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lunes, 9 de junio de 2014

Marianela lee a Bartleby y el profesor se queda perplejo.



 Soy profesor en la secundaria desde hace muchos años, tal vez demasiados.  En mi retina van quedando retratos de algunos alumnos cuyo perfil me resulta sugerente y atractivo. Un año es fuente de algunos de estos daguerrotipos que imagino en blanco y negro vistos desde mi perspectiva escéptica de profesor en el aula, invadida de pájaros negros en la noche.

Marianela es una muchacha dominicana que repite primero de ESO. Su mirada es viva y sus ojos son oscuros como carbones encendidos bajo sus gafas de concha. Es maciza y su imagen sugiere solidez. No hace nada en mis clases ni en ninguna otra. Sabe que, como es repetidora, pasará automáticamente de curso y no necesita esforzarse. No molesta en clase. Es discreta  y suele sonreír siempre. Parece pasárselo bien.  No hace ningún ejercicio de los que mando. Se sume en una pasividad holística expresada con un estilo elegante y refinado. Parece no hacer ningún esfuerzo en ese no hacer nada, sale de ella con una naturalidad avasalladora. Me preocupo por ella, intento saber a qué se debe su pasividad radical. Un día mientras sus compañeros realizaban ejercicios la vi con un libro sobre la mesa, un libro forrado de color lila.  Fui hacia ella y le pregunté qué leía. Me enseñó la página donde aparecía el título. Era Lo que esconde tu nombre de Clara Sánchez. Fue una sorpresa que me agradó. Le pregunté si leía mucho y me dijo que sí. Le comenté que podía utilizar sus lecturas para pasar la materia de castellano. No me dijo nada. Pensé que se aburría en clase con la materia oficial y que ella iba a su aire. El profesor tiene una escondida predilección por los outsiders que re rebelan creativamente contra el sistema. Pensé en ella durante unos días buscando cómo incorporar su afición lectora a la asignatura de lengua.

Otro día me enconé y les dije a todos los alumnos de Primero A que no saldrían al patio a la hora si no terminaban la tarea. Todos la acabaron más o menos bien menos ella que se mantuvo pegada en su asiento de madera sin decir nada. La clase había quedado en silencio y vacía,  todos se habían ido. Se oía el rumor de gritos en el patio de todos sus compañeros. Marianela no había hecho nada. El folio estaba en blanco inmaculado, pero había puesto el nombre, siempre lo hace y me lo entrega así. Le dije taxativo que no saldría al patio. Ella me respondió mansamente que le daba igual, pero que no lo iba a hacer. Me lo dijo con un tono firme pero sumamente respetuoso, en voz baja. Se lo dije varias veces pero no obtuve sino la misma respuesta. Me quedé desarmado ante su contundencia y su resistencia pasiva. Me pregunté a mí mismo qué podía hacer, pero algo me vino a la mente como un relámpago. Le dije ilusionado –creía estarlo- que existía un libro con un personaje como ella, que era un relato corto de noventa páginas. Marianela inmediatamente se interesó por el libro. Se lo escribí en la pizarra: Bartleby el escribiente, ese personaje de Melville que con una mansa firmeza reitera una y otra vez que preferiría no hacerlo, a su jefe. Al final, pasados diez minutos del patio, le dije que podía salir sin haber hecho nada de la tarea. Me quedé tan perplejo como el jefe de Bartleby cuando le mandaba que hiciera determinados trabajos y solo recibía la inevitable respuesta de su empleado. Entendí su perplejidad.  

Días después la volví a ver sin hacer nada de lo prescriptivo y leyendo con cara risueña. Cuando me acerqué quiso esconder el libro con rapidez, pero le pedí por favor que me lo enseñara. Lo tenía forrado de color verde. Era una edición antigua de Bartleby el escribiente de Melville en  la editorial Bruguera que no sé dónde había encontrado. Ella me miraba con sonrisa irónica y no decía nada. Hojeé el libro encontrando algunos párrafos subrayados. Retuve alguno de ellos que luego busqué en mi edición en casa ya. Le pregunté que por qué, pero ella no dijo nada. Solo se encogió de hombros y me señaló el libro en la página 56. ¿Por qué? Repetí. Miré con mis gafas progresivas el texto señalado con lápiz y leí atentamente:

“Pero qué objeción razonable puede tener para no hablar conmigo? Yo quisiera ser un amigo.

Mientras yo hablaba, no me miró. Tenía los ojos fijos en el busto de Cicerón, que estaba justo detrás de mí, a unas seis pulgadas sobre mi cabeza.

¿Cuál es su respuesta, Bartleby? –le pregunté, después de esperar un buen rato, durante el cual su actitud era estática, notándose apenas un levísimo temblor en sus labios descoloridos.

-       Por ahora prefiero no contestar –dijo, y se retiró a su ermita”.

Hoy ponía las notas medias del curso y Marianela suspendía claramente en las tres evaluaciones. Su nota media es un dos, una de las más bajas de la clase. Sin embargo en otra asignatura de Lectura que le doy a otra hora, suele sacar buenas notas y cuando ha de hacer alguna redacción, ella escribe con ingenio y soltura, con mucha mayor creatividad que sus compañeros. No me explico este comportamiento errático, pero sé que me desarma singularmente. No solo eso sino que me conmueve y desconcierta. Nada hay que exaspere más un hombre que una resistencia pasiva; su mansedumbre llega a acobardarme. Nunca he entendido mejor al jefe de Bartleby como yo ahora con Marianela. Sin duda es una muchacha sorprendente, pero no sé exactamente qué tiene de extraordinario. Tal vez para este verano le hable de otro libro para recuperar la materia en septiembre, pero no sé cómo reaccionará.

Quizás también prefiera no hacerlo. 

Sin embargo el otro día, la miraba distraídamente durante un examen que dejó en blanco y creí que me guiñaba un ojo. 

¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!





jueves, 5 de junio de 2014

¿Hacia una tercera república?



La segunda república según Miguel de Unamuno

“Fue un disparate mandar quitar los crucifijos de las escuelas pues con ello les dieron un sentido que no tenían, y otro disparate cambiar la bandera pues le dieron a la bicolor un sentido que no tenía. El crucifijo es símbolo de una religión inconsciente popular = laica, pagana, y no ortodoxa y la bandera era nacional y no monárquica”.

El resentimiento tragico de la vida. Notas sobre la revolución y guerra civil españolas.

Salen multitudes a las plazas enarbolando la bandera tricolor, alzando el puño tal vez, evocando la bandera de la segunda república y las actitudes de la izquierda revolucionaria en aquel tiempo. Volvemos a las andadas intentando rehacer de nuevo la historia que acabó trágicamente y aún no nos hemos repuesto. Se dice que la república es de sentido común, que nadie debe estar en la jefatura del estado por ser engendrado, que es lo contrario de la democracia, que debe existir un referéndum para decidir la forma de estado, que la monarquía ha auspiciado la corrupción... Temo los estados eufóricos, temo las utopías, temo a los que exhiben ideales puros e incontaminados. La guerra civil fue terrible. Me avergüenzo de los dos bandos. Ambos tuvieron abyección en sus filas, ambos trabajaron conscientemente e inconscientemente para provocar un baño de sangre. Me pregunto si volviera a suceder la historia sabiendo lo que ahora sabemos cómo cambiaría la actitud de los que participaron en aquella barbarie y ordalía de sangre. Eran dos Españas enfrentadas. Los Hunos y los Hotros como decía Unamuno. Se esperaba de la República que transformara el país dándole la vuelta como un calcetín. La República sería el amanecer de una nueva era de España. Hubo demasiadas esperanzas. No podía cambiarse todo de golpe en una España apenas industrializada. Estaba pendiente la revolución agraria, dar la tierra a los campesinos y a los jornaleros. Estaba la cuestión de quitar el poder a la iglesia, los crucifijos de las escuelas, hacer laicos los cementerios. Todo sería distinto con la bandera tricolor. El choque de trenes era inevitable. Los anarquistas se pusieron al margen del sistema puesto que la república burguesa era tan odiosa como la monarquía. Hitler llegaba al poder en Alemania y por otro lado se mitificaba la revolución soviética. Pobreza generalizada, crisis internacional. Los obreros y sus sindicatos proclamaban huelgas sin fin contra la burguesía. Inestabilidad. Gobiernos que se suceden rápidamente.  La república creó miles de escuelas  en una España casi analfabeta. Los partidos estaban divididos y enfrentados. No había un poder fuerte. No había senado que amortiguara la polaridad de la política. No había listas mayoritarias, todo era dispersión y llamaradas de indignación que subía y subía. Las derechas vieron el odio que había hacia el hecho religioso, se quemaban conventos. La religión se convirtió en un símbolo en una España que era en buena parte católica. Los terratenientes se organizaron contra las ocupaciones de tierras, el ejército de Marruecos urdía en la sombra planes contra la república. Los socialistas se radicalizaron queriendo imitar a Lenin. Ganan las derechas en 1934 las elecciones ante la división entre los republicanos y socialistas, así como por la abstención suicida de los anarquistas. Surge Falange Española a imitación de los movimientos fascistas italianos y alemán. Asume la bandera española bicolor, desprecia la tricolor. Hace de ella un símbolo. Se declara el Estat Català, detención de los líderes independentistas. Huelga revolucionaria en Asturias, violencia, centenares de muertos. Intervención del ejército al mando de Franco. Represión. Stalin decide el Frente Popular entre la izquierda que vence por poco en febrero del 36. El odio crece, mareas de odio larvado entre Hunos y Hotros. España se despeña al abismo. Asesinatos políticos, tensión, amenazas de muerte en las Cortes, intuición de que algo va a pasar, crecen los movimientos revolucionarios de izquierda y derecha. La república es incapaz de gobernar por su propia inestabilidad política, por su sectarismo, por sus enfrentamientos internos. Lorca escribe que se anuncia un baño de sangre. Se espera que todo estalle por los aires, todos parecen saber que va a ocurrir, estamos en una pendiente inexorable. La Europa de los fascismos y la Tercera Internacional van a tomar a España como banco de pruebas del choque total. Los españoles ven cómo sube la tensión, el parlamento es ineficaz y los gobiernos inestables se suceden, los conventos arden, muchos odian la república. Ya Ortega y Gasset había dicho a los dos años de república No era esto, no. La euforia del catorce de abril que ahora queremos volver a sentir se ha convertido en una cacería, en un baño atroz de odio entre Hunos y Hotros. Y todos condujeron el país al desenlace por más que un Franco conspirara contra el gobierno desde Canarias y Juan March financiara el golpe de estado. Fue un fracaso colectivo y si yo hubiera estado allí, habría huido al extranjero como hicieron muchos. La inteligencia española no brilló demasiado alta. Se dejaron llevar por las pasiones, por los símbolos. Se enfrentaron como dos toros con sus cuernos embistiéndose. José María Hinojosa, poeta del 27 fue fusilado en el estallido de la guerra civil en una saca organizada por los republicanos. Sin embargo fue mucho más impactante el asesinato de García Lorca en agosto del 36. Antonio Machado se mantiene fiel a la república pero no puede ignorar lo que está pasando en la zona republicana, todos asesinan y torturan, el odio ha estallado desatado. Esta es la historia de España y el resultado fueron más de doscientos mil exiliados, unos setecientos mil  muertos y decenas de miles de represaliados y fusilados tras la victoria de los franquistas, todo seguido por cuarenta años de dictadura.

Hubo tantas cosas que se hicieron mal, tantas que angustia pensar que se quiera volver de alguna manera a lo que significó aquella aventura malhadada. No podemos eliminar a la mitad de España que no nos gusta. Pensemos esto ante esta encrucijada política en que parecemos estar. Las tragedias empiezan siempre con euforia y éxtasis colectivo, y este país no parece ser el más sabio en cuanto a sistemas políticos con que dotarse. El siglo XIX y el XX hasta la Transición han sido una sucesión de fracasos en una lista interminable. Tal vez el periodo más interesante han sido estos treinta y nueve años en que España se ha convertido en una monarquía federal con sus problemas y su necesidad de regeneración evidente. Pero es bueno recordar la historia de la segunda república para no repetir los mismos errores o parecidos.



lunes, 2 de junio de 2014

La abdicación



Me he enterado un poco tarde, sobre las once y cuarto, a la hora del patio en el instituto. Un grupo de profesores hacían cuchufletas sobre la situación. Me he unido a ellos y he comprobado en internet la noticia que me ha sorprendido pues no me la esperaba. Luego en las redes sociales he confirmado que era omnipresente el tratamiento paródico de la abdicación. La mayoría de los internautas parecían estar hablando del hotel de los líos, o de la 13 rue del Percebe al referirse tanto al abdicante como al sucesor y monarca de este país que no parece tomarse en serio a la monarquía.

Todas las fuerzas políticas han reforzado sus posiciones con la idea de que se abre un tiempo nuevo en el sistema constitucional español y parecían alentar la posibilidad de una reforma de la Constitución. Los nacionalistas catalanes han amenazado con que su desafío sigue en pie y que no variarán ni una coma. Izquierda Unida y Podemos han reclamado un referéndum sobre la forma de estado, es decir, que los españoles puedan pronunciarse sobre si quieren monarquía o república. Hoy, de hecho, va a haber concentraciones para demandar una consulta sobre la cuestión. Esto, no obstante, es la posición de minorías porque el grueso de la población española no parece cuestionar dicha forma de estado masivamente, pero a la vez, toma a chacota el asunto de la familia real y la monarquía.

Una vez un comentarista del blog, Serenus Zeitbloom, me comentaba que prefería cien veces una monarquía que una república, que prefería una infanta Leonor destinada a ser reina, que un sistema republicano. No me he encontrado muchos más que piensen así, y la mayoría de los opinantes con los que tengo relación parecen ser republicanos. ¿Esto es así? ¿Es una demanda extendida entre los españoles la república? ¿Podría una república ofrecer estabilidad política a este país que tiende al desgarro y al costurón? ¿Estamos los españoles hartos y reclamamos de nuevo el ámbito de las utopías que nos acecha de vez en cuando en la historia? No es casual que España fuera el país en que más fuerte era el movimiento anarquista durante el primer tercio del siglo pasado. La monarquía es un síntoma conservador, un sistema que teme y huye del caos al que propendemos los españoles en cuanto nos dejan, ya que de vez en cuando nos llega el amok, algo así como la locura malaya por la que, de ciclo en ciclo, los malayos salen a la calle con sus cuchillos curvos a rebanar la cabeza al primer chino que aparezca por la esquina. ¿Estamos en este momento? No digo que vayamos a matar chinos, pero sí banqueros, partidos tradicionales, la monarquía, los sindicatos como formando parte de un conglomerado que ya no nos sirve y que está caduco. El humor negro con que ha sido recibida la abdicación del rey Juan Carlos en su hijo Felipe no augura una fácil transición. El rey pareció ganarse la corona con la noche del 23F, algo que recientemente ha sido puesto en cuestión por el libro de Pilar Urbano Lo que Suárez olvidó y lo que el rey prefiere no recordar. La corona se cimentó en un mito del que participaron con su silencio los partidos con responsabilidad institucional. ¿Qué será necesario para que el sucesor de Juan Carlos, ese Felipe VI que tan raro se nos va a hacer y cuyo nombre evoca al Felipe V que tanto detestan los nacionalistas catalanes, constructores a la vez de mitos sin fin y que ahora están decididos a lanzarse contra el sistema constitucional con la máquina y los vagones a toda velocidad, llegue a encarnar algo sólido para los españoles, algo que no suene a tebeo revenido, a crónica perdularia de sociedad?

¿O nos lanzaremos decididamente por la reivindicación republicana? ¿Estamos ya en ese paso? ¿Tras las befas y mofas con que hemos recibido la abdicación del rey caza elefantes, perseguidor de faldas corinescas, polla loca, corto de luces, vividor borbónico,  viejo caduco, habrá por fin una sociedad abiertamente republicana que apueste por un nuevo sistema político? ¿Los jóvenes que no han votado en estas elecciones tendrán paradigmas políticos y se imbricarán en la toma de decisiones? ¿Será Podemos un polo de atracción para los electores adolescentes y jóvenes? ¿Estamos en uno de esos puntos de inflexión de nuestra historia en que reivindicamos nuestra faceta utópica y anarquista y llevaremos nuestra ansia de sueños hasta el patio de butacas donde los banqueros y grandes empresarios, políticos del PPSOE y demás partidos institucionales, magistrados de tribunales varios y damas de Acción Católica asisten atónitos al desarrollo de la función? ¿Es todo esto un bluf? ¿Nuestro humor negro sobre la monarquía esconde algo más que un estado pasivo de opinión? ¿Estamos a punto o no de lanzarnos a la yugular de algo que nos oprime? ¿De qué va esta representación?


¿Cuál es el punto en que estamos?  

sábado, 31 de mayo de 2014

Pablo Iglesias y "la casta"



Reconozco que yo no había oído hablar de Podemos más que tangencialmente a través de una amiga de Facebook. No había seguido la presencia de su líder Pablo Iglesias en Tele 5 en diversas tertulias. Me había llamado la atención eso sí la presencia de Carlos Jiménez Villarejo en su candidatura. Respeto profundamente al exfiscal anticorrupción cuya palabra me resulta siempre interesante y demoledora sobre los males del sistema partitocrático español y la corrupción consecuente. Así que las primeras noticias que tuve de Podemos fueron a partir de su éxito en las elecciones y en la catarata de reacciones que ha originado la consecución de cinco diputados con una campaña de cuatro meses y sin fuentes de financiación más que el crownfunding.

He descubierto a un líder carismático, de verbo ágil y contundente, que aspira nada más y nada menos que a ser equipo de gobierno en año y medio. Me he quedado boquiabierto por la carga de profundidad contra el sistema que ha sido esta alternativa. En tromba se han lanzado PP y PSOE a descalificarlo. He leído de todo: desde mostrar su semejanza con Hitler aprovechándose de la desesperanza de las gentes, a bolivarianos, chavistas, castristas, frikis, comunistas casposos, ultraizquierda, antisistema, republicanos, utópicos los más suaves... y todavía la lista se va ampliando según pasan los días. Los más agudos comentaristas de la prensa reflexionan sobre la realidad de Podemos. Me está resultando un tema divertido y casi uno lamenta no haber votado a esta secta como algún lector de El País la califica. Parece que Pablo Iglesias utiliza el término de casta para referirse a los depositarios del sistema político español enfangados en centenares de casos de corrupción en connivencia con el poder financiero.

No sé cuál será el recorrido de Podemos pero puede haber dado en la diana señalando la perversión del sistema político español y proponiendo una nueva forma de hacer política. La gente está hastiada, abrumada y aplastada por una realidad que no suscita ninguna ilusión y sí bascas ante ese panorama pútrido en que se ha convertido la política y los profesionales de la misma que se perpetúan en el tiempo y, cuando acaban su dedicación a la res pública, terminan fondeando en alguna energética que les agradece los favores prestados durante su mandato. Los ciudadanos sufren el cinismo del sistema y el peso de la crisis con todos sus recortes al estado de bienestar.

Podemos ha venido a remover los fundamentos de la política establecida. Lo vemos por los ataques rabiosos que reciben. Pablo Iglesias ha tocado nervio y creo que nos hemos dado cuenta todos, y esto es peligroso porque ahora sabemos qué tecla tocar, adónde disparar aunque solo sea para dar salida a toda nuestra rabia y desconsuelo.

Paralelamente la reacción okupa y ciudadana frente al cierre y demolición de Can Vies ha puesto frente a las cuerdas a otro sector prepotente que no midió las consecuencias de su decisión. Así, ante la reacción violenta de los okupas, rememorando frente al mundo, la tradición barcelonesa de ser la Rosa de fuego de los primeros años veinte del siglo pasado, el establishment nacionalista del municipio barcelonés se ha sencillamente acongojado y acojonado. El tema se ha desbordado y llegado donde no hubieran pensado. Hasta adláteres del sistema han querido ver la influencia de los servicios secretos españoles en la respuesta violenta que pone a la pacífica, demócrata y burguesa Barcelona en el punto de mira de la prensa internacional en un momento en que se está en medio de un proceso que se cree bien controlado.

Mi impresión es que en el momento en que estamos pueden surgir profundas grietas en el sistema que creen tener bien sujeto y afianzado ante una ciudadanía pasiva y consentidora que recibe el impacto de la crisis mientras los banqueros y los políticos que llevaron a esta sima económica salen de pie, con los bolsillos bien repletos y ocupando importantes sillones en las empresas subsidiarias. Puede que la gente esté a punto de estallar o puede que solo sea una impresión. Y ya se sabe que en cualquier momento de la historia lo más peligroso que puede haber para el sistema son los símbolos. La historia se hace a base de símbolos y si las masas, los ciudadanos, encuentran quienes den forma a su rabia y rebeldía pueden ponerse a temblar los que llevan tanto tiempo viviendo del cuento. La ecuación PPSOE ha calado profundamente en la psique popular y no creo que Susana Díaz o Eduardo Madina logren sacar al Partido Socialista de este marasmo inmovilista que ejemplifica bien ese dinosaurio y momia de  la política que es Felipe González –al que tanto quisimos-. Y el PP sabe bien que la mayoría social de este país es de izquierda y solo hace falta que aparezca en el horizonte algo creíble, algo medular, algo que dé una estocada en la yugular a esos profesionales que ven la carrera a la jubilación como un ejercicio cómodo de estar sentados en sus escaños y apretando botones como les indica su jefe.


Puede ser que la casta esté en peligro y ya se están dando cuenta.

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