“Al
contrario de lo que hacen algunos profes, más que sacralizar el Quijote
deberíamos desacralizarlo, bajarlo de esa nube de elitismo que nosotros mismos
creamos”.
Este es
el punto de partida de mi post, un fragmento de una respuesta de Toni Solano a mi comentario sobre la
lectura de El Quijote por parte de
adolescentes.
Me ha
sorprendido y no me ha sorprendido. Conozco las posiciones de mi amigo bloguero
del alma con el que mantengo comunicación desde 2006 y él ha seguido mis
circunvoluciones personales y blogueras con una entrañable fidelidad.
¿Contribuimos
a sacralizar El Quijote los
profesores que lo consideramos una obra maestra inigualable? ¿Alejamos por
tanto de su lectura a presuntos lectores que la asumirían si les fuera
presentada en unos términos más modestos? ¿Tal vez como una buena novela? ¿Tal
vez como unos sketches en que
aparecieran representados Sancho, Don
Quijote y Dulcinea en la vida cotidiana? ¿Hay que bajar El Quijote a unos
términos más humanos y cotidianos? ¿Adecuarlo a los diferentes ritmos de una
juventud fragmentaria y marcada por las redes sociales? Sin duda, esta es la
posición de Toni y ello me
representa un hito interesante que leo con suma atención.
Sin
embargo, algo me llama la atención. En mi juventud, ya lejana, yo aspiraba a
conocer modelos que estuvieran en lo alto, que sobrepasaran la trivialidad, que
fueran en alguna manera superlativos... que contuvieran trazos de genio que me
alumbraran y distrajeran del vulgar acontecer de los días y de las cosas. Así
se hizo mi afición lectora: mitificando a autores, dejándome admirar por Samuel Beckett, Cortázar, Henry Miller,
Anaïs Nin, Lawrence Durrell, Kerouac, Kafka, Dostoievski, Tolstoi... No sé
cómo yo leí pero todo me llevaba a encumbrar a una serie de autores que me parecían
cimas inescalables en el espíritu humano. Shakespeare,
Molière, Milton, Dante, Cervantes... Leí El Quijote a mis 21 años introducido por un excelente profesor que
me hizo apreciar la genialidad de esta creación, y lo leí con reverencia,
sabiendo que me enfrentaba a algo excepcional ante lo que me inclinaba. Luego
he aprendido a saber que Cervantes
era no solo un genio sino alguien profundamente humano que tuvo una impresión
en vida de fracaso que no logró atemperar el éxito de una obra presuntamente humorística
que fue despreciada por los estudiosos españoles por la gran admiración que
causaba entre los británicos.
Me
pregunto por qué un adolescente de hoy en día tiene que consumir carne
enlatada, que no le asuste, que no le lleve a pensar que se enfrenta a una cima
del pensamiento y la literatura. ¿Por qué no le puede atraer el saberse ante
algo radicalmente diferente y que esto le estimule a saber más del genio que lo
produjo?
Algo de
la respuesta a esto me lo dan las redes sociales en las que soy colaborador.
Tengo cuenta en Facebook y en Twitter. Allí escriben en horizontal
igualdad el que dice que le pican los sobacos como el que recoge el más
sensible pensamiento. Hay una línea del tiempo en que se van sucediendo los
estados de ánimo, unos airados, otros francamente positivos, pero con un tono
semejante al que nos presenta las revistas del corazón en que vemos las más
vistosas biografías a nuestra altura y ofrecidas a nuestra contemplación. Nada
hay grande, nada hay demasiado grande... todo alcanza un tono medio trivial en
que la realidad es diseccionada sin apelar a algo que nos sobrepasa, que está
más allá de nosotros...
Este es
el mundo en que nuestros alumnos adolescentes se forman. En él no hay mitos, en
él todo es horizontalidad y sirve igual un pensamiento elaborado que un
regüeldo mental. ¿Cómo entender que ciertas obras literarias, que la literatura
misma guarda un lugar de excepción en el
espíritu humano? ¿Cómo hacer horizontal a Cervantes?
¿Cómo hacer cercano a Dostoievski?
¿Cómo demostrar que aquello que los hizo únicos hoy constituye carne que
circula en las redes sociales que horizontalizan la realidad, la literatura, la
historia de las religiones, la cultura?
¿Ya no
tiene sentido lo que estimula sentimientos que van más allá de lo trivial? Mi
historia como profesor tiene varias etapas y esta es una de ellas, pero yo soy
consciente de que hubo un tiempo no demasiado lejano que lo único, lo singular,
lo excepcional eran motivos suficientes para ser acogidos con entusiasmo para
aquellos espíritus que se identificaban con lo que se salía de los cauces de la
normalidad.
Hoy
vemos a Cervantes, y a Kakfa y a Dostoievski a través del prisma que nos ofrecen facebook o Tuenti. Es el signo de los tiempos, y ello no permite en ningún
caso la mitificación, el pensar que haya algo que vaya más allá del rascarse
los sobacos y que aspire en alguna manera a expresar un modo auténtico,
arriesgado y original de contemplar la realidad y el mundo.
¿Qué
son Don Quijote y Sancho? ¿Quién es Gregorio Samsa? ¿Quién es Raskolnikov?
¿Hemos de hacerlos actuales, contemporáneos a nuestros tics, a nuestras nuevas
obsesiones, a nuestro modo horizontal de entender el mundo, a nuestros
comentarios en facebook con el
clásico me gusta que revela la enorme
pérdida de complejidad del pensamiento? ¿Hemos de acercarnos a ellos evitando
la sacralidad o hemos de creer en ella?
Mi
experiencia como profesor es en este sentido compleja. Mis alumnos dicen que
soy peligroso porque soy demasiado filosófico, tiendo a extraer de mis
comentarios factores que llevan a la consideración de la obra de arte con
extrañeza y ello contrasta con la percepción de mis alumnos que se sienten
confusos cuando ellos están habituados a la consideración llana de la realidad,
la apegada a las redes sociales. No entienden que yo les estoy hablando de
otras dimensiones a las que solo se es accesible desde una visión compleja y
sacra del acto creativo. Sé que navego en contra de los tiempos, sé que no es
lo que se habitúa, pero me he dado cuenta de que es lo único que soy capaz de
hacer. Presentar lo literario como el reino de la extrañeza y de la singularidad, en una realidad que se
entusiasma por ser igualitaria y vulgar. Es una apuesta arriesgada y condenada,
lo sé, al fracaso. No se puede ir contra el espíritu de época. Es así.