Esta mañana he leído un texto de Manel Soria (Agrimensor
Frikosal) que me ha interesado vivamente. Es profesor de Ingeniería Aeronáutica en la UPC. El
texto que me ha llevado a escribir es este:
"El sistema educativo actual se
basa en que los estudiantes deben repetir en un examen lo que se les ha
explicado. Esto puede ser muy difícil, pero deja poco lugar a la creatividad.
Con la dificultad de acceso a muchas carreras (por las notas de corte) el
bachillerato se está convirtiendo en una especie de oposición. Pero las cosas
que entran rápidamente al cerebro, salen del mismo modo y no se asimilan. Al
llegar a la universidad, muchos estudiantes se han convertido en máquinas de
sacar buenas notas, preocupadísimos por cada décima que se les puntúa en los
exámenes, pero con serias dificultades en relacionar conceptos de diferentes
asignaturas y en INVENTAR cosas nuevas. Estamos utilizando métodos docentes
pensados para formar empleados de banca, contables y administrativos: deben ser
disciplinados y conocer perfectamente lo que se espera de ellos. Cuando
realmente yo creo que vamos a necesitar científicos, artistas, diseñadores,
artesanos. Y ya puestos: ¿No se podría salir un día de noche con los niños y
enseñarles donde está Orión? ¿Explicarles que cada noche pueden verlo muchos
millones de niños como ellos en muchos lugares del mundo? Yo lo aprendí a los
35 años, menuda pérdida de tiempo".
La
perspectiva de Manel Soria es
diferente a la mía, pues él es profesor de los alumnos disciplinados y que
sacan las mejores notas en Bachillerato, de una selecta minoría que es la que
llega a la UPC y a la asignatura de Ingeniería
Aeronáutica que él imparte. Se queja de que son disciplinados y
trabajadores, que están obsesionados por las décimas de las notas pero que no
son creativos, inhábiles en suma para lo que demanda el mundo actual que son
profesionales imaginativos que sean capaces de conectar diversas disciplinas e
inventar tanto problemas como soluciones nuevas.
Esta
atinada reflexión conecta con lo que ha sido mi objetivo en toda mi vida de
profesor en la secundaria y el bachillerato: conectar áreas y materias, abrir
espacios de reflexión compleja sobre la realidad, utilizar la literatura como
vehículo de reflexión sobre el mundo y la sociedad... Cuesta ciertamente. En la
secundaria, nuestros alumnos son indisciplinados y les cuesta mantener la
atención, no solo a lo que dice el profesor sino a lo que pueden aportar ellos
mismos, diluidos en una madeja de conflictos interpersonales. Pocas veces,
sinceramente, he podido hacer debates constructivos en clase para extraer ese
potencial conocimiento que ellos tienen de sus circunstancias personales
(inmigración, problemas sociales, conciencia medio ambiental, uso de las
tecnologías). Sus relaciones son tan difíciles que me encuentro que no quieren
que se lean públicamente sus composiciones escritas para abrir foros de debate
entre ellos. En bachillerato los chicos se quejan de que hay muy poco
compañerismo en las clases que se revela en fuertes enfrentamientos, envidias,
rencores, entre ellos. Quiero decir con esto que muchas veces las aulas no son
esos espacios propicios a la creatividad, aunque el profesor quiera y lo
intente de una forma u otra. Los muchachos que yo frecuento, raramente se
interesan por la actualidad. No leen de ninguna manera la prensa si no es
deportiva, y ni siquiera ven los noticiarios en la televisión. El mundo se puede
hundir y ellos no se enterarían más que cuando los cascotes cayeran sobre
ellos. Adjudican escaso o nulo valor a la cultura que no les atrae en absoluto.
Desdeñan en general el cuidado del lenguaje y sus registros lingüísticos son
muy reducidos. Hay pequeñas minorías que escapan de esta radiografía, pero no
tienen posibilidades de expandir su influencia que no es aprovechada. Nuestros
alumnos aprenden a copiar, se acostumbran a no pensar y no salen de lo
mecánico en sus respuestas que se basan en clichés. Hay alumnos disciplinados,
claro está; son los que llegarán a Ingeniería
Aeronáutica, una ínfima minoría en el ambiente que yo conozco pues el
alumnado de esta universidad (UPC) seguro que se nutre más bien de centros
privados o públicos de zonas de clase media. Pero a pesar de ello tampoco eso
supone esa creatividad que Manel Soria
anhela. Las pedagogías de estas escuelas de clase media no son creativas, pues
se basan en la memorización y la repetición de esquemas con mucha mayor
exigencia que la que podemos ejercer nosotros en los ambientes, poco sólidos
social e intelectualmente, en que yo imparto clases de lengua y literatura creativas.
Los profesores son en general también poco creativos, salvo excepciones, y se
ven enfrentados a agudos dilemas cuando se les exige rigor y exigencia a costa
de la imaginación y la creatividad, cualidades que no son especialmente
valoradas en la secundaria.
Siempre
me he considerado un nadador contracorriente, un francotirador, un verso suelto
que ha tenido grandes aciertos y también sonoros fracasos. La creatividad y la
imaginación necesitan un contexto en que nacer y desarrollarse para crecer,
pero no lo hallo en mi esfera profesional. En el ambiente que yo veo, por una escuela progresivamente más burocratizada, por el contacto con profesores muy profesionales pero mecánicos, por la
depauperación económica e intelectual de nuestros alumnos que no tienen la
cultura como un bien ni gozan en adentrarse en la complejidad de las cosas, ni
disfrutan creando o inventando. En ambientes más floridos económicamente, que
es donde la creatividad podría manifestarse, tampoco los docentes se orientan a
ello por sus enfoques esquemáticos del conocimiento y las exigencias de las
notas de corte que condicionan todo impidiendo una pedagogía abierta y
creativa. Así de una forma u otra, creamos, en el mejor de los casos,
burócratas disciplinados, oficinistas grises, repetitivos, incapaces de hacer
algo propio y original que no esté inspirado en lo que anhelan las masas,
ajenas a los bienes culturales o a la imagen del universo que anhela difundir
entre los niños Manel Soria.