Yo no sería buen político. En un tiempo
milité en un partido político maoísta revolucionario. Era militante de base,
pero en mi fuero interno, abominaba del marxismo y de su dictadura del proletariado. Había leído algo de lo que significaban
las dictaduras comunistas, de su brutalidad, de su totalitarismo, de su
violencia.. y las rechazaba por completo. ¿Qué hacía, pues, en un partido marxista leninista? Eran los tiempos de
finales del franquismo y era una vía de acción para un joven inquieto.
Desde entonces soy consciente de que se
puede defender algo y a la vez estar en el lado opuesto como modo de indagación
experimental. Tal vez esto no sea entendido por la mayoría que espera que un
hombre adulto posea coherencia y no se contradiga a sí mismo. Sería el
principio de unidad de sentido y no contradicción. Es una tópica fantasía que
levantamos para creer que somos seres de una pieza, lógicos y coherentes, pero
no es así. No hay que escarbar demasiado para darnos cuenta de la
impostura de ello. Todo el mundo lo niega y se quiere presentar como unitario y
sin contradicción pero esto no es así. En primer lugar, la mayoría de la gente
no sabe muy bien lo que piensa acerca de multitud de temas, y para saberlo,
acude a lugares comunes, a tópicos, a fragmentos de juicio que ha oído en
alguna parte para evitar emitir un juicio fundamentado de base personal. La
mayoría de los llamados juicios se
basan en estereotipos, en el llamado pensamiento positivo, en el difundido
pensamiento progresista que es más cool
que el pensamiento conservador. Si algo contradice nuestro supuesto punto de
vista, esquivamos el escollo y vamos a otro argumento que nos sea más
favorable. Las perspectivas se basan en tautologías autoevidentes que rechazan
cualquier complejidad y expresan posiciones prístinas y no negociables. Por
supuesto nadie escucha a nadie. Solo se espera con impaciencia el momento de
soltar nuestro discurso inatacable, impecable, basado en el sentido común, en
la lógica interna y en la coherencia personal. En general se parte de
apriorismos distantes lo que, en definitiva, son sentimientos, modos de sentir
diferentes, antitéticos, incompatibles. Así, la casi totalidad de nuestros
juicios se basan fundamentalmente en emociones incrustadas y en lugares
comunes. El sujeto cree que sabe pero lo único que hace es un ejercicio de
mimetismo con algo que nunca ha reflexionado. Y la personalidad se construye
así en base a fragmentos de algo que pretende ser unidad de sentido. Y se cree
en esa ficción como si fuera algo fruto del esfuerzo personal cuando lo que es
solo el efecto de una cómoda situación en que nunca se ha pensado sino en
función de parámetros sumamente esquemáticos y gregarios.
Enfrente de esto está el pensamiento
desnudo, aquel que no confía demasiado en sí mismo, aquel que cuestiona la raíz
del propio pensamiento, que no lo acata como algo inamovible sino como
expresión de múltiples y variadas contradicciones que vertebran al ser humano
en su realidad. Lo importante no es “yo
pienso” sino “¿por qué pienso lo que
pienso?” “¿de dónde salen mis ideas?”
o en definitiva ¿qué soy yo? Así se
pueden considerar puntos de vista divergentes en política, en lo social, en lo
artístico. Dos puntos de vista contradictorios pueden ser simultáneamente
verdad o ambos ser falsos. El que contempla las cosas de este modo puede jugar
con esos posicionamientos sin aferrarse a ninguno con fuerza. Nada hay en el
mundo de las ideas que no pueda ser rebatido, y no digamos en el mundo de la
política donde todo es terriblemente demoscópico, evanescente, ambiguo,
manipulador y nada es lo que parece. El pensador excéntrico se cuestiona
continuamente por el sentido de sus ideas que no se consideran una posesión
privada ni personal sino fruto de una afectividad que cambiarían totalmente si
hubiera habido otra fuente de calor. Todos nos arrimamos al vivero ideológico
que más consuelo nos ofrece, donde más cómodos estamos, donde nos podemos
reunir con muchos más como nosotros. Así el ser sale de su soledad para
fundirse con la mayoría pensante. Imaginen que tienen la oportunidad de salir a
la calle con un millón de personas más que sienten de modo similar, que agitan
las mismas banderas, que vibran al unísono. ¿Hay algo que confirme más
intensamente la realidad de lo que se piensa que compartirlo con la sociedad
entera que siente de modo idéntico? Así se han construido populismos, mayorías
populares, dictaduras del sentido unitario cuando no es sino una unidad
sentimental. Y pobre del que quede fuera de esa mayoría. Si está dentro, será
considerado un hereje o un traidor, y, si está fuera, será considerado un
enemigo, alguien a ridiculizar, alguien que irritará simplemente por estar
fuera de la emotividad profunda de la mayoría.
Mis palabras, las de este blog, no son
homogéneas, responden a estados disímiles, a momentos afectivos muy dispares, a
procesos ideológicos contradictorios. Son fruto de una evolución que no será
admitida por los que necesitan juicios sintéticos verdaderos y rechazan la especulación como algo inapropiado o como
un lujo inadmisible, o peor, como una decepción, como una traición a lo que se
fue en otro momento, y, así, es terrible confrontarse uno mismo a las palabras
que escribió en otro momento, a las palabras que respondían a otro momento
vital a otras consideraciones. No eran falsas, solo eran fruto de su instante
de producción.
Nada hay que aleje más a los seres
humanos que las palabras. Las palabras son las balas con que cargamos nuestras
armas letales que expresan desde el desdén, al odio o la distancia inmensa que
nos separa. Queremos compañía, no soportamos estar solos, siempre que hablamos
en realidad estamos lanzando un mitin para nuestros adeptos, para nuestros
fans, para nuestros seguidores, para los que levantan banderas semejantes a los
nuestras, pero los verdaderos pensadores siempre han estado solos. Nada hay que
los rescate de su real y auténtica soledad radical y sin consuelo.