Una de las observaciones fascinantes que existe sobre el universo en que viven los niños, quizás hasta los nueve años, es ver cómo necesitan volver una y otra vez sobre sus películas preferidas y sobre los cuentos que les son contados en múltiples ocasiones sin que ellos parezcan estar saciados de ellos. Lo excitante para ellos no es la novedad sino precisamente el que puedan saber en todo momento qué va a pasar, qué palabras dirá cada personaje, qué imágenes van a aparecer. Son capaces de memorizar con todo detalle diálogos y secuencias de una película o las palabras y fórmulas de un cuento. Necesitan volver a esos territorios encantados docenas de veces sin aparente cansancio.
Me pregunto qué reflexión hay detrás de esto, y sobre todo cuando estos niños en un momento de su desarrollo cambian de modelo y precisan de secuencias narrativas que se renueven constantemente. Ya no les valen las películas de siempre. Es como si de golpe se hubieran hartado de su universo de la primera infancia y requirieran entrar en el tiempo lineal, el que estuviera en constante evolución y renovación. Me pregunto si en el primer proceso no nos encontramos ante una concepción del tiempo cíclico –el de la infancia: poderoso mundo mágico y de encantamientos- para entrar luego en el tiempo occidental que avanza de atrás hacia delante sin cesar, hacia la muerte tal vez.
Hace algunos años pasé en dos ocasiones varios meses en el sudeste asiático. Recuerdo haber visto espectáculos teatrales en la isla de Java y en Balí. Las representaciones podían adoptar artes diferentes: el wayang kulit es el teatro de sombras, el wayang golek es el teatro de títeres, y el wayang orang es el interpretado por personas. Pero sea cual sea el método empleado siempre se representa la misma historia, la epopeya del Ramayana en que la esposa de Rama (Dios y rey) es secuestrada por el demonio Ravana y es llevada a la isla de Lanka. Rama obtiene ayuda de una tribu de monos, liderada por Sugriva y Hanuman, que construyen un puente a través del mar y liberan a Sita. Siempre era la misma historia. Las representaciones comenzaban al anochecer y duraban toda la noche. El público conocía la historia porque la había visto representada en muchísimas ocasiones Sin embargo, la habilidad del dalang (o artista de sombras) lograba recrear cada vez de un modo diferente la misma historia. Los espectadores reían ante las palabras de los personajes interpretados maravillosamente y con distintas voces cada uno de ellos. El dalang canta o hace las pistas de música de acompañamiento musical provocando la fascinación del público durante diez horas seguidas. En ese tiempo el público ríe, fuma, come o duerme. No hay equivalente en el sentido del teatro que tenemos nosotros que dura una hora y media y habemos de estar callados y quietos sin manifestar nuestras emociones o nuestro cansancio.
¿Hay alguna relación entre este tipo de representaciones que reiteran siempre la misma historia y el tiempo de los niños, que pierden en occidente al entrar en una sociedad fundamentalmente utilitaria y carente del sentido mágico, una sociedad productiva y materialista?
Me pregunto si las adicciones al alcohol y a las drogas de todo tipo no son una expresión de una necesidad de adentrarse de nuevo en el tiempo mágico de la infancia cambiando las coordenadas opresivas de espacio y tiempo que nos aherrojan en una conciencia rígida y carente de espiritualidad.
Me pregunto si la poesía y el arte no expresan una necesidad de retornar al universo primigenio de la infancia. Me pregunto si las cantidades ingentes de antidepresivos y ansiolíticos que se consumen en occidente no representan una enfermedad del ánimo que no soporta nuestro tipo de vida en perpetua transformación, sin tiempo para ser, y en el que sólo hay tiempo para producir, acumular, ganar, consumir, y así activar la economía que sólo funciona en un frenético despilfarro sin ninguna dirección y en una perpetua inquietud existencial.
Me pregunto si el modelo de escuela que estamos viviendo inmersa en esa concepción utilitaria de las enseñanzas, estresante, burocrática, frenética y que intenta adaptarse, sin conseguirlo nunca, a una sociedad en permanente cambio y sin ninguna dirección sino la que marca la evolución del capitalismo puede dar respuestas sólidas a las necesidades íntimas del ser humano o sólo lo hace como instrumento de ese modelo económico depredador y angustioso que va camino de quién sabe dónde.
Hace unos días, en un comentario, aludiste al Principito. Hoy al leer tu post recordé un fragmento del Principito que me parece relacionado con lo que cuentas, la necesidad de repetición, el rito.. te copio un fragmento:
ResponderEliminar"El principito volvió al día siguiente.
-Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejempló, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunaa sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
De esta manera el principito domesticó al zorro.."
Lo primero, como soy un poco criaturica, qué chula es la nieve que le has puesto a tu blog... Sorprendente. Yo no sé hacer cosas tan bonicas.
ResponderEliminarY luego, lo del tiempo mítico.Es que a mí también me pasa. Quiero que me lo cuenten otra vez, quiero oír de nuevo, una y otra vez, la música que me ha enamorado; quiero volver a conocer a mis amigos y ver las calles que ya he visto. Eso respecto a mí. Respecto a nuestros adolescentes, que dejan lo conocido por demasiado conocido, creo que eso se debe a algo que les está ocurriendo, que están pasmados de sí mismos, que acaban de conocer su yo sin explorar, y que quieren probar todas las cosas no conocidas para enfrentarlas a su yo, a ver si finalmente saben realmente quién son. Eso les hace amantes de todas las novedades y enemistados con todo lo que viene de atrás. Las culturas que escuchan una y otra vez el Ramayana, cada una su Ramayana, son culturas muy jóvenes o muy viejas. Creo que la nuestra es adolescente; contradictoria entre la generosidad y el materialismo, caprichosa, lo más estúpido y lo más grandioso junto... Estupendo debate.
Tus reflexiones son ciertamente profundas y me cuesta sacar conclusiones para comparar con las que ofreces. He comprobado que algunos alumnos, cuando los dejas navegar libremente por la red, recurren una y otra vez al mismo vídeo de Youtube (caídas tontas, coches tuneados...). No sé si van por ahí los tiros. Tampoco los adultos ofrecemos modelos muy distintos: si exceptuamos una minoría de la población atenta a los cambios, la masa humana se siente satisfecha de repetir las mismas situaciones rituales (fútbol, cine, festejos, cenas de navidad...) en las que sabe cuál es el papel que le corresponde a cada uno y en las que casi se adivina el final.
ResponderEliminarEl déjá vu que producen los cuentos a un niño no debe ser muy distinto del que sentimos al visitar nuestros blogs amigos; y en ello nos sentimos cómodos.
Serenus, hace unos días que he releído ese libro filosófico que es El principito y éste fragmento me hizo detenerme a pensar, igual que otros de igual densidad cuando dice que las cosas importantes son invisibles. Quizás escribo influido por El principito, pero eso me parecería maravilloso. Soy un admirador de Saint-Exupery, y me gustaría estar entre esos que saben ver que lo que hay allí es una boa que se ha comido un elefante. ¡Qué alusión más hermosa la tuya trayendo El principito a colación!
ResponderEliminarClares, lo de la nieve es una delicada alusión a la navidad porque en el fondo anhelamos el tiempo cíclico y mítico, pero nos vemos abocados al tiempo lineal y progresivo que es angustioso. La cultura javanesa y balinesa son culturas muy antiguas pero viven inmersas en gran medida en la intrahistoria unamuniana, recreando historias y mitos, sin cesar. Son como dices, viejos y niños a la vez. Allí el mito no es Dorian Grey. Envejecer es honroso y quitar años a una persona es alguna manera es insultarle. El progreso lleva aparejado el tiempo lineal, el camino frenético y a velocidad creciente hacia ninguna parte. Me gusta que seas un tanto criaturica y que te guste la nieve que cae, y las repeticiones y el volver a encontrar a los amigos. Ese ser un poco niños es lo que nos defiende muchas veces de esa ansiedad que crea el fluir desbocado del tiempo considerado como algo que está fuera de nosotros. Un abrazo.
ResponderEliminarAntonio, me ha gustado tu comparación del mundo infantil con el mundo de los blogs conocidos que nos producen una sensación de comodidad, de seguridad. Es cierto que cuando uno al que nos habíamos acostumbrado desaparece nos produce tristeza y un cierto vacío. Detrás de cada blog hay una voz narrativa que cuenta una historia. No se me había ocurrido que el tiempo mítico también tenía lugar en el universo bloguero. Para que diga Javier Marías que los blogs sólo sirven para insultarse y que son como una conversación de taberna...
ResponderEliminaryo he debido quedarme en la infancia porque siempre vuelvo a revivir la misma fantasía que entonces (o puede que en aquel entonces no tuve suficiente), sino como explicas mi búsqueda de elfos y hadas por los bosques??
ResponderEliminarEn serio, yo creo más en la reflexión última de tu artículo. Vivimos en una sociedad materialista y estresada. La vida va al minuto y no hay tiempo de recordar y rememorar. Se debe pasar siempre a otra cosa, a algo nuevo, comprar, tirar, comprar, tirar, lo viejo no vale, no sirve de nada. Sienpre hay que buscar algo nuevo.
No obstante, tal como han comentado ya, lo gracioso es que al final al ser humano le gusta lo cíclico y acaba haciendo, viendo, comiendo, etc las mismas cosas.
saludos
Los cursos escolares son cíclicos y ritualísticos, cada trimestre viene marcado por los mismos actos, tal vez distintos actores, distintas voces pero los mismos personajes...
ResponderEliminarHace unos días viví una repetición incensante del mismo cuento que interpretaba a mi sobrino (dos años y medio), al ser un cuento que le acababa de regalar necesitaba aprendérselo para ir adelantándose a lo que sucedería...
Pienso que no es más que la posibilidad de controlar lo que va a ocurrir en una cadencia de personajes y situaciones. Ese mismo deseo de control lo experimentamos en la edad adulta con otros aspectos de la vida.
Las drogas y el alcohol los veo más como evasivos de una situación que no se controla y/o que no gusta. Muchas drogas (incluyo al alcohol) tienen éxito porque dan sensación de seguridad (todo bajo control) y cierta euforia.
Ese capítulo de El Principito me dio mucho que pensar. Hay mucho domesticadores sueltos... y muchos que gustan de rituales y domesticamientos... yo prefiero la importancia de lo que no se ve y posee la libertad del momento.
Un abrazo.
Yo creo que ,si algún día, nos sorprende un Katrina -y los dioses no lo permitan-, nos veremos envueltos en una maraña que no nos distinguirá de nuestros hijos. Veremos, entonces,que la felicidad consiste en hacerse una flauta con una caña y las propias manos. No sé si eso tiene que ver con el desenfreno del capitalismo o con el eterno retorno.
ResponderEliminarSaludos.
A.
Eloi, nuestro siglo ha estado marcado por el signo de las vanguardias, el mito de la novedad y la ruptura de la tradición. Es el llamado arte contemporáneo que hace alarde de su carencia de raíces y de la idea existencial del vacío. Sin embargo, hay una tendencia del ciudadano a recuperar las tradiciones, los sabores de siempre, la artesanía. Nos debatimos entre esa lucha aquella que Lorca denominaba "ciencia sin raíces" en su poema La aurora. Es curioso que pueda haber una confluencia entre la vanguardia y la tradición, entre la ruptura y la continuidad. Es una tensión permanente y estimulante.
ResponderEliminarCariátides dices que esa necesidad de control sobre lo que va a pasar lo experimentamos también en la vida adulta, y es cierto. No hay nada tan desconcertante que alguien no sea previsible. Necesitamos saber cómo va a reaccionar alguien (la persona con que compartimos la vida por ejemplo). Nos da confianza saber qué va a decir, qué va a hacer, aunque nada sea una novedad. En realidad esa idea del tiempo cíclico está latente durante la vida, pero en la adolescencia, quizás pugne con la necesidad de novedad y rebeldía, para luego lentamente volver a la tradición. Es ley de vida. Un abrazo, gracias por tu presencia.
ResponderEliminarAntonio, me está encantando este post enormemente abierto y desconcertante quizás porque está dando lugar a interpretaciones y aportaciones muy sugerentes como la tuya. Sin duda la idea del eterno retorno nos lleva al mito según habló Mircea Eliade. Es una tendencia humana este retorno al tiempo cíclico, y la vuelta al origen. El capitalismo es la ideología del progreso, el crecimiento sin límite y sin reglas, pero el mundo tiene reglas y límites, que no deberíamos sobrepasar. Ahora estamos en ello. ¿Volveremos a la flauta hecha por nuestras manos? Un saludo.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo contigo. Sabes hilvanar perfectamente unos argumentos con otros. Se te nota el cansancio del final de trimestre, la seriedad casi se transforma en pesimismo, pero hablas de realidades, no de utopías. Vivimos en un mundo acostumbrado a usar y tirar sin más, nada nos satisface, necesitamos renovar continuamente nuestro vestuario, nuestro coche y nuestros caprichos, pero, oh paradoja, no variamos nuestro pensamiento. Nos gusta la seguridad por encima de todo incluso cuando practicamos deportes de aventura, menuda contradicción. Nos aburre la rutina pero tememos el riesgo. Necesitamos novedades en las películas y en los libros, aunque apenas disfrutemos de todo ello. Somos previsibles y contradictorios a un tiempo. Nos dan miedo otras culturas por la diferencia, por lo que nos separa, porque nos hacen plantearnos la nuestra. Quizá haya que fijarse más en los niños, que a pesar de todo conservan la inocencia y la ilusión, aunque cada vez las pierdan más temprano. En cuanto a la educación... es tema de un comentario más largo.
ResponderEliminarÁnimo y un abrazo.
Bien, profesor: Viajaba por ahí buscando lo novedoso, lo creativo...
ResponderEliminarTodo el mundo se interesa por todo y por nada. Pero no pretendo agregar algo que resulte innecesario: Simplemente recordar que me quedaba parado o sentado en la estación de ferrocarriles de mi pueblo natal mirando por centésima vez las mismas personas que partían o llegaban a las mismas horas. Era fascinante ver sus rostros siempre diferentes.
Abrazos.
Yolanda, creo que toda la vida intentamos de una forma u otra volver al sentido del tiempo de nuestra infancia. Las obligaciones de la vida adulta nos hacen ser pragmáticos y utilitaristas para sobrevivir, pero es bueno mantener un rincón para nuestra capacidad poética, para ese retorno al tiempo cíclico que en el fondo tanto nos enamora. Tú, no sé si lo sabes, eres una linda cronopia. Un cordial saludo.
ResponderEliminarVicente, bienvenido al blog. La repetición nunca es exactamente igual porque o bien cambian las circunstancias o cambiamos nosotros. Nunca se ve a los viajeros dos veces del mismo modo.
ResponderEliminarUn saludo.
De entrada te diré que este post me ha parecido muy interesante y profundo. Un post que hace pensar. Y yo pienso al hilo de tus palabras que las personas adultas sólo buscan seguridad, seguridad por conservar lo que tienen (tanto lo material como lo inmaterial) y el saber como va a terminar una película alimenta esta seguridad. Lo ritual, lo cíclico, es la seguridad del devenir. Y como decía la cita del Principito, la seguridad de que habrá un momento para cada cosa. Nos da miedo la oscuridad, lo incierto, lo por venir. Buscamos cosas ciertas, factibles y seguras.
ResponderEliminarHablando de otra cosa, enhorabuena por tu nuevo blog, lo he visitado y me ha encantado. Espero tus nuevos posts.
Un saludo
Llego ya tarde a esta entrada; me parece muy interesante la comparación entre el tiempo longitudinal, que desgasta, con el tiempo cíclico, que repone. Ojala pudiesemos adscribirnos solo al tiempo cíclico y reverdecer igual de jóvenes cada primavera. El ciclo que describimos tiene el radio cada vez más corto, hasta que el último ciclo termina en el centro de la circunferencia, que sabemos cual es.
ResponderEliminarMiguel, es cierto la repetición nos ofrece seguridad y estabilidad. Los seres humanos estamos más apegados a ritos de lo que pudiera parecer. La cotidianidad es un rito, nuestros encuentros familiares, la navidad, el verano... Por eso cuesta tanto romper con ese rito navideño que se acerca, a pesar de tantos detractores y de que tanta gente se ponga triste en estos días. La ruptura nos enfrenta a la creatividad, al progreso, a la incertidumbre, a la angustia... Son dos tiempos que coexisten en nuestra civilización. Este post me ha ayudado a pensar con vuestros comentarios sobre lo arraigados que están los ritos. Un cordial saludo.
ResponderEliminarPantagruel, eres un contertulio chispeante y provocador, pero también sabes ser profundo y denso. Me gustaría traer de tu taberna a un par de guitarristas, y que un par de mozas, como esas que pones, vinieran a bailar un zapateado sobre una de las mesas de mi taberna. Entonces, quizás, me pondría una capa y saltaría a bailar también por peteneras o soleares. Un cordial saludo.
ResponderEliminarJoselu, tú tienes aquí mismo de tó eso, seguro, lo que ocurre es que tiendes a estimular el lado más serio, más formal, de tus visitantes. Tampoco me parece mal.
ResponderEliminarNo sé las respuestas a esas preguntas, pero sé que necesitamos de las historias -- sean estas bíblicas, mitológicas, literarias, para darle sentido al mundo que nos rodea.
ResponderEliminarLo del universo primigenio de la infancia es, como poco, discutible. La infancia como edad dorada, como tiempo de excepción, no me acaba de convencer. No deja de ser una bonita/bobita figura retórica que encubre siempre la incomodidad con el presente, la inadecuación al aquí y al ahora; además de ponerle sordina a un tiempo de no pocos sufrimientos: causados y recibidos, porque la crueldad infantil no hace distingos. Que haya nostalgia del paraíso, puede, porque, como se describe a la pareja primordial en él, no hay necesidad de trabajar, la gran maldición humana, y se vive en la ignorancia de la comunión con la naturaleza. El hecho de que el trabajo y el acceso al conocimiento vayan ligados es de lo más diabólico que pueda imaginarse.
ResponderEliminarEn cuanto a la necesidad de la repetición, sucede como con la comunicación, es imprescindible la redundancia para asegurarla. De todos modos, hay repeticiones fecundas, las que nos proyectan hacia un "amejoramiento" de nosotros mismos, y repeticiones sisíficas, como la de los mulos roturando el lendel de la noria. Es justa y muy perspicaz la observación de la necesidad de la exactitud de los ritos: crean identidad y nos crean idénticos, seguros, fijos, fiables. La rutina, a su modo, es una liberación, sin duda.
Juan Poz, bienvenido a la conversación. No tengo otra referencia directa de la infancia que la que viví en primera persona y la que he podido observar en mis hijas. Sin duda, no he dicho que la infancia sea una época fácil, ni que no sea dolorosa y cruel. Por lo que yo sé puede llegar a ser dramática según en qué circunstancias, pero es una época profundamente filosófica porque se inicia en estado virgen el acceso al conocimiento. Pocas conversaciones tan densas como las que he tenido a los cinco años con mi hija sobre la muerte y sobre dios. El universo infantil es puro, también para la maldad, no está impregnado del utilitarismo y pragmatismo y adulteración que nos hace adultos. Es una época de relatos que alcanzan una gran intensidad y no me desdigo de que en ella existe la magia como modo de percibir el mundo. Me puedes decir que todo eso es incierto y que cuando crecemos salimos de los engaños de la infancia. Puede ser, pero no por eso dejan de ser poderosos. Y hay culturas en que no hay tanta distancia entre el mundo de la infancia y el de la adultez en cuanto a cosmovisión. Me estoy refiriendo a las culturas aborígenes o más inocentes como la que describo en mi participación en espectáculos teatrales en Indonesia. Me puedes decir que nuestra facultad más elevada es la razón y que estas sociedades son retrasadas, proclives a las dictaduras y a la ausencia de progreso. Puede ser, pero no deja de ser interesante observarlas y considerarlas. Creo que la infancia es un territorio sagrado y salvaje. Al menos es lo que yo puedo recordar, pero no pienses que yo volvería a ella ni que la tenga idealizada. Fue la etapa más terrible que puedo recordar, pero eso no me impide volver a ella y encontrar en su cosmovisión algo que tiene en común con los pueblos llamados primitivos. Y no idealizo ni la infancia ni a los pueblos primitivos. Simplemente dirijo mi reflexión hacia estos estados del conocimiento en la medida corta de mis facultades. Un cordial saludo.
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