Siento discrepar profundamente estos días de la
interpretación general de los hechos acaecidos en Francia con el atentado
contra la redacción de Charlie Hebdo. Hoy debatía con un profesor de filosofía
de mi centro sobre dicho atentado y sobre el Islam. Él ha dirigido varios
trabajos de investigación de alumnos musulmanes que pretenden argumentar el
valor del Islam como ideología positiva. Mi compañero entiende que tal vez,
tras esta oleada de integrismo y radicalismo islámico, se esté gestando tal vez
el origen del Renacimiento en el mundo musulmán. Busca una analogía con el
siglo XVI y XVII europeo cuando reinaba el absolutismo y el poder autoritario
de las monarquías cristianas y se quemaba a los herejes. Giordano Bruno fue
quemado vivo por algunas ironías religiosas, o Miguel Servet, fue ejecutado en
Ginebra por defender el libre pensamiento. Lo que estaría pasando, según mi
compañero, es que el Islam lleva cuatro siglos de diferencia en su origen del
cristianismo, pero él, de fondo optimista, cree que se está produciendo en el
interior del Islam una evolución hacia modelos que terminarán siendo cercanos
al racionalismo y me pone como ejemplo a Fátima Mernissi.
Yo, en cambio, entiendo que el Islam en su conjunto es
profundamente antirracionalista en esa sumisión absoluta del hombre frente a
Dios y la palabra revelada, la sumisión de la mujer frente al hombre, y la
falta de fundamento democrático en toda la cultura islámica. Entiendo que no se
ajusta a los hechos esa supuesta evolución del islamismo. Detrás de los
atentados contra Charlie Hebdo hay fanatismo y terrorismo y no hay que
confundir -me digo- a esta vertiente yihadista con el conjunto del Islam. Esto
resulta enternecedor y solidario, pero no deja de ser preocupante la progresiva
radicalización de sectores de la juventud musulmana europea que son ciudadanos
de segunda o tercera generación, enraizados en Francia, Alemania, Holanda,
Reino Unido... Las banlieu francesas son eje de un cada vez mayor rechazo de
los valores de la sociedad occidental y el islamismo inspirado en corrientes de
violencia brutal como Estado Islámico o Al Qaeda suscitan entre amplios
sectores juveniles una admiración cada vez mayor. Su crueldad y brutalidad en
los atentados son un foco magnético para reforzar un creciente resentimiento
contra occidente. Se desprecia la debilidad y tolerancia de la sociedad
occidental. Y, por parte de ese fenómeno de la Yihad se pretende una
reconquista del mundo degenerado y podrido que es nuestra sociedad occidental.
Se me podrá decir que esto es solo pensamiento de unos sectores fanáticos y que
el Islam europeo se mantiene al margen o es abiertamente contrario a ello.
Puede ser y puede no ser. No hace mucho debatía, creo yo que con tolerancia,
con un reconocido fotógrafo de la naturaleza sobre la cuestión del nacionalismo
catalán. Un argumento suyo me dejó atónito y dejé el debate disculpándome
cortésmente. Me dijo que si en algún momento tenía que elegir, sería la sangre
quien lo hiciera. Él por sangre era catalán y ahí estaba su elección. Yo no supe
qué decir. Pero entendí que algo de razón tenía en expresar un modo de
funcionamiento de los conflictos humanos. Es la sangre quien decide. Así pienso
yo que sucede o puede suceder en el conflicto entre Islam y democracia. Si la
tensión crece en Europa con nuevos atentados yihadistas por medio de células
dormidas o lobos solitarios que matan a un policía o ponen bombas en una
escuela o en un aeropuerto (todo opciones que se están fomentando en el mundo
islámico fanatizado), surgirán movimientos como reacción a ello. Ahí tenemos el
Frente Nacional que puede ganar las elecciones en Francia. Los fanáticos
islámicos lo están esperando y saben que sucederá. Buscan crear tensión y
provocar atentados brutales no solo en Pakistán, Afganistán, Siria o Australia
sino que están intentando hacer algo grande en Europa. En Francia hay millones
de musulmanes, muchos que se sienten rechazados por la sociedad francesa y que
viven en guetos, que abuchean la Marsellesa y que desprecian la democracia,
aunque les es útil como marco. De ninguna manera querrían vivir en países
islámicos. Estos millones de musulmanes que viven en Europa son una especie de
ejército dormido que tienen una elevada tasa de natalidad frente a la exigua de
las mujeres occidentales. Ante el dilema de ser franceses o musulmanes o
alemanes o musulmanes me temo que será la sangre quien decida. Es un argumento
no racional. En el islamismo hay una fuerza y una energía tremenda, energía que
no tiene la debilitada sociedad occidental que ha puesto en cuestión todo y ya
no cree demasiado en nada salvo en el dinero y la tarjeta de crédito. Sé que
esto es simplificar mucho todo porque en Occidente también están Médicos sin
Frontera y los donantes de médula. Y también entre los musulmanes,
especialmente entre las mujeres, hay una bondad inmensa. Yo vivo la convivencia
entre alumnos musulmanes y españoles con toda normalidad en la escuela. Pero
tengo la impresión de que son dos magnitudes juntas en la escuela como el
aceite y el agua, que nunca se pueden llegar a mezclar por mucho que convivan
juntas. Me gustaría saber cuántos se sienten próximos a la tragedia de lo que
ha sucedido en Francia, me refiero a los musulmanes, o lo ven con distancia
emocional. Me pregunto cuántos observan con resentimiento el lugar que ellos ocupan
en nuestra sociedad y si la ideología que reciben en la mezquita en donde
aprenden de memoria el Corán no les terminará escorando emocionalmente para
entender que en estos atentados hay una reivindicación del orgullo de ser
musulmán en un momento especialmente intenso de rearme ideológico de su fe.
Hay entre sectores del islamismo la fe en que pueden
conquistar el mundo y hacer caer la decrépita sociedad occidental culpable de
su decaimiento histórico. La desprecian impulsados por su radicalismo y quieren
ir imponiendo progresivamente sus valores. Así se ha reivindicado en el Reino
Unido la validez de la sharia en ciertas escuelas y hay barrios en Holanda en
que no pueden mostrarse los homosexuales juntos de la mano. Ellos carecen de
dudas y nosotros las tenemos todas. Ellos aprenden el libro sagrado y nosotros
descartamos la memoria como inútil pedagógicamente. Queremos cerrar los ojos y
ser buenos y tolerantes y, como mi compañero, esperar ese Renacimiento del
Humanismo y el Racionalismo en el Islam, pero tengo la impresión de que tenemos
un buen problema, solo digo esto.