Escribo a propósito de dos artículos (1 y 2) que he leído de la
filósofa y periodista Marina Garcés
sobre la revolución. Los leí varias veces y me empapé de ellos pero no los cito
con exactitud, más bien utilizo ideas que ella da según van hilvanándose en mi
recuerdo.
La pregunta básica es ¿es posible una revolución política y
social hoy día? ¿Es posible una toma del poder por medio de un acto único e
histórico para despojar al liberalismo de los medios de producción y de
generación de plusvalías? ¿Es posible poner en manos de la mayoría la creación
de riqueza y la sociedad en su conjunto? Por todos lados se nos dice que no,
que la época de las revoluciones ha pasado, que es imposible batir al
liberalismo porque está metido hasta los tuétanos en nuestra concepción del
mundo y casi de nuestros genes. El liberalismo es seductor. Nos encanta tener y
tener más, y consumir y desear lo que no tenemos. El abanico de lo deseable es
tan extenso y tan magnético (tecnología, moda, comidas, viajes, coches, estilo
de vida, viviendas...) que no podemos inhibirnos. Somos criaturas anhelantes de
placer inmediato. Nos cuesta demorar la satisfacción del placer. Queremos
poseer más y más. Es una sed insaciable. La publicidad es tan potente y tan
expresiva que somos seres moldeables por su modo de percibir y expresar el
mundo, así como fácilmente manipulables.
A la vez, esta filosofía de la posesión va unida a una explotación
infinita del planeta Tierra. Y además sabemos que buena parte de la humanidad
está excluida. Son los parias, los nacidos en países que solo pueden ser, en el
mejor de los casos, mano de obra barata para fabricar lo que nosotros deseamos.
Solo un tercio de la humanidad puede disfrutar de los beneficios materiales del
liberalismo. El resto es fungible. Ya lo vemos en nuestra propia sociedad en
que hay seis millones de parados y la pobreza afecta a más de un millón de
hogares en que todos sus miembros están en paro. El trabajo es un bien escaso y
los trabajadores han de aceptar salarios progresivamente menores y hacerlo en
condiciones de creciente explotación. Pero peor es estar sin empleo. Luego
vienen los inmigrantes que asaltan las vallas de Melilla: la élite de sus
países que huye despavorida de la miseria y de la nada. El capitalismo ha
creado un mundo que se consume y que deja a inmensas zonas del planeta en la
sombra. Solo sirven como productoras de materias primas. Esto es África,
hundida en la corrupción y la pobreza, absolutamente prescindible.
El liberalismo nos proyecta la imagen de que debemos vivir
para nuestro placer. La filosofía es poseer más y más. ¿Es posible en tal caso
una revolución que una a los swaggers
(moda en torno a las tiendas Apple) y a los inmigrantes africanos? Me lo pregunto. Tal vez es una pregunta
estúpida, me digo. Pero son dos realidades que coexisten. El liberalismo nos
lleva a un callejón sin salida pues el planeta no es infinito y pagamos y
pagaremos caro nuestro derroche: el cambio climático es de tal magnitud que
veremos en las próximas décadas una transformación total del mundo que incluirá
migraciones masivas, desertización, hambrunas, sequías, huracanes,
inundaciones, extinción de especies, devastación de los océanos...
La revolución no puede ser ya la toma del poder sea de la Bastilla o del Palacio de Invierno de los zares o Wall Street... La revolución habría de ser de las conciencias, pero
esto es más de lo mismo. Cambiar las conciencias para dejar de ser ciegos sobre
a qué nos conduce esto. Al desastre medioambiental, al caos humanitario, a la
devastación del planeta, al incremento de la miseria en el mundo... Según Marina Garcés, en cierta manera hay no
una sino muchas revoluciones en marcha, la sociedad va reaccionando en actos de
resistencia: plataformas contra los desahucios, rebelión de la batas blancas
contra el desmantelamiento de la sanidad, camisas amarillas y verdes en defensa
de la enseñanza pública. movilizaciones sociales de grandes dimensiones como el
15M que ahora se prolonga en la aparición de nuevos partidos políticos que son
expresión indirecta de aquello, la opinión pública que se revuelve contra la
corrupción, plataformas en internet que promueven la solidaridad en casos
concretos...
No sé si esto es suficiente. Veo una enorme distancia entre
el poder del capitalismo en nuestras mentes y la reacción de la sociedad que es
lenta y parcial. Y el sistema democrático es en realidad una ficción que nos
hace creer que vivimos en una sociedad en que se pueden decidir cosas
importantes pero es falso. No es verdad.
Nuestra capacidad de decisión es próxima a cero. Solo podemos elegir entre A y
B que son más de lo mismo. Si decidiéramos elegir C, una fuerza que fuera de
verdad crítica con el sistema y pudiera transformar algo teniendo en sus manos
el poder... sería aplastado el intento de mil y una formas. Ya lo saben los
griegos ante las elecciones que se van a celebrar en enero: Alemania y el Banco Mundial ya les han advertido sobre las consecuencias de sus
elecciones si decidieran elegir a una fuerza antirrescate que pusiera en
cuestión la realidad del sistema. Está claro que es una advertencia explícita
sobre si deciden votar mayoritariamente al partido de izquierda radical Syriza. La campaña del miedo ha
comenzado... La creación de miedo a perder forma parte de las artimañas más
efectivas del sistema. El miedo nos domina y lo saben. Hay algunos que tienen
mucho o algo que perder. Pero los peligrosos para el sistema son los que no
tienen nada...