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jueves, 14 de mayo de 2015

La soledad radical del que no piensa eso sino que se pregunta por qué piensa eso.


Yo no sería buen político. En un tiempo milité en un partido político maoísta revolucionario. Era militante de base, pero en mi fuero interno, abominaba del marxismo y de su dictadura del proletariado. Había leído algo de lo que significaban las dictaduras comunistas, de su brutalidad, de su totalitarismo, de su violencia.. y las rechazaba por completo. ¿Qué hacía, pues, en un partido marxista leninista? Eran los tiempos de finales del franquismo y era una vía de acción para un joven inquieto.

Desde entonces soy consciente de que se puede defender algo y a la vez estar en el lado opuesto como modo de indagación experimental. Tal vez esto no sea entendido por la mayoría que espera que un hombre adulto posea coherencia y no se contradiga a sí mismo. Sería el principio de unidad de sentido y no contradicción. Es una tópica fantasía que levantamos para creer que somos seres de una pieza, lógicos y coherentes, pero no es así. No hay que escarbar demasiado para darnos cuenta de la impostura de ello. Todo el mundo lo niega y se quiere presentar como unitario y sin contradicción pero esto no es así. En primer lugar, la mayoría de la gente no sabe muy bien lo que piensa acerca de multitud de temas, y para saberlo, acude a lugares comunes, a tópicos, a fragmentos de juicio que ha oído en alguna parte para evitar emitir un juicio fundamentado de base personal. La mayoría de los llamados juicios se basan en estereotipos, en el llamado pensamiento positivo, en el difundido pensamiento progresista que es más cool que el pensamiento conservador. Si algo contradice nuestro supuesto punto de vista, esquivamos el escollo y vamos a otro argumento que nos sea más favorable. Las perspectivas se basan en tautologías autoevidentes que rechazan cualquier complejidad y expresan posiciones prístinas y no negociables. Por supuesto nadie escucha a nadie. Solo se espera con impaciencia el momento de soltar nuestro discurso inatacable, impecable, basado en el sentido común, en la lógica interna y en la coherencia personal. En general se parte de apriorismos distantes lo que, en definitiva, son sentimientos, modos de sentir diferentes, antitéticos, incompatibles. Así, la casi totalidad de nuestros juicios se basan fundamentalmente en emociones incrustadas y en lugares comunes. El sujeto cree que sabe pero lo único que hace es un ejercicio de mimetismo con algo que nunca ha reflexionado. Y la personalidad se construye así en base a fragmentos de algo que pretende ser unidad de sentido. Y se cree en esa ficción como si fuera algo fruto del esfuerzo personal cuando lo que es solo el efecto de una cómoda situación en que nunca se ha pensado sino en función de parámetros sumamente esquemáticos y gregarios.  

Enfrente de esto está el pensamiento desnudo, aquel que no confía demasiado en sí mismo, aquel que cuestiona la raíz del propio pensamiento, que no lo acata como algo inamovible sino como expresión de múltiples y variadas contradicciones que vertebran al ser humano en su realidad. Lo importante no es “yo pienso” sino “¿por qué pienso lo que pienso?” “¿de dónde salen mis ideas?” o en definitiva ¿qué soy yo? Así se pueden considerar puntos de vista divergentes en política, en lo social, en lo artístico. Dos puntos de vista contradictorios pueden ser simultáneamente verdad o ambos ser falsos. El que contempla las cosas de este modo puede jugar con esos posicionamientos sin aferrarse a ninguno con fuerza. Nada hay en el mundo de las ideas que no pueda ser rebatido, y no digamos en el mundo de la política donde todo es terriblemente demoscópico, evanescente, ambiguo, manipulador y nada es lo que parece. El pensador excéntrico se cuestiona continuamente por el sentido de sus ideas que no se consideran una posesión privada ni personal sino fruto de una afectividad que cambiarían totalmente si hubiera habido otra fuente de calor. Todos nos arrimamos al vivero ideológico que más consuelo nos ofrece, donde más cómodos estamos, donde nos podemos reunir con muchos más como nosotros. Así el ser sale de su soledad para fundirse con la mayoría pensante. Imaginen que tienen la oportunidad de salir a la calle con un millón de personas más que sienten de modo similar, que agitan las mismas banderas, que vibran al unísono. ¿Hay algo que confirme más intensamente la realidad de lo que se piensa que compartirlo con la sociedad entera que siente de modo idéntico? Así se han construido populismos, mayorías populares, dictaduras del sentido unitario cuando no es sino una unidad sentimental. Y pobre del que quede fuera de esa mayoría. Si está dentro, será considerado un hereje o un traidor, y, si está fuera, será considerado un enemigo, alguien a ridiculizar, alguien que irritará simplemente por estar fuera de la emotividad profunda de la mayoría.

Mis palabras, las de este blog, no son homogéneas, responden a estados disímiles, a momentos afectivos muy dispares, a procesos ideológicos contradictorios. Son fruto de una evolución que no será admitida por los que necesitan juicios sintéticos verdaderos y rechazan la especulación como algo inapropiado o como un lujo inadmisible, o peor, como una decepción, como una traición a lo que se fue en otro momento, y, así, es terrible confrontarse uno mismo a las palabras que escribió en otro momento, a las palabras que respondían a otro momento vital a otras consideraciones. No eran falsas, solo eran fruto de su instante de producción.


Nada hay que aleje más a los seres humanos que las palabras. Las palabras son las balas con que cargamos nuestras armas letales que expresan desde el desdén, al odio o la distancia inmensa que nos separa. Queremos compañía, no soportamos estar solos, siempre que hablamos en realidad estamos lanzando un mitin para nuestros adeptos, para nuestros fans, para nuestros seguidores, para los que levantan banderas semejantes a los nuestras, pero los verdaderos pensadores siempre han estado solos. Nada hay que los rescate de su real y auténtica soledad radical y sin consuelo.

viernes, 8 de mayo de 2015

Dos peligrosos chimpancés se escapan del zoo


Hoy en clase he planteado a mis alumnos de segundo de ESO si creían que los animales tenían sentimientos. La respuesta ha sido unánime, sin una sola excepción. Todos estaban convencidos de que los animales poseen sentimientos, que experimentan emociones. Les he hablado de una pareja de chimpancés que se habían escapado de un zoo de Sa Coma en Mallorca. Ella se llamaba Eva y él, Adán. ¿Podían estar enamorados y haber decidido escaparse juntos para ir más allá de los barrotes y el cemento ardiente en que los tenían encerrados en cubículos míseros? ¿Es posible que Adán y Eva fueran como Bonnie and Clide o como Romeo y Julieta? ¿Que aspiraran a la libertad, salir de esa tortura espantosa de estar encerrados en esos huecos ominosos llamados instalaciones para disfrute de niños y turistas que no se dan cuenta del horror que esto supone? Jane Goodall, la especialista mundial en chimpancés escribió un libro que tengo como oro en paño en mi biblioteca. Se titula En la senda del hombre en que desarrolla el estudio de los chimpancés en libertad, en estado salvaje. De su estudio y aceptación en el grupo de primates donde pasó largos años de su vida hay valiosas observaciones. Que los chimpancés tienen una elaborada vida social, que se comunican y expresan sus sentimientos, que tienen personalidad, hábitos, carácter propio, vivas emociones, gestualidad que es muy similar a la humana. Sienten felicidad, tristeza, dolor, enferman de depresión... Muchas crías son arrancadas de sus madres que son asesinadas y dichas crías son llevadas en jaulas a zoos de Europa. De cada cría que llega, mueren cinco en el camino de dolor y tristeza.

La similitud del chimpancé y otros primates con el ser humano es perturbadora. No hace falta sino pasarse unas horas en un zoo para verlo. Sus miradas son inquietantes. Y no es extraño que los chimpancés imploren ayuda a los turistas para que los saquen de allí, un lugar donde se pasan largas horas del día sin hacer nada, sobre el cemento, con dos comidas diarias (cuando los chimpancés en estado natural comen continuamente y a medida que tienen hambre), con agua insuficiente con temperaturas elevadas que los ponen muy nerviosos, continuamente exhibidos ante la gente que se ríe de ellos considerándolos simplemente monos graciosos.

Adán y Eva decidieron escaparse juntos y lo hicieron. Tuvieron la picardía de esperar un fallo en el sistema eléctrico de los barrotes, rompieron los cristales y salieron juntos de la mano, abrazándose en busca de la libertad, más allá de aquel lugar de tortura en el que solo se podía enfermar de depresión. Cada día les daban diazepán y si se mostraban muy apáticos, antidepresivos, los mismos que toman los seres llamados humanos.

Se alarmó a toda la isla. Los vecinos del zoo se encerraron en sus casas, se extendió el pánico ante la fuga de dos ejemplares violentos y peligrosos. Rápidamente se organizaron en las zonas boscosas patrullas armadas de unidades de Seguridad Ciudadana y del SEPRONA, con un helicóptero, unidos a técnicos especialistas de la fauna silvestre, policía local y Guardia Civil.

Eva fue acribillada ante los ojos de Adán. No se le disparó un dardo narcótico para dormirla. Todas aquellas unidades estaban enfebrecidas de miedo antes los primates peligrosísimos. Su aventura tenía que acabar. El cuerpo de Eva se retorció y cayó rodando. Adán escapó lleno de un terrible dolor. Ya no podría abrazar a Eva, su amor. Sentía pánico, el helicóptero le aterrorizaba, iba dando vuelos rasantes para hacerlo salir de su escondite en el bosque. Adán no tenía nada ya por qué vivir. Su compañera había sido asesinada. No había salida. Las unidades se reforzaron con más efectivos. Eran decenas y decenas de hombres rastreando cada centímetro de la zona. Sus sentimientos eran de profundo miedo existencial, de desamparo, de violencia contenida, de odio, de saberse solo. Sus ojos estaban dilatados por el miedo. Siguió por el bosque, no estaba habituado a la libertad, vio una masía y en ella una balsa de agua, tenía sed, mucha sed, tenía fiebre, un dolor inmenso le desgarraba el corazón. No quería que lo cogieran. No quería volver allí y sin Eva. Vio la balsa y se arrojó a ella. Sabía que no sabía nadar. Las patrullas lo encontraron muerto ahogado en la balsa. No pensaban dormirlo, hubieran disparado con fuego real porque los dardos narcóticos tardan cinco minutos en hacer efecto y un chimpancé, un mono loco, es muy peligroso. La comarca respiró aliviada. Los niños salieron de nuevo a la calle, los viejos salieron a fumar sus pipas y los turistas pudieron seguir yendo al zoo que pronto tendría nuevos chimpancés que llegarían pequeños, graciosos, crías entrañables a las que habría que cuidar como a niños para exhibirlas.


Ya Adán y Eva no eran un peligro. Nadie contará su historia. Yo he querido hacerlo.

viernes, 1 de mayo de 2015

Los nuevos alimentos que podrían saciar a la humanidad


Una película que me fascinó fue Soylent Green, cuando el destino nos alcance (1973), dirigida por Richard Fleischer. Fue protagonizada por Chartlon Heston y Edward G. Robinson. No sé si los que me leen la recuerdan. Para mí es un hito en las historias distópicas del cine. En un futuro, situado en el año 2022, ha habido una catástrofe ecológica y no existen alimentos naturales o solo tienen acceso a ellos una minoría. Una empresa, Soylent.Co produce unos productos alimenticios –soylent verde o amarillo- que sirven como alimentación y nutrientes a la humanidad. La trama de la película lleva al descubrimiento de qué es en realidad este producto nutritivo, el soylent. Está fabricado a base de la descomposición orgánica de cadáveres en una situación de superpoblación en la tierra. Edward G. Robinson (Sol Roth) va en su vejez al Hogar, un lugar en que se reproduce la tierra como era en su juventud (bosques, valles, ríos, flores...) para, tras un proceso de adormecimiento letal, incorporarse a la producción del soylent verde que alimenta a la humanidad.

Me vienen imágenes de la película cuando faltan solo siete años para el 2022 (cuando se filmó faltaban cuarenta y nueve años para esa fecha), y leo en El País extraído del New York Times en su suplemento semanal la noticia de que existe ya firme un proyecto para generar vida a partir de cadáveres humanos en un momento en que los enterramientos desbordan ya totalmente las ciudades de los muertos y la incineración es una solución, pero produce gases muy perjudiciales por el efecto invernadero. La solución que proponen es muy sencilla y ya se ha ensayado. Se trata de colocar los cadáveres –ricos en nitrógeno- sobre un túmulo hecho con un material abundante en carbono (serrín, virutas de madera). El conjunto se humedece y se añade más nitrógeno. Las bacterias harán que el conjunto se desintegre pues segregan enzimas que descomponen los tejidos en aminoácidos. Las moléculas ricas en nitrógeno se unen a las que contienen carbono y se produce en poco tiempo un producto parecido a la tierra. El calor (unos sesenta grados) destruye los gérmenes patógenos. No se produce mal olor. Los huesos también se descomponen aunque tardan algo más. El producto, semejante al suelo, puede reutilizarse como abono.

Katherine Spade ya ha ensayado el sistema y propone la construcción de plantas de compostaje humano, como ya se hace con los cuerpos de los animales. Se podrían realizar ritos de despedida en edificios con varias plantas. Los familiares y amigos podrían asistir a la primera parte del proceso, viendo como el cadáver, tras la ceremonia, cae por una rampa, y se une a otros cadáveres que en pocas semanas podrían ser reciclados. Cada cadáver combinado con los materiales orgánicos necesarios podría producir un metro cúbico de compost que se entregaría a la familia para utilizar parte del compost en su jardín o para plantar árboles. Es un procedimiento más barato que la incineración y, por supuesto, que el enterramiento.

Los recelos que hubiera al respecto como la repugnancia ante el compostaje humano, sin duda serían fácilmente superables en poco tiempo, como se asimiló la idea de incineración cuando hace cincuenta años era totalmente rechazada por la sociedad.

He leído este artículo del NYT y me he dado cuenta de que este es el futuro de los ritos funerarios en un breve espacio de tiempo. Es una solución ecológica y natural que une la idea de ritualidad con la de conectar la muerte con el ciclo de la naturaleza. De hecho puede aportar algún consuelo al fallecido y a la familia en la constatación de que la vida sirve para producir vida.

Sin embargo, Soylent Green, cuando el destino nos alcance sigue planeando sobre mi imaginación y me pregunto si este proceso podría generar nutrientes que combinados biológicamente con diversas sustancias naturales y sabores podría ser la base de la alimentación de la humanidad en caso de una crisis ecológica y de producción de alimentos. ¿Es impensable que nos convirtamos en productos –sabiamente tratados- nutritivos y sabrosos, en una suerte de Soylent Green con distintos sabores combinados con enzimas y vitaminas buenas para la salud que estuvieran en los estantes de los supermercados en formato de yogures, danacoles, combinados con soja, lácteos de nueva generación, carnes ecológicas, helados...?

Todo es cuestión de educación, de nuevos hábitos, de superar viejos prejuicios. La humanidad se ha habituado a situaciones que en un tiempo anterior resultaban impensables. Con una buena campaña de publicidad, de estudios sobre la calidad de estos nutrientes, y cambios mentales en un tiempo que se prevé apasionante en el terreno de la tecnología, las migraciones, la deforestación, el agotamiento de las fuentes de alimentos tradicionales, el terreno estaría preparado. No es algo que vaya a venir en los próximos años, pero, sin duda, en veinte o treinta años, estaremos preparados para asumir algo que ahora parece repugnante.


De momento, ya sabemos que podremos convertir en compost sano y productivo a cualquier amigo o familiar, y que, a partir de ellos, surgirá la vida: un campo de flores, un manzano o una plantación de marihuana. ¿No es estimulante saber que alguien se nos podrá fumar y viajar? ¿Por qué no comer en una serie de sabores a cada cual más imaginativo?

viernes, 24 de abril de 2015

El discurso de Goytisolo


He oído sin apenas respirar el discurso de Juan Goytisolo al recibir el Premio Cervantes 2014. Me disponía a escucharlo con unas ciertas vibraciones contrarias a tenor de alguna opinión que había leído sobre él. Quiero decir que en alguna manera esperaba un discurso decepcionante por parte de uno de mis escritores de cabecera. Sí, yo he sido un seguidor de la carrera de Juan Goytisolo. En los años setenta devoré la literatura experimental de su trilogía Señas de identidad, La reivindicación del conde don Julián y Juan sin tierra. Me cautivó su ensayo Disidencias reivindicando la literatura en la periferia, la producto de la mezcla gozosa entre las culturas árabe, cristiana y judía como El libro de buen amor, La Celestina, La lozana andaluza y su plena identificación con Cervantes, Quevedo...  Disidencias me llevó en tercero de Filología a plantear un trabajo sobre la literatura de la disidencia y en los márgenes. Se lo planteé al director del Dpto. de Literatura, Víctor García de la Concha. Me miró con aire suficiente y calificó a Goytisolo en su despacho de la universidad de Zaragoza de “revistero”, bien para publicaciones como Triunfo pero totalmente inoportuno como crítico literario. Me aconsejaba de paso leer  a Marcelino Menéndez Pelayo y no a Goytisolo. Aun así, planteé mi insuficiente trabajo sobre la literatura de la disidencia, probablemente con no demasiado acierto.

Goytisolo estuvo detrás de mi primer viaje en solitario, recién llegado a Barcelona. Había leído Campos de Níjar y aquel libro solar para mí me llevó a querer conocer esta comarca almeriense, lo que hice en la semana santa de 1981. No me defraudó y hallé bastante afortunada su descripción en un tiempo en que Almería todavía era un paisaje pobre entre África y España.

Luego leí con enorme gozo sus libros autobiográficos, Coto vedado y Los reinos de taifas en que aparece la asunción de su homosexualidad y su relación con el escritor Jean Genet en medio del devanar biográfico en un tiempo y una geografía de la posguerra. En la Universidad Autónoma de Barcelona hice algún trabajo sobres sus libros iniciales, Juegos de manos, Duelo en el paraíso, La resaca...

Nunca Goytisolo ha sido cómodo para el poder. Su perspectiva mudejar buscando la proximidad de las tierras de Marruecos en su vida, le llevó a vivir en este país durante largas temporadas. Fue un escritor comprometido que buscó otros asideros que los convencionales, desgajándose, como afirma en su discurso, de la carrera por el triunfo de los literatos que buscan aparecer en los medios. Él fue así al principio, según reconoce. Luego, a medida que maduraba, se arrinconó comercialmente buscando ser fiel a sí mismo y reconociendo en el triunfo una derrota. En el discurso de Goytisolo alienta claramente esta concepción. El “stablishment” político y cultural quiere premiarlo con el mayor premio de las letras hispanas y él se pregunta por qué y sabe que quieren comprarlo para darse lustre ellos. No lo premian a él. Se premian a sí mismos aprovechándose de su figura. Pero él es un excéntrico y no quiere convertirse en concéntrico en esa etapa de la vejez en que uno se vuelve deseoso de homenajes y adora el reconocimiento en medio de lagrimillas de emoción. Si le premian es para cagarse en su cabeza como nos decía Thomas Bernhard en uno de sus vitriólicos libros. Su discurso resonó en el paraninfo de la universidad de Álcalá de Henares como una bofetada en el rostro de todos los que estaban allí para homenajearlo. Habló de la vida de Cervantes, de sus penurias, de su prisión, de su total anonimia hasta que publicó en 1605 la primera parte de El Quijote. Y El Quijote, para Goytisolo, es un libro de lucha contra la injusticia, un libro a favor de los desahuciados, de los africanos que pugnan por cruzar la valla de Melilla. Sentí que los que estaban allí escuchándolo se removían en su asientos incómodos. Allí estaba Ignacio González, el presidente de la comunidad de Madrid, el rey, la reina, altas instancias políticas, militares, económicas y culturales que se apretujaban en la reducida sala del paraninfo de la universidad de Álcalá. Goytisolo les estaba arrojando a sus rostros la mierda que querían descargarle en su cabeza. Aceptaba el premio, tal vez necesite en su vejez el importe de la dotación. Pero en su vejez no iba a convertirse en un viejito cómodo y agradecido. Siguió en la línea de incomodidad que le ha caracterizado siempre, o desde algún momento en que decidió convertirse en un escribidor, tal vez escritor y no en un literato, que no busca la gloria.

Me gustó su mención explícita a los nacionalismos tan pungentes en nuestro país, y su disidencia con ellos, reconociéndose solo ciudadano de la patria cervantina, y contrario a la búsqueda de los restos de Cervantes para convertirlos en reclamo turístico de relumbrón. 

Miré atentamente sus ojos mientras leía el discurso con bastantes equivocaciones de dicción. Sus ojos eran limpios, no buscaba la revancha. Él había obtenido todo lo que humana e intelectualmente es deseable sin abandonar la periferia, esa periferia sexual y cultural en que él se instaló lejos del sistema productor de la cultura oficial que es condescendiente con el poder para ser noticia. Me hubiera defraudado si hubiera detectado en Goytisolo un resentido como he leído en algunos comentarios. ¿Resentido? ¿Por qué? ¿En qué sentido? ¿Por darles un guantazo a todos los que se sentaban allí? Un guantazo que me hizo sentir a mí también incómodo porque intuí que también me lo daba a mí... Entiendo ese sentirse parte de la periferia, una periferia que no anhela estar en el centro. Ahora sé que no me hubiera gustando encontrarme con un Goytisolo condescendiente. Tenía una oportunidad que él no había buscado. Se identificó con Cervantes, otro periférico y arremetió lanza en ristre contra la Santa Hermandad allí sentada en un discurso inusualmente breve y en el que mencionó lo innombrable como Alfred Jarry en su primera obra, Ubu Rey, mierda.


Tal vez fue un error darle el premio a Goytisolo, pero los que se lo dieron sabían qué podían esperar y no se fueron defraudados. Ni ellos ni yo. Quizás fue inoportuno y displicente, pero también combativo, comprometido, suyo, de Goytisolo, fiel a sí mismo.

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