
El nadador norteamericano
Michael Phelps (Baltimore -1985) ha sido el triunfador más reconocido de los juegos olímpicos de Pekín 2008. Ha obtenido ocho medallas de oro en algunas finales épicas que han hecho de él, en el imaginario deportivo y popular, el mejor nadador de la historia superando al también mítico
Mark Spitz que ganó siete medallas de oro en los JJ.OO de 1972. De todos son conocidos estos hechos. Lo es menos que
Michael Phelps, tras su espectacular victoria en 4x100 estilos merecedora de su octava medalla, ha evocado la figura de una profesora de lengua y literatura inglesas que le dijo que él nunca triunfaría en la vida. Pareciera que el nadador ha aguardado este momento estelar en su carrera para recordar algo que en su momento le marcó profundamente. Aquella profesora anónima le auguró un fracaso vital y profesional, y él no ha dejado ni un momento de recordar aquello que le causó una honda herida que él ha querido desmentir con una carrera humana y profesional brillante e inigualable.
¿Qué densidad tienen nuestras palabras como profesores? ¿Podemos intuir el fracaso o el éxito en la vida de nuestros alumnos? La anécdota de
Michael Phelps, por el hondo poso que ha dejado en él, me ha hecho reflexionar. Somos ocasionales orientadores de espíritus en desarrollo. Cuando miramos a nuestros alumnos durante todo un curso vemos algunas miradas encendidas, vivas, bondadosas, maliciosas, tiernas, turbias, inteligentes, otras confusas y ambiguas, así como dulces e indecisas. ¿Quién sabe adónde pueden ir a parar aquellos muchachos? Un fracaso en la escuela no implica un fracaso en la vida, del mismo modo que un éxito en la escuela no decide un éxito profesional, humano o sentimental. El cerebro humano es un músculo complejo y regenerable. Una falta de competencia en el área de lengua no es irremediable ni decisiva. Hay otras potencialidades que se van desarrollando en los años de aprendizaje.
Los profesores no somos profetas, nuestro papel es bastante más modesto, y, sin embargo, nuestra aportación es considerable. Unas palabra apresuradas de una profesora de lengua sobre el futuro de un alumno de secundaria le sirvieron de acicate a
Michael Phelps en sus últimas brazadas para obtener el mayor éxito de la historia de la natación. Sin embargo, a otros, un comentario negativo o despectivo puede que les hunda anímica y moralmente el resto de sus vidas. Los seres humanos somos un misterio. Las mismas palabras pueden tener efectos totalmente diferentes. A unos los puede catapultar a la gloria y a otros les lleva a la falta de confianza en sí mismos y al fracaso.
Lo tendré en cuenta. Mis alumnos son seres enigmáticos. Sólo hay que ver fotografías individualizadas de ellos. Aislados del conjunto y de sus compañeros suscitan hondas simas de complejidad humana. Hay en ellos campeones olímpicos en potencia, escritores, actores, buenas personas...; también maltratadores, víctimas y verdugos, así como héroes que esperan su momento para la gloria o su pasaporte a la mediocridad. Por ello, necesitamos ser pequeños artistas que potencien lo mejor de ellos mismos, con prudencia, pero también con decisión. ¿Quién sabe si tendremos a
Michael Phelps entre ellos? ¿O a ese anómimo panadero que cuece el pan con amor y ternura? ¿O a esa muchacha anónima que sabrá intuitivamente construir un mundo mejor con su bondad e inteligencia?