
Me quedé solo en aquel barrio que nunca me pareció más vacío.

Me quedé solo en aquel barrio que nunca me pareció más vacío.


Conocí a Dimas Mas (Tetuán, 1953) durante las oposiciones al cuerpo de agregados de Lengua y Literatura españolas de 1982. Ambos leímos ante el tribunal nuestro examen y yo tuve ocasión de escucharle pues él lo hizo antes que yo. Me deslumbró su estilo brillante y sugerente al exponer el tema, en principio académico, de Los orígenes de la lírica castellana. Su exposición me cautivó, y apenas me di cuenta de que a continuación iba yo a exponer el tema que había escogido que no era otro que el de la Ilustración en España, tema que me llevó a ganar en aquella ocasión las oposiciones, mientras resonaban los goles del campeonato mundial de fútbol que se estaba celebrando en España.

Estos días pasamos en los institutos de Cataluña la Evaluación diagnóstica sobre competencia comunicativa del área de lengua, en mi caso, castellana. Ayer tuve que cuidar el desarrollo de la prueba en un curso de tercero de ESO. Los chavales recibieron, a lo que vi, con enorme displicencia la necesidad de realizarla cuyas razones no entendían y de poco vale que se les diga que es un test para evaluar la eficacia del sistema educativo catalán valorando la llamada competencia comunicativa que consiste en tres pruebas de comprensión lectora bastante fáciles, aunque si se leen con excesiva rapidez, es fácil cometer numerosos errores como he tenido ocasión de ver. Otra parte es la realización de una redacción con unas indicaciones sobre su desarrollo. Trata sobre un viaje, sus preparativos, su transcurso y la llegada al punto de destino. He corregido unas sesenta y soy consciente de la enorme dejadez con que han sido realizadas. Si esto da medida de la competencia comunicativa de los chicos de mi centro, realmente es aterradoramente deficitaria. Escasa coherencia, deficiente cohesión, pésima ortografía, léxico endiabladamente pobre, faltas de concordancia verbales, signos de puntuación prácticamente inexistentes, anacolutos…

Este mediodía he mantenido un intercambio de opiniones con el coordinador de informática de mi instituto. Él quería saber si yo era favorable a la tecnología de libros digitales que empieza a emerger. He reflexionado rápidamente y le he dicho que yo me sentía vinculado al libro físico. ¿Por qué? Porque me produce emociones llegar hasta él, firmarlo, subrayarlo, leerlo, tocarlo, olerlo, cerrarlo y guardarlo en mi biblioteca hasta nueva ocasión que quizás llegue algún día. Menacho, el coordinador, se interrogaba por esa necesidad afectiva que tengo hacia el libro. ¿Para qué? El libro puede almacenarse en soporte digital y tener acceso al texto siempre que quieras. ¿Pero me garantizas que dentro de diez años seguirá existiendo el mismo soporte digital o habrá periclitado? No, -me ha contestado- nadie sabe qué habrá pasado dentro de diez años, pero ¿qué importancia tiene? El valor de las cosas es fungible. No tienen por qué durar toda la vida. Duran lo que duran y mientras nos aprovechamos de ellas, me dice. Esto me ha llevado a reflexionar sobre la importancia de los objetos para generaciones anteriores. Un objeto, un mueble, un libro era un elemento para toda la vida. Nuestra vida estaba unida a los objetos. Estos estaban ligados a nuestra vidas, eran nuestros compañeros. La filosofía de la modernidad es úsalo y tíralo. Desde los pañuelos a infinidad de elementos tecnológicos que ya no merece la pena reparar y los tiramos necesariamente. Ikea, la cadena sueca de muebles, ha establecido la filosofía de que un mueble no es para toda la vida. ¿Para qué queremos que dure toda la vida? Diez años es suficiente, parece decir Ikea, un ciclo, o medio ciclo vital. Y es una filosofía que ha calado. Ya los objetos son unos compañeros de ciclo de cinco o diez años. Me pregunto si esto tiene implicaciones vitales más profundas. En seguida he pensado en ese libro de Kundera que tiene un título genial pero que me desagrada profundamente por su fatuidad: La insoportable levedad del ser. Nunca el ser se ha visto tan contingente como ahora. Nada es estable, todo se transforma a velocidad de vértigo y nada permanece. Parece un koan budista. Todo es impermanente. Pero el ser humano padece la misma transitoriedad, la misma sensación de lo efímero en cuanto a su propia esencia. Todo va demasiado rápido y nos desgastamos a velocidad de vértigo. Estar en la cresta de la ola es demasiado costoso. Temo esa sensación de desgaste absoluto que tiene la contemporaneidad. Las relaciones humanas, las conversaciones, el tiempo para el diálogo, para ser, para permanecer, ofrece las mismas circunstancias de deterioro que los objetos. No soporto la levedad de los objetos a la vez que soy un entusiasta de la tecnología, sin la cual este blog no existiría. A la vez añoro las cartas físicas que nos escribíamos algún tiempo y que tenían una densidad mucho mayor que los correos electrónicos que ahora nos escribimos, añoro los espacios de encuentro que tenían mucha mayor sustancia que el facebook o el twitter, fenómenos de nuestro tiempo, ya sé que irrenunciables e imparables, pero añoro un sentir del mundo más estable, más profundo y más denso, más sereno. Todo va demasiado rápido. Quizás esto sea un efecto de mi edad y un joven ya no tenga las mismas coordenadas y viva en un mundo esencialmente efímero e impermanente. ¿Tiene alguna importancia leer los libros en soporte físico –el papel- o soporte digital? Supongo que no, pero ya sabemos hace algún tiempo, gracias a Marshall McLuhan, que el medio es el mensaje. Ese soporte evanescente, impermanente de lo digital nos hace quizás livianos, etéreos, sin demasiada dimensión. El ser humano desde el tiempo de los clásicos ha temido esa liviandad pero nunca ha sido tan real como es en nuestro tiempo. Tempus fugit. El ser humano no acaba de encontrar su esencia. Veo a mis alumnos inquietos, sin saber a qué mundo pertenecen, si es que pertenecen a algún mundo que no vaya a cambiar veinte veces a lo largo de su vida. Nuestros abuelos vivieron mundos más estables que cambiaron también dramáticamente, pero nunca la realidad ha sido tan inestable como la que vivimos ahora. Antes los cambios tenían una dimensión que era acogida como una nueva etapa en la vida y que se celebraba o lamentaba. Ahora vivimos en una transformación permanente en la que no sabemos a qué asirnos. ¿Cómo crecerá la sabiduría en este terreno? Porque crecerá no me cabe duda, pero lo que no sé si será un aprendizaje compartido. Uno que es aficionado a la literatura y a la cultura africana se pregunta si la enorme riqueza que supone la tradición (también esclavitud) y el acceso a la sabiduría que implica ¿por qué será sustituido en un mundo sin raíces? Temo vivir sin raíces, yo que he crecido sin ellas, pero siempre he ansiado la serenidad, el goce del detenimiento, la eternidad.
Menacho, desde luego no compartía nada de mi visión, ni de mi pesimismo, ni de mi añoranza, sino todo lo contrario. El mundo está bien siendo impermanente. Al final nos morimos y ¿qué permanece?, mientras tanto las cosas cambian continuamente. Es así. Y no hay muchas vueltas que darle, es el sino de nuestro tiempo.


¿Qué se puede hacer? Intentar no sufrir, supongo y saber que lo que es imposible es imposible. Pero les aseguro que en estos contextos tan difíciles hay alumnos que luchan por hacerse un hueco, por progresar, por aprender. Supongo que por ellos sobre todo seguimos en la brecha a pesar del insomnio nocturno.


Ilia Popescu es un muchacho rumano que llegó a España hace año y medio. Este no es lógicamente su nombre verdadero. Hoy lo traigo aquí porque me atrae reflexionar sobre él. Es un chico de pelo negro con flequillo y que contrasta poderosamente con todos sus compañeros. Cuando conoció a su tutora de tercero de ESO a principio de curso le llevó una manzana como obsequio y reconocimiento. Parece ser que es una costumbre en Rumanía. La tutora se quedó boquiabierta pero luego advirtió el sentido del regalo. Ilia es un alumno extraordinariamente educado y su comportamiento sin ser pelota se puede decir que está lleno de detalles. Quiero aclarar que no es pelota porque observo que lo que hace le sale de dentro. Cuando llega la hora de salir de clase hay que poner las sillas encima de las mesas, bajar las persianas y apagar las luces. Mis alumnos están tan deseosos de salir que consideran una ofensa que se les recuerde que tienen que poner las sillas en orden. Lo hacen a regañadientes. No así Popescu que coloca más de las que le corresponden y baja las persianas con suma cortesía. Siempre que salimos de clase se despide de mí y me da las buenas tardes o buenos días.
Desde el Aula de acogida a los alumnos inmigrantes se me ha advertido de las probables dificultades que tendrá este alumno con la lengua y que convendría hacerle una adaptación curricular. He visto su rendimiento en estas semanas de clase, he leído su carta de amor siguiendo la estela de la Jeni y puedo decir que ésta fue una de las mejores, de las más poéticas y de las más ricas conceptualmente, a pesar de sus dificultades lingüísticas. Popescu ha aprobado el primer examen con buena nota en una lengua que no es la suya, pero se ve que ha estudiado y eso el profesor lo advierte. En su caso relativizamos algunos errores ortográficos, fruto de su confusión con el catalán, y apreciamos el gran esfuerzo que hace el chaval.

Este fin de semana del Pilar lo hemos pasado en familia en el sur de Francia. Concretamente el el municipio de Osseja, muy cerca de la frontera. Nos agrada la cortesía francesa, su sentido del humor, el cuidado de sus pueblos, el agua abundante de sus ríos… Hemos ido dos familias con nuestros hijas. Por la noche era el momento de cenar en compañía y de interesantes conversaciones. Quiero compartir una de estas conversaciones que mantuvimos Jorge y yo con un botella de Borgoña del 2003 que estaba delicioso.
El debate entre Jorge y yo pasa entonces a la cuestión de la piratería, el hecho de que cualquiera pueda descargarse sin pagar una película, un disco (o una discografía) o el conjunto de la obra literaria de un autor. Lo que al principio parece una idea genial, el hecho de que el arte sea de libre acceso, se convierte en una realidad perversa que tiene consecuencias nefastas. ¿Cuántos videoclubes han cerrado por falta de negocio? ¿Cuántas salas de cine han cerrado por falta de público? Le hablo a Jorge de las salas de repertorio, aquellas en que se podían ver programas dobles de cine de películas de no estricta actualidad, pero de gran calidad. Estas salas de repertorio han desaparecido. Ya nadie va al cine si no es a ver a precios abusivos películas de rabiosa actualidad. El cine ha quedado circunscrito a la última novedad en cines formato de multisalas. ¿Acaso esta reorientación del cine y empobrecimiento de la oferta tiene también que ver con la piratería? ¿Acaso los altos precios de las salas cinematográficas tiene también relación con el hecho de la piratería, el saber que todo se termina copiando y descargando?

Dar clase de literatura en bachillerato es una fuente de posibilidades pero también de desencantos. Hay pocos alumnos que estimen la literatura, que comprendan su alcance, que se den cuenta de su dimensión estética y humana. Creo que el pensamiento que domina nuestra civilización es demasiado pragmático (contra ello alertaba Cortázar), demasiado alicorto y poco ambicioso de grandes ideas o ideales. Los chavales suelen debatirse exclusivamente en torno a sus problemas inmediatos y apenas ven un ápice de poesía, un lenguaje extraño y anómalo. Esta constatación de la pasión por el presente que devora todo, que absorbe todo en un vórtice colosal, la he ido confirmando en las sucesivas generaciones de alumnos que han pasado por mí. Sé que para muchos partidarios de la nueva pedagogía, el pasado es un lastre insoportable y un ejercicio pueril de nostalgia. Nos debemos al tiempo que late aquí y ahora, patrón absoluto de nuestra vida, de nuestras expectativas y de nuestras ambiciones. Esto es lo que hay parece ser el eje de nuestro pensamiento contemporáneo. No importa lo que pudiera ser, lo que tal vez sea, lo que fue o lo que será, importa definitivamente lo que hay. Las utopías no son ya un código de nuestro tiempo, subsumidos en el devenir incesante de nuestros días y nuestras noches. Y con nuestras concepciones juzgamos todo el pasado.
Aquel amor extraordinario para la historia de nuestra cultura fue maravillosamente provechoso y lleno de densidad poética y simbólica.

He dado muchos discursos sobre educación. Y he hablado sobre responsabilidad. He hablado sobre la responsabilidad de vuestros profesores de inspiraros y haceros estudiar. He hablado sobre la responsabilidad de vuestros padres de asegurarse de que permanezcáis encarrilados, que hagáis vuestros deberes y no paséis cada hora que estáis despiertos frente a la televisión o con la Xbox. He hablado mucho de la responsabilidad de vuestro gobierno de implantar niveles altos, apoyando a los profesores y a los directores, y mejorar las escuelas que no están funcionando, donde los estudiantes no obtienen las oportunidades que merecen.
No me he resistido a copiar el discurso de Barack Obama a los estudiantes de secundaria de Wakefield que da paso a la reflexión de Ricardo Moreno Castillo sobre el manifiesto No es verdad que fue dado a conocer en junio pasado. En aquella ocasión tuve la necesidad de razonar sobre aquellas cadenas de reflexiones sobre el estado de la educación en España. He recibido personalmente un correo de Ricardo Moreno Castillo en que me remite su contramanifiesto No es verdad que no sea verdad. Lo enlazo aquí para todos los que quieran disfrutar de una prosa contundente contra ese cúmulo de necedades que es el manifiesto No es verdad. Necedades y despropósitos. Necedades en que se carga toda la situación de la educación en España contra los profesores; necedades en que se establece una dicotomía entre tradición y modernidad poniendo a la primera en un lugar ominoso como si la escuela no fuera un puente entre el conocimiento del pasado (de la historia, de la tradición) y el presente, en sus métodos y en sus contenidos; necedad por no abordar ni en un solo párrafo de su ilación hilarante la defensa del conocimiento, de la transmisión del conocimiento en la educación; ni en su olvido de la responsabilidad de los alumnos de respetar dicho conocimiento, a sus profesores, a sus padres y a sus mayores. No se trata de que nuestros alumnos, señores autores del manifiesto, sean peores que los de otras épocas, sino que están inmersos en un sistema fundamentalmente perverso y que ustedes partidarios de la modernidad y de la falta de responsabilidad, olvidan continuamente. El esfuerzo no es popular, sólo hay que preguntar a nuestros alumnos. No les gusta esforzarse. ¿Para qué? Mejor estar tumbados toda la vida en el sofá viendo la tele o jugando al ordenador. Algunos de ellos se salen de este esquema y se esfuerzan, pero el sistema no les ayuda. El sistema ayuda al transgresor, al objetor, al que no tiene nada que decir o no quiere hacer nada. No se trata sólo de poner medios tecnológicos para satisfacer las ansias de modernidad de nuestros alumnos, se trata también de restablecer un espíritu, un ansia de progreso, de mejora y de aspiración al conocimiento. Y en ello, los profesores en lugar de verse encadenados a los savonarolas y los juanjos de turno, deben tener cierta seguridad en su papel de transmisores del conocimiento y del saber de nuestro tiempo y de épocas pasadas.

En clase de lengua de tercero de ESO aprovecho los textos que leemos para promover debates. Creo que es un medio eficaz para fomentar la participación y la expresión oral, a la vez que establece unas pautas para poder hablar siguiendo un turno en el que todos pueden expresarse libremente respetando las voces de los demás.

¿Hay algo tan poderoso como un sentimiento? ¿Como una suma de sentimientos? Creo que nos mueven los sentimientos más que las ideas. Un sentimiento es un estado del corazón, del ánimo, del humor, una propensión a lo emocional. Una idea es más racional y, por tanto, más fría, más cerebral, más intelectual, más analítica. Aunque también hay a veces ideas que se sentimentalizan, se cargan de densidad emotiva -y de peligro-, la de nación, la de Patria por ejemplo.