Viviendo cerca de Barcelona,
en un clima mediterráneo, una de las circunstancias que más me inquietan ante
la inminente vuelta a las aulas es el calor y humedad dentro de la clase. El
que está fuera de la docencia no puede imaginar cómo afecta esto al desarrollo
didáctico. Habría que imaginar una habitación mediana a la que le da el sol por
los ventanales, abarrotada de alumnos -como mínimo treinta-. El recinto se
convierte en un horno que suma el calor de los treinta cuerpos, especialmente
tras el patio o la clase de educación física. El año pasado fue hasta bien
entrado noviembre que tuvimos muy altas temperaturas. Con frecuencia gozábamos de 28 o 29 grados. Solo a
finales de diciembre y los meses de enero a marzo pudo disfrutarse de una
temperatura moderada. Esa temperatura templada o fría predispone al trabajo y a
la concentración. Pero la alta humedad y unos grados de más sumen a los alumnos
en el nerviosismo y la irritación. A esto se une que el diseño de los nuevos
institutos, por problemas de seguridad, ha ideado pequeñas ventanas por
las que apenas circula el aire. Todo esto genera un ambiente de alteración y
nervios, movimiento, sudor e irritación. Los alumnos que están más cerca de la
ventana miran por ella e intentan coger aire, los que están en el lado opuesto
de la clase se asfixian de calor. El profesor ve esa situación y sabe que no
pueden prestarle atención. En otros países tropicales donde las temperaturas
son muy altas han edificado escuelas con grandes ventanales, incluso sin
ventanas, para que el aire pueda correr libremente. Aquí el diseño de centros
educativos ha llevado a minimizar los espacios de apertura al exterior.
Recuerdo haber estado en centros en que todavía no regían estos criterios de
seguridad y era más llevadero pues podían abrirse libremente las amplias
ventanas y crear corriente de aire.
La subida media de temperaturas es un hecho evidente. No
recuerdo la persistencia de temperaturas tan altas en los meses otoñales hace
unos veinte años. Esto no lo evoco como problema en ningún caso. En septiembre
comenzaba a remitir el calor y, unido, a una realidad menos claustrofóbica de
las ventanas, hacían las clases confortables climáticamente
Se recomienda el uso de ventiladores en las aulas y no se ve
cómo deseable la climatización, primero por el elevado coste que supone y
también por los problemas de sequedad del ambiente y las derivadas de
afecciones pulmonares que llevan anejos los aparatos de aire acondicionado.
Para los ventiladores no hay presupuesto. Ni se ha planteado.
El caso es que habré de entrar y ser consciente de la
realidad: un conjunto de muchachos amontonados en el aula que sobre la media
mañana no podrán aguantar de calor y humedad en un recinto en que no circula el
aire. Y habré de hablarles de temas abstrusos necesarios para su formación
intelectual.
El año pasado además tuvimos en mi instituto nidos de
avispas en el exterior de los ventanales y hubimos de mantener cerradas las ventanas en pleno calor
asfixiante de septiembre y octubre. Supongo que las plagas de avispas también
son consecuencia del cambio climático. Luchar contra los nidos de avispas llevó
varias semanas, y no era extraño que si se abría una ventana para respirar
entraran una o varias avispas lo que no ayudaba –como podéis imaginar- al
desarrollo de la unidad didáctica sobre la morfología del sintagma nominal y
sus adyacentes.
De esto no se habla en las reformas educativas. Pero es una
realidad palpable que resta eficacia en una gran medida a cualquier buena
voluntad que haya al respecto para mejorar los niveles educativos. Además la
tendencia en varias comunidades autónomas ha sido adelantar el comienzo de las
clases muy a principios de septiembre. Creo que ha sido en la Comunidad
Valenciana y otras. Es una medida políticamente muy popular pero que en un país
como el nuestro y en unas condiciones como las actuales, diseñan un panorama
insoportable: amontonamiento creciente de alumnos en las aulas, ventanas
minúsculas, elevación de las temperaturas, falta de recursos para paliar la
situación.
En fin. Esta es la realidad.