la retirada, la desesperanza, el arrepentimiento, la amargura, la impotencia.

“Me encierro en mi cuarto a llorar como una loca y con miedo a que me descubran que no puedo estar a la altura de aguantar cómo discuten. Y entonces me siento mal. Y no tengo ganas de estar con nadie; y lo peor es la hora de aparentar que somos una familia normal , que no abunda la tristeza y que cada día nos queremos más…”

“Mi abuelo materno murió el año pasado. Jamás olvidaré el cabreo que cogí porque no me dejaron ir al entierro. Tampoco aquella clase de Visual y Plástica con XX en la que el llanto interior se clavaba como un puñal en mi corazón”

“La tristeza ayuda a valorar la alegría, y además, si siento tristeza es porque amo a alguien, porque me entristece verles sufrir, tenerles lejos… Porque creo que todas las emociones nacen del amor, entre otras, especialmente la tristeza”.

“O también me sentí así cuando un tío mío se murió. Sentí una mezcla de tristeza y miedo, al saber que jamás lo volvería a ver. Yo sentía como si hormigas me estuvieran recorriendo todo el cuerpo”.

En definitiva, pienso que nuestros alumnos, nuestros adolescentes en general, saben bastante poco de ortografía, de abstracción, de organización del pensamiento, de esfuerzo continuado, de resistencia ante la frustración y de buenos modales, pero sí que puedo afirmar que tienen un claro mundo sentimental y que éste es un rico caudal interior. Lástima que sus modelos externos sean tan pobres y esquemáticos, lástima que la necesidad de la cultura no se una al sentimiento. Hemos de hacerles reflexionar sobre ese mundo interior porque revelan muchas carencias pero todavía hay en ellos mucho de buenas personas.

sábado, 21 de enero de 2006

¿Morirsoñando o soñar muriendo?


Víctor Manuel Ramos es un periodista dominicano, afincado en los Estados Unidos desde su adolescencia. Primero en la ciudad de Nueva York. Luego en Orlando (Florida). Trabajó en diversos periódicos neoyorquinos sobre temas como el crimen y la delincuencia. Antes de ser periodista, vendió correas de reloj por las calles. Participó en 2001 y 2002 en el proyecto del diario Newsday para escribir las historias de las víctimas del Once de Setiembre, colaborando para el libro “American Lives”. Posteriormente se trasladó a Florida donde actualmente reside en la ciudad de Orlando trabajando igualmente para la prensa.

Si hay algo que obsesiona a Víctor en su concepción del mundo es la búsqueda de significado al (sin) sentido de la vida y la fugacidad de la existencia, dos temas capitales que se reflejan en su colección espléndida de relatos titulada Morirsoñando que hoy presentamos. Está publicada en LibrosEnRed y los usuarios pueden descargársela por un precio módico. Lo recomendamos vivamente.

La colección Morirsoñando se inicia con un poema de Unamuno y en su final se cierra con un diálogo tenso y dramático del protagonista con el Cristo que bien pudiera evocar la Oración del ateo de don Miguel. Dios no existe, es un dios de papel, pero está solitario y necesita que le halaguemos. El autor habla con él en una especie de diálogo de sordos en que Dios necesita más al hombre que el hombre a Dios. Resalto este aspecto porque todos los relatos de Víctor Manuel Ramos poseen una intensa carga existencial dramática y un aliento que revela una cierta desesperanza. Pero, no lo olvidemos Morirsoñando también es el nombre de un cóctel delicioso que combina la acritud de las naranjas con la dulzura de las cañas. Lleva zumo de naranja, azúcar, leche y hielo triturado. Entre estos dos extremos –lo dulce y lo agrio- se sostienen estos relatos en el límite.

Los dieciocho relatos que componen el libro forman una unidad un tanto heterogénea. Los hay que evocan el mundo mítico, soñado, del río Bao donde ocurren historias cargadas de misterio y donde aparecen fatalidades, muertes y presencias ominosas. Es el mundo anterior a la emigración a los Estados Unidos. Es la República Dominicana como espacio mágico. Luego está su afincamiento como inmigrante en los Estados Unidos, el trasterramiento en plena adolescencia y el encontrar la dureza de la vida pero también el mundo de las oportunidades duramente trabajadas. Los relatos que se sitúan en la ciudad de Nueva York se vertebran en torno a la terrible experiencia que supuso el 11 de Setiembre en que la ciudad se tambaleó y aún se está recuperando. Un relato sorprendente es La sonrisa del terrorista fechado el 27 de octubre de 2001. Es un relato irónico que llama la atención por la capacidad de distanciamiento -en aquellos momentos- y el humor tierno en medio de una situación intensamente dramática: un terrorista aprovisionado de explosivos, pegados a su cuerpo, deambula por Nueva York esperando hacer estallar su carga letal. Pero aquel día sucede lo que menos podría esperar…

Varios de los relatos evocan la figura de inmigrantes latinoamericanos desembarcados en el paraíso americano, pero este paraíso es más bien un infierno de dificultades en que siempre se sentirán extraños. Me recuerda poderosamente la impresión que tuvo Lorca en su visita a Nueva York en 1929 y su extrañamiento y desolación ante las terribles leyes del mercado y el capitalismo en estado puro. Se sentía como latino, desplazado a un mundo deshumanizado. Así los relatos Quizás soy blanco, Pulpa de Manila, Mañana de agosto, The lucky ones, La casi verdadera historia de Ebenezer Scrooge, El testamento del Pora… Late en todos estos relatos una sátira amarga sobre la vida y el estilo de vida americanos. En alguno de ellos, percibimos la presencia filosófica de Arthur Schopenhauer, el filósofo más pesimista, que sostenía que la existencia fluctúa entre la desesperación y el aburrimiento. Esta orientación da densidad al conjunto de los relatos: una percepción dolorosa de la existencia y una necesidad imperiosa de buscarle un sentido. Un cuento sobrecogedor al estilo del mejor Raymond Carver es Crismas en Nueva York, construido con frases cortas y cortantes que van acumulando dramatismo para desembocar en un giro trágico que nos corta el aliento. Como fondo siempre la ciudad de Nueva York recuperándose. NY ya no es la misma, impresión que me han confirmado viajeros que han estado recientemente por allí. La ciudad abierta, confiada, liberal se ha ensombrecido… Y esta sombra planea sobre estos cuentos agridulces en los que hay diversas influencias: desde el homenaje interesantísimo a Juan Rulfo en uno de los mejores relatos del libro, Los Chupasangre, un monólogo interior de gran fuerza; referencias a Dickens en la historia de Abelardo Cruz; relatos fantásticos como Nueva York bajo la nieve –parece evocar la carga hiperbólica de Gabriel García Márquez y la lluvia en Macondo durante cuatro años y no sé cuántos meses y días…; Vuelo nocturno (¿Saint-Exupery?)… Nueva York como metáfora y como escenario de la vida de inmigrantes que deambulan y trabajan rompiéndose el espinazo para seguir adelante, porque la vuelta atrás es imposible. Trabajan por ellos mismos y por sus hijos, todo para sus hijos, esperando un futuro mejor.

Lo dicho, no se lo piensen y descárguense estos cuentos tiernos y ácidos, llenos de sátira y sarcasmo social… Son documentos de una percepción original y propia de la existencia en unas circunstancias excepcionales. Su carga de fatalismo y de ternura me resultan un cóctel que se acerca a nuestra sensibilidad europea en que nos sentimos ajenos al American Way of Life.

Visitar Libro Abierto para conocer más acerca de estos relatos.

martes, 17 de enero de 2006

La frustración


Interesante novela de Miguel Delibes que publicó en 1966. La he puesto como libro de lectura obligatoria en un tercero de ESO, el curso de mi tutoría en que hay una atención más individualizada, una exigencia –para entendernos- menor. Las primeras reacciones han sido contradictorias. Algunas chicas se han sentido atraídas por las hazañas de Quico, el protagonista de casi cuatro años que siente celos de su hermanita Cristina de un añito. Otros han odiado esta novela corta con una saña indescriptible. ¡No pasa nada! ¡No sabes elegir novelas para adolescentes! ¡Queremos niñas con anorexia o bandas juveniles o al menos algún nazi descarriado!

Pero no era de esto de lo que quería hablar. En la novela se presenta el conflicto de un niño imaginativo, Quico, que organiza tremendos saraos para atraer la atención de sus padres y cuidadoras. Dice que se ha tragado un clavo, mete las tijeras en el enchufe, encierra a su hermanita pequeña… ¿Cómo actuar con él? La madre que ha tenido seis hijos no piensa que haya que prestarle una especial atención y le arrea unos cuantos azotes por sus travesuras. La tía Cuqui lo justifica diciendo que es “diferente”, que es un príncipe destronado, y que hay que “entender” sus travesuras. Se apoya en lo que dicen los psiquiatras que alertan contra los complejos que pueden derivarse de una represión sobre los instintos primarios de los niños. Es muy serio, hija, eso de los complejos, dice la tía Cuqui. La madre responde que si hubiera que hacer caso a los psiquiatras no podrías dar un paso.

El pediatra de la familia apoya las tesis de la tía Cuqui e intenta convencer a la madre de que ha de ser comprensiva con el síndrome del príncipe destronado. La madre insiste en que ha tenido varios hijos destronados y que ninguno le ha traído los problemas que le causa Quico.

El caso es que en este debate entre comprensión y rigidez, un debate que fue generacional, ganaron los psiquiatras/psicólogos/pedagogos y las tías Cuquis. Hay que ser comprensivo, no hay que reprimir porque puede causar un trauma o un complejo que de mayor puede ser irreparable. Era la década prodigiosa (1966) y las ideas de los antisiquiatras y la cultura de la época marcaron indeleblemente a los que nacieron entonces y después. Era la cultura de Prohibido prohibir que decían los grafitis en las paredes de París.

Los padres de mis alumnos, aunque mejor sería decir las madres, que suelo recibir como tutor son de la misma generación de Quico o parecida, si no más jóvenes. Este conflicto se ha interiorizado y observo que muy pocos padres saben en la actualidad cómo comportarse ante sus hijos y cómo educarlos. Los padres suelen delegar en sus mujeres y éstas suelen actuar con un intento de comprensión y diálogo con sus hijos si es que pueden prestarles atención. Muchas están atemorizadas sobre qué puede pasarles o tienen mala conciencia por la poca atención que pueden dedicarles y no imponen normas claras y límites precisos. Tienen miedo o no saben qué hacer. Sus hijos se les imponen, especialmente en un tiempo que se ha erigido una cultura adolescente y unos valores fortísimos de grupo generacional, aderezado por las nuevas tecnologías y la propaganda masiva en que se exalta la eterna juventud.

Los muchachos tienen demasiadas cosas, todo lo que piden e incluso antes de pedirlo. Vivimos en una sociedad en que el consumo es el amo y se queda mal si a los hijos no se les da todo. A veces uno tiende a pensar si el mejor regalo que podríamos dar a nuestros hijos sería negarles lo que desean o no, para que ejercitaran, en consecuencia, el intenso deseo.

Los muchachos en general tienen unas pésimas relaciones con la frustración. Nada hay peor ni peor sufrido que la adversidad o la frustración que causa el fracaso o no poder obtener placer a toda costa, en todo momento y con el menor esfuerzo. Ya dijo Oscar Wilde que lo mejor para vencer la tentación era caer en ella, o los románticos afirmaron que sólo los deseos que no eran suficientemente fuertes podían ser acallados. Estamos en la cultura en que se exalta el deseo débil que ha de ser satisfecho a cualquier precio. Como resultado está la baja resistencia ante la frustración. Y algo relacionado con ella como es la baja autoestima. Antes la frustración y las dificultades fortísimas formaba parte inevitable de la vida. Hoy son algo indeseable o inaceptable. El ego sufre profundamente si no logra obtener satisfacción inmediata.

¿Cómo será el futuro? ¿Cómo serán educados los hijos de los actuales adolescentes que están acostumbrados a tenerlo todo sin demasiado o ningún esfuerzo? Fijémonos que todavía existen entre nosotros generaciones de abuelos que pasaron privaciones sin cuento y estuvieron acostumbrados a la penuria y a la adversidad de la guerra y la posguerra. Estos abuelos ponen todavía en el mundo un punto de densidad y generosidad con su entrega y espíritu de sacrificio sin límite a los hijos y a los nietos.

¿Qué mundo dejaremos a nuestros hijos? ¿A qué hijos dejaremos el mundo?

sábado, 14 de enero de 2006

Yara


Nací aquí, pero toda mi familia es brasileña. Mi infancia está unida a allí. En las fiestas seguíamos las costumbres de allá, cantábamos sus canciones...Y sigo escuchándolas. Muchas tratan sobre la amistad. En Brasil hay mucha pobreza, pero se da más importancia a las relaciones humanas, a la amistad. Este es amigo, y eso es importante. Estoy conectada con Brasil. Si alguien me dijera que no soy brasileña, tendría razón porque no he nacido allí, pero lo siento como mío, sé lo que pasa allí, tengo a mi familia... He conocido a mi familia a trocitos. Vienen a veces a vernos y hemos de separarnos nuevamente. Mi abuela llora cuando hablamos por teléfono. Brasil es parte de mí. Brasil nos divide. Mi primo se ha ido a vivir allí. Ha sido un palo. Yo estaba muy unida a él. Me gustaría visitarlos, ver a mi primo, pensar que están a diez minutos.

Brasil es otro mundo. Me gustaría conocerlo. Nunca he estado allí. Me han hablado de su belleza, de su mar... Pero tengo miedo de conocerlo porque sé que allí hay mucha pobreza y riqueza juntas. Aquí hay un nivel medio, pero allí se producen muchos contrastes. Al lado del rascacielos de lujo están las favelas de gente que no puede vivir. Al lado de un casino, al que llega la gente en coches de lujo, hay pobres tirados en la calle. Esta mezcla me da miedo. Me dolería verlo. Me deprimiría.

Participo en diversas actividades aparte de cursar primero de bachillerato de Ciencias Sociales en el instituto. He hecho teatro durante siete años. Me encanta el teatro, me sirve para evadirme. Este año lo he dejado para poder dedicarme más a los estudios. Pero volveré a él. También soy voluntaria de la Cruz Roja de Juventud, soy Delegada del Consejo de la Mujer de la Juventud -del Ayuntamiento-, soy voluntaria del CRAJ (Centro de Recursos Asociativos de la Juventud). El voluntariado me permite implicarme en temas sociales, pero me deja más flexibilidad de horarios para los estudios.

Me impliqué en movimientos sociales desde muy pronto. Mi madre no quería que estuviera en la calle dando vueltas como se suele hacer. No digo que no sea divertido, pero ella quería que hiciera otras cosas. Quería que ocupara el tiempo en tareas más productivas. Le he cogido el gusto. Hay otra forma de hacer las cosas. Sales con otras personas que te enriquecen y te aportan otros puntos de vista. Tienes así más de un grupo de relación. El grupo de teatro me aporta poesía; el CRAJ me facilita la imaginación -nos disfrazamos, colaboramos en la organización del Festival de Payasos- ; en el Centro de la Mujer te enseña que hay que luchar por cosas, que no somos seres pasivos, que hay que estar implicado. Necesito tener todos estos grupos para ser yo.

En cuanto a mi futuro he pensado muchas cosas. De pequeña quería ser abogada. Ahora pienso en Periodismo o Comunicación Audiovisual, es decir, hacer un carrera. También he pensado en montar una empresa, un gimnasio por ejemplo, he pensado meterme en política... He pensado en muchas posibilidades. Tengo todas. Depende de mí, de mi esfuerzo. Creo que puedo conseguir lo que quiera. No me importa el tiempo que tarde en hacerlo. Me gusta todo. Iré viendo lo que vaya viniendo. Pienso que cuando llegue el momento sabré tomar la decisión justa. Cuando he tenido que tomar una decisión, lo he hecho y ha sido positiva. Lo mismo me pasaba con el bachillerato. No sabía qué opción tomar y creo que he elegido bien.

Me siento totalmente integrada en España. Salir con gente tan distinta te hace ser más abierta, pero eso no quiere decir que no me sienta diferente. No he querido serlo, pero lo soy. A la gente muchas veces -no sé por qué- no le gusta que tengas tu propia personalidad o que pienses de otra manera que no es la de ellos. Me van aceptando más. En el colegio era algo rechazada pero en los demás grupos era muy aceptada. Teníamos algo en común por lo que luchar. En la Cruz Roja queríamos ayudar a la gente, y eso nos unía, pero al colegio veníamos obligados. No teníamos nada en común. Sentía que no era mi sitio. Ahora sí. Se ve todo de una manera más amplia.

Miro el futuro con optimismo. Veo las notas que tengo y son buenas. La cosa es no obsesionarte ni ser pesimista. No debes decirte "No voy a poder". Yo iré hasta donde me lleven mis posibilidades. Y sí, consigo aprobar. Yo creo que puedo. Podré hacer lo que quiera. Me hace ilusión pensar eso.

Este post es un resumen de una grabación que hice a finales de diciembre a una ex-alumna que me pareció interesante para conocer sus puntos de vista.

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