Se cumplen en este julio cien años de la publicación en la
editorial Renacimiento del libro de
ensayos Meditaciones del Quijote del
pensador español José Ortega y Gasset.
Es difícil comprender, si no se conoce la época de hace un siglo, aquilatar la
dimensión e importancia de este filósofo, sin duda el mejor del raquítico
panorama del pensamiento español. 1914 es un año fundamental y no solo por el
comienzo en agosto de la Gran Guerra,
que también, sino porque en España
comienza a tomar fuerza una oposición intelectual al gran fracaso de la Restauración con los dos partidos
gobernantes, el Liberal y el Conservador, que hundían a España en una política rancia y
corrupta, sin nervio y sin espíritu. Y a esto va a consagrar su vida y su obra José Ortega y Gasset: diagnosticar la
parálisis total de la vida nacional y a plantear que todo está por hacer, que
hay que renovar profundamente la vida social y política española. Él opone la
España oficial, la de los ministerios, y la España vital que él quiere liderar. Y efectivamente en torno a él
se agrupan los principales intelectuales de la época al que ven como su mentor
más destacado en ese anhelo de rebeldía frente a un sistema anquilosado que
solo sostiene un edificio en ruinas.
Ortega fue
consciente del deterioro de la Educación
(en manos de la Iglesia) y la Política
en España. Fue a estudiar a Alemania (Marburgo, Leipzig, Munich) para formarse en la vanguardia
de la filosofía y la ciencia europeas. Se impregnó en sus sucesivas estancias
en Alemania del espíritu neokantiano
que reinaba en las universidades alemanas y trajo la fenomenología de Husserl
a España para intentar poner el
nivel de la filosofía española en consonancia con Europa de la que era un ferviente defensor frente al españolismo casticista de Miguel de Unamuno, su rival
indiscutible en todos los aspectos. Para
Ortega había que europeizar España y ello debían hacerlo las élites
intelectuales que el pretendió organizar y estructurar, y así encontramos en
torno a él a Baroja, a Pérez de Ayala,
Antonio Machado, Azorín, Américo Castro, Pedro Salinas, Pablo de Azcárate,
Enrique Díez-Canedo, Ricardo Baeza, Luis Araquistain, Salvador de Madariaga, Jiménez Fraud (el futuro director de la
Residencia de Estudiantes) y una
serie de brillantes mentes hasta un centenar que llenaron de sentido ese afán
de regeneración que había iniciado Joaquín
Costa. Ortega fue elegido
asimismo presidente del Ateneo
madrileño, foro fundamental del regeneracionismo y de rechazo de la política
oficial.
El 23 de marzo de 1914 en el Teatro de la Comedia, Ortega
dirigió un discurso apoteósico como sabio y como político que entusiasmó a los
asistentes al acto. Fue el famoso discurso de Vieja y nueva política que inyectaba pensamiento claro en la Liga de Educación Política que
pretendía aunar esfuerzos entre los nuevos liberales, los republicanos y
socialistas para dar un sesgo totalmente distinto a una España hundida y postrada en la nada y que había que refundar. La España sana debía ponerse en pie y
tomar el testigo de la regeneración total del país. Y Ortega debía ser su ideólogo, este es el papel central que se
adjudicaba él.
Meditaciones del
Quijote es el primer libro de Ortega.
No era un texto filosófico pero como si lo fuera por la complejidad del
disperso ensayo que es. Parte de la idea de que hay que buscar nuevas formas de
ver las cosas –nuevas perspectivas- subvirtiendo la tradición castiza,
conservadora y católica imperante en España.
Don Quijote es el héroe español que
no ha sido comprendido y que está esperando que varios siglos después surjan
sus herederos para rehacer España.
Para Ortega, la novela realista del
siglo XIX es mera comedia y subraya la mediocridad de su visión burguesa del
mundo sin temblor metafísico como era el que tenía el personaje de Cervantes que pretendía cambiar la
realidad y el mundo. El héroe es el hombre cualquiera que se hace a sí mismo
sin repetir los gestos que la costumbre, la tradición y los instintos
biológicos le fuerzan a hacer. El héroe como don Quijote vive entre lo ridículo y lo trágico porque se enfrenta a la
vulgaridad que lo rodea y reacciona esta con odio y resentimiento por esa
apuesta por el ideal. Los héroes existen y hay que buscarlos dentro de nosotros
empezando por desbrozar la maleza que nos ata a lo viejo y caduco así como al
dogmatismo.
Uno repasa este momento de hace ya un siglo y percibe
elementos comunes con el momento que vivimos en cuanto a la percepción de la
parálisis de la España oficial
estructurada también en torno al bipartidismo que ha servido de pantalla para
una corrupción extendida y la injusticia clamorosa que supone el
desmantelamiento y poda de los servicios públicos como la Educación, la Sanidad,
la Justicia, la Investigación...
Incluso hace un siglo, la cuestión catalana estaba también
planteada desafiando la estructura centralista del estado. También encontramos
movimientos de resistencia frente a esa necrosis del sistema que parece haber
dado de sí todo lo que podía y se le ve exangüe. El diario El País de hoy día equivale a lo que significaba El Imparcial en 1914, un periódico de glorioso
pasado pero ya en el fondo ligado al sistema y conservador. Para Ortega el verdadero político es el que
es capaz de comprender el espíritu de época y llegar a la gente aprovechando el
vacío que dejan los demás. Así actualmente vivimos una Restauración Monárquica que se ha quedado sin aliento capaz de
ilusionar. Los partidos en el poder y en la oposición saben de la rabia e
impotencia de la gente y empiezan a apelar a la necesidad de regeneración, palabra que es común con
el espíritu de 1914 pero no pueden llevarla a cabo porque se les hundiría su
chiringuito político. Hoy la influencia de los intelectuales estrella como Ortega es sustituida por el poder de
las redes sociales y en torno a ellas y las televisiones nacen nuevos líderes de
verbo ágil que encandilan a las masas y que rechazan la política oficial
calificándola de casta, palabra que
ha trascendido y se ha extendido en la conciencia popular. Ortega fue el nuevo sabio y capitán de la tribu intelectual. Su
historia es la de un fracaso personal muy hondo, pero su pensamiento y figura
de intelectual y agitador político fertilizó la España de su tiempo originando un tsunami que desembocaría en la Segunda
República. No fue el único factor, claro está. Pero su visión y análisis de la España de su tiempo fue certera.