El otro día hacía mi guardia, iba recorriendo los pasillos del centro cuando me encontré una clase abierta y un barullo de alumnos en la puerta. Me dirigí a ellos y entré en en el aula. La profesora, enmedio de un caos espectacular, con gritos generalizados, intentaba ponerles un vídeo. El desorden era mayúsculo. Aquel curso de primero de la ESO es uno de los más sancionados y conflictivos del instituto. La profesora estaba desbordada. Intenté ayudarla a poner la película de Billy Elliot pero todo se rebelaba en nuestra contra.
Me puse a reflexionar sobre el problema del orden en clase. Hay profesores que atraen el desorden y que no logran controlar a veinticinco alumnos que se rebelan ostentosamente contra cualquier intento de ordenación. Los mismos alumnos que luego en presencia de otro profesor se muestran razonables y atentos. ¿Qué hace que un profesor puede controlar su clase y que esta no se convierta en un guirigay caótico? ¿Qué fuerzas orientan el orden académico?
He conocido magníficos especialistas en literatura cuyas clases eran un desastre de confusión y alteración de las normas más elementales de la convivencia. Nadie callaba y nadie escuchaba al extraordinario profesional que tenían enfrente y que amaba hablar de literatura. He conocido, en cambio, a profesores hastiados de su profesión y totalmente quemados, que impartían sus clases en medio de un silencio sagrado en los cursos más difíciles y terribles.
También he visto a buenos profesionales que eran capaces de controlar sus clases y estas discurrían en el orden más excepcional, que era inmediatamente alterado cuando llegaba otro profesor cuya presencia no predisponía a esa armonía. Y es que los chavales, si se les permite, tienden a la entropía. ¿Qué fomenta el desorden en un profesor?
No es la profesionalidad. Hay buenos profesionales que tienen graves problemas de disciplina. Recuerdo el caso de Antonio Machado, profesor de bachillerato, que tenía serios problemas en clase para mantener el orden. Solía aprobar a todo los alumnos con notas magníficas pero eso no evitaba que sus clases fueran inestables y caóticas. Posteriormente inventó un profesor, Juan de Mairena, hablando a sus alumnos, para compensar los malos momentos que pasó en el aula. En sus diálogos con sus alumnos imaginarios, él añadió todo aquello que le hubiera gustado vivir en realidad.
Es como este blog, salvando las distancias, con el Juan de Mairena. Uno piensa que el problema es el afecto que se puede poner en juego, que los alumnos aprecien que son queridos, pero esto en principio no es decisivo. Los alumnos son astutos y saben de quién pueden aprovecharse. Un profesor puede poner mucho afecto y profesionalidad pero no hace ello que funcione la clase. El profesor ha de exhibir una cualidad esencialmente teatral que le lleve a dominar el aula. Sus palabras han de ser profundamente teatrales, interesantes, en algún sentido. Pobre del profesor cuyo discurso sea monótono o poco atractivo. Dará igual que sea buen profesor o que ame la asignatura o que quiera a sus alumnos. Es una cualidad que se tiene o no se tiene, la de ser centro de un grupo humano que tiende a la dispersión y al desorden. Es una cualidad que se puede tener y luego perder dramáticamente incluso.
Con dolor algunos profesores que aman su profesión se lamentan de que su autoridad es próxima a cero. La experiencia algo ayuda, pero no es decisiva. La clave es la teatralidad, saber conseguir el silencio y ser capaces de explicar el complemento predicativo haciendo de esa cuestión gramatical el asunto más apasionante del siglo veintiuno También serviría hacer trucos de magia. El profesor es un mago que saca conejos de la chistera, o que debe crear la ilusión de que puede hacerlo. Pobre del que no sea capaz de sugerir tal sensación.
Me puse a reflexionar sobre el problema del orden en clase. Hay profesores que atraen el desorden y que no logran controlar a veinticinco alumnos que se rebelan ostentosamente contra cualquier intento de ordenación. Los mismos alumnos que luego en presencia de otro profesor se muestran razonables y atentos. ¿Qué hace que un profesor puede controlar su clase y que esta no se convierta en un guirigay caótico? ¿Qué fuerzas orientan el orden académico?
He conocido magníficos especialistas en literatura cuyas clases eran un desastre de confusión y alteración de las normas más elementales de la convivencia. Nadie callaba y nadie escuchaba al extraordinario profesional que tenían enfrente y que amaba hablar de literatura. He conocido, en cambio, a profesores hastiados de su profesión y totalmente quemados, que impartían sus clases en medio de un silencio sagrado en los cursos más difíciles y terribles.
También he visto a buenos profesionales que eran capaces de controlar sus clases y estas discurrían en el orden más excepcional, que era inmediatamente alterado cuando llegaba otro profesor cuya presencia no predisponía a esa armonía. Y es que los chavales, si se les permite, tienden a la entropía. ¿Qué fomenta el desorden en un profesor?
No es la profesionalidad. Hay buenos profesionales que tienen graves problemas de disciplina. Recuerdo el caso de Antonio Machado, profesor de bachillerato, que tenía serios problemas en clase para mantener el orden. Solía aprobar a todo los alumnos con notas magníficas pero eso no evitaba que sus clases fueran inestables y caóticas. Posteriormente inventó un profesor, Juan de Mairena, hablando a sus alumnos, para compensar los malos momentos que pasó en el aula. En sus diálogos con sus alumnos imaginarios, él añadió todo aquello que le hubiera gustado vivir en realidad.
Es como este blog, salvando las distancias, con el Juan de Mairena. Uno piensa que el problema es el afecto que se puede poner en juego, que los alumnos aprecien que son queridos, pero esto en principio no es decisivo. Los alumnos son astutos y saben de quién pueden aprovecharse. Un profesor puede poner mucho afecto y profesionalidad pero no hace ello que funcione la clase. El profesor ha de exhibir una cualidad esencialmente teatral que le lleve a dominar el aula. Sus palabras han de ser profundamente teatrales, interesantes, en algún sentido. Pobre del profesor cuyo discurso sea monótono o poco atractivo. Dará igual que sea buen profesor o que ame la asignatura o que quiera a sus alumnos. Es una cualidad que se tiene o no se tiene, la de ser centro de un grupo humano que tiende a la dispersión y al desorden. Es una cualidad que se puede tener y luego perder dramáticamente incluso.
Con dolor algunos profesores que aman su profesión se lamentan de que su autoridad es próxima a cero. La experiencia algo ayuda, pero no es decisiva. La clave es la teatralidad, saber conseguir el silencio y ser capaces de explicar el complemento predicativo haciendo de esa cuestión gramatical el asunto más apasionante del siglo veintiuno También serviría hacer trucos de magia. El profesor es un mago que saca conejos de la chistera, o que debe crear la ilusión de que puede hacerlo. Pobre del que no sea capaz de sugerir tal sensación.