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domingo, 17 de mayo de 2015

Terroristas teatrales


¿No habéis imaginado alguna vez montar un happening teatral en plena calle para provocar la sorpresa y las reacciones de la gente que se convierten, sin advertirlo, en público y actores de la obra que se está representando? Me viene esto a propósito del libro que acabo de comprar de Carlos Granés, La invención del paraíso. El Living Theatre y el arte de la osadía,  que investiga la potencia dramática y social del Living Theatre, ese grupo de teatro norteamericano cuyas funciones conseguían exasperar al escaso público que iba a verlos.

Tuve una etapa teatral en mi vida, posiblemente la más fértil de mi recorrido vital. En el teatro encontré una vocación que no se ha desarrollado en profundidad. Y lo lamento. Creo que no debe haber una vida más apasionante que la de actor ... pero me iba el teatro experimental y, dentro de ello, el teatro simbolista y el happening...

Lo he contado en alguna ocasión: en octubre de 1984, mis alumnos de COU (17 años) y yo montamos un happening en pleno centro de Berga –población al norte de la provincia de Barcelona- a hora punta. Era nuestro homenaje a Cortázar que había muerto hacía unos días. Nos basamos en uno de sus relatos. Se trataba de cruzar el semáforo en verde con una margarita en la mano con cara de bobos todas las veces que pudiéramos en un sentido y otro. Cuando se ponía rojo, nos parábamos al llegar a la acera y esperábamos que se pusiera verde otra vez. Éramos una veintena larga de participantes. La gente, el público, nos increpó y nos insultó, pues deteníamos el tráfico. Los coches hacían sonar sus bocinas con rabia. Nosotros seguíamos cruzando en verde sin contravenir ninguna norma de tráfico. Se armó una buena en medio de Berga. Fueron solo diez minutos hasta que llegaron varios coches de policía municipal. Me vieron a mí, que, evidentemente, era mayor que mis alumnos y me detuvieron sin muchas más explicaciones a pesar de que afirmé que lo que hacíamos era legal -no contravenía las normas de tráfico-  y era un acto cultural.

En otra ocasión, también en Berga, habíamos formado un grupo teatral de diez o doce miembros. Salimos por la calle Mayor, por la que pasean las familias, a las siete de la tarde. Llevábamos un ataúd negro construido por nosotros. Figuraba que éramos una secta necrófila, devota de los ritos de la muerte que quería recuperar las ceremonias mortuorias que habían caído en desuso con la llegada de la modernidad. Los timbales con ritmo lúgubre, daban el ritmo necesario. Dos miembros de grupo, vestidos de negro y maquillados de blanco, abrieron el ataúd y sacaron sendos cuchillos con los que partieron dos tomates muy rojos y se los comieron lentamente entre el silencio cargado de sentido. A continuación hicieron el baile de las patas de pollo con cuatro garras de ave de auténtico corral acariciando su cuerpo al son de los tambores. Acabado el baile, dejaron abierto el ataúd y se dirigieron al público gritándoles sobre la bondad de la muerte y les invitábamos a probar su muerte metiéndose en el ataúd. Ese era el objetivo del happening. Cuando se dieron cuenta de que queríamos meter a alguien dentro del féretro, se produjo una desbandada de más de doscientas personas que huyeron. Eso fue muestra de la potencia de nuestra ilusión escénica. La secta Necrófila se había enseñoreado de la calle. Al final conseguimos que un señor, de los que habían quedado y no habían huido, se metiera en la caja de muertos.

Otra vez en un instituto de El Masnou, toda una clase se compichó conmigo para hacer un happening surrealista con motivo de la muerte de Salvador Dalí. Treinta chavales con ganas de hacer teatro en serio, tras dos semanas de formación en el surrealismo,  no es cualquier cosa. Trajeron infinidad de objetos de la calle y su casa y cuando el instituto se abrió a las ocho y media de la mañana, el centro educativo estaba totalmente decorado y transfigurado. No había rincón de las zonas comunes que no hubiera sido transformado. Más de cien velas encendidas en medio de las escaleras y recibidor, bancos, biombos, camas, esqueletos, cuerdas, tapices, contenedores de basura... Una prodigiosa metamorfosis de un instituto de bachillerato en escenario teatral donde a la hora del patio, disfrazados y maquillados,  representamos diferentes happenings ante los espectadores, el resto de alumnos y profesores, que los dejaron boquiabiertos. Las provocativas representaciones –que bordeaban lo obsceno y la crueldad- duraron media hora, la del patio, y luego, todos los participantes, dimos por acabada la performance y nos fuimos a clase. Una parte del grupo tenía libre y limpió todo el instituto de cualquier material ajeno a la vida ordenada de un centro educativo. Cuando me llamó, desesperado, el director, abrumado por lo que había supuesto aquello, el instituto estaba más recogido y limpio que cualquier otro día. Nos negamos a interpretar o explicar aquella representación que hizo que todo el mundo aquel día hablara de surrealismo y de las vanguardias.

En otra ocasión mis alumnos de COU y yo salimos con una gran bandera republicana y un radiocassette durante la hora del patio a recorrer el barrio de Sant Ildefons de Cornellà. Era un tiempo (1997) en que no era fácil ver banderas republicanas como ahora sí lo es. Con el himno de Riego de fondo y ondeando la bandera tricolor paseamos por las zonas donde había gente mayor que podía haber conocido la república,  entramos a supermercados, paseamos por bares y sus terrazas, tarareando aquello de “Si los curas y monjas supieran...”

A estos happenings en que participé no les adjudicaba un carácter político. Era otra cosa. Se trataba, al modo cortazariano, de convertir una realidad gris en poética. Hubo un tiempo en que esto era posible. Ahora la realidad en que vivimos es, igualmente, tremendamente gris, pero ya nada nos hace creer que pueda ser posible una transfiguración de lo opaco en multicolor. El siglo XXI ha entrado en nuestros modos de sentir las cosas y mucho me temo que somos mucho más burócratas, más planos, menos imaginativos. Parece que toda nuestra furia creadora se ha polimorfoseado en tecnología y la lógica intríseca del sistema, que ahora nos absorben pero nos hace seres más mediocres, sin luz propia.


Al recordar estos happenings teatrales y otros que he dejado en el tintero, me asombro de que esto fuera posible, de que yo fuera un personaje tan subversivo y que consiguiera siempre locos dispuestos a secundar a un orate que siempre anheló haber formado parte del elenco del Living Theatre, en aquel tiempo en que se creía que todavía el mundo estaba por hacer y nos divertía desmontarlo, a modo de terroristas y provocadores en que pervivía el espíritu de las Vanguardias. 

jueves, 14 de mayo de 2015

La soledad radical del que no piensa eso sino que se pregunta por qué piensa eso.


Yo no sería buen político. En un tiempo milité en un partido político maoísta revolucionario. Era militante de base, pero en mi fuero interno, abominaba del marxismo y de su dictadura del proletariado. Había leído algo de lo que significaban las dictaduras comunistas, de su brutalidad, de su totalitarismo, de su violencia.. y las rechazaba por completo. ¿Qué hacía, pues, en un partido marxista leninista? Eran los tiempos de finales del franquismo y era una vía de acción para un joven inquieto.

Desde entonces soy consciente de que se puede defender algo y a la vez estar en el lado opuesto como modo de indagación experimental. Tal vez esto no sea entendido por la mayoría que espera que un hombre adulto posea coherencia y no se contradiga a sí mismo. Sería el principio de unidad de sentido y no contradicción. Es una tópica fantasía que levantamos para creer que somos seres de una pieza, lógicos y coherentes, pero no es así. No hay que escarbar demasiado para darnos cuenta de la impostura de ello. Todo el mundo lo niega y se quiere presentar como unitario y sin contradicción pero esto no es así. En primer lugar, la mayoría de la gente no sabe muy bien lo que piensa acerca de multitud de temas, y para saberlo, acude a lugares comunes, a tópicos, a fragmentos de juicio que ha oído en alguna parte para evitar emitir un juicio fundamentado de base personal. La mayoría de los llamados juicios se basan en estereotipos, en el llamado pensamiento positivo, en el difundido pensamiento progresista que es más cool que el pensamiento conservador. Si algo contradice nuestro supuesto punto de vista, esquivamos el escollo y vamos a otro argumento que nos sea más favorable. Las perspectivas se basan en tautologías autoevidentes que rechazan cualquier complejidad y expresan posiciones prístinas y no negociables. Por supuesto nadie escucha a nadie. Solo se espera con impaciencia el momento de soltar nuestro discurso inatacable, impecable, basado en el sentido común, en la lógica interna y en la coherencia personal. En general se parte de apriorismos distantes lo que, en definitiva, son sentimientos, modos de sentir diferentes, antitéticos, incompatibles. Así, la casi totalidad de nuestros juicios se basan fundamentalmente en emociones incrustadas y en lugares comunes. El sujeto cree que sabe pero lo único que hace es un ejercicio de mimetismo con algo que nunca ha reflexionado. Y la personalidad se construye así en base a fragmentos de algo que pretende ser unidad de sentido. Y se cree en esa ficción como si fuera algo fruto del esfuerzo personal cuando lo que es solo el efecto de una cómoda situación en que nunca se ha pensado sino en función de parámetros sumamente esquemáticos y gregarios.  

Enfrente de esto está el pensamiento desnudo, aquel que no confía demasiado en sí mismo, aquel que cuestiona la raíz del propio pensamiento, que no lo acata como algo inamovible sino como expresión de múltiples y variadas contradicciones que vertebran al ser humano en su realidad. Lo importante no es “yo pienso” sino “¿por qué pienso lo que pienso?” “¿de dónde salen mis ideas?” o en definitiva ¿qué soy yo? Así se pueden considerar puntos de vista divergentes en política, en lo social, en lo artístico. Dos puntos de vista contradictorios pueden ser simultáneamente verdad o ambos ser falsos. El que contempla las cosas de este modo puede jugar con esos posicionamientos sin aferrarse a ninguno con fuerza. Nada hay en el mundo de las ideas que no pueda ser rebatido, y no digamos en el mundo de la política donde todo es terriblemente demoscópico, evanescente, ambiguo, manipulador y nada es lo que parece. El pensador excéntrico se cuestiona continuamente por el sentido de sus ideas que no se consideran una posesión privada ni personal sino fruto de una afectividad que cambiarían totalmente si hubiera habido otra fuente de calor. Todos nos arrimamos al vivero ideológico que más consuelo nos ofrece, donde más cómodos estamos, donde nos podemos reunir con muchos más como nosotros. Así el ser sale de su soledad para fundirse con la mayoría pensante. Imaginen que tienen la oportunidad de salir a la calle con un millón de personas más que sienten de modo similar, que agitan las mismas banderas, que vibran al unísono. ¿Hay algo que confirme más intensamente la realidad de lo que se piensa que compartirlo con la sociedad entera que siente de modo idéntico? Así se han construido populismos, mayorías populares, dictaduras del sentido unitario cuando no es sino una unidad sentimental. Y pobre del que quede fuera de esa mayoría. Si está dentro, será considerado un hereje o un traidor, y, si está fuera, será considerado un enemigo, alguien a ridiculizar, alguien que irritará simplemente por estar fuera de la emotividad profunda de la mayoría.

Mis palabras, las de este blog, no son homogéneas, responden a estados disímiles, a momentos afectivos muy dispares, a procesos ideológicos contradictorios. Son fruto de una evolución que no será admitida por los que necesitan juicios sintéticos verdaderos y rechazan la especulación como algo inapropiado o como un lujo inadmisible, o peor, como una decepción, como una traición a lo que se fue en otro momento, y, así, es terrible confrontarse uno mismo a las palabras que escribió en otro momento, a las palabras que respondían a otro momento vital a otras consideraciones. No eran falsas, solo eran fruto de su instante de producción.


Nada hay que aleje más a los seres humanos que las palabras. Las palabras son las balas con que cargamos nuestras armas letales que expresan desde el desdén, al odio o la distancia inmensa que nos separa. Queremos compañía, no soportamos estar solos, siempre que hablamos en realidad estamos lanzando un mitin para nuestros adeptos, para nuestros fans, para nuestros seguidores, para los que levantan banderas semejantes a los nuestras, pero los verdaderos pensadores siempre han estado solos. Nada hay que los rescate de su real y auténtica soledad radical y sin consuelo.

viernes, 8 de mayo de 2015

Dos peligrosos chimpancés se escapan del zoo


Hoy en clase he planteado a mis alumnos de segundo de ESO si creían que los animales tenían sentimientos. La respuesta ha sido unánime, sin una sola excepción. Todos estaban convencidos de que los animales poseen sentimientos, que experimentan emociones. Les he hablado de una pareja de chimpancés que se habían escapado de un zoo de Sa Coma en Mallorca. Ella se llamaba Eva y él, Adán. ¿Podían estar enamorados y haber decidido escaparse juntos para ir más allá de los barrotes y el cemento ardiente en que los tenían encerrados en cubículos míseros? ¿Es posible que Adán y Eva fueran como Bonnie and Clide o como Romeo y Julieta? ¿Que aspiraran a la libertad, salir de esa tortura espantosa de estar encerrados en esos huecos ominosos llamados instalaciones para disfrute de niños y turistas que no se dan cuenta del horror que esto supone? Jane Goodall, la especialista mundial en chimpancés escribió un libro que tengo como oro en paño en mi biblioteca. Se titula En la senda del hombre en que desarrolla el estudio de los chimpancés en libertad, en estado salvaje. De su estudio y aceptación en el grupo de primates donde pasó largos años de su vida hay valiosas observaciones. Que los chimpancés tienen una elaborada vida social, que se comunican y expresan sus sentimientos, que tienen personalidad, hábitos, carácter propio, vivas emociones, gestualidad que es muy similar a la humana. Sienten felicidad, tristeza, dolor, enferman de depresión... Muchas crías son arrancadas de sus madres que son asesinadas y dichas crías son llevadas en jaulas a zoos de Europa. De cada cría que llega, mueren cinco en el camino de dolor y tristeza.

La similitud del chimpancé y otros primates con el ser humano es perturbadora. No hace falta sino pasarse unas horas en un zoo para verlo. Sus miradas son inquietantes. Y no es extraño que los chimpancés imploren ayuda a los turistas para que los saquen de allí, un lugar donde se pasan largas horas del día sin hacer nada, sobre el cemento, con dos comidas diarias (cuando los chimpancés en estado natural comen continuamente y a medida que tienen hambre), con agua insuficiente con temperaturas elevadas que los ponen muy nerviosos, continuamente exhibidos ante la gente que se ríe de ellos considerándolos simplemente monos graciosos.

Adán y Eva decidieron escaparse juntos y lo hicieron. Tuvieron la picardía de esperar un fallo en el sistema eléctrico de los barrotes, rompieron los cristales y salieron juntos de la mano, abrazándose en busca de la libertad, más allá de aquel lugar de tortura en el que solo se podía enfermar de depresión. Cada día les daban diazepán y si se mostraban muy apáticos, antidepresivos, los mismos que toman los seres llamados humanos.

Se alarmó a toda la isla. Los vecinos del zoo se encerraron en sus casas, se extendió el pánico ante la fuga de dos ejemplares violentos y peligrosos. Rápidamente se organizaron en las zonas boscosas patrullas armadas de unidades de Seguridad Ciudadana y del SEPRONA, con un helicóptero, unidos a técnicos especialistas de la fauna silvestre, policía local y Guardia Civil.

Eva fue acribillada ante los ojos de Adán. No se le disparó un dardo narcótico para dormirla. Todas aquellas unidades estaban enfebrecidas de miedo antes los primates peligrosísimos. Su aventura tenía que acabar. El cuerpo de Eva se retorció y cayó rodando. Adán escapó lleno de un terrible dolor. Ya no podría abrazar a Eva, su amor. Sentía pánico, el helicóptero le aterrorizaba, iba dando vuelos rasantes para hacerlo salir de su escondite en el bosque. Adán no tenía nada ya por qué vivir. Su compañera había sido asesinada. No había salida. Las unidades se reforzaron con más efectivos. Eran decenas y decenas de hombres rastreando cada centímetro de la zona. Sus sentimientos eran de profundo miedo existencial, de desamparo, de violencia contenida, de odio, de saberse solo. Sus ojos estaban dilatados por el miedo. Siguió por el bosque, no estaba habituado a la libertad, vio una masía y en ella una balsa de agua, tenía sed, mucha sed, tenía fiebre, un dolor inmenso le desgarraba el corazón. No quería que lo cogieran. No quería volver allí y sin Eva. Vio la balsa y se arrojó a ella. Sabía que no sabía nadar. Las patrullas lo encontraron muerto ahogado en la balsa. No pensaban dormirlo, hubieran disparado con fuego real porque los dardos narcóticos tardan cinco minutos en hacer efecto y un chimpancé, un mono loco, es muy peligroso. La comarca respiró aliviada. Los niños salieron de nuevo a la calle, los viejos salieron a fumar sus pipas y los turistas pudieron seguir yendo al zoo que pronto tendría nuevos chimpancés que llegarían pequeños, graciosos, crías entrañables a las que habría que cuidar como a niños para exhibirlas.


Ya Adán y Eva no eran un peligro. Nadie contará su historia. Yo he querido hacerlo.

miércoles, 6 de mayo de 2015

¿Te acuerdas de Sarajevo?


Con motivo de la concesión del premio Cervantes a Juan Goytisolo, compré una de sus obras más comprometidas, el Cuaderno de Sarajevo, en que narra a modo de ensayo de denuncia la situación de la población bosnia durante el sitio que sufrió entre 1992 y 1995 por el ejército serbio comandado por Radovan Karadzic. Goytisolo estuvo en esta ciudad sitiada en varias ocasiones viendo cómo caían los obuses contra la población civil y los francotiradores disparaban contra mujeres y niños desde las colinas circundantes desde las que dominaban la ciudad, la bella Sarajevo que había sido sede de los Juegos Olímpicos de Invierno en 1984 tras la muerte de Tito.

La brutalidad y el ensañamiento contra la población inerme por parte del ejército serbio que practicaba la limpieza étnica fue estremecedora, pero la comunidad internacional observó sin intervenir los ataques. Las fuerzas de la ONU, UMPROFOR, eran los garantes de la seguridad de los enclaves musulmanes pero, temerosas por su propia seguridad,  eludieron su responsabilidad y favorecieron la matanza durante años de los habitantes de Sarajevo y de muchas otras ciudades y aldeas pobladas por musulmanes o serbios tibios que fueron arrasadas por la artillería serbia lo que provocó miles de muertos con el asesinato y violación selectiva de mujeres y niños.

Sarajevo representaba la convivencia pacífica y armónica de todas las culturas y tradiciones, bosnios musulmanes, bosnios serbios y bosnios croatas, lo que es decir de musulmanes, ortodoxos y católicos. La paranoia psicopática del antiguo comunista Slobodan Milosevic, para crear una Gran Serbia, repartiéndose con Croacia a Bosnia Herzegovina, llevó a la desmembración de la Yugoeslavia multiétnica.

Han pasado veinte años y ahora vuelvo a aquel tiempo en que contemplábamos en el telediario cada día las atrocidades sobre la población de Sarajevo ante la inacción de la ONU, la OTAN, Estados Unidos, Francia y Reino Unido que aprobaron un embargo de armas para la república de Bosnia que solo imploraba que la defendieran o que la dejaran defenderse. Fue inútil. Bosnia fue una pieza intercambiable que fue aplastada con un enorme dolor humano ante la cobardía de occidente que no quería meterse en aquel avispero ni provocar a Milosevic, un hombre enfermo mental cuyos padres se habían suicidado, además de un tío carnal.

Repaso mi agenda de aquel tiempo y observo que el que era yo estaba muy ocupado en planes de boda para estremecerse demasiado por lo que sucedía en Bosnia o lo que sucedió también en 1994 en Ruanda que en unos meses fueron asesinados aproximadamente un millón de tutsis. Yo era un ciudadano europeo normal que veía las catástrofes ajenas muy lejos de mí, aunque lo que sucedía estaba a dos horas de viaje en avión. Fueron las peores matanzas que tuvieron lugar en suelo europeo tras la segunda guerra mundial. Culminaron el 11 de julio de 1995, el día de mi cumpleaños,  con la masacre de 8300 musulmanes en Srebrenica, población que estaba bajo la protección de fuerzas holandesas. El asesino  al mando de los chetnik (patriotas serbios)  era el general Ratko Mladic, un héroe nacional serbio. Yo asistí casi indiferente a lo que pasaba allí. Cierto que la televisión nos ofrecía imágenes impactantes de todo lo que allí sucedía, pero como buen burgués veía aquello como enfrentamientos étnicos en que todos cometían atrocidades y me lavaba las manos. Puedo incluso datar donde estaba aquel once de julio de 1995: estaba en la isla Graciosa, junto a Lanzarote, pasando diez maravillosos días de paz en la isla desértica que tanto me enamora. Leía a Galdós pues estaba siguiendo unos cursos de doctorado en la UAB sobre el escritor canario. Comía ese delicioso pescado que son las viejas, acompañado de mojo verde y papas arrugadas, con algún espléndido vino blanco canario.

No sé muy bien qué conclusión sacar de este artículo. Hice como la inmensa mayor parte de los buenos ciudadanos europeos: asistir impávido al escenario de la destrucción de la convivencia interétnica en Bosnia y permitir la creación de estados racialmente puros. Recuerdo que hacia 1991 la idea de limpieza étnica todavía me horrorizaba y escribí sobre ello, pero mi sensibilidad se embotó a base de hacerse habitual. Hacen falta cifras espeluznantes de víctimas para sacarnos del sopor y de nuestras buenas digestiones.

Nuestra capacidad de atención es limitada. No podemos mantenerla demasiado tiempo y menos cuando el asunto es complicado. Juan Goytisolo estuvo en Sarajevo junto a Susan Sontag y Annie Leibowitz acompañando a los sarajevitas en su día a día de penalidades, obuses y francotiradores. No hubo más intelectuales que decidieran ir a Sarajevo para mostrar su solidaridad. Javier Solana, el político socialista español que fue nombrado Secretario General de la OTAN en diciembre de 1995, no se atrevió a ir a Sarajevo por no estar garantizada su seguridad.

La lectura del Cuaderno de Sarajevo me ha despertado veinte años después. Goytisolo en él se imagina que los responsables de aquello, es decir los buenos gobiernos occidentales y la conciencia lasa europea,  que permitieron las masacres, algún día recibirían el oprobio público y serían puestos en su lugar por los historiadores. Creo que su suposición es ingenua. Nadie se acuerda ya de aquello y en todo caso no importa ya. Los criminales de guerra fueron entregados al Tribunal Internacional de la Haya (Milosevic, Karadzic, Mladic) pero solo sabemos que el primero falleció, en una celda,  en 2006 por una dolencia en el corazón. A su funeral en Serbia acudieron decenas de miles de compatriotas para despedirlo ya que lo consideran un héroe nacional, igual que al general Mladic, el último en ser capturado. Tanta es su estima que un 65% de los serbios han afirmado que no lo delatarían aunque les pagaran un millón de euros para entregarlo.


¿Y yo? Puedo comprender más la actitud displicente de Goytisolo el día de la entrega del Cervantes. No solo ha sido un destacable escritor sino que ha asumido su papel de intelectual con un compromiso que no abunda para hacernos recordar y llamarnos a asumir nuestro papel de conciencias alertas y vigilantes.

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