Interesante novela de Miguel Delibes que publicó en 1966. La he puesto como libro de lectura obligatoria en un tercero de ESO, el curso de mi tutoría en que hay una atención más individualizada, una exigencia –para entendernos- menor. Las primeras reacciones han sido contradictorias. Algunas chicas se han sentido atraídas por las hazañas de Quico, el protagonista de casi cuatro años que siente celos de su hermanita Cristina de un añito. Otros han odiado esta novela corta con una saña indescriptible. ¡No pasa nada! ¡No sabes elegir novelas para adolescentes! ¡Queremos niñas con anorexia o bandas juveniles o al menos algún nazi descarriado!
Pero no era de esto de lo que quería hablar. En la novela se presenta el conflicto de un niño imaginativo, Quico, que organiza tremendos saraos para atraer la atención de sus padres y cuidadoras. Dice que se ha tragado un clavo, mete las tijeras en el enchufe, encierra a su hermanita pequeña… ¿Cómo actuar con él? La madre que ha tenido seis hijos no piensa que haya que prestarle una especial atención y le arrea unos cuantos azotes por sus travesuras. La tía Cuqui lo justifica diciendo que es “diferente”, que es un príncipe destronado, y que hay que “entender” sus travesuras. Se apoya en lo que dicen los psiquiatras que alertan contra los complejos que pueden derivarse de una represión sobre los instintos primarios de los niños. Es muy serio, hija, eso de los complejos, dice la tía Cuqui. La madre responde que si hubiera que hacer caso a los psiquiatras no podrías dar un paso.
El pediatra de la familia apoya las tesis de la tía Cuqui e intenta convencer a la madre de que ha de ser comprensiva con el síndrome del príncipe destronado. La madre insiste en que ha tenido varios hijos destronados y que ninguno le ha traído los problemas que le causa Quico.
El caso es que en este debate entre comprensión y rigidez, un debate que fue generacional, ganaron los psiquiatras/psicólogos/pedagogos y las tías Cuquis. Hay que ser comprensivo, no hay que reprimir porque puede causar un trauma o un complejo que de mayor puede ser irreparable. Era la década prodigiosa (1966) y las ideas de los antisiquiatras y la cultura de la época marcaron indeleblemente a los que nacieron entonces y después. Era la cultura de Prohibido prohibir que decían los grafitis en las paredes de París.
Los padres de mis alumnos, aunque mejor sería decir las madres, que suelo recibir como tutor son de la misma generación de Quico o parecida, si no más jóvenes. Este conflicto se ha interiorizado y observo que muy pocos padres saben en la actualidad cómo comportarse ante sus hijos y cómo educarlos. Los padres suelen delegar en sus mujeres y éstas suelen actuar con un intento de comprensión y diálogo con sus hijos si es que pueden prestarles atención. Muchas están atemorizadas sobre qué puede pasarles o tienen mala conciencia por la poca atención que pueden dedicarles y no imponen normas claras y límites precisos. Tienen miedo o no saben qué hacer. Sus hijos se les imponen, especialmente en un tiempo que se ha erigido una cultura adolescente y unos valores fortísimos de grupo generacional, aderezado por las nuevas tecnologías y la propaganda masiva en que se exalta la eterna juventud.
Los muchachos tienen demasiadas cosas, todo lo que piden e incluso antes de pedirlo. Vivimos en una sociedad en que el consumo es el amo y se queda mal si a los hijos no se les da todo. A veces uno tiende a pensar si el mejor regalo que podríamos dar a nuestros hijos sería negarles lo que desean o no, para que ejercitaran, en consecuencia, el intenso deseo.
Los muchachos en general tienen unas pésimas relaciones con la frustración. Nada hay peor ni peor sufrido que la adversidad o la frustración que causa el fracaso o no poder obtener placer a toda costa, en todo momento y con el menor esfuerzo. Ya dijo Oscar Wilde que lo mejor para vencer la tentación era caer en ella, o los románticos afirmaron que sólo los deseos que no eran suficientemente fuertes podían ser acallados. Estamos en la cultura en que se exalta el deseo débil que ha de ser satisfecho a cualquier precio. Como resultado está la baja resistencia ante la frustración. Y algo relacionado con ella como es la baja autoestima. Antes la frustración y las dificultades fortísimas formaba parte inevitable de la vida. Hoy son algo indeseable o inaceptable. El ego sufre profundamente si no logra obtener satisfacción inmediata.
¿Cómo será el futuro? ¿Cómo serán educados los hijos de los actuales adolescentes que están acostumbrados a tenerlo todo sin demasiado o ningún esfuerzo? Fijémonos que todavía existen entre nosotros generaciones de abuelos que pasaron privaciones sin cuento y estuvieron acostumbrados a la penuria y a la adversidad de la guerra y la posguerra. Estos abuelos ponen todavía en el mundo un punto de densidad y generosidad con su entrega y espíritu de sacrificio sin límite a los hijos y a los nietos.
¿Qué mundo dejaremos a nuestros hijos? ¿A qué hijos dejaremos el mundo?
Joselu: Es muy difícil de contestar esa pregunta, pero es trascendente. Quién pudiera!. Seguramente la humanidad dejará el mundo, y el mundo seguira su derrotero. Un abrazo carioca amigo.
ResponderEliminarMe alegro que no dicidiera suprimirlos. Lo leí en otro blog donde usted firmó, así que, celebro que se arrepintiera.
ResponderEliminarSaludos
Gracias, usuario anónimo, por tus ánimos. A veces es difícil mantener la moral en este mundo fascinante y expuesto de los blogs. No siempre los temas sugeridos obtienen la aceptación que el que escribe esperaba. Gracias por estar ahí.
ResponderEliminarEn cuanto a Rodolfo ¡qué alegría volver a leerte en tus vacaciones cariocas! Creo que cuando yo me vaya de vacaciones tampoco podré desconectar de la blogosfera. Un abrazo.
Qué bien lo cuentas. Lo grave es que alguna vez las Cuquis prelogsaicas pudieron tener razón. Que no ayamos sabido dar un cambio de rumbo sin ir a parar a los escollos de la orilla opuesta. Claro que para viraje el que se produce de la mimosa matriz maternoescolar al mundo laboral, todo zarpas y agujas. De la niña infinitamente amonestada (en balde) a la cajera de mirada ausente del supermercado, quizá ya madre de algún Jonathan o Cristofher (sic). No es todo lo que hay, pero eso está ahí, como un cuento de terror con materiales de telefilm de a mediodía. La frustración es el destino, siempre. Saber salvar los trastos, caer de pie, conservar vida es la apuesta. Difícil para todos, creo yo.
ResponderEliminarLa guerra de papá, o caca-culo-pedo-pis. Esa película la vi casi con la edad del protagonista, unos cinco años, y me impactó. Todo pasa, uno se va curando de espanto, y creo que el mundo también. Saludos, Joselu.
ResponderEliminar¡Pues sí que estás hecho tú un capitalista, que tienes un mundo que dejar! De los hijos no digo nada, que cada uno sabrá los que deja en el mundo cuando desaparezca; pero eso de "dejarles un mundo". ¿No se deja lo que se posee? A ese respecto, yo me considero en la indigencia absoluta. Y si me lo dieran en posesión, lo rechazaba, así ofrecido, como una bola compacta. Ahora bien, hay determinadas parcelitas que, bien cultivadas y ordenadas, sí que podría reconocer como mías: la cortesía, el amor, el sentido del deber, cierta disciplina, la lealtad, la generosidad... De algunas florecillas de ese huerto franciscano sí que podría considerarme, hasta cierto punto, propietario. Ahora bien, ¿del mundo? No, gracias.
ResponderEliminarP.S. A veces conviene, también, porque es higiénico y nos aparta del peligro de la solemnidad, escribir cosas "agarradas por las mechas", como leí en una traducción, en vez de "traídas por los pelos"...
Estimado Juan Poz. Creo que cuando hablo de dejar "un mundo" no estoy hablando a nivel individual -que cada uno sabrá- sino colectivo. Las generaciones van evolucionando y se van sucediendo. Cada generación tiene unos valores. Y tan cierto es que ahora nieva menos que antes -hay un cambio climático- como que en general -vuelvo a resaltarlo- se es más individualista, menos generoso, más precavido ante "el otro" que lo que se era en generaciones anteriores. De todo hay, pero en el tiempo de tus padres y abuelos, las cosas se vivían de modo más colectivo, se poseían menos cosas y se compartían más las alegrías y las tristezas. La gente estaba más unida. Ahora lo que veo en lo que tengo delante es una falta de empatía, de solidaridad, de generosidad en suma. Veo también una cierta saturación de posesiones materiales. Compara una casa occidental con una africana. De todo hay, es cierto, pero hablo del tono general de civilización que estamos viviendo, cada vez más materialista. Si esto no lo ves así es que nuestras ópticas son muy distintas. No se trata de que deje yo un mundo como si yo fuera el propietario del mismo. Eso es absurdo, pero nuestra generación -y no sólo española- sí que lo deja en un sentido real y moral. Y a mi juicio, en general, es bastante deplorable. Entiendo que tu estés satisfecho de la educación que has dado a tus hijos. Estoy convencido de que es así, pero cualquier abuelo te dirá que el mundo actual esta bastante deshumanizado. Quizás me equivoque, claro. Un abrazo.
ResponderEliminarLa cuestión es que "los otros", el colectivo, no existe, es una ficción. La coincidencia de intereses no presupone una "voluntad" colectiva que no puede existir. Un ejemplo. Los ciudadanos votamos en unas elecciones y después los comentaristas de turno salen con el típico: "El pueblo no se equivoca" o sí se equivoca, en fin, lo que toque; pero lo piensan como si el Pueblo se convirtiera en un sujeto con entendimiento, memoria y voluntad, que, si no recuerdo mal, son las tres potencias o facultades del alma. Desde esa perspectiva, pueblo y nación son conceptos sinónimos, producto del idealismo hegeliano.
ResponderEliminar"Antes la gente estaba más unida", dices.Y parece, en realidad, la proyección de un deseo insatisfecho, más que historia empírica. Que los tiempos presentes son hoscos, sin duda. Ahora bien, ¿más que antes? Ahí la vara de medir ha de ser muy sensible.
En cualquier caso, son tiempos distintos, y más complejos. ¿Había antes movimientos de solidaridad como las ONG actuales? No, había huchas para el DOMUND. En fin, los juicios generales tienen eso, casi siempre pecan de injustos, porque se pierden los matices.
Ahora bien, tu descripción de los tiempos actuales está llena de verdades, sin duda. Un abrazo.
Sí, los juicios generales son injustos. No cabe duda, y en el pasado tenemos terribles genocidios, delaciones, deportaciones masivas, masacres sin cuento... Es difícil medir. No sé si sólo es una impresión como la de que el tiempo está cambiando. Hay quien lo pone en duda. También hay mucha generosidad en el mundo que vivimos y empatía, no sé si generalizadas pero sí sustanciales. Sin embargo, hay muchas válvulas que se están como cerrando, crece la insensibilidad, aumenta el control de los estados sobre la vida privada, somos más conscientes de la violencia gratuita. Eso ha cambiado. Ahora vemos las cosas y antes no eran visibles.No sé tengo la impresión de que vivimos en un mundo atroz salvo los privilegiados que podemos disfrutar de un bienestar fruto del azar geográfico. También es cierto que tengo una vena moralista no sé si bien afinada o no, pero me atrae el pensamiento de escritores como Aldous Huxley, Georges Orwell... y sus antiutopías. No puedo evitarlo, soy pesimista de la razón y quiero ser optimista con el corazón. Fmop hace unos días decía algo así.
ResponderEliminarNo recuerdo si era Aristóteles que decía que la educación de los hijos consiste en enseñárlos a sufrir, porque de eso consiste la vida. También lo veo así, aunque vivimos en una cultura global de satisfacción y parecería masoquista privar a los nenes de sus pequeños placeres, aunque sea de vez en cuando: el último juguetito, las ropas en boga, la tele, los parques de diversión... En algo hay que ceder para no aislarlos de su generación, pero busco en cuanto puedo transmitirle a los míos esa visión de que en la vida todo cuesta -- y no hablo en términos económicos, aunque aplique lo mismo. Es ley de naturaleza.
ResponderEliminarYa hay una generación de jóvenes y adultos, particularmente en Estados Unidos, que creció con esta forma liberal y complaciente de vida y los resultados se ven. Les falta inspiración. Les falta iniciativa. No emprenden nada que cueste trabajo. Y muchos tienen que aprender en los veinte y treinta lo que no aprendieron en la niñez y adolescencia.
Ver mi Libro abierto
estoy de acuerdo en su forma de ver la educacion de los adolescentes. yo siempre quise tener una game boy y una play station, y mis padres se negaron. hoy en dia se lo agradezco, pues paseo atonita por las calles a las madrugadas y veo a chicos de 12 años con la psp en mano y sin decirse ni mu entre ellos. esos mismos crios que en varios años dejaran los estudios por verse incapaces de pasar un curso que han repetido varias veces, solo porque sus padres no les educaron en la disciplina y la persistencia.
ResponderEliminarsiempre que yo tenia ganas de tirar la toalla, mi madre estaba dispuesta a tenerme sentada en la silla de mi escritorio hasta que acabara el trabajo, redaccion o lo que tuviera que hacer.
y no soy mas que ninguna otra persona de mi edad, soy vaga, perezosa y mas de una vez dejo todo para el ultimo momento, me frusto con facilidad, pero se que no puedo tirar la toalla porque si quiero un futuro digno, tengo que esforzarme ahora.
(19 años)