Ando las últimas semanas abismado en una biografía de Franz Kafka que abarca exclusivamente
cuatro años (1910-1914), escrita por Reiner
Stach y titulada Los años decisivos.
Mi experiencia de sumergirme en este grueso volumen biográfico es extraña por
el escaso tiempo que abarca y la extensión minuciosa de lo que allí aconteció,
en aquellos años en que compuso entre otros títulos, El fogonero y La metamorfosis.
No es fácil entrar en la vida de Kafka
de la cual sabemos prácticamente todo. Hay días incluso que sabemos hora por
hora qué hizo a través de sus diarios y su abundante correspondencia (más de
1500 cartas). Sin embargo, nada de eso explica a Kafka ni a su obra literaria que mana de la profundidad abisal de
su psique conflictiva.
La vida de Kafka
es gris, apenas hizo nada destacable. Era empleado de una empresa de seguros,
empleo que le daba seguridad pero que él no amaba. Vivió con sus padres hasta
pasados los treinta. Recordemos que murió a los cuarenta años por tuberculosis
de laringe en junio de 1924, solo vivió media vida, una vida marcada por el
fracaso vital más profundo, fracaso en su intento de abandonar su opresiva
profesión, fracaso en sus relaciones amorosas, fracaso en su vida sexual...
Parece que tuvo que ser un ser frágil, aislado, inmaterial, aquejado de
profundas depresiones endógenas y estados enfermizos y angustiosos. Kafka dejó tras de sí un campo de
ruinas. Vivió toda su vida en la misma ciudad -Praga- y estuvo obsesionado por la
relación con su padre por el que se sentía aplastado. A partir de un momento
determinado se dio cuenta de que él era Literatura, que solo podía vivir en la Literatura. Sus textos no son muy numerosos y raramente se sentía satisfecho de ellos. Si alguna vez lograba terminar un relato, se sentía profundamente feliz.
Escribir le serenaba pero tenía que ocupar buena parte de las noches para
hacerlo porque estaba esclavizado por su trabajo de burócrata que detestaba.
Sus relatos son de una precisión asombrosa, nada hay que sobre en ellos, son
como una pieza de orfebrería maravillosa, pura exactitud que recrean un mundo
inhabitable al que el lector tarda en acostumbrarse. Nada hay en su vida que
explique su genialidad, ni viajó demasiado fuera de algunos viajes a ciudades
cercanas como Viena o Budapest o Berlín. Visitó brevemente París
y Venecia. Su literatura brota de
las profundidades, tan hondas que no pueden ser explicadas por sus
circunstancias biográficas por lo demás totalmente alejadas del aventurero.
Todo le hacía pensar a aquel neurótico que era Kafka y, sin embargo, aunque no hiciera nada salvo quedarse en el
sofá todo el día, lo que escribió conmocionó la historia de la literatura
occidental haciéndonos pensar a millones y millones de personas.
¿Qué significa su mundo? ¿Qué quiere decir con sus relatos?
Se han escrito centenares de estudios con sus posibles
interpretaciones, pero nada explica su fuerza y hondura, su inabarcable
complejidad que ha dejado en los registros comunes el adjetivo “kafkiano” para
referirse a algo incomprensible, tal vez absurdo, pero algo más que absurdo
porque en el mundo de Kafka todo está medido, todo tiene su lógica que no
conseguimos desentrañar. Su potencia estética es abrumadora y nos sume en el
desconcierto más absoluto.
Kafka era un apasionado de las biografías, era seguidor de
las tendencias naturistas e higienistas de la época, era vegetariano, practicaba la gimnasia
desnudo en invierno con la ventana abierta o en el bosque. Tuvo relaciones
fundamentalmente por carta con diferentes mujeres como Felice Bauer que vendió su correspondencia después de la muerte del
autor nacido en Praga (Imperio Austrohúngaro), dejándonos un testimonio enigmático porque no conseguimos
descubrir qué buscaba en aquella mujer tan gris, a la que escribía dos y tres
veces al día cartas a veces de quince o dieciséis páginas explicándole lo
imposible que sería la vida con él. Estuvo comprometido dos veces con ella,
pero ella rompió el compromiso tal vez por la extrañeza de aquel hombre
obsesivo e incompresible. A la vez que él la escribía no dejaba de mostrarle el
absurdo que sería estar con él. Después de seguir el desarrollo de sus
relaciones, no consigo, como lector, saber qué buscaba en aquella empleada
berlinesa cuyos dientes deteriorados parecían repeler a Kafka.
Cuando nos acercamos a Kafka
tenemos la impresión de que su reino no es de este mundo y que hubiera estado
siempre buscando un Arte de vivir
para hacerse cercano a las experiencias de otros seres humanos en su definitiva
otredad. Era un ser enigmático y
frágil del que es imposible hacer una biografía porque por mucho que se ahonde,
y se ha ahondado mucho en todos los aspectos por sesudos especialistas, Kafka y
su literatura se nos escapa, pero su universo nos ha afectado a todos y los que
nos aproximamos a lo que él fue o escribió no dejamos de sentir algo que es
fruto del dolor más hondo y de la extrañeza de vivir. Aunque tal vez también
pueda extraerse un sentido del humor que no se puede calificar sino de kafkiano. Sin duda, si alguien ha creado
un mundo radicalmente suyo, personal e intransferible que es definitivamente
elusivo, es este autor checo que escribió pocas obras completas y dejó en su testamento
establecido que fuera quemado todo lo que él había escrito. Afortunadamente Max Brod, su amigo y albacea, no respetó su voluntad.