A veces me quedo embobado viendo escenas de la televisión, en especial las series dirigidas a adolescentes. Las hay muy numerosas en las franjas más accesibles. En los últimos días Disney Channel ha empezado a emitir en abierto para la TDT. Un aluvión de series que tienen como protagonistas a adolescentes arrasan entre sus destinatarios. Sin embargo, cuanto más las veo, más bobas me parecen. Me resultan de una simpleza total esas películas que han tenido un éxito enorme tales como High School Musical, 1 y 2; me parecen inanes la mayoría de los productos que se dirigen a los adolescentes, incluidos algunos libros de lectura que se ofrecen como muy adecuados para ellos. Su sentido del humor con risas enlatadas me subleva, sus conflictos graciosos no me producen ninguna gracia y su música me enerva. Se diría que se quisiera ver convertidos a los adolescentes en unos tontos de capirote y permanentemente inmaduros. En este sentido no son muy diferentes de muchas series “bobas” dirigidas a los adultos en los que los seres humanos aparecen como unidimensionales, planos, carentes de ninguna dimensión misteriosa. Son series banales con un cierto ingenio plano que no estimulan lo más valioso que tienen las personas: su llamémosle espiritualidad. No soy creyente, aclaro, y no dedico en mi declaración de renta la asignación a la iglesia. Estoy en contra asimismo de que se imparta religión católica en los centros públicos. Pero también entiendo que hay dimensiones desconocidas en el ser humano que hacen de éste un ser misterioso en sus motivaciones y en su realidad. Esta realidad tiene otro lado. Hay otros mundos que quizás están en éste como sospechaban los surrealistas. Cuando contemplamos la realidad podemos tener la sospecha de que existe un más allá, otro lado del espejo. Toda la gran literatura conecta este lado visible de las cosas con la intuición de que existe una dimensión desconocida.
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domingo, 14 de septiembre de 2008
Disney Channel
jueves, 11 de septiembre de 2008
Once de septiembre
Una fecha con resonancias planetarias que nos lleva a evocar el ataque terrorista contra las torres Gemelas, el Pentágono y otro atentado abortado de setiembre de 2001. Hubo quien dijo que el mundo no sería igual después de aquello. Escribí en mi diario que había comenzado el siglo XXI. Bush sostuvo que aquel era el comienzo de una monumental lucha entre el bien y el mal. Al día siguiente las bolsas de todo el mundo se hundieron y se habló de peligro de una recesión mundial (que no se produjo). Alain Touraine se preguntaba ¿hemos entrado ya en un siglo XXI que va a reproducir la historia del siglo XX pero con un dramatismo aún mayor? Mi diario recoge titulares y reflexiones de aquellos días cargados de temores y miedo a la venganza. Todo se conmovió. Bin Laden había golpeado certeramente el corazón del mundo occidental.
sábado, 6 de septiembre de 2008
Mal de escuela
Mal de escuela es un ensayo del escritor francés Daniel Pennac, autor de aquel otro ensayo memorable titulado Como una novela en la que reivindicaba la libertad gozosa del lector. Mal de escuela todavía no está en las estanterías de las librerías españolas, pero hoy El País (sábado) publica una amplia reseña que me ha puesto los dientes largos.
martes, 2 de septiembre de 2008
Un nuevo compañero
Mi conversación con él y nuestras afinidades blogueras y literarias me hacen presentir que podemos, quizás, formar un buen equipo de trabajo para enfrentarnos con humor y amor a esas fierecillas que no saben que quieren aprender.
sábado, 30 de agosto de 2008
El regreso
lunes, 25 de agosto de 2008
Adolescencia dolorosa
María va en silla de ruedas. Su cuerpo está desproporcionado respecto a sus pequeñas piernas, mínimamente desarrolladas respecto a sus musculosos brazos acostumbrados a impulsar su silla. María en su relato reflexiona acerca de su historia personal vertebrada por las veinticinco operaciones que ha tenido que sufrir en sus piernas, tan frágiles como el más delicado de los cristales. Cada vez que ha de entrar en el quirófano, no menos por frecuente, es una situación que la aflige y la atemoriza. Una de las operaciones se debió a los ejercicios a que la sometió una fisioterapeuta que, sin querer, le fracturó una de sus piernas. Por ello, desde entonces, siente pánico hacia la rehabilitación y hacia los fisioterapeutas.
En su relato detallaba sus recuerdos desde niñez, su historia familiar, haciendo un vívido retrato de sus relaciones familiares en las que destacaba la madre siempre positiva y animosa a pesar de vivir en circunstancias económicas muy delicadas y tener a otros hijos aquejados de esta enfermedad de origen genético; relataba también su experiencia escolar, sus miedos, sus relaciones de amistad, sus fracasos (el año pasado suspendió cuarto de la ESO y hubo de repetir por decisión de la Junta de Evaluación que estimó que un año de maduración sería positivo para ella); sus angustias en ese momento tan frágil como la adolescencia en que se viven unos cambios físicos y emocionales en los que se ansía con fuerza a la otra persona con la que compartir amistad y afectividad. María es consciente de sus circunstancias y en su pequeña novela analizó con extraordinaria minuciosidad psicológica su yo adolescente, inserto como su título expresaba, en una etapa dolorosa. Sin embargo, María, una excelente lectora –Fue la única que en segundo de la ESO se leyó El diario de Ana Frank- con magnífico aprovechamiento, de su complicada experiencia ha extraído oro. Quiere ayudar a los demás, quiere ayudar a aquellos que pueden vivir una historia como la suya. Quiere cursar bachillerato y estudiar Psicología. No quiere que sus circunstancias la limiten en sus aspiraciones a pesar de saber que cada vez que ella necesita trasladarse le es preciso que alguien la acompañe y disponer en muchas ocasiones de transporte adaptado para su movilidad. Esta fue la razón por la que no pudo de ir de viaje de estudios a Londres con sus compañeros la primera vez que cursó cuarto de la ESO. Fue un duro golpe para ella.
El proyecto de escribir una novela fue una de las propuestas más provechosas que he planteado en los últimos años, como pudieron seguir los lectores de mi blog. Eran muchachos de cuarto de la ESO. Este próximo curso imparto primeros y segundos de ESO y me pregunto si es posible una experiencia semejante con niños más pequeños. Nos nutrimos de historias, necesitamos intensamente de la ficción, o reflexionar sobre nuestra propia existencia. Necesitamos intentar comprender nuestra vida. Cada uno lo hace a su manera mediante este cerebro que se alimenta de cuentos desde su infancia, pasando por esa adolescencia vivida como un periodo extraordinariamente complejo y que María en un relato prodigioso, digno de publicarse si se cuidaran más los aspectos formales, retrató como “doloroso”. Yo añadiría también los calificativos para ella, para su relato, y para esos años, de apasionantes y luminosos.
martes, 19 de agosto de 2008
Incertidumbre
¿Qué densidad tienen nuestras palabras como profesores? ¿Podemos intuir el fracaso o el éxito en la vida de nuestros alumnos? La anécdota de Michael Phelps, por el hondo poso que ha dejado en él, me ha hecho reflexionar. Somos ocasionales orientadores de espíritus en desarrollo. Cuando miramos a nuestros alumnos durante todo un curso vemos algunas miradas encendidas, vivas, bondadosas, maliciosas, tiernas, turbias, inteligentes, otras confusas y ambiguas, así como dulces e indecisas. ¿Quién sabe adónde pueden ir a parar aquellos muchachos? Un fracaso en la escuela no implica un fracaso en la vida, del mismo modo que un éxito en la escuela no decide un éxito profesional, humano o sentimental. El cerebro humano es un músculo complejo y regenerable. Una falta de competencia en el área de lengua no es irremediable ni decisiva. Hay otras potencialidades que se van desarrollando en los años de aprendizaje.
Los profesores no somos profetas, nuestro papel es bastante más modesto, y, sin embargo, nuestra aportación es considerable. Unas palabra apresuradas de una profesora de lengua sobre el futuro de un alumno de secundaria le sirvieron de acicate a Michael Phelps en sus últimas brazadas para obtener el mayor éxito de la historia de la natación. Sin embargo, a otros, un comentario negativo o despectivo puede que les hunda anímica y moralmente el resto de sus vidas. Los seres humanos somos un misterio. Las mismas palabras pueden tener efectos totalmente diferentes. A unos los puede catapultar a la gloria y a otros les lleva a la falta de confianza en sí mismos y al fracaso.
Lo tendré en cuenta. Mis alumnos son seres enigmáticos. Sólo hay que ver fotografías individualizadas de ellos. Aislados del conjunto y de sus compañeros suscitan hondas simas de complejidad humana. Hay en ellos campeones olímpicos en potencia, escritores, actores, buenas personas...; también maltratadores, víctimas y verdugos, así como héroes que esperan su momento para la gloria o su pasaporte a la mediocridad. Por ello, necesitamos ser pequeños artistas que potencien lo mejor de ellos mismos, con prudencia, pero también con decisión. ¿Quién sabe si tendremos a Michael Phelps entre ellos? ¿O a ese anómimo panadero que cuece el pan con amor y ternura? ¿O a esa muchacha anónima que sabrá intuitivamente construir un mundo mejor con su bondad e inteligencia?
viernes, 20 de junio de 2008
Despedida
jueves, 12 de junio de 2008
Orden y método
Quiero retener aquí algunas conversaciones captadas a nivel de pasillos en estos días finales. Varios profesores se estremecen con el alumnado que ha habido este año en primero de la ESO. Han sido cursos realmente conflictivos en que bastantes alumnos creaban un clima de difícil resolución académica. Algún profesor ha confesado que se ha despertado soñando con determinados alumnos. Se han hecho estimaciones que en primero de la ESO hay 26 familias que han perdido totalmente el control de sus hijos. En su casa no pueden con ellos y en el instituto tenemos graves problemas para contenerlos faltos de diques emocionales y de autoridad.
Curiosamente, hoy en hora de guardia, he tenido ocasión de conversar con una de las alumnas más famosas del centro por sus constantes amonestaciones y su permanente asalto a las normas de convivencia. Llamémosle Adriana. Parecía una muchacha razonable. Estaba expulsada. Quería ser derivada a la UE (Unidad Externa), especializada en alumnos conflictivos. Charlando con ella no parecía esa alumna terrible que retratan sus docenas de partes de expulsión.
Hay otros casos de alumnas descaradas que gritan a algún profesor comentarios obscenos y desafiantes. En este blog en la anterior entrada se daban interesantes claves para controlar el aula. He leído todas con sumo interés aunque no las haya comentado en el post. Ser un buen profesor es un don como ser buen artista o un buen arquitecto o un buen actor. No todo el mundo posee esas cualidades casi mágicas que convierten la entropía en orden y equilibrio. Hay un desafío palmario a la autoridad. Hay quien lo resuelve con el carácter justo y equilibrado, hay quien lo hace con autoritarismo y el juego de miradas, hay quien con la presencia sólida en la clase. Ser profesor es un ejercicio difícil del uso de la autoridad. Y es como el caso de los buenos y malos toreros. A veces se sale a hombros y otras nos cae encima una lluvia de almohadillas y silbidos. Este año que acaba he salido con una sensación compleja. Por un lado me doy cuenta de que ha habido aciertos, pero también salgo con una sensación de cierta desolación por la que me digo que podría haberlo hecho mucho mejor. Mi carácter desordenado y caótico no contribuye a la ordenación de alumnos faltos de método y de hábitos. Y es un problema difícil de resolver. Sin embargo esta carencia de orden en mi constitución personal –que es un grave problema- es un buen aliciente para alumnos con ciertas estructuras organizadas porque les anima a crear.
Por eso pienso que el orden mental es un potente organizador del aula. Nadie lo había citado salvo Cariátides en su magnífico comentario. Lamentablemente quien esto escribe es enormemente deficitario en todo lo referente al método. No sé hacer dos veces la misma operación del mismo modo. Ello es un factor de creatividad en ciertos niveles pero también de desconcierto y desbarajuste en los niveles que más necesitados están de rigor, método y reglas fijas. De ahí mi desconsuelo y pesadumbre.
domingo, 8 de junio de 2008
Teatralidad
Me puse a reflexionar sobre el problema del orden en clase. Hay profesores que atraen el desorden y que no logran controlar a veinticinco alumnos que se rebelan ostentosamente contra cualquier intento de ordenación. Los mismos alumnos que luego en presencia de otro profesor se muestran razonables y atentos. ¿Qué hace que un profesor puede controlar su clase y que esta no se convierta en un guirigay caótico? ¿Qué fuerzas orientan el orden académico?
He conocido magníficos especialistas en literatura cuyas clases eran un desastre de confusión y alteración de las normas más elementales de la convivencia. Nadie callaba y nadie escuchaba al extraordinario profesional que tenían enfrente y que amaba hablar de literatura. He conocido, en cambio, a profesores hastiados de su profesión y totalmente quemados, que impartían sus clases en medio de un silencio sagrado en los cursos más difíciles y terribles.
También he visto a buenos profesionales que eran capaces de controlar sus clases y estas discurrían en el orden más excepcional, que era inmediatamente alterado cuando llegaba otro profesor cuya presencia no predisponía a esa armonía. Y es que los chavales, si se les permite, tienden a la entropía. ¿Qué fomenta el desorden en un profesor?
No es la profesionalidad. Hay buenos profesionales que tienen graves problemas de disciplina. Recuerdo el caso de Antonio Machado, profesor de bachillerato, que tenía serios problemas en clase para mantener el orden. Solía aprobar a todo los alumnos con notas magníficas pero eso no evitaba que sus clases fueran inestables y caóticas. Posteriormente inventó un profesor, Juan de Mairena, hablando a sus alumnos, para compensar los malos momentos que pasó en el aula. En sus diálogos con sus alumnos imaginarios, él añadió todo aquello que le hubiera gustado vivir en realidad.
Es como este blog, salvando las distancias, con el Juan de Mairena. Uno piensa que el problema es el afecto que se puede poner en juego, que los alumnos aprecien que son queridos, pero esto en principio no es decisivo. Los alumnos son astutos y saben de quién pueden aprovecharse. Un profesor puede poner mucho afecto y profesionalidad pero no hace ello que funcione la clase. El profesor ha de exhibir una cualidad esencialmente teatral que le lleve a dominar el aula. Sus palabras han de ser profundamente teatrales, interesantes, en algún sentido. Pobre del profesor cuyo discurso sea monótono o poco atractivo. Dará igual que sea buen profesor o que ame la asignatura o que quiera a sus alumnos. Es una cualidad que se tiene o no se tiene, la de ser centro de un grupo humano que tiende a la dispersión y al desorden. Es una cualidad que se puede tener y luego perder dramáticamente incluso.
Con dolor algunos profesores que aman su profesión se lamentan de que su autoridad es próxima a cero. La experiencia algo ayuda, pero no es decisiva. La clave es la teatralidad, saber conseguir el silencio y ser capaces de explicar el complemento predicativo haciendo de esa cuestión gramatical el asunto más apasionante del siglo veintiuno También serviría hacer trucos de magia. El profesor es un mago que saca conejos de la chistera, o que debe crear la ilusión de que puede hacerlo. Pobre del que no sea capaz de sugerir tal sensación.