Oración de uno que no cree en la cripta románica
de la iglesia parroquial de Santa María de Aínsa.
Si el hombre pudiera entender lo que vive,
si pudiera hacer suya la belleza
de un atardecer o una flor,
si pudiera vivir sin contradicciones
que le llevan a desgarrarse,
si sus decisiones estuvieran siempre
ligadas a una causa justa
o al menos razonable,
si sus equivocaciones o errores
fueran menos definitivos,
si en la mirada de esos ojos
que le observan desde el vacío
no hubiera un reproche hondo y doloroso,
si, en definitiva, ser hombre
fuera menos difícil,
menos un cielo de fragmentos
y un profundo desatino en el caminar
en la penumbra…
Si ser hombre supusiera alzar las manos
y recoger los dones del cielo
o fuera, simplemente, dejarse llevar por aguas limpias y turbulentas
o por cascadas o sifones de un barranco en agosto,
o tal vez iniciar un diálogo incierto
con lo que no quieres descubrir.
Si ser hombre fuera un misterio menos profundo,
quizás el desafío fuera menor,
el secreto del unicornio menos enigmático,
y los viajes a las islas o los paseos bajo el mar
serían menos audaces.
Porque ser hombre es equivocarse,
no entender, ser injusto, ser desleal,
ser inseguro, ser indigno…
Todo va en el mismo contrato
y cuando pretendemos ser mejores,
encubrimos nuestra parte inexplorada,
la cohibimos, la engalanamos
de guirnaldas y serpentinas multicolores
para no reconocer que además de santos
somos unos espléndidos hijos de puta,
todo sea dicho con la mayor de las consideraciones
hacia todos los que se sienten piadosos,
apacibles, solidarios, benévolos o superiores a otros.
Ser hombre…