He seguido unos minutos la retransmisión por televisión del
cortejo fúnebre con los restos de Hugo Chávez por Caracas y he visto a una
multitud ensombrecida por su fallecimiento y totalmente identificada con su
causa: la revolución bolivariana que encarnaba el caudillo Chávez. Eran
infinitas las banderas de la patria que poblaban las calles, algunas portadas
por humildes venezolanos que lamentaban sinceramente su muerte sintiéndose
huérfanos y estremecidos por la muerte injusta de su gran líder, Hugo Chávez, a
pesar de que éste rezó publicamente a Dios para que no se lo llevara, pero Dios
no concedió este deseo y ahora la revolución bolivariana habrá de seguir sin la
luz y la palabra de ese hombre carismático que logró encarnar un país y sentir
en su piel y en sus huesos el amor de buena parte de la sociedad.
Y es que Hugo Chávez ya ha entrado en el territorio de los
mitos donde será indestructible, como lo fue Evita Duarte de Perón y que llevó
a crear el movimiento de los descamisados que se identificaba con el peronismo. Los seguidores de Chávez
llevan camisa roja y forman su guardia pretoriana, junto a cuerpos armados y
milicias adictas al régimen que defienden militarmente la revolución.
Chávez no era un político al uso. No, Chávez estaba llamado
a encarnar misteriosamente la patria de los olvidados, de los subsumidos en la
derrota y con su verbo incendiario logró que una gran parte de la sociedad, que
lo votó en cuatro elecciones, lo amara hasta el límite. Da igual que Venezuela
sea un país que se sostiene solamente por el petróleo que tiene en cantidades
extraordinarias, que tiene que importar todo porque no produce nada, que sus
calles sean de las más peligrosas del planeta, que su economía acaba de
devaluar la moneda y está en situación gravemente comprometida si no fuera por
esa fuente de ingresos descomunal que es el petróleo. Da igual que el liderazgo
de Chávez fuera esencialmente caótico y basado en la dimensión desmesurada de
un caudillo que se sintió como el continuador de la obra de Simon Bolívar, y que sus discursos
fueran cantos de autoafirmación personal de un hombre que necesitaba de ese
subrayado que lo identificaba con el pueblo y que llevaba siempre ropa que
reproducía la bandera bolivariana. Probablemente toda la obra social encarnada
por el populismo bolivariano tiene en sí unas dosis ingentes de corrupción que
ahora no es el momento de investigar porque el tribunal chavista no lo aceptará. Y es que el citado chavismo tiene una fuerte base de adoración
personal que eleva al líder a la categoría mítica de semidiós, y más ahora que
ha pasado o cambiado de dimensión para elevarse ya definitivamente sobre los
seres humanos.
Todo esto me ha venido a la mente cuando he seguido por unos
minutos las escenas de dolor de la gente sencilla de Caracas en la televisión.
Y he pensado que los pueblos están necesitados de héroes que los encarnen y con
los que sentirse identificados y que les hagan creer que son posibles los
mundos puros alejados de la contaminación de la política. Es indiferente que
estos héroes también encarnen políticas concretas. Su dimensión es más alta. Y
es lo mismo si sus regímenes también son corruptos y desordenados. La gente
llora y se estremece sinceramente porque el héroe ha logrado identificarse con
su corazón. La realidad es lo de menos. Y a nadie le interesa saber que el día
a día sigue siendo difícil, que la pobreza sigue latente, que las calles son
peligrosas, que la moneda vale menos... No, lo importante es que los sentimientos
del líder se apoderan de los de la gente que lo ve por el ojo de la televisión
y escucha sus discursos inacabables, y el líder tiene el derecho de meterse en
cada hogar porque se ha hecho un lugar en él.
Chávez ha muerto. Yo observé su trayectoria con profunda
antipatía. Sus parámetros populistas me sonrojaban y no podía soportar su
identificación con la bandera que reproducía hasta la extenuación. La racional
Europa no quiere saber de líderes carismáticos o caudillos. Tenemos mala
experiencia de ellos, pero entiendo que las sociedades están hambrientas de
ellos y ello supone una fuerte base para el populismo que da el salto de la
política concreta a la intemporalidad. En el fondo a la gente le gusta tener un
ídolo al que venerar... El peligro que hay detrás de ello es evidente porque
detrás de esa veneración se esconden políticas concretas que no pueden ser
evaluadas porque el endiosado líder nunca lo permitirá. Ni él ni su círculo
pretoriano. Chávez ha muerto efectivamente. La enfermedad ha sido más fuerte
que él y todo lo que se pueda decir de él será, como ha dicho Iñaki Gabilondo, extremado. Nadie se
queda indiferente ante lo que ha significado Chávez. Para algunos, alguien
deplorable que ha hundido a la sociedad venezolana en el irracionalismo, para
otros un héroe de la patria que la ha sacado de la sumisión al imperialismo y
ha logrado hacer surgir un orgullo patriótico en el corazón de las gentes de las calles de Venezuela que
en buena parte lo idolatran.
En definitiva, para todos, Chávez ha muerto, pero para
algunos ahora está en otra dimensión, ya alejado de la miseria vistiendo su
eterna camisa roja, amarilla y azul y su rostro aindiado sonríe al pueblo de
Venezuela al que marcó el camino hacia el infinito.