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sábado, 11 de abril de 2015

¿Sería necesario el malestar de vivir?


Me pregunto por la ideología de nuestro tiempo. Vivo tan inmerso en él que no soy capaz de ver el bosque. Y ya el mundo del siglo XX se me desdibuja alejándose a velocidad creciente, aunque yo pertenezco a él y me curtí en él. En él la literatura en buena parte tenía una carga existencialista. El existencialismo es la filosofía que en líneas generales fundamenta la centuria anterior. Dios había muerto y el ser humano se quedó solo, sin explicaciones e intuyó el sinsentido. El existencialismo que viene de Kierkegaard, pasa por Schopenhauer, y llega a los filósofos del siglo XX dan distintas soluciones a ese estado de angustia del ser humano. Porque la angustia es el sentimiento que dominó en mucho de ese sentir de los habitantes del siglo XX a la búsqueda de sentido en un universo frío y desnortado. Sin dirección. Yo conocí la angustia del siglo XX, la interioricé, pude vivir con ella. En mis clases de aquel tiempo no era extraño que mis alumnos leyeran obras existenciales de Sartre o Camus. O Boris Vian. La literatura estaba preñada de sentido existencial. ¿Qué sentido tenía la vida? ¿Qué barrera significaba la muerte despojada de pasaje a otra dimensión? Quedaba la nada, el vacío. Una vez un grupo de alumnos audaces hicieron un trabajo sensacional sobre Samuel Beckett. Les impresionó Esperando a Godot como me había cautivado a mí cuando lo leí a los veinte años. ¿Es el universo serio o es simplemente una broma? ¿De buen o mal gusto?

Rememoro esto por una conexión de ideas que me ha venido. El sentimiento del siglo XX fue una poderosa angustia que nos invadía y nos fertilizaba. Ahí teníamos a Hermann Hess y sus parábolas para intentar dar sentido a algo que parecía carecer de él. Sin embargo, en el siglo XXI los seres humanos ya no sienten angustia. Es un sentimiento que ha perdido buena parte de la fuerza que tuvo en otro tiempo. Ya no nos conmociona que la vida acaba en un remolino de sinsentido. Lo hemos interiorizado. Y además consumimos cantidades ingentes de ansiolíticos y antidepresivos que palían esos estados que expresaban nuestra desazón existencial. En efecto, estos fármacos se han convertido en muletas que gran parte de la población utiliza para estados de fragilidad mental o fases de intenso sufrimiento que antes se pasaban a pelo. Y hondas depresiones no medicadas explican profundos conflictos de la literatura de todos los tiempos en que la vida no estaba tan protegida anímicamente de sus inviernos existenciales. Hemos patologizado las crisis humanas y las hemos medicalizado. En realidad tenía razón Aldous Huxley en Un mundo feliz al predecir la existencia del soma para soportar estados de infelicidad que se darían por innecesarios.

Tenemos además los inefables libros de autoyuda que nos impregnan de sentimientos positivos. Pasarlo mal es algo que proviene de una patología que se puede paliar o de una deficiente comprensión de las cosas que se puede reorientar si sabemos que debemos estar llenos de positividad y que hay caminos que conducen a ello. La felicidad se impone casi como una obligación a la que hay que acogerse inflamado nuestro ser de sentimientos positivos que viven el presente dejando el pasado como ya inservible para explicar nada y el futuro como fuente de potencial angustia e incertidumbre. Hay que vivir el presente. Solo en el presente. Es curioso porque esta filosofía de lo positivo nos invadió en la última década de los años noventa del siglo pasado y ha alcanzado su clímax en la actualidad. Pero yo no la conocía ni nadie mencionaba aquello en los años anteriores, en los años existenciales, podríamos decir. No la conocía como esencial quiero decir. ¿Acaso nuestra época es mucho más sabia que la que fue alumbrada en los siglos XIX y XX? ¿Existirán los debates de ideas ya liberados de la angustia ante lo incierto del destino humano? ¿Tendrá dimensión la literatura con escritores ya alejados de lo depresivo que alumbró tanta buena literatura? Entiendo que estoy en un tiempo netamente distinto del que viví en el primer tercio de mi vida y la transición de uno a otro no me ha sido fácil. El hecho de escribir en un blog es algo que me liga a los hombres del siglo XX. Pocos jóvenes o ninguno escriben en un blog, que se ha convertido en una herramienta para añorantes de la palabra escrita. Sin duda hay otras herramientas más de este tiempo, más adecuadas.

Sin darnos cuenta nos imbuimos de una ideología de época que nos penetra y consideramos que es normal, que es como deben ser las cosas, que nos enseña cómo debemos sentir y vivir. Y terminamos por no entender otros momentos tan válidos como este del pasado que hicieron vivir a otros hombres en plenitud. Nuestra perspectiva narcisista nos lleva a no comprender el pasado y se lo termina considerando como profundamente anómalo e incompleto, pues nosotros por fin hemos terminado entendiendo la clave de la existencia que responde a las dudas que pudiera haber y que se resuelven por dos vías fundamentales que palían la angustia de vivir: el soma y la tarjeta de crédito.


El otro día leí una reflexión de un pensador cuyo nombre he olvidado pero que venía a decir que el ser humano que solo vive en el presente, vive amputado. Y de igual manera leí en otro lugar que el malestar es necesario para comprender el mundo en que estamos y al que nos dirigimos a velocidad de vértigo, pero nuestros ansiolíticos y antidepresivos nos reconcilian con la realidad. Y los libros de autoayuda nos relevan de la zozobra convenciéndonos de que el único momento que merece la pena vivirse es el ahora.

miércoles, 8 de abril de 2015

La violencia es atractiva y magnética


Acabo de ver unos vídeos de cine emergente ugandés. Uno de ellos lo enlazo en medio del artículo. No os lo perdáis. Dura poco más de un minuto y es revelador del tipo de cine que se está haciendo en Uganda y otros países africanos sin un duro. Este cine ha atraído a cineastas americanos, europeos y australianos por la originalidad y la pasión que supone a pesar de su elementalidad que tiene su centro en la violencia. Nadie cobra allí y una película puede costar poco más de ciento cuarenta euros, lo que no paga ni los refrescos de las estrellas en un día de rodaje de cualquier película occidental que se precie. En estas películas abunda la violencia aparatosa, tanto que no serían políticamente correctas en nuestro mundo. Se realizan mediante efectos especiales a base del croma en el proceso de postproducción. No son efectos muy sofisticados pero funcionan y son divertidos. Los directores de este tipo de películas dicen que no quieren hacer dramas lacrimógenos ni religiosos para hacer llorar y que utilizan la violencia porque es un lenguaje atractivo y que todo el mundo puede entender. Esto me ha llamado la atención porque choca frontalmente con las buenas ideas que fecundan nuestro mundo occidental y que rechazan la violencia por profundamente negativa



En efecto, mi instituto está lleno de murales y dibujos de nuestros alumnos en que se rechaza la violencia y se ensalza la paz, el diálogo, la convivencia... Estas actividades son promovidas por la coordinación educativa, por los tutores, por todas las instancias pedagógicas correspondientes. Y los alumnos se dedican a ellas por imperativo de los profesores. Tienen que hacer murales hablando de la paz, contra la guerra, a favor de multitud de sentimientos positivos. Los chicos son expertos en hacer lo que nosotros queremos que hagan cuando se trata de buenos sentimientos. Hay que ser tolerantes, dialogantes, no violentos, etc ... y toda esa retahíla que tan bien conocemos los que nos dedicamos a la educación. Sin embargo, estoy seguro de que a ellos les seduce profundamente la violencia, las películas de acción y matanzas, los videojuegos en que se cargan a multitud de objetivos (targets) a base de armas letales. Uno de los directores ugandeses sostenía que la violencia es un lenguaje que entiende todo el mundo y mucho me temo que es bastante verosímil. Uno ve el vídeo que enlazo y puede comprender en alguna manera la matanza que ha tenido lugar en Kenia contra estudiantes de la universidad de Garissa y que nosotros hemos desdeñado como cosas de negros a los que no nos une nada, dado su salvajismo y su carácter primario. No obstante, ahí están organizaciones como MSF y otras para aportar algo de conciencia sobre nuestra mirada altiva y supremacista.


Nos gusta mostrar buenos sentimientos. A los profesores nos gusta ver lleno el centro donde estamos de frases tan bienintencionadas como vacuas que obligamos a escribir a nuestros alumnos. En la fachada debemos ofrecer buenos sentimientos, ideas positivas, estados de ánimo estimulantes ... aunque lo que en el fondo nos seduzca sea la violencia, mezclada con la parodia y la ópera bufa. Y así en un centro de enseñanza tras los murales hermosos plagados de buenos sentimientos existe una violencia larvada continua: enfrentamientos, insultos, empujones, miradas agresivas, comentarios ofensivos sobre sus madres, tensiones de todo tipo que no responden a nuestra mirada angelical sobre el mundo o cómo debe ser este. Parecería que la historia está hecha a base de buenos sentimientos. La realidad es otra: la historia está hecha a base de violencia, de rencor, de enfrentamientos, de prejuicios, de sadismo, de matanzas indiscriminadas. Y nuestro mundo, el que vivimos, es atroz si salimos de nuestros patios de vecindad en donde se cuelgan murales repletos de buenas intenciones. Y bobaliconería. Porque la violencia es lo que nos mola. Si yo les pusiera una película ugandesa, seguro que se divertirían más que viendo Sonrisas y lágrimas. Respondería más a lo que sienten por dentro porque nuestro interior es demoledoramente violento. Nos conforma por un lado la lucha por la vida. Somos criaturas que buscamos sobrevivir y en esta supervivencia hay violencia porque nos encontramos a otras criaturas enfrente que nos desafían en nuestra ansia de supremacía. El ser humano es atávico (esto se olvida) y cultural. Pretendemos sustituir y eliminar al ser atávico mediante la cultura, pero es imposible. En el cerebro profundo somos fieras que luchan por su territorio, pero desgraciadamente, a ese cerebro límbico se han unido la religión, las patrias, los grupos sociales y étnicos para hacer explosiva nuestra violencia interior. El ser humano no es pacífico. Los bonobos resuelven sus conflictos mediante el sexo, pero nosotros utilizamos la violencia más o menos sofisticada o reprimida. La violencia reprimida puede ser muy peligrosa porque sigue latente aunque se le echen encima eslóganes azucarados y rosas que tantos gustan a los educadores. Nos horroriza la violencia a nosotros, almas sensibles que tanto bien hemos hecho en la historia. Ja. La violencia es propia de primitivos de esos que hacen películas de bajo presupuesto y que llevan a la práctica en sus universidades keniatas ante nuestro desdén supremo. Nosotros tenemos a nuestros Andreas Lubitz que en solo ocho minutos puede realizar tanto espectáculo como Al Shabah en una matanza discriminada en una universidad de cuyo nombre no nos acordamos. Pero luego todos los psicoanalistas del mundo mundial occidental hubieran vendido su alma al diablo por tener en su diván al copiloto de Germanwings para psicoanalizarlo ante el horror de las almas pías que verían en este individuo a un pobre enfermo. Todo menos entender que es la violencia la que nos conforma, la que nos es atractiva, la que nos fascina, la que es nuestro núcleo. Si no entendemos esto, seguiremos haciendo murales sobre la paz y el amor, sobre la convivencia, sobre la armonía celestial y humana... Y nuestros alumnos dentro tendrán igualmente, junto a nosotros que somos más refinados aunque no menos crueles, un fondo violento reprimido que tarde o temprano emerge de un modo u otro. Pero no queremos ver esto y nos esforzamos que entiendan que esto debe ocultarse, pintarse de color rosita para aparecer ante los demás como seres amables y solidarios que saben escribir en cien idiomas las palabras Paz y Amor.

domingo, 5 de abril de 2015

Nuestro desinterés informativo


Ya ha caído una espesa capa de olvido a nivel informativo sobre la matanza de estudiantes cristianos en la universidad tecnológica de Garissa, al este de Kenia. Fueron aproximadamente ciento cuarenta y ocho los asesinados por no saberse versículos del Corán o mirar directamente a los asaltantes, unos trece hombres armados de la guerrilla Al Shabah, vinculada a Al Quaeda. Las agencias de noticias dieron cuenta de la matanza durante algunas horas, rebajándola a noticia de menor entidad ya al día siguiente. Hoy domingo, esta matanza, que ha conmocionado a Kenia, ya ha sido olvidada por la prensa a diferencia de víctimas semejantes como las del piloto homicida Andreas Lubitz o la matanza de periodistas de Charlie Hebdo.

El bloguero que esto suscribe queda abrumado por la diferencia en el tratamiento de la información de unos hechos y otros. Al parecer algunas noticias nos golpean íntimamente y otras lo hacen tangencialmente a tenor de su procesado informativo. Parece ser que la dimensión de una noticia se basa en dos criterios: proximidad y la calidad de la información. Kenia es un país lejano y periférico para nosotros. ¿Se imaginan una masacre semejante sucedida en París o Nueva York? Hubiera sido prime time durante más de diez días y hubiera suscitado infinidad de tuits, opiniones en Facebook, artículos reflexivos y demás. Pero Kenia no pertenece a nuestro mundo simbólico y hay muy pocos periodistas acreditados allí y, por lo que parece, tampoco han llegado enviados especiales a cubrir la información tras la masacre. De tal modo se produce un vacío informativo por falta de cronistas e informadores en la zona. No habrá tampoco un funeral internacional para estas víctimas al que acudan dirigentes de la mayor parte de los países del mundo como sucedió en el caso de Charlie Hebdo.

Es sangrante este desequilibrio informativo que refleja exactamente lo que en seguida podemos pensar: que hay jerarquía en las muertes y que todo lo que pasa en el mundo se rige por redes de poder. Hay noticias que nos golpean directamente como si nos concernieran íntimamente y otras que nos rozan solo superficialmente y no nos implicáramos en ello. He visto intentos en Facebook de recordar a las 148 víctimas estudiantes pero en ningún caso en lo que he visto, he podido constatar que se hiciera mención de que eran cristianos y que se les seleccionó por ello. Me pregunto si influye esto precisamente: nuestra insensibilidad acerca de la condición cristiana de multitud de víctimas que son asesinadas sistemáticamente en Asia y África en distintos países. ¿Acaso no ha sido la iglesia cristiana tanto tiempo culpable de persecuciones religiosas? ¿Acaso Rouco Varela no concita tanta antipatía, unida a la conferencia episcopal y los colegios subvencionados católicos? ¿Hay en muchos progresistas una intensa cristianofobia que les hace obviar este hecho sucedido en Kenia?

Los rehenes fueron decapitados y sus cadáveres se amontonaron en los patios de la universidad de Garissa. El autor intelectual de la matanza parece que ha sido Mohamed Kuno, antiguo profesor de la universidad de Garissa. Y las razones parecen estar en la implicación del ejército de Kenia en la vecina Somalia, hecho por el que Kenia sigue en estado de alerta máxima porque ha vuelto a ser amenazada de seguir el baño de sangre.

Pero Kenia, lo que sabemos de Kenia es poco o nada. Solo sabíamos de costosos safaris organizados en la región de los masai, y que allí residió Isak Dinesen, la autora de Memorias de África, en el tiempo dorado del colonialismoPor lo demás, África no existe sino para las desgracias.

Sé que no servirá de nada mi post, pero es mi forma de recordar y reflexionar sobre lo que ha pasado. No podía dejar de hacerlo tras el amplio seguimiento que ha tenido mi anterior post sobre ese hombre minúsculo y despreciable que era Andreas Lubitz, al que, para mi sorpresa, ahora sería cotizadísima su presencia en divanes de psicoanalistas para hurgar en su mente malvada, tan malvada como la de los asaltantes del campus de la universidad de Garissa, esos que rápidamente hemos olvidado. Y es que nos acostumbramos al horror y solo nos hace salivar cuando está aderezado por elementos adictivos, esos que las redes de poder saben utilizar para hacernos partícipes de unas noticias y de otras no.


Mi recuerdo y solidaridad para todas las víctimas de la masacre en Kenia. Poco puedo hacer, pero menos es nada.

jueves, 26 de marzo de 2015

La fantasía maligna de Andreas Lubitz


En primer lugar quiero compartir el inmenso dolor por todas las víctimas del avión siniestrado en los Alpes franceses. Dolor por las víctimas y sus familiares que para ellos son unas horas de horror y desolación por la pérdida de sus seres queridos. En mi familia todos estamos conmocionados por todos los que han fallecido, por los españoles, por los escolares que iban allí. Mi respeto y mi dolor.

Por otra parte quería reflexionar sobre este hecho que a la altura de esta tarde del jueves parece haber arrojado algo de luz sobre lo que ha pasado, al saberse por la caja negra encontrada que fue el copiloto quien deliberadamente cerró la puerta de la cabina y estrelló el aparato contra las cumbres de los Alpes en un acto que no se sabe calificar.

El copiloto se llamaba Andreas Lubitz, tenía 28 años, seiscientas horas de vuelo, hijo de una familia normal y considerado impecable en su formación por parte de Lufhtansa, la compañía para la que trabajaba realizando su ilusión, fruto de la formación continuada en ese terreno de la navegación aérea.

¿Explicaciones? Ninguna todavía. La policía está registrando su casa para buscar algo que lo aclare. No parece haber una intención terrorista planificada. Pero no se sabe nada. Nos hemos quedado helados y sin palabras. Creo que habríamos aceptado cualquier otra explicación aunque hubiera sido causada por el fallo del avión, un atentado terrorista, un desmayo del piloto (si esto fuera posible). No sé, algo lógico. Pero de momento no hay nada lógico. Un joven común, exitoso, con exámenes psicológicos superados y considerado impecable por sus vecinos y por la compañía a la que servía. ¿Qué ha pasado? No hay respuesta. O no la queremos ver. Rápidamente esperamos que haya un atisbo de acto de locura que lo explique. Nos quedaríamos más tranquilos. Pero ¿y si no lo hay? ¿Y si el copiloto tranquila y deliberadamente planificó el acto y, aprovechando la ausencia del piloto cuando se fue al baño, realizó lo que había soñado o fantaseado en su imaginación? Puede que no fuera un arrebato de locura sino la realización de una fantasía maligna, que, en definitiva, “eso” sea la realización de una voluntad consciente y lúcida de causar un daño indecible, de dimensiones apocalípticas. Es decir, un acto malvado sin más explicación. Esto nos cuesta aceptarlo. Entendemos  que el que hace algo siempre tiene una motivación y si no la tiene, buscamos perfiles que llamamos psicópatas para quedarnos tranquilos y pensar que es una excepción. En tal caso, si no hubiera explicación de insania mental tendríamos que enfrentarnos directamente con la dimensión del mal eso que la mente moderna prefiere tener oculto y alejado. ¿Existe el Mal? ¿El Mal con mayúsculas? Nos incomoda esta reflexión porque entonces nos lleva a una disquisición moral y eso no entra dentro de nuestros parámetros de hombres del siglo XXI. Sin embargo, veo que no es algo excepcional. Se sabe que hay personas que se dedican a deslumbrar con punteros láser a los pilotos en las pistas de aterrizaje en el momento más delicado de la maniobra de aproximación. ¿Qué pretenden? Evidentemente realizar una fantasía maligna: que ese avión se estrelle y haya centenas de muertos. Otros, esta vez muchachos, se dedican a tirar grandes piedras a trenes cuando pasan. El otro día salió la noticia de que una persona había muerto por causa de ello y se celebraba el juicio. El menor no podía ser demasiado condenado por su edad. ¿Están locos? ¿Y el tuitero que ha escrito algo abominable sobre los muertos catalanes que ha causado un daño casi irreparable? ¿Qué pretendía? Sin duda, causar daño, causar dolor, producir una espiral de odio que, desgraciadamente, ha sido reproducida y ha llegado hasta medios internacionales como muestra del odio que se tiene contra los catalanes. ¿Qué diferencia hay entre el tuitero y Andreas Lubitz? De dimensión, de nivel, de realización a mayor escala de una plasmación del mal.

Hay personas malas. Hay personas que no pueden o no quieren controlar esas fantasías malignas que se producen en la mente de muchas más personas de las que creemos. El lado oscuro existe, claro que existe. No me cabe duda de que los militantes de Estado Islámico que queman vivo a un prisionero disfrutan con esa fantasía maligna. Las guerras en todo el mundo se establecen a nivel de estados mayores pero hay gente común que realiza a nivel de campo el mal en estado puro: violaciones, torturas, asesinatos bestiales, matanzas de niños frente a los padres, muertes lentas.


El cerebro tiene un lado para estas fantasías malignas, el hemisferio derecho, y nuestra pulsión nos lleva a  realizarlas de alguna manera. El escritor las lleva a cabo en su escritura, en su literatura. El actor en su actuación. Hoy he participado en un rodaje de una película por parte de profesores de mi instituto con alumnos. Era una escena breve, un cameo. Yo tenía que agarrar por el brazo a una muchacha marroquí y acusarla de estar robando en el puesto del mercado. La llamaba mora ladrona y le preguntaba que por qué no se iba a su país. Un muchacho, Martín, venía a defenderla. El impacto de mi actuación ha sido tan potente en medio del mercado que Zakia, la niña, se ha quedado atemorizada y las visitantes del mercado se han espeluznado de la violencia latente de la escena. “Es cine”, “estamos rodando una película”... Yo estudié teatro según el método Stanislavski y sé que en la actuación utilizamos nuestro repertorio de emociones para proyectarlas sobre nuestras palabras. Está claro que he utilizado una violencia extrema para darle verosimilitud a mi actuación. El actor puede hacerlo artísticamente. El arte es la sublimación de nuestros más oscuros impulsos sacados de forma pacífica. Pero Andreas Lubitz tenía otra fantasía, una fantasía que pronosticaron los surrealistas cuando expresaron que arte es sacar un rifle y empezar a disparar contra la multitud. ¿Por qué no estrellar un avión con ciento cincuenta personas a bordo? Es el mal o el Mal en estado puro que se apodera del ser. Y no es locura. No. Eso sucede continuamente pero ponemos diques para que no salga de una forma tan bestial. Recuerdo la confidencia de un profesor de mi instituto al que dejé de hablar. Era una fantasía tan espeluznante que sentí una aversión profunda hacia él. Hay personas malas, que gozan con sus fantasías y que quieren llevarlas a cabo, pero la moral, las buenas costumbres, los diques mentales, el límite que impone la propia vida, hacen que se reserven en un lugar escondido. O salen en el ámbito doméstico, o con los animales, o con los niños. Muchas con las mujeres. Y es que Andreas Lubitz llevaba mucho tiempo incubando la suya bajo la apariencia de un joven amable y encantador. No estaba loco. Solo se dedicaba, como Raskolnikov, a pensar en su cama e imaginar. Cuando el capitán de la nave salió de la cabina, él se levantó, puso el seguro de la puerta para que no se pudiera abrir desde fuera, se sentó a los mandos y llevó la nave a estrellarse contra las cumbres heladas de los Alpes franceses. Su respiración no estaba agitada mientras oía las patadas y puñetazos frenéticos del piloto contra la puerta intentando entrar. Estaba cumpliendo su misión, por fin sabía para qué había venido al mundo.

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