Soy profesor, he sido profesor durante
muchos años, pero no me identifico con “ser un profesor”. Considero que es algo
accidental, casuístico. Yo quería ser periodista como ya he explicado alguna
vez, pero no pudo ser. Tengo este blog para dar salida a mi magma interno, a
mis degluciones atípicas. He sido profesor y he visto pasar promociones y
promociones de alumnos por el aula. Y no he sentido la más mínima emoción
cuando dejaban el instituto, y no se ha apoderado de mí la melancolía, esa
punta que nos puede invadir por su marcha a otros derroteros como la
universidad. Soy de lo más insensible. Y si me los encuentro luego, no pretendo
que recuerden especialmente nada de lo
que aprendieron conmigo. Si acaso, a ser ellos mismos. Y si alguno recuerda con
especial reverencia lo que fueron las clases, apelo a Thomas Bernhard para
recordarles que los maestros solo valen para ser asesinados, como el padre. Y
añado para mí que esa devoción por los antiguos maestros si soy yo el
recipiendario, me parece abominable. No quiero ser maestro de nadie. Detesto esa función, así que esas efusiones
sentimentales no van conmigo. Mi posición no será comprensible si no explico
que lo que quiero es encontrarme con ellos en pie de igualdad, tanto como
cuando soy profesor como después cuando me los encuentro por la calle. No
pretendo tratar a mis alumnos como inmaduros e incompletos. No, si puedo quiero
establecer un diálogo fructífero en el que no estoy arriba, salvo porque tengo
algunos datos más. Pocos más. O muchos más. Da igual. Quiero alumnos que tengan
su propia visión de las cosas y que me recuerden especialmente como uno más,
críticamente, desapasionadamente, con desapego. El único apego que aprecio es
el que se tiene uno a sí mismo y aun este es cuestionable.
¿Mis clases? Aciertos y fracasos. Grandes
descubrimientos y errores a mansalva. Es como una escritura inarmónica, en la
que existe un qué pero falla el cómo en multitud de ocasiones. Borrones, a
veces apoteosis y otras simas. No tengo una caligrafía bien formada. Me gusta
esa disarmonía, ese íntimo desasirse de lo habitual, ese buscar lo imposible en
lo dado. Nunca caminos trillados y seguros. Siempre acciones en descampado, sin
protección, bajo el sol o la luna grande. Eso supone grandes posibilidades de
equivocarse al elegir el camino que lleva a la colina. Con esa búsqueda me
gustaría que se quedaran los chavales a que he dado clase. Han de conquistar su
colina, cada uno la suya, y enviar al capitán que fue un día su profesor al
pozo de las cosas inservibles para encontrarse con él como un amigo, sin
melancolía del pasado fuera el que fuera. Y si alguno lo recuerda está el
vómito. ¡Vomiten sobre los profesores del pasado! Ese vómito será la mejor
prueba de que se está en camino correcto. El vómito es proteico, vitamínico,
fertilizante. Lo realmente estéril es la admiración, el más banal de los
sentimientos. Les aconsejo no admirar a nadie. La admiración es peligrosa
porque supone comparar tu vida con otra, y eso es abyecto. Sé que con esto
algunos disentiréis y hablaréis de la admiración sana, el reconocimiento de lo
que otros han hecho. Puede que algunos hombres sean especialmente interesantes,
dejémoslo allí. Pero ese colocarlos en un pedestal no es lo mío. La
inteligencia es azarosa. Se tiene o no se tiene. El CI es inmotivado. Y la
capacidad para el esfuerzo probablemente sea totalmente genética. Si unimos
inteligencia y tenacidad, tendremos siempre frutos interesantes. Y el ser un
genio es algo que es un don que algunos tienen porque sí, no porque lo hayan
merecido. Ya me hubiera gustado ser un Shakespeare o Thomas Bernhard para
vomitar a gusto con mi escritura. Claro que los valoro. Sería necio no
considerarlos como muy valiosos. Pero si alguna vez hablara con ellos me
gustaría hacerlo en plenitud de mi valor, de mi pequeña o gran aventura. Cada
uno tiene su aventura. Cada uno tiene su colina que conquistar. Homero, si es que existió, tuvo la
suya y yo tengo la mía. Y esos seres que son o fueron mis alumnos tienen la
suya. Quiero que me cuenten cómo es ese viaje por el río en la oscuridad, esa
tensión creativa que es su formación como héroes. Porque creo o quiero creer
que todo ser humano es un héroe en potencia. Solo tiene que descubrirlo.
Vomiten sobre los viejos maestros, no se
dejen apoderar por la reverencia debida, por el agradecimiento que sienten por
lo que les enseñaron. Todo lo llevaban ya dentro. Aquellos maestros tal vez
hicieron algo bien que es mostrar el camino hacia la introspección. Así concibo
mi labor. Como explosiva, como brutal, como de viejo anarquista al que le gusta
todavía poner bombas aunque sea un funcionario burgués que no hace nada
especial salvo escribir sobre lo que siente o piensa. Y es que la colina que
hay que conquistar está dentro, no fuera. Si conquistamos la colina interior,
el paisaje exterior es casi indiferente.
Ayer acabé mi crédito de cine en tercero
de ESO. Un muchacho vino y me dio la mano y me dijo que había sido un placer
asistir al mismo. Me gustó ese darme la mano en pie de igualdad. No es
habitual. Claro que me gusta que recuerde ese ciclo de películas que han visto.
Yo apenas he hablado para nada. Pero su mirada se ha posado en obras señeras
del cine. Yo he sido un catalizador para educar su mirada. Nada me debe. Pero
nos hemos encontrado a gusto. En ese dar la mano hay todo un símbolo que me
atrae.