Hace unos días salió en clase de cuarto de ESO un tema que me ha hecho reflexionar. Estábamos hablando del apartado de opinión personal sobre las obras literarias que están leyendo. Les he marcado un mínimo de quince líneas, porque sé que si no se lo indico, resolverán en tres líneas lo que para mí es esencial para conocer el efecto que ha producido la obra y las reflexiones que les ha provocado. Les conté que hace unos quince años, alumnos como ellos, cuando llegaban al apartado de Opinión personal, aprovechaban para exponer con lujo de detalles todo lo que la obra les había evocado. No eran extraños los comentarios de varios folios con letra menuda y apretada. Esto les causó una fuerte impresión y mostraron su incredulidad sobre la realidad de aquellos adolescentes que disfrutaban escribiendo, dando salida a sus sentimientos. Guardo varias de aquellas fichas de lectura, que en aquel entonces consideraba normales. Hoy me produce conmoción observar cómo se ha adelgazado la capacidad expresiva de los adolescentes.
No sólo la capacidad expresiva, sino algo también muy importante: la imaginación. Un alumno cuando la cité me respondió de forma directa: ¿Para qué queremos imaginación? La pregunta me sorprendió porque expresaba claramente lo que es quizás un estado de ánimo, una forma de estar en el mundo. Mis alumnos actuales tienen graves dificultades para imaginar alternativas verosímiles a un relato o a una cuestión teórica, tienen serios problemas para dar forma a sus visiones, a sus sueños, a sus vivencias; sufren (sufrir no es la palabra adecuada porque no lo ven como carencia) cuando tienen que desarrollar cualquier tema. Se limitan, en general, a respuestas esquemáticas, poco expresivas, en las que no caben matices ni especulación intelectual. Es una mezcla de desidia, apatía y falta de imaginación para inventar o explorar cosas nuevas en el campo de las ideas, falta asimismo de capacidad representativa de la realidad que los envuelve.
En estos quince años a que hacía referencia se han producido cambios espectaculares en la concepción del mundo que tienen que ver sobre todo con la irrupción de la tecnología en nuestras vidas. La tecnología que facilita, que condensa, que simplifica todo en un clic. Los adolescentes son sumamente hábiles manejando aparatos como el móvil, el MP3, las cámaras digitales; conocen las funciones básicas de los ordenadores; saben bajar películas de internet; frecuentan los chats a través del Messenger; juegan en red en juegos interactivos; son asiduos visitantes de google, youtube y empiezan a experimentar los fotologs.
Sí, pero la figura del alumno imaginativo se ha ido diluyendo como poco práctica, como inservible. Imaginación ¿para qué? me preguntaba aquel alumno que no le veía utilidad en su vida. Sí, ¿para qué imaginar? Es curioso que una generación –la del sesenta y ocho- hiciera de ella el centro de la cuestión y escribiera en las paredes aquel famoso eslogan de Imaginación al poder o recordar también el famoso disco de John Lennon, Imagine. Ello sin hablar demasiado de la importancia que tuvo para las vanguardias o cualquier movimiento de tendencia romántica.
No sólo la capacidad expresiva, sino algo también muy importante: la imaginación. Un alumno cuando la cité me respondió de forma directa: ¿Para qué queremos imaginación? La pregunta me sorprendió porque expresaba claramente lo que es quizás un estado de ánimo, una forma de estar en el mundo. Mis alumnos actuales tienen graves dificultades para imaginar alternativas verosímiles a un relato o a una cuestión teórica, tienen serios problemas para dar forma a sus visiones, a sus sueños, a sus vivencias; sufren (sufrir no es la palabra adecuada porque no lo ven como carencia) cuando tienen que desarrollar cualquier tema. Se limitan, en general, a respuestas esquemáticas, poco expresivas, en las que no caben matices ni especulación intelectual. Es una mezcla de desidia, apatía y falta de imaginación para inventar o explorar cosas nuevas en el campo de las ideas, falta asimismo de capacidad representativa de la realidad que los envuelve.
En estos quince años a que hacía referencia se han producido cambios espectaculares en la concepción del mundo que tienen que ver sobre todo con la irrupción de la tecnología en nuestras vidas. La tecnología que facilita, que condensa, que simplifica todo en un clic. Los adolescentes son sumamente hábiles manejando aparatos como el móvil, el MP3, las cámaras digitales; conocen las funciones básicas de los ordenadores; saben bajar películas de internet; frecuentan los chats a través del Messenger; juegan en red en juegos interactivos; son asiduos visitantes de google, youtube y empiezan a experimentar los fotologs.
Sí, pero la figura del alumno imaginativo se ha ido diluyendo como poco práctica, como inservible. Imaginación ¿para qué? me preguntaba aquel alumno que no le veía utilidad en su vida. Sí, ¿para qué imaginar? Es curioso que una generación –la del sesenta y ocho- hiciera de ella el centro de la cuestión y escribiera en las paredes aquel famoso eslogan de Imaginación al poder o recordar también el famoso disco de John Lennon, Imagine. Ello sin hablar demasiado de la importancia que tuvo para las vanguardias o cualquier movimiento de tendencia romántica.
Quizás el mundo se ha hecho muy cerrado y oscuro; ello nos induce a ser pasivos y utilitaristas. Ya no somos capaces de imaginar el futuro o pensarnos a nosotros mismos y cuando lo hacemos es con tintes sombríos. No future dijeron los punks. No obstante, más allá de ese sendero elemental que sigue la mayoría, hay un mundo de sentimientos, angustias y emociones reprimidas esperando a que la fértil imaginación les dé salida. Pero hoy por hoy, la tienen arrinconada. Encerrada en el lóbulo derecho del cerebro, sin estimularla, sin hacer uso de ella. ¿Para qué? Al menos eso se preguntan mis alumnos. ¡Qué potente sería una clase en que pudieran confrontarse distintos modos de percibir la realidad! Que se le pudiera dar forma verbal y que hubiera contención para establecer puentes de diálogo. Todo esto lo he conocido y me duele que hoy por hoy sea tan extraño, no sólo entre los jóvenes.
¿Cómo estimular la imaginación? ¿Cómo volver a hacerla necesaria? Quizás se relacione con el gusto por la palabra densa y profunda, por la pasión por el lenguaje, el diálogo, la cultura y la poesía...