En unos días se publica el libro La lotería genética de Kathryn Paige Harden, directora del laboratorio de Genética Conductual del Desarrollo de la universidad de Austin (Texas). En él se desarrolla la convicción de la enorme importancia que tienen los genes en el transcurso de nuestra vida. Es un debate tan antiguo como peligroso. La izquierda siempre ha pretendido rechazar la naturaleza humana en el desarrollo de la personalidad y la constitución de las sociedades puesto que achaca las diferencias entre personas y sociedades a factores esencialmente sociales y culturales.
¿Qué pasaría si en nuestra lotería genética tuviéramos inscritos ya los factores que nos van a hacer triunfar o fracasar en la vida, al margen del esfuerzo o circunstancias sociales? Se ha hecho mucho hincapié en el factor esfuerzo para explicar la meritocracia que permite ascender y conseguir logros personales. Los profesores antiguos no hacemos sino hablar del esfuerzo como factor necesario para conseguir objetivos educativos y personales. Pero ¿y si la capacidad de esfuerzo también viene dada por el código genético igual que la pereza o la adicción al alcohol o las drogas?
Cuando pedimos a nuestros alumnos que se esfuercen y vemos que muchos no lo hacen, puede que eso esté inscrito en el código genético. Y que dicho código explique los resultados educativos. No es lo mismo nacer con un CI de 60 que con un CI de 130, eso determina esencialmente la vida y puede condicionar tanto o mucho más que nacer en una familia pobre o una familia rica.
Este es el terrible dilema que implica la lotería genética pues puede determinar la salud -la predisposición a determinadas enfermedades- y la personalidad, pues pueden heredarse determinados rasgos como la creatividad, la simpatía, el don de gentes, la inteligencia, la curiosidad, el humor o rasgos negativos que no ayudan a triunfar en la vida en algún sentido.
Se puede decir que la genética es tan importante como la clase social en la que se nace. O puede que más. Ha habido numerosos ejemplos de personas nacidas en circunstancias sociales terribles que han conquistado puestos importantísimos en el terreno económico, social, político o humano. Y a la inversa, personas nacidas en entornos privilegiados que han fracasado totalmente.
No olvidemos el libro maldito que fue The Bell Curve del que hablamos en otro post en que se relacionaba inteligencia con grupos étnicos de modo que los negroafricanos tenían una inteligencia sensiblemente inferior que otros grupos étnicos. Y se sabe que los judíos askenazis son uno de los grupos sociales más inteligentes del planeta, solo hay que ver la lista de premios Nobel que han recibido las personas de etnia judía y la importancia que han tenido para la cultura y la ciencia mundial.
Pero relacionar la naturaleza humana con la desigualdad social nos lleva a terribles problemas que de alguna manera se quieren soslayar por nuestra historia que dividió a los seres humanos en superiores e inferiores con consecuencias terribles como podemos recordar todos.
¿Y si pudiéramos diseñar el código genético de los hijos para evitar la lotería de los genes? Es la idea que desarrollaba la película Gattaca (1997) de Ethan Hawke. Y da idea de la tentación médica de los bebés de diseño cambiando el azar por la elección.
¿Qué partes de nosotros responden a nuestros méritos personales o a nuestro azar de la naturaleza. Es un debate envenenado y en el que surgen chispas inmediatamente. La investigadora Harden, que se considera de izquierda, ha sido atacada y rechazada por sectores progresistas que consideran sus tesis equivocadas y peligrosas. Ella sostiene que hay que contar con el factor herencia para entender la realidad y para darnos cuenta de la parte de suerte que se tiene o no en la vida de entrada, y que desde un punto de vista progresista ayuda a entender la desigualdad social.