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jueves, 11 de febrero de 2016

Las fuentes de Breaking Bad


No suelo ser muy pródigo en mis conversaciones con otros profesores de mi centro, raramente tengo algo que decir. No me suelen interesar demasiado sus puntos de vista por diversas razones, tal vez porque son cuadriculados, poco imaginativos, estereotipados, escasamente desafiantes, pero confieso que hay una profesora de música con quien gozo conversando sobre distintos y distantes temas que tienen relación con la enseñanza, la literatura, la vida, la filosofía, las novedades que compartimos. Últimamente le he hecho partícipe sobre mi experimento, con alumnos de tercero de ESO, de inmersión en la literatura de Franz Kafka. Le paso relatos que he fotocopiado para mis alumnos y luego los comentamos, sorprendiéndonos de nuestras respectivas reflexiones. Hoy hemos tenido ocasión de charlar durante la hora del patio en su aula de música. El último día se había rebelado contra un relato fundamental de Kafka, La condena, que le había descolocado totalmente. Aseguró que no volvería a leer a Kafka. Hoy ha matizado su afirmación y  nos hemos sumergido en el extraño humor del autor austrohúngaro. Un humor que se capta o no se capta. Yo soy muy malo para percibir el humor común, casi he sospechado que no tengo sentido del humor, pero Kafka es delirantemente divertido. No busco interpretarlo en absoluto. Me da igual lo que puedan significar sus relatos. Solo los leo literalmente y me dejo llevar por su lógica que tiene una coherencia impresionante. Y ahí está el humor. No hay que rebuscar. Todo es parte de un universo con leyes distintas a los universos convencionales y uno no deja de sorprenderse por la poderosísima imaginación y humor de Kafka.

Un descubrimiento que hemos hecho Patro y yo es que la serie que a los dos nos entusiasma, Breaking Bad, está inspirada totalmente en el humor kafkiano. Si alguien nos lee ahora y ha visto la oscura serie de Vince Gigillan, puede advertir en su lógica una concatenación de circunstancias y humor que tienen su origen en el mundo de Kafka. Estoy leyendo El castillo y viendo la temporada tres de Breaking Bad y ello se me aparece como transparente. Hay de hecho un episodio que se titula así precisamente, Kafkiano, desvelando explícitamente las fuentes literarias de la misma. Y además yo tengo un gran parecido con Walter White el profesor de Química que fabrica metaanfetamina para dejar un buen futuro a su familia. Piensen la serie y lean a Kafka y lo verán con nitidez.

Pero ¿de hecho no es kafkiano igualmente que yo sumerja a mis alumnos de catorce años en un baño de literatura compleja en lugar de darles libritos sencillos para estimularles los valores solidarios, la igualdad de género, el antirracismo, etc? Una alumna ayer me decía que no entendía el humor de Kafka, "que era muy profundo" para ella. Lo decía una de las alumnas más kafkianas que he visto nunca. Su nivel de sofisticación mental es divertidísimo. En cada promoción hay alumnos frikis, algo así como extraños, alumnos que no tienen patrones fáciles de interpretación. Alumnos con mundos interiores complicados, que se proyectan con extrañeza en el mundo exterior. Alumnos y alumnas que ocupan buena parte de su tiempo en reflexiones sobre su propia identidad y que no acaban de concordar con el grupo. Hay bastantes. El grupo actúa como aglomerante y en él se diluyen las diferencias de modo que los estereotipos sociales empiezan a penetrar en ellos  para hacerlos todos homogéneos. La pedagogía democrática quiere hacer conscientes a todos los alumnos de su identidad y dignidad, pero utiliza mecanismos estereotipados para lograrlo y cae en la promoción de una sociedad adocenada y vulgar. La clave de una sociedad no son los ciudadanos que responden fácilmente a los esquemas integradores y son todos iguales con leves diferencias. No, radicalmente no. En la diferenciación profunda, en la extrañeza, en los outsiders hay verdadera dinamita creativa y creadora pero se los educa democráticamente en la igualdad, en los modelos creados por una sociedad de los mass media, en las buenas intenciones, en las motivaciones de los libros de autoayuda, en la suma de banalidades más patéticas que puedan existir. Estamos produciendo individuos en serie, que irán de compras, de bares, se manifestarán políticamente creyendo en la lógica de sus creencias, serán de un club de fútbol hasta la muerte, no leerán o leerán muy poco y fundamentalmente estupideces, serán individuos masa y no lo sabrán creyendo ser originales...

¿Qué es lo que intento? Ahondar en sus diferencias, hacerles conscientes de sus abismos interiores contemplando la extrañeza de Kafka y otros autores verdaderamente literarios. Llevarles de la simplicidad a la complejidad para que esta alumbre lo que de verdadero hay en su ser. Solo la literatura, la verdadera literatura (o el arte auténtico en general) puede hacer de detonante y abrir brechas profundas que no pueden ser restañadas por los mass media. Kafka abre puertas a un universo que no es el habitual, un universo que nadie ha podido desentrañar ni interpretar porque es imposible. El adolescente de catorce años que lo contempla puede decir simplemente ¡vaya tontería! ¡Este hombre estaba loco! ¡Qué raro que era! Pero no dejará de sentirse atraído por algo que no le dan los profesores, sus padres o sus amigos o las aplicaciones tecnológicas que utilice. Muchos no lo captarán por inservible pero otros verán reflejado – a modo de espejo- algo de su mundo interior que también es extraño por más que el sistema arrolle para hacerlo convencional y explicable.

¿Quiere decir que la pedagogía que utilizo en parte es para sacar al friki que muchos llevan dentro sin saberlo antes de que sea aplastado? Puede ser, hoy me lo preguntaba con Patro a la hora del patio. Una clase es un lugar altamente interesante. Se puede convertir en un lugar donde la gente piense y sienta. Y saber que muchos profesores solo quieren que sus alumnos repitan lo que han explicado y cómo se lo han explicado...


Nuestro próximo punto de cala será Julio Cortázar, un kafkiano de lujo.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Más se consigue con miel que con hiel


Hoy hemos celebrado claustro de profesores, el de final de trimestre. Se han abordado diversos temas prefijados en la convocatoria. Lo normal. Sin embargo, uno de los puntos merece mi consideración para hacer una pequeña reflexión. Ha sido la intervención de uno de mis compañeros la que me sirve para darme cuenta de algo que es evidente en nuestra relación con nuestros alumnos. Le tocaba al coordinador de bachillerato hablar durante unos minutos que han sido finalmente desagradables y tensos. El citado coordinador, vamos a llamarlo Amancio, tenía quejas sobre los profesores que, a su juicio, no cumplían con sus obligaciones y no daban muestras –según él- de profesionalidad en su ejecutoria burocrática en bachillerato. No se trataba de si daban bien o no sus clases, no. Se trataba de aspectos que afectan a la organización del mismo. El problema es el tono agrio y decididamente sarcástico que ha utilizado para la dura admonición que ha dirigido al claustro a modo de queja inspirada por Girolamo Savonarola para castigar con su látigo a los relapsos y pecadores. Su argumentación sarcástica acusatoria desde una posición de cierta superioridad moral era realmente muy molesta. No digo que no tuviera buena parte de razón en lo que argumentaba pero el tono estaba lleno de acidez y un sentimiento presuntuoso que lo hacía ineficaz.

Uno podía sentirse amedrentado, señalado, acusado y herido por cómo lo decía pero no era un motor de impulso para hacerlo mejor, sino para sentirse tenso en el silencio de la sala solo atenta al vinagre que explotaba en ráfagas de indignación moral que parecía gozar en esa situación de foco cenital. Todo el mundo ha de tener cinco minutos de gloria. En este caso han sido diez. Me pregunto si utilizará Amancio este tono sarcástico para argumentar con sus alumnos. Me pregunto si se pondrá en una posición de presunta superioridad intelectual para demostrar la ignorancia, cual Sócrates petulante, de sus alumnos.

Esta es la anécdota mínima que da base a mi reflexión. Leí una vez en la Ética Nicomaquea de Aristóteles que el problema no es enfadarse, eso es sencillo, el problema es determinar con acierto con quién enfadarse, en qué circunstancias, con qué tono, de qué manera y por qué. No sé si es exacto porque cito de memoria. Sin duda nuestro compañero, aun llevando un noventa por ciento de razón, lo ha hecho mal, se ha dejado apoderar por la ira y el desprecio para aventarnos unas observaciones de modo muy agresivo. No ha sido eficaz. Me pregunto si nosotros como profesores tenemos claro esto. La ira, el desprecio, la mirada altiva respecto a nuestros alumnos, si los tenemos, nos hacen perder la inmensa mayor parte de razón. Ha pasado el tiempo de los púlpitos en que nos hacían pasar por pecadores alentándonos el sentimiento de culpa. Hoy día los seres humanos somos más receptivos a un tono mesurado, fundamentado en razonamientos sólidos, que a un tono exasperado que revela una ira interior no resuelta. Es difícil a veces no perder la mesura. Puedo entender que hay motivaciones muy fuertes como presiones laborales, agotamiento, frustración personal, disconformidad con la vida, hartazgo de errores ajenos, que pueden hacer que nos desbordemos emocionalmente. Hoy he visto sencillamente que no es eficaz. Las palabras contenidas de la directora han tenido más fuerza argumental que la explosión de ira que la ha precedido. Amancio se ha negado a disculparse. Se encontraba tan lleno de fuerza moral que no ha entendido que toda la había perdido por la ira con que nos ha hablado.

Y ya lo dice el refrán. Más se consigue con miel que con hiel.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Alumnos "modelo" que lo pasan mal y sufren


Se habla mucho de que los alumnos no trabajan lo suficiente, que no hacen los deberes, que son muy felices y que no dan un palo al agua en muchos casos... Quiero poner ejemplos de lo contrario y voy  a hablar de mi propia hija de dieciséis años que estudia primero de bachillerato en la rama científica en un instituto público de la zona donde vivo. Voy a hablar de ella porque es un caso que tengo muy cerca, no porque quiera presumir de nada, pues más bien es una situación que nos preocupa y mucho, pero a la vez me sirve para iluminar desde el otro lado la realidad de muchos de nuestros alumnos, no la mayoría pero sí un cierto sector de los mismos.

Lucía es una alumna responsable, trabajadora, perfeccionista. Toma apuntes y los pasa a limpio. Sus libretas son un prodigio de orden y organización. Suele sacar las máximas notas en todas las materias, lo que le supone un estrés y una angustia que nosotros intentamos paliar pero no podemos. Tiene que llevar todo al día, se prepara los exámenes con días de antelación, realiza todo con un extremo cuidado y recibe frecuentemente excelentes notas. 


"Desea estudiar medicina y sabe lo difícil que es eso por la altísima nota que necesitará para llegar allí".

Yo veo lo sobrecargada de trabajo que va. Los profesores ponen alegremente tareas que, tomadas en serio, son complejísimas y que implican un desgaste enorme. Hay profesoras de lengua que les ponen tareas, sin explicar nada en clase, que precisan de un filólogo en casa, como es el caso, para poderlas realizar. Por ejemplo comentar un largo fragmento de las Soledades de Góngora y otros muchos poemas del Siglo de Oro. Soy filólogo y le puedo ayudar, pero ¿qué haran otros alumnos? Las tareas de filosofía son un tanto inquietantes  y Lucía no sabe muy bien qué quiere exactamente el profesor que se siente muy importante y genial porque ha publicado algún libro. Cada profesor tiene sus manías y sus adscripciones políticas que aparecen en sus clases. Pero cada uno entiende que su materia es fundamental. Ello supone un trabajo cada día de unas ocho horas en casa, y no exagero. Solo tiene clase por la mañana pues tiene jornada continua, y desde que come, apresuradamente, hasta las doce o la una de la madrugada está trabajando, estudiando, pasando apuntes, haciendo ejercicios, buscando en internet...

Nosotros llevamos años diciéndole que no aspire a sacar todo excelentes, que no la vamos a querer menos, que no se sacrifique de esa manera, que no se angustie tanto... Indagamos sobre si estudia de una manera poco adecuada. Incluso va a una psicóloga para intentar organizarla y calmarla. Padece ciertamente síntomas de notoria ansiedad con los que no sabemos qué hacer. Nadie le ha metido ese perfeccionismo en ningún caso.

A la vez me doy cuenta de que estudiar para ella no es un ejercicio con el que disfrute y muchas veces ir a clase en cursos anteriores era algo para ella muy desagradable y angustioso. Podría decir que en líneas generales es algo que ella hace pero que no ama. Cumple su deber con creces pero no obtiene una satisfacción que le recompense la angustia que padece. Estamos preocupados.

Pero ella es un ejemplo de alumna que -con una inteligencia media-  aspira a un objetivo muy difícil. Y cumple al pie de la letra lo que los profesores con inconsciencia les pedimos como si fuera lo más normal del mundo. 


"No nos damos cuenta de lo que significan nuestras tareas, nuestros exámenes, muchas veces con mucha materia y concentrados en muy pocos días, nuestros ejercicios, nuestros trabajos, nuestras bromitas ingeniosas en clase, nuestras incoherencias y manías ... "

No pensamos que haya alguien que se lo vaya a tomar al pie de la letra. Creemos –no sé muy bien si esto es así- que nadie lo va a cumplir exactamente o no somos conscientes de la sobrecarga que supone para alumnos de quince o dieciséis años - en unos años terriblemente difíciles- que pueden llegar a no vivir por cumplir lo mandado tan alegremente. Casi supone una renuncia a vivir. A mí me gustaría que mi hija sacara notas más discretas pero disfrutara más de la vida. La veo mal, ciertamente angustiada y con la sensación de que no llega. Luego cuando llegan las notas de excelencia tampoco la observo especialmente alborozada. Son normales para ella pero a costa de un sufrimiento muy importante.

El director del instituto en la reunión de comienzo de curso les dijo que había que cuidar las notas desde primero de bachillerato, que no se durmieran. Ella lo está cumpliendo. Quiere ser médico lo que va a suponer diez años de sufrimiento si consigue entrar en la carrera y seguir la especialidad de oncología o medicina forense que desea.

"Pero ¿esto es vivir?"

No quiero centrar el post en mi hija que bastante zozobra nos produce sino en la actitud de nosotros los profesores cuando sin más planteamos nuestra materia como si fuese la única en el mundo y no somos conscientes de que alguien puede estar cumpliendo al milímetro lo que nosotros exigimos.

Lucía trabaja 14 horas diarias (seis en el instituto y ocho en casa) durante cinco días a la semana lo que hace un total de 70 horas más 16 el fin de semana, lo que hace un total de 86 horas de trabajo semanal.


Es una alumna modelo de lo que nosotros anhelamos ¿no?

sábado, 5 de diciembre de 2015

Los blogs perdidos en su laberinto de yoidad


Llevo diez años publicando en Profesor en la Secundaria, lo que significa un número aproximado de ochocientos posts que tienen alrededor de mil palabras cada uno, tal vez demasiado, pero es la medida de mi respiración como escribiente que no escritor. Pero no voy a hablar de mi faceta de autor de blog sino de la  de lector de blogs ajenos a lo largo de diez años. He sido y soy un lector constante de los blogs con los que tengo relación de alguna manera. En algunos me he implicado intensamente. Procuro siempre dejar comentarios con una cierta elaboración que merezcan la pena ser leídos. Esto me lleva un tiempo aunque escribo rápido. 

"Mi experiencia de lector de blogs es la de la constatación real de que detrás de un blog hay una persona con todos sus matices, con todas sus creencias, con su ideología, con sus rarezas y manías,  con la aspiración en general de mostrarse con una cara positiva ante los demás". 

No es necesariamente fácil la relación con otros blogueros. Es un colectivo en que somos muy egocéntricos. El tamaño de los egos es desmesurado. Uno a fuerza de leer a un autor tiende a conocerlo bastante mejor de lo que se puede pensar aunque el blog sea escurridizo y evanescente. Nos vamos revelando en la escritura. No solo mostramos lo que somos sino cómo somos en nuestra intimidad. La forma de racionalizar, nuestro pesimismo u optimismo, nuestra posición política, la edad, nuestro modo de relacionarnos con los demás, nuestra generosidad, nuestra altivez. En mi recorrido por este mundo sumamente complicado me he encontrado de todo. A muchos blogueros les he perdido la pista porque sus blogs se han detenido en una fecha del tiempo y han sido abandonados. Otros se van desasiendo de sus blogs poco a poco y van espaciando sus publicaciones ... 
Con otros blogueros, tras un intenso intercambio, ha surgido el desencuentro, a pesar de nuestra atracción inicial. Hay blogs que te atraen por los temas que abordan y cómo los abordan; otros no te atraen pero te parece entrañable la persona que está detrás de él y permaneces fiel a través del tiempo. A otros los concluyes abandonando porque terminas saturado de la reiteración –inevitable- de unos tics que en un momento te resultaron curiosos pero que tras diez años de continuidad impertérrita te terminan pareciendo cargantes y te preguntas adónde pretende llegar el autor en un bucle infinito. Otros te resultan interesantes durante dos meses pero al cabo de este plazo, le ves el trasfondo egoico de su planteamiento: un intenso sentimiento de debilidad y menosprecio de sí mismo que se revela como adicción a estados de exhibicionismo y pornografía existencial. Dejan de interesarme. Hay muchos motivos de alejamiento de un blog: el choque de caracteres, un debate cargado de electricidad negativa que produce malestar, el agotamiento del modelo que lo encarnaba, la altivez ... Con esta me refiero a algunos blogs que no reciben apenas visitas y menos comentarios, pero el autor sigue adelante, en soledad, haciendo del blog su diario de derrota particular. Y lo más curioso es que estos altaneros blogueros no contestan nunca a los comentarios ni comentan en otros blogs. Su escritura es una suerte de autismo que no necesita para nada a los demás con los que no se desea un intercambio de ningún tipo. Solo estar ahí, señeros, firmes en la desolación de la quimera expresando algo que tal vez no lo lea nadie. A veces dejo algún comentario impertinente para hacerlo salir de la concha, pero te das cuenta de que el blog no es un instrumento de búsqueda e intercambio sino un artefacto de culto a la yoidad.

Un aspecto que me interesa vivamente es cómo algunos blogs parecen solo atraer elogios desmesurados y en los que no existe ningún atisbo de lugar para la disensión. 


"¿Qué hacer si alguien solo nos ofrece los más exquisitos y refinados pensamientos que expresan la belleza de un alma singular?"

 A estos de vez en cuando les doy una traca con alguna aviesa intención para provocar el debate. Ante esto hay dos formas de reaccionar: el sentimiento herido y la venganza o aceptar el desafío y debatir. Acepto que mi blog pueda generar críticas acerbas, fruto de una lectura consecuente y meditada. En general acepto el planteamiento y converso y, si puedo, termino riéndome con el comentarista crítico. Pero no todo el mundo reacciona igual. Hay quienes no olvidan y te guardan un profundo resentimiento. Es fácil herir a alguien con la palabra. Hay que tener mucho cuidado. Pero a veces es inevitable.

El mundo de los blogs está en aguda decadencia. La expresión de la palabra ha entrado en profunda crisis y se han buscado otros canales para conversar. El blog tiende a ser discursivo y esto no se lleva ya hace años. Desde luego no es algo que atraiga a los jóvenes. Pocos blogueros jóvenes hay si hay alguno. Es más propio de la madurez y algo más. Tras unos años de eclosión gigantesca, llegó su cenit y terminaron decayendo para llegar a este estado catatónico en que apenas hay vida en la blogosfera. Es muy desolador escribir y ver que solo has tenido un comentario o ninguno reiteradamente. Ante esto solo queda el orgullo de mantener frente a viento y marea el artilugio y seguir desentendiéndote de lo que opinen los demás. Esa soledad altiva en la que no contestas a los comentarios que tal vez un día te lleguen. Los blogs terminan en un laberinto de soledad sin fin. Y hoy la blogosfera es un universo con harapos de lo que algún día fue, con yoes en desbandada, perdidos, exhibiéndose con una seguridad casi absoluta de que nadie los leerá. Son como ruinas de castillos en lo alto de una montaña que entonan discursos que no interesan a nadie. Y es que no olvidemos que la película estrella de este tiempo es Ocho apellidos catalanes. No hay lugar para sutilezas exquisitas. Y los blogueros en cierta manera nos consideramos el no va más. Pero ¿a quién interesamos en realidad?



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