Ya ha caído una espesa capa de olvido a
nivel informativo sobre la matanza de estudiantes cristianos en la universidad tecnológica de Garissa, al este de Kenia. Fueron aproximadamente ciento cuarenta y ocho los
asesinados por no saberse versículos del Corán o mirar directamente a los
asaltantes, unos trece hombres armados de la guerrilla Al Shabah, vinculada a
Al Quaeda. Las agencias de noticias dieron cuenta de la matanza durante algunas
horas, rebajándola a noticia de menor entidad ya al día siguiente. Hoy domingo,
esta matanza, que ha conmocionado a Kenia, ya ha sido olvidada por la prensa a
diferencia de víctimas semejantes como las del piloto homicida Andreas
Lubitz o la matanza de periodistas de Charlie Hebdo.
El bloguero que esto suscribe queda
abrumado por la diferencia en el tratamiento de la información de unos hechos y
otros. Al parecer algunas noticias nos golpean íntimamente y otras lo hacen
tangencialmente a tenor de su procesado informativo. Parece ser que la
dimensión de una noticia se basa en dos criterios: proximidad y la calidad de
la información. Kenia es un país lejano y periférico para nosotros. ¿Se imaginan una masacre
semejante sucedida en París o Nueva York? Hubiera sido prime time durante más
de diez días y hubiera suscitado infinidad de tuits, opiniones en Facebook,
artículos reflexivos y demás. Pero Kenia no pertenece a nuestro mundo simbólico
y hay muy pocos periodistas acreditados allí y, por lo que parece, tampoco han
llegado enviados especiales a cubrir la información tras la masacre. De tal modo
se produce un vacío informativo por falta de cronistas e informadores en la
zona. No habrá tampoco un funeral internacional para estas víctimas al que
acudan dirigentes de la mayor parte de los países del mundo como sucedió en el
caso de Charlie Hebdo.
Es sangrante este desequilibrio
informativo que refleja exactamente lo que en seguida podemos pensar: que hay
jerarquía en las muertes y que todo lo que pasa en el mundo se rige por redes
de poder. Hay noticias que nos golpean directamente como si nos concernieran
íntimamente y otras que nos rozan solo superficialmente y no nos implicáramos
en ello. He visto intentos en Facebook de recordar a las 148 víctimas
estudiantes pero en ningún caso en lo que he visto, he podido constatar que se
hiciera mención de que eran cristianos y que se les seleccionó por ello. Me
pregunto si influye esto precisamente: nuestra insensibilidad acerca de la
condición cristiana de multitud de víctimas que son asesinadas sistemáticamente
en Asia y África en distintos países. ¿Acaso no ha sido la iglesia cristiana
tanto tiempo culpable de persecuciones religiosas? ¿Acaso Rouco Varela no
concita tanta antipatía, unida a la conferencia episcopal y los colegios
subvencionados católicos? ¿Hay en muchos progresistas una intensa cristianofobia
que les hace obviar este hecho sucedido en Kenia?
Los rehenes fueron decapitados y sus
cadáveres se amontonaron en los patios de la universidad de Garissa. El autor
intelectual de la matanza parece que ha sido Mohamed Kuno, antiguo profesor de
la universidad de Garissa. Y las razones parecen estar en la implicación del
ejército de Kenia en la vecina Somalia, hecho por el que Kenia sigue en estado
de alerta máxima porque ha vuelto a ser amenazada de seguir el baño de sangre.
Pero Kenia, lo que sabemos de Kenia es
poco o nada. Solo sabíamos de costosos safaris organizados en la región de los
masai, y que allí residió Isak Dinesen, la autora de Memorias de África, en el tiempo dorado del colonialismo. Por lo
demás, África no existe sino para las desgracias.
Sé que no servirá de nada mi post, pero
es mi forma de recordar y reflexionar sobre lo que ha pasado. No podía dejar de
hacerlo tras el amplio seguimiento que ha tenido mi anterior post sobre ese
hombre minúsculo y despreciable que era Andreas Lubitz, al que, para mi
sorpresa, ahora sería cotizadísima su presencia en divanes de psicoanalistas
para hurgar en su mente malvada, tan malvada como la de los asaltantes del
campus de la universidad de Garissa, esos que rápidamente hemos olvidado. Y es
que nos acostumbramos al horror y solo nos hace salivar cuando está aderezado
por elementos adictivos, esos que las redes de poder saben utilizar para
hacernos partícipes de unas noticias y de otras no.
Mi recuerdo y solidaridad para todas las
víctimas de la masacre en Kenia. Poco puedo hacer, pero menos es nada.