¿Qué seríamos sin la rutina que da sentido y continuidad a nuestra vidas? ¿Qué sería un centro de enseñanza sin la correspondiente rutina que asegura horarios, profesorado, materias, tareas, tiempos de descanso, programaciones didácticas? Sin la rutina no seríamos mucha cosa. La rutina va unida a la idea de tópico, lo esperable, lo que tenemos seguro, lo que siempre es así; nos da seguridad, nos hace confortable y cálido el mundo puesto que solemos hacer diariamente las mismas cosas, nos sentamos en los mismos sitios, decimos cosas parecidas y pensamos igualmente de un modo homogéneo y rutinario… Es lo que produce sin lugar a dudas esa abundancia de lugares comunes (topoi) que son habituales en el pensamiento, y a ellos nos aferramos como claves de vida… La rutina nos hace previsibles, nos hace humanos, nos hace confiables. Las personas que nos conocen se fían de nosotros precisamente porque saben que vamos a reaccionar de un modo predecible. Así es la vida de previsible, y tememos lo que nos saque de dicha rutina lo que sentimos como una amenaza a nuestra seguridad, a nuestro estatus existencial.
Esto aplicado a la vida escolar tiene
unas consecuencias importantes. Nuestros alumnos vienen al instituto por
rutina, tienen sus mentes preparadas para la rutina, actúan y trabajan (es un
decir) por rutina… Es la forma más potente de asegurar el esfuerzo continuado.
Crear rutinas previsibles, fáciles, mecánicas… Estas son esperadas para dar una
constancia a la personalidad, al hecho de estar en el instituto. Un profesor
que asegure las rutinas, tiene mucho de ganado. Estas tienen algo de mantra
budista. Su repetición hace distender los músculos y facilitar la concentración
en tareas sencillas.
La rutina libera, es cierto, pero también
encadena siempre a las mismas perspectivas, a los mismos lugares comunes que
expresan siempre las mismas ejecuciones mentales, del mismo modo, así hasta el
infinito. Solo los ritmos naturales de transición de las estaciones y las
fechas del año van cambiando nuestra posición en el mundo haciendo que tengamos
días de trabajo y días de asueto.. Es la presencia del tiempo cíclico que
asegura una cierta renovación en nuestras rutinas mentales y hormonales. No
sentimos del mismo modo en invierno que en primavera. Esto nos produce
excitación y angustia a la vez.
La rutina es necesaria pero todos sabemos
el poder que tiene intentar romper la rutina. La rutina asegura un lugar en el
mundo pero los adolescentes quieren romperla (la indisciplina, los desafíos,
los estados conflictivos…) Es un juego interesante el que se establece entre el
profesor que tiene que asegurar la rutina (aunque pretenda dentro de ella,
provocar la sorpresa -dentro de un orden-) y los alumnos que quieren romperla.
Es el poder del profesor y su capacidad de encauzar el caos y la entropía el
que hace que por fin, si hay suerte, prevalezca la autoridad, el orden y,
por fin, la rutina, que tranquilizará a los alumnos que la necesitan puesto que
en el universo de la rutina el tiempo paradójicamente pasa más rápido, se es
menos susceptible de caer en la angustia. De hecho es la fuerza del profesor la
que hará que este reino sea posible. Un reino de paz y de serenidad debajo del
mar tempestuoso de los sentimientos tormentosos de una adolescencia dramática…
Y pobre del profesor que pretenda, sin el bagaje suficiente, crear ritmos
nuevos, puede caer en el vacío, si no logra conectar con los lugares comunes de
sus alumnos que aseguran su permanencia en el mundo y su relación con el caos.
Y sin embargo, el aprendizaje
significativo se da siempre en la excepción, en el descubrimiento, en el viaje
a Ítaca que da dimensión a nuestras vidas, en la iluminación que descubre
facetas inéditas de nuestro ser que se ve envuelto en batallas no
necesariamente ganadas…
El profesor es un maestro en la
generación de rutinas. Son imprescindibles, vitales, para dar seguridad a
nuestros alumnos que se sienten, como decía, tranquilizados por ellas y les
ayuda a soportar el tiempo (ese terrible escultor -como decía Margueritte
Youcernar- no entendido por ellos)… pero también es necesario un espacio
para la excepción, para lo nuevo, para los estados mentales desconocidos.
En ese equilibrio que tiene como eje la
duración temporal se dirime nuestra tarea docente, entre la necesidad
fundamental de las rutinas y la imprescindible ruptura de esos estados que
tienden a la repetición y a las ideas siempre iguales que se tienen por
verdaderas pero no son más que estados rutinarios, monótonos, tranquilizadores
pero empobrecedores, tremendamente previsibles. De ellos surgirá tal vez la
excepción a la angustia pero difícilmente saldrá lo nuevo que es lo que da
renovación al mundo y prepara a los hombres a los saltos conceptuales; es lo
que los creadores tienen como eje fundamental. Son los novadores los que
conquistan el mundo y los repetidores los que lo viven pasivamente.
¿Qué hemos de hacer en la escuela en este
dilema?
(Este post fue publicado el 4 de enero de 2013 en Nuevas andanzas de Profesor en la secundaria. Lo vuelvo a editar porque me interesa el debate acerca del mismo).
Gracias por explicarme la razón última de mi fracaso docente. Más allá de lo impredecible, mi condición improvisadora, primera naturaleza mía, me ha impedido siempre crear esas rutinas de las que hablas, lo que ha creado en mis alumnos el desconcierto consiguiente y la impresión de que no estaban aprendiendo nada conmigo. Siempre he valorado la rutina, sin embargo, incluso como una necesidad, y por ello la aplico en mi vida privada con una perseverancia total. Ahora bien, mentiría si no dijera que la rutina de comportamientos, actos o manifestaciones me ofrece un campo hermoso para manifestar mi tendencia a la improvisación. Dicho de una manera gráfica: jamás me amarillearán los apuntes. No los tengo.
ResponderEliminarEs dfícil en estos tiempos tener apuntes amarillentos con los cambios de editoriales, de soportes informáticos, de complejidad de nuestros alumnos cada vez más diversos, de adaptación continua a circunstancias cambiantes. Yo tampoco tengo apuntes, cada año varío radicalmente lo planteado en el curso anterior buscando enfoques nuevos. La improvisación es realmente interesante. Yo también la ejerzo pero la temo por los resultados inciertos que produce en el aula. El otro día leía poemas de García Lorca y, en algún caso les hice recitar el estribillo de "a las cinco de la tarde" del Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, y se produjo un desorden que me costó encauzar. Estos muchachos no conocen el término medio, el que permite el gozo de aprender y a la vez el orden que lo sustenta.
EliminarLa rutina de la innovación.
ResponderEliminarUna interesante paradoja que expresa que la innovación también puede ser considerada una rutina.
EliminarSiempre hay un justo medio. Ni se puede construir un mundo mejor anclados en la rutina, ni se puede tirar del carro innovando de continuo. Traducido al aula, el justo medio habría de buscar el equilibrio entre esa monotonía que da la seguridad y la confianza, y el salto al vacío que supone enfrentarse a retos desconocidos. No es fácil, pues las tentaciones de anclarse o moverse demasiado son frecuentes, sobre todo la primera, no solo para el profesorado, sino también para los alumnos que encuentran en esquemas repetitivos un salvavidas que los protege del esfuerzo.
ResponderEliminarRecuerdo que comentaste este post en el otro blog con unas palabras distintas. Temía aburrirte reproduciendo lo ya publicado. Pero aportas matices nuevos en que ves el peligro en las dos actitudes: la rutinaria y la novedosa a toda costa. Y sí ciertamente, mis alumnos prefieren la rutina, se encuentran a gusto en ella especialmente copiando. La peor amenaza para su estabilidad mental es que se les proponga el ejercicio del pensamiento y la reflexión. Esto no les gusta. Eligen claramente las formulaciones mecánicas del aprendizaje, y el profesor hábil y perezoso lo sabe y puede sacar partido de ello.
EliminarNo sabría valorar lo que es más útil en la escuela de hoy dia, pero sí te puedo decir lo que me gustaría tener en mis profesores si yo fuera estudiante: sí, me gustaría que fueran rutinarios en general pero de momento... un día, encontrarme en clase con algo fuera de esa rutina que me despertara la curiosidad. La rutina para siempre jamás nos duerme el alma.... una improvisación, una sorpresa hace despertar emociones nuevAS.
ResponderEliminarEs cierto, IOLA, así pretendo despertar la sorpresa en medio de un continuum rutinario. Sin embargo a veces es difícil gestionarlo porque la sorpresa induce desorden y el desorden rompe la sorpresa y la convierte en distracción sin sugerir emociones nuevas. Depende mucho del tipo de alumnado que se tenga. Hay que reconocer que buena parte del mismo no sienten esas emociones nuevas porque no están preparados para ello, y aprovechan esos momentos para soltar lo que habitualmente se llaman paridas. De eso hay mucho.
EliminarEn infantil se trabaja justamente por rutinas diarias, que luego se pierden a lo largo de los cursos y la única rutina es la negativa: horarios siempre iguales y una secuencia didáctica mayoritaría de explicación con libro-ejercicios para clase y casa-corrección. Las rutinas necesarias (lectura diaria, algo de trabajo en casa, buena actitud, aprender fuera de la materia, diálogo constante....) brillan por su ausencia en muchos centros
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