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martes, 4 de noviembre de 2008

Barack Obama

Yo no puedo votar, por razones obvias, en las elecciones de Estados Unidos. Sin embargo, he de reconocer que esta campaña me ha llegado con calor y no tengo dudas sobre cuál es mi candidato preferido  que  no es otro que Barack Obama. El senador por Illinois ha sabido hacer una campaña seria y coherente, sin estridencias, con respeto, con honestidad, y ha llegado a ganarse lo que se está debatiendo en Estados Unidos: la confianza. Confianza en alguien que puede sacar a su país de la crisis económica y moral en que está hundido tras ocho años nefastos de la administración Bush.

 Sus orígenes modestos, su compromiso con los más desfavorecidos en Chicago como abogado en servicios sociales, hacen de Obama el candidato que se ha hecho a sí mismo, un mito que atrae en el planeta americano, en que existe la creencia que cualquiera puede llegar a cualquier sitio si trabaja con ahínco.

 La crisis económica propiciada por un capitalismo salvaje, sin reglas, ha exportado a todo el mundo la depresión en que nos debatimos. El mundo necesita cambiar sus reglas económicas que favorecen exclusivamente a los más poderosos, que actúan movidos por una voraz avaricia. No sé hasta que punto Obama puede cambiar el mundo y hacerlo más justo. Imagino que él se sentirá prisionero del stablishment financiero y político, y no podrá desarrollar una política social que lleve la sanidad a todos los norteamericanos, por ejemplo. Clinton lo intentó, pero su plan de reforma de la sanidad naufragó, siendo uno de sus proyectos estrella.

 Igualmente, surgen dudas sobre qué hará Obama, si gana las elecciones, con la guerra de Irak y Afghanistán. Son decisiones complejas, pero hay que considerar que el ciudadano medio americano ya está afligido por el número de bajas y el gasto que supone dicha guerra, que sólo ha conseguido aumentar la inseguridad en el mundo y potenciar el fundamentalismo islámico.

 Asimismo, espero que una de sus primeras decisiones sea cerrar la prisión de Guantánamo y otras similares. Esto y la política sobre los derechos humanos de Estados Unidos ha supuesto un enorme desprestigio de la potencia americana en el mundo. Todos recordamos las difundidas torturas en la cárcel de Abu Ghraib en Irak con el consentimiento y la anuencia de las autoridades americanas.

 Es necesario un nuevo liderazgo mundial que se ejerza de forma diferente, entendiendo que Estados Unidos es la superpotencia que, con errores y aciertos, puede construir un mundo más equilibrado.

 Además, aunque no lo hemos citado, el hecho de que Barack Obama sea negro, hijo de un keniata que lo abandonó de pequeño, supone una revolución en el pasado racista de los Estados Unidos, con el que no puedo dejar de simpatizar. En muchos sentidos, la figura de Obama es continuadora de Martin Luther King, que fue asesinado por sus ideas y su capacidad de fomentar sueños de mayor justicia y fraternidad entre “todos” los norteamericanos. Obama quiere ser el presidente que una a los americanos, sin distinción de sus orígenes sociales o étnicos.

 En definitiva, su personalidad me ofrece confianza y la esperanza de que pueden hacerse mejor las cosas. No puedo votar realmente, pero aquí deposito mi voto virtual en este cuatro de noviembre en que puede ganarse una votación histórica. 

domingo, 2 de noviembre de 2008

Un reencuentro

Llueve. Son días de lluvia generosa. Una tupida cortina de agua golpea los cristales de la claraboya de mi buhardilla. Escribo en esta mañana del domingo en que todavía estoy dominado por una intensa emoción. Ayer noche también llovía. Mi mujer y yo nos acercamos a un centro comercial para ir a ver una película. De pronto,cuando entrábamos por el acceso principal, oigo una voz que me decía: ¡Hola, profe! Me volví y vi a una parejita de jóvenes a los cuales conocía por haber sido alumnos míos hace unos años. Recordé inmediatamente sus nombres: Toni y Estefanía.

 Di un apretón de manos a Toni y di dos besos a Estefanía. En mi mente se rebobinaba la imagen de Toni y los dos años que fui profesor suyo. Su paso por la ESO fue terriblemente conflictivo. El primer año tuvimos él y yo múltiples problemas. Nada era sencillo con él. No trabajaba y se negaba a cualquier esfuerzo. Me enfadaba frecuentemente porque no traía material a clase, y cuando se fijaba alguna tarea a realizar, él se negaba a hacerla. Digamos que nuestra relación no fue fácil. Le puse algún parte de amonestación por sonarle el móvil en clase y promover una situación que puso la clase patas arriba. Le confisqué el móvil y llamamos a su casa para que su padre viniera a buscarlo. Estuve presente en el encuentro con su padre en el despacho del jefe de estudios. Observamos que su padre no tenía demasiada autoridad sobre él, y que mantenían también una relación tormentosa. El hijo parecía despreciar a su padre y no sentirse a gusto con su presencia.

 Lo tuve otro año como alumno en tercero de ESO. Suspendía todo y su pasividad era absoluta. Se sentaba al final de la clase y ya no creaba problemas. Alguna vez intenté hablar con él, pero parecía sumido en un mutismo absoluto. Creía distinguir en él un gesto de tristeza y abandono. Me pregunté más de una vez qué sería de su vida, tan perdido y aislado lo veía. Creo que escribí incluso un post sobre él en mi etapa inicial de Profesor en la Secundaria, post que se ha perdido porque borré mis primeras treinta entradas correspondientes a los meses de octubre y noviembre de 2005. Aquel muchacho ofrecía la viva imagen de la desolación y la pérdida de rumbo.

 Ayer me encontré con él y su novia. Le pregunté si estaba trabajando. Me dijo que era soldador, y que mañana –hoy domingo- salía en avión rumbo a Londres donde trabajaría durante unas semanas con su empresa. Le vi contento y sereno. Y sobre todo centrado. Fue él quien me paró. Mantuvimos una conversación de varios minutos en que mutuamente nos fuimos interesando por nuestras circunstancias.

 Lo mejor fue cuando nos separamos. Le apreté el brazo en señal de afecto, pero aquello no era suficiente. Nos abrazamos con calidez y nos despedimos.  Durante la película me asaltaba la imagen de Toni y nuestro reencuentro. Me planteé cómo se pueden reorientar la vidas que por unos momentos damos por totalmente perdidas en esos años de tormentas emocionales a los que a algunos afectan dramáticamente. Volví atrás y hubiera querido rehacer las palabras que en el pasado dirigí a Toni, mis palabras airadas y mis reproches. ¡Quién iba a decir que entre nosotros pudiera existir una corriente de simpatía y de reconocimiento!

 Este post continúa el que hace unos días sugirió Antonio Solano sobre la acera por la que caminábamos cuando nos encontrábamos con algún alumno. Ayer recibí una lección hermosa que me lleva a plantearme mis relaciones con alumnos difíciles. A veces, sin quererlo o sin intuirlo siquiera, surgen corrientes de comunicación en las más ásperas circunstancias. Sentí cómo una herida del pasado tendía a cerrarse. Ojalá, Toni, todo te vaya bien en la vida. Los pasos de nuestra vida son inciertos y a veces cuesta encontrar el camino. No sé por qué pero este reencuentro me insufló una enorme carga positiva y esperanza. Habrá otros Tonis tan perdidos como él y quizás nuestra relación no será sencilla. Necesitamos tener la mirada puesta en la cercanía de lo que pasa en nuestros días, pero también en la lejanía del tiempo que vendrá. 

miércoles, 29 de octubre de 2008

Guerra en el Congo



Euforia en las bolsas americanas y europeas. El Ibex 35 sube en estos momentos que escribo 6,90 %. Recibo dos correos a lo largo de la mañana del miércoles. Uno de mi suscripción a las noticias de Le Monde y otro de Viajar.com que me ofrece “Un mundo para descansar. Hoteles a 40 €”. El titular, en cambio, del día en Le Monde dice así:"El ejército gubernamental se repliega delante del avance de los partidarios de Laurent Nkunda, que se aproximan a la ciudad de Goma, en proximidad con la frontera con Ruanda. Los cascos azules son impotentes delante del avance de los rebeldes". La guerra nuevamente se ha reanudadado en el este de la República Democrática del Congo. Decenas de miles de personas huyen presa del pánico ante el avance de las fuerzas del CNDP (Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo) de tendencia protutsi dirigido por Laurent Nkunda que se enfrenta a las Fard (Fuerzas Armadas de la República Democrática) de tendencia gubernamental y a los combatientes hutus (FDLR). Parece iniciarse la tercera guerra del Congo que ha dejado un reguero de cuatro millones de muertos y millones de desplazados y refugiados. Los destacamentos de la Naciones Unidas (Monuc) allí destinados manifiestan su fracaso en conseguir el cese de las hostilidades. La zona de Kivu Norte es una de las mayores productoras del mundo  de coltán y casiterita, elementos imprescindibles en la telefonía móvil y las videoconsolas. Todas las facciones enfrentadas negocian con estos minerales que son extraídos en condiciones de esclavitud.

La situación es confusa y no se acaba de entender el lío de siglas que concurren en estos enfrentamientos que oponen nuevamente a partidarios de los hutus y los tutsis, como en el terrible genocidio de Ruanda en 1994. Pero una cosa es cierta, Occidente está muy interesado en los yacimientos de coltán y casiterita que hay en la zona y los compra a cambio de armas y dinero a todas las partes enfrentadas. Armas y corrupción no les falta. Todo lo demás sí.

La principal víctima es la población civil que es asesinada y ha de huir de las zonas de conflicto en la zona más castigada del planeta.

Para mi sorpresa ni la edición digital de El País ni la de El Mundo hacen referencia a la situación en el este del Congo. La principal noticia es, cómo no, la citada al principio, la de la euforia en las bolsas de todo el mundo. Ello oscurece una tragedia como la que está pasando en estos momentos y que pasa desapercibida para el público occidental que se tienta los bolsillos para saber cómo le está afectando la crisis.

Recuerdo una conversación un día en Foz (Lugo) en el mercadillo. Una señora decía a un africano que lo que le vendía era muy caro, “que estábamos en crisis”. Él le respondió: “Crisis, señora, en África”.

Nada más, que no les olvidemos.

viernes, 24 de octubre de 2008

El espacio del dolor

Caixafórum, el centro cultural y social de la Caixa, acoge desde el 22 de octubre en Barcelona una interesante muestra de pintura, que abarca desde el Quatrocento al Barroco, titulada El pan de los ángeles. Son cuarenta y cinco obras pictóricas y tapices procedentes de la Galería de los Uffizi de Florencia. La exposición permite hacerse una idea de la evolución de la pintura italiana entre los siglos XV y XVII. Está organizada en torno a siete apartados en torno al sacrificio realizado por Cristo para redimir al hombre del pecado original.

El pan de los ángeles abarca desde la pintura de Botticelli al pintor barroco Luca Giordano cuya Subida al monte calvario ilustra la entrada de este post con un expresionismo muy marcado para provocar la emoción y la devoción del espectador. En la muestra destaca La Madonna della Logia de Sandro Botticelli. Su mirada, aparentemente serena, ya refleja la preocupación por el destino que aguarda a su hijo.

La exposición supone un recorrido por la espiritualidad de Occidente mediante el recuerdo de la entrega del hijo de Dios. Antiguo y Nuevo Testamento. El pecado original, el maná en el desierto, la anunciación, el nacimiento, la adoración de los pastores, la última cena, la flagelación, la crucifixión y la resurrección. En cuarenta y cinco cuadros vi compendiados los mitos del cristianismo, mitos que  me resultaban lejanos por más que la pintura que allí estaba viendo me seducía y maravillaba. La cosmovisión del Renacimiento y del Barroco buscando sus claves de espiritualidad y del sentido de la vida en la idea del sacrificio de Cristo por todos nosotros. El pan de los ángeles. De estas imágenes e historias me nutrí cuando era pequeño en tardes inmensas en el colegio de las monjas al que asistí hasta mi siniestra primera Comuníón. Más tarde en rosarios rezados a las seis de la tarde en el colegio de curas donde estudié durante nueve años. Imágenes que contemplé en procesiones larguísimas donde Cristo sufría lo indecible por todo el género humano.

Pero todo aquello no me decía nada. Me decía sí la pintura, el lenguaje del arte. El rostro desolado de la Virgen desfallecida con los símbolos de la Pasión de Cristo de Alessandro Allori, la Virgen con el niño de Parmigianino, La sagrada familia de Michele di Rodolfo... Pero más allá no había ningún significado, ninguna emoción como la que podían sentir los hombres de aquellos siglos.


Salí desconcertado, por un lado con la emoción de la pintura que había visto, pero también desolado por la lejanía que me suponían aquellas bellísimas imágenes sobre lo que representaban. Vi los últimos tres tapices con motivos de La última cena y el Descendimiento de la Cruz y me dirigí a la siguiente sala. No había nadie. Vi una puerta y una habitación en penumbra. En la puerta estaba el nombre del artista Joseph Beuys y se titulaba El espacio del dolor. Me quedé anonadado. Entré con precauciòn y vi un cuarto, tenuemente iluminado por una bombilla, de paredes de plomo, planchas de plomo rayadas con signos que ignoraba si estaban hechos por la gente que había visto la instalación o eran obra del mismo artista Joseph Beuys cuya historia y trayectoria investigué cuando llegué a casa. En el cuarto, de unos treinta metros cuadrados, no había nada excepto dos anillas en el techo junto a la bombilla. No había nada más. Aquello me recordaba una cámara de gas, era un lugar de agonía. Me acordé de la agonía de Cristo en la cruz. Relacioné dos imágenes conectadas con el sufrimiento y la muerte. Aquella habitación me evocaba la angustia y la muerte. No sé qué pretendería el artista, pero el título de la obra El espacio del dolor (Schmerzaum) resultaba explícito. La atmósfera resultaba opresiva, la iluminación, sórdida. ¿Habría salida? ¿Qué significaban las dos anillas del techo que parecían no ser de plomo? ¿Qué diálogo pretendía el artista conmigo? ¿Era para acostumbrarme a la muerte? ¿O era una accesis espiritual la que me estaba proponiendo el artista con un renacimiento posterior? Seguía sin entrar nadie. De vez en cuando se veía a alguna pareja despistada que miraba sin entrar, sin entender que aquello era algo más que una habitación vacía. Me senté en un rincón de aquella habitación tétrica, igual que cuando entré en el patio de las columnas de la mezquita de Córdoba. Algo me decía que aquello había que verlo desde abajo como participando de un profundo decaimiento del ánimo, abrumado por la atmósfera agobiante. Revisé las imágenes de la exposición de pintura italiana. Algunas se me habían quedado grabadas como la del Cristo en la escena del calvario de Luca Giordano cuyo rostro va a ser enjugado por la Verónica. El dolor es una experiencia universal. No podemos aspirar a estar en una burbuja protectora aislados del dolor. La vida es dolor y también capacidad para superarlo, y elevarse por encima de las paredes de plomo para encontrar la plata de esas anillas suspendidas en el techo, anillas que reflejan la luz. El plomo es protector, te aisla del exterior pero no refleja la luz. Somos migajas de luz en la oscuridad del universo. Y aspiramos al autoconocimiento. Joseph Beuys vino a decir que todos los seres humanos somos artistas y que cada acción es una obra de arte. Allí en aquella mañana de lluvia él y yo habíamos trenzado una comunicación a través del tiempo y habíamos sentido emociones paralelas. ¿Sería también un poco artista?

domingo, 19 de octubre de 2008

Camino


Reconozco que fui a ver Camino, película dirigida por Javier Fesser, sin muchas ganas. Sentía aprensión por lo que había visto en un vídeo promocional. Una niña de once años enferma de cáncer en la médula y su sufrimiento es utilizado para la glorificación del OPUS DEI en un ambiente que constituye una radiografía  respetuosa -no un diagnóstico- de la Obra fundada por Monseñor Escrivá de Balaguer. El resultado es una película magnética por la personalidad de la niña que interpreta el papel de Camino, Nerea Camacho. La película está inspirada en hechos reales sobre una niña formada en el ambiente de esta asociación religiosa llamada Alexia González-Barros que murió en 1985 y está actualmente en proceso de canonización.

Camino es una muchacha llena de vida que parece ofrecer todo su terrible sufrimiento por Jesús. Todo el ambiente de su familia es opresivo, aunque se puede decir que no está caricaturizado. Es simplemente así. Su madre, encarnada certeramente por Carme Elías, es una fanática de la orden que cree que la enfermedad de su hija es un bien venido del cielo. Su padre, en cambio, es tierno, frágil, impotente, pero resulta un personaje entrañable.

Carlos Boyero, crítico de El País, ha calificado la película de documento que le produjo horror y que le obligó a desviar la vista de la pantalla rebelándose contra esa secta oscurantista que manipula el sufrimiento de la niña para su propio engrandecimiento. Pero reconoce que la película le había tocado y no le dejó insensible. Es la misma sensación que he tenido yo al enfrentarme a un filme complejo cuyas conclusiones están abiertas al criterio del espectador.

No creo que Javier Fesser haya querido hacer una película contra el OPUS DEI. Nada hay de manipulación en la ambientación que no responda a la realidad. Ese es el auténtico horror. La hermana es candidata a numeraria de la orden y la vemos robotizada y carente de vida personal. Cualquier duda en la orden es considerada como tibieza. Pero Camino tiene su alegría y sus visiones que lindan con el surrealismo. Y además está enamorada de un niño de su edad que se llama Jesús. De ahí la ambigüedad de la película. La escena que en  su lecho de muerte se imagina bailando con el muchacho con un vestido rojo y unas camper rojas, rodeados de flores, es antológica y bellísima.

He rastreado en páginas del OPUS constatando, para mi sorpresa, que la película no les ha desagradado, al contrario que a su familia que la consideran una manipulación especialmente en la mención que se hace al final de la película del nombre real de Alexia como homenaje a la niña y en algunos detalles como los aplausos cuando la niña muere.

Es una película muy rica en matices, muy bien interpretada, y que sorprende por su fuerza emotiva. Horroriza y cautiva a la vez.  

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NOTA POSTERIOR: Por honradez intelectual he de hacer constar que la reacción del Opus Dei ante la película no es favorable como había escrito. He tenido acceso a la página oficial Opus Dei  en que se vierten juicios muy negativos con el conjunto de la película a la que se califica de radiografía desenfocada y falseada. 

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Sin embargo, la página no oficial El Opus Dei en Valladolid se hace eco de las entrevistas a Nerea Camacho, al director y de la crítica de Carlos Boyero. Esta página es una web formada por ex-miembros del Opus Dei muy críticos con su antigua organización. 

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miércoles, 15 de octubre de 2008

Artistas africanos


Hace unos días escribía algunas notas críticas con el arte contemporáneo. La mayoría de los comentarios mostraban su incomprensión acerca de obras catalogadas bajo esta etiqueta. Banalidad, agotamiento de formas, cansancio, idioteces, bostezo, provocación, mercado del arte, reivindicación de la emoción, falta de comprensión, indiferencia, vacío conceptual, avaricia comercial... eran algunas de las reflexiones que suscitaban este tipo de obras.
Hoy, sin embargo, quiero iniciar un recorrido fascinante a través de algunos artistas africanos que pintan en la actualidad. Desde muchos de estos artistas se rechaza el concepto occidental de “contemporaneidad”, que pretende universalizar un proceso creativo. No existe universalidad de lo contemporáneo. Esta es una categoría caduca. África crea desde otros parámetros, Occidente vive cegado por la sagrada alucinación que domina por doquier su arte, encerrado en el narcisismo.
Para los africanos el hombre de sus creaciones está ligado a los otros y a las fuerzas invisibles. No existen los hombres en soledad en la cultura africana. El ser humano está íntimamente relacionado en todas las etapas de la vida a los otros. Históricamente se ha venido juzgando el arte tradicional africano con el arte de los niños, de los locos o de los hombres prehistóricos. De ahí la fascinación que ha suscitado en occidente y la influencia que ejerció sobre las vanguardias (cubismo, surrealismo). Era un arte ligado a lo sagrado que fue considerado como “inocente”, “espontáneo” y fue rápidamente llevado a países occidentales para preservarlo que lo tomaron como recuerdos o testimonios de creencias primitivas. La voracidad o la condescendencia se apoderó de lo africano y se creó la etiqueta de “arte negro”, que no deja de ser una creación occidental.
Por eso no quiero teorizar más, sólo quiero dejar constancia del proceso creativo de algunos artistas africanos cuyo arte no está alejado de la emoción, ni es fruto del cansancio cultural, ni se basa en el relativismo de la experiencia artística. En algunos casos es arte social como crítica de la sociedad y la política como el de Shula -Jean Bosco Monsengo- (Zaire, 1959); otras veces tiende a la abstracción como Esther Mahlangu (Sudáfrica, 1935); pintura naïf como la de Moke (República Democrática del Congo, 1950); las esculturas de Agbagli Cossi ligadas a lo sagrado; el cubismo colorista de Florence Béal-Nenakwé (camerunesa); las espléndidas acuarelas de Mireille Dubois Vanhove (Congo) llenas de sentimiento y que hablan de la esperanza; las figuras de animales o guerreros masai de Tinga Tinga (Tanzania); Alex Mbugua (Kenia, 1958) y sus óleos multicolores de figuras difuminadas que me maravillan; el pintor enigmático Gico (Hosea Muchugo) y sus figuras humanas plenas de emoción; las figuras emotivas de rostros redondos de David Jaa Munyua; Andrew Kamondia (Kenya, 1956) y sus figuras ligadas a fuerzas telúricas; las escenas de la cotidianidad de Martin Kamuyu (Kenya, 1972); Masila (Kenia) y sus cuadros llenos de fuerza en los que aparecen el mundo de los antepasados y las fuerzas invisibles; el también misterioso Peter Mbugua y sus composiciones de cuerpos humanos, colorido y emoción. Una de sus composiciones ilustra el blog; Jared Kihiu Njuguna (Kenya, 1977) y sus cuadros de naturalezas muertas o seres humanos ataviados tradicionalmente; la inocencia y el humor de los cuadros de Njogu (Kenya); la alegría de vivir en los cuadros de Njuguna en composiciones corales; el estudio Banana Hill Artists en Kenya; Joseph Juma (Kenya, 1958) y sus aglomeraciones humanas....
Podríamos seguir durante mucho más tiempo. Esto sólo ha sido una selección apresurada de algunos artistas con claves de creación heterogénea pero que rechazan la idea de exotismo y de lo etnológico, así como la arrogancia cultural occidental. El problema es que la totalidad de estos artistas dependen de las colecciones occidentales. La noción de arte no es africana. En África nadie compra arte puesto que es considerado como algo inútil. Éste ha perdido sus antiguos poderes mágicos. Así, pues, este arte se reserva para los extranjeros que son quienes lo compran. En África no hay museos. Todo el arte africano marcha de África (clima, termitas). Las galerías europeas se han centrado en la búsqueda de artistas populares, aquellos que no han tenido educación formal y que son autodidactas.
La mentalidad africana vive ligada a la comunidad, al sentido del humor y a la vinculación con el país de sus antepasados. Una lección para nuestros museos de arte contemporáneo. También cabría hablar del supuesto retraso de África respecto a los dictámenes del ya caduco Fondo Monetario Internacional. África puede exportar humanismo, sentido pleno de la existencia, optimismo (sin acidez ni amargura), concepto del grupo como cohesión e integración de la diversidad, armonía. y mucho arte plástico y musical.  
No dejéis de clicar en los cuadros enlazados que pueden ser vistos en mayores dimensiones.  

domingo, 12 de octubre de 2008

Arte contemporáneo


Cuando viajo me gusta visitar los museos de arte contemporáneo que han proliferado por toda la geografía española. No he tenido ocasión de visitar ARCO, la feria de arte contemporáneo que se celebra en Madrid y que es la más importante de nuestro país. Es interesante intentar un diálogo con el arte que se está haciendo ahora. La idea de lo contemporáneo puede aplicarse a todo el siglo XX, o más restrictivamente al realizado después de la segunda guerra mundial, o incluso más reducidamente al creado tras el ataque a las torres Gemelas de Nueva York. Cuando paseo por las salas de un museo contemporáneo intento mantener una conversación con el artista que hace la propuesta. ¿Qué me está diciendo? ¿Qué pretende expresar? ¿Qué reflexión hay sobre el arte en su propuesta plástica, pictórica o literaria? No me considero un erudito en arte, mi visión es bastante simple. Me gustan los planteamientos de la modernidad que llegan a fundirse con mi visión del mundo. Mis impresiones en general suelen ser bastante decepcionantes. Hay demasiados museos de arte contemporáneo y no hay una producción de altura estética para llenarlos. El otro día paseaba por la colección del MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) y mi juicio no podía ser más pobre. Lienzos pintados totalmente en negro, esculturas con forma de caja de metal, formas inexpresivas carentes de imaginación, profundamente aburridas, una serie de cojines gigantes clasificados por colores. El bostezo me asaltó repetidamente cuando visitaba sus salas llenas de turistas que no sé muy bien qué sentirían ante aquella vaciedad e inanidad.

Hace unos meses tuve ocasión de ver la exposición conjunta de Picabia, Man Ray y Marcel Duchamp en el MNAC (Museo Nacional de Arte de Cataluña). Tuve ocasión de verla con mis hijas que se aburrieron profundamente. No tuve ocasión de verla con excesivo detalle, pero sí que llegué a la considerada obra fundamental del siglo XX, la fontana de Marcel Duchamp, un urinario puesto del revés. Imaginaba que cuando llegara a tal icono del arte dadaísta sentiría algún tipo de emoción profunda. Tantas veces había hablado de él y de la nueva concepción del arte que se derivaba de aquella fuente de la marca Mutt. Pero no fue así. Mi reacción fue fría, aquel objeto, o aquella cosa como acostumbraba a decir Marcel Duchamp, me dejo absolutamente impasible. No sentí nada, y casi me surgió de nuevo el bostezo. Fue una terrible decepción. Pensar que buena parte del arte del siglo XX derivaba de aquel objeto que ha sido considerado como el elemento artístico fundamental del siglo pasado resultaba decepcionante.

Quizás me faltaba una buena contextualización. Es imposible entender el arte contemporáneo si uno no entiende los parámetros en que está creado, el diálogo con el arte que el artista pretende mantener, la ironía que propone...

Creo que el arte contemporáneo es demasiado críptico y dentro de esta oscuridad significativa se esconde un profundo vacío. Hay ciertas cosas que se han incorporado ya a nuestra cultura como el relativismo de lo que es arte. Hay quien dice que arte es aquello que está colgado de las paredes de un museo y -añado yo- que estas paredes están llenas de patrañas huecas que no contienen nada ni expresan nada. Así lo tiende uno a sentir en numerosas ocasiones ante las banalidades que tiene ocasión de contemplar.

Sin embargo, no descarto seguir visitando museos de arte contemporáneo. A veces hay sorpresas. El diálogo con la modernidad es necesario, y en ocasiones uno encuentra auténticos visionarios como Juan Muñoz, el escultor de figuras enigmáticas en grupos o en soledad; o las fotografías de Desiree Dolrom de la feria de Arco de 2007, o cuadros de arte africano caracterizados por el sentido social del arte y el humor. Probablemente el conjunto sea profundamente frustrante. Hay mucho engaño y mucha mediocridad, pero de vez en cuando surge un artista total cuyo arte es revelador y transparente, a pesar de su carga conceptual. Es necesario tocar carne y sangre, es necesario que el arte vuelva a abrir sus venas ante el espectador, es necesario volver a recuperar la expresividad y la poesía del arte y que llegue a este asendereado hombre del siglo XXI tan necesitado de poesía visual ante la avalancha mediática a que está expuesto. A veces los artistas son deliberadamente oscuros para no entrar en los parámetros del arte comunicativo y televisivo, pero esta televisión es la verdadera formadora de nuestros criterios artísticos en la publicidad sobre todo.

Las imágenes que publico son de Desiree Dolrom, una artista que recrea el mundo del pintor holandés Johannes Vermeer. Son espléndidas por su tratamiento de la luz y el misterio de los rostros. Cuando pienso en arte contemporáneo auténtico imagino artistas como ella.
Estas fotos fueron publicadas por http://agaudi.wordpress.com/2007/10/24/desiree-dolron-fotografias/ .

miércoles, 8 de octubre de 2008

Negra sombra

Este año entra, como novedad en las pruebas de las PAU en la especialidad de Literatura Castellana, la poeta gallega Rosalía de Castro (1837-1885). Reconozco que la había tenido orillada en mis intereses poéticos, reducida a una posición sentimental y folclórica. Sin embargo, la profundización en su vida y su obra me la ha hecho emerger como un personaje interesante y auténticamente apasionante. Tuvo conciencia de levantar la bandera del idioma gallego –hablado por el pueblo pero desprestigiado en las élites- en la creación poética. Publicó dos libros en gallego: Cantares gallegos (1863) y Follas novas (1880). Tras el primer libro –se dice que cantó la alondra- nada volvió a ser igual a pesar de los graves problemas de distribución que tuvo aquella obra que inauguraba la moderna literatura en gallego. Ella, que no era una intelectual, consiguió que su voz llegara a la sociedad gallega y que fuera conocida y recitada, quizás más que leída.

 Su vida estuvo unida a la del intelectual gallego Manuel Murguía con quien tuvo varios hijos, alguno de los cuales murió. Rosalía tenía una salud precaria y una propensión personal a la tristeza profunda. Murió a los cuarenta y ocho años revelándose como una poetisa de singular intuición, creadora de imágenes llenas de fuerza y frescura expresiva.

 Tenemos que comentar una serie de poemas pertenecientes a su último libro En las orillas del Sar, escrito en castellano. No vamos a entrar en los motivos por los que decidió cambiar su lengua poética, pero sí vamos a sostener que es una extraordinaria artista del idioma. En las orillas del Sar es un libro intimista de autoexploración personal que se caracteriza por el sentimiento de desolación interior. Y realmente pocos libros he leído en que la tristeza sea tan profunda y densa, tan dramática la angustia existencial que atormentaba a Rosalía. Es un tratado de la conciencia metafísica sobre el sentido de la vida humana y de la desesperanza, inspirado en una fe problemática al estilo unamuniano. Publicó este libro en la antesala de la muerte (1884), aunque parece que está compuesto por poemas escritos años atrás. Su ordenación es problemática y no parece corresponder a ningún criterio. No hay prólogo ni presentación en su edición de 1884. La que apareció en 1909 había sido corregida y “manipulada” por su esposo Manuel Murguía, quizás para hacerla menos conflictiva y más cercana a lo establecido.  Por eso, y otras razones ha sido puesta muy en cuestión, y los editores se acercan más a la edición de 1884 como base de la obra.

 Me atraen su lenguaje, sus imágenes, su tristeza metafísica, su visión desolada de la vida, su amor por su tierra, el acercamiento a ciertos temas sociales como el de la emigración, su deambular por el mundo de los sueños frente a la terrible y dolorosa realidad. Rosalía era una alondra, una flor blanca traspasada por una aguda angustia que la hacía ser sensible hacia el dolor ajeno y en especial al de su tierra. Su sentimiento de pesar existencial la hacen próxima a las corrientes que atravesaron el siglo XX. Cuando uno lee sus poemas la siente cercana a estratos profundos, a esas galerías del alma en que nos reconocemos los lectores de naturaleza melancólica. Espero poder mostrar a mis alumnos esta especial emoción que me causa aquella mujer que quizás no tuvo conciencia de su papel y valor en la recuperación de la cultura gallega ni de las honduras del espíritu a que llegan sus poemas llenos de negra sombra.

 “Para el desheredado, sólo hay bajo el cielo/esa quietud sombría que infunde la tristeza”

 “Vosotros, que lograsteis vuestros sueños,/¿qué entendéis de sus ansias malogradas?/Vosotros, que gozasteis y sufristeis,/¿qué comprendéis de sus eternas lágrimas?/Y vosotros, en fin, cuyos recuerdos/son como niebla que disipa el alba,/¡qué sabéis del que lleva de los suyos/la eterna pesadumbre sobre el alma!”

  Negra sombra, Luz Casal y Carlos Núñez                                                                                                 

viernes, 3 de octubre de 2008

Leyendo a J.G. Ballard

Nuestra existencia es una negociación con el futuro en el que viviremos el resto de nuestras vidas. Nuestra identidad una entelequia absurda que se debate en espacios interiores más que exteriores. Vivimos en un submundo surrealista tras una fachada burocráticamente ordenada. Un centro de enseñanza: escaleras vacías, geométricas, pasillos acristalados, puertas que encierran energías desbordantes poseídas por la tecnología, la pornografía y el aburrimiento. Alumnos que se aburren y que añoran la belleza de las salas de disección, el maquillaje hermoso de los muertos, alumnos que deambulan por sus paisajes interiores llenos de enigmas inabarcables. El profesor gesticula, pero sus alumnos añoran algo que dé sentido a sus vidas aunque sea una explosión nuclear o un ataque terrorista. Necesitamos la fuerza de nuestra vida interior con el potencial de la imaginación, las obsesiones, los sueños y la psicopatología.

 Frente a esa realidad de edificios ruinosos y grises, de piscinas vacías, de cinturones industriales, de centros comerciales se alza un universo de posibilidades ilimitadas alejadas de la moral que ha sido desplazada por la lógica inversa y el veneno de la fascinación por la muerte, el sexo y la tecnología. El resultado es la ambigüedad y la perversidad, pero también enormes posibilidades de autoconocimiento y espiritualidad.

 Ya estamos inmersos en aquel territorio del Corazón de las tinieblas, navegando río arriba, rumbo a la autodestrucción o el autoconocimiento. La locura tiene un enorme potencial, y la creación nos conduce a la autodestrucción.

 El esperma llena el mundo, y él, junto al vómito y la mierda son extraordinariamente creativos. Soñamos con choques de trenes, explosiones de aviones, con cadáveres expuestos a la putrefacción. Nuestro mundo exterior sólo es una fachada de nuestros enigmas interiores inspirados por los sueños alucinatorios y premonitorios. El siglo XIX ha muerto. Del siglo XX nos ha quedado el surrealismo, el psicoanálisis, Marilyn Monroe, Mickey Mouse, las explosiones de Hiroshima y Nagashaki, las estéticas límite y la fragmentación de nuestro yo conflictivo y oscuro. Vivimos un mundo donde la ficción ha intoxicado todo. Ya no hay distinción entre realidad y ficción. Nos atrae nuestra propia muerte, la enfermedad, la estética de los hospitales, las teleseries de Disney Chanel. El futuro será aburrido porque nuestros sueños desbordan nuestra racionalidad, duramente constreñida a sus límites sociales. Un centro de enseñanza es una cárcel con muros, igual que los centros de trabajo. Nuestra imaginación trabaja por debajo y nuestros sueños son demasiado fuertes para ser contenidos. Querríamos que pasara algo, que viniera Godot, ver una ejecución o el estallido de una bomba nuclear, otras formas de belleza oscura. Los atentados del 11 S fueron la mayor representación artística del siglo. Los hemos visto miles de veces fascinados. Mis alumnos bromeaban sobre la destrucción de las torres gemelas y hacían estrellar aviones contra ellas.

 El futuro ha comenzado y ya está aquí. ¿A qué niño no le gustaría ser Huckleberry Finn y caminar descalzo sin normas, sin límites, sin escuela, abierto a la fuerza desbordante de la imaginación y los mundos interiores?

Autopsia del nuevo milenio (CCCB).

Un análisis lúcido e inteligente del significado de J.G. Ballard:

http://fmaesteban.blogspot.com/search/label/J.G.%20Ballard

lunes, 29 de septiembre de 2008

Ànima càndida

Este es el título de un artículo de opinión firmado por Jordi Llovet en el Quadern de El País el 25 de setiembre del presente. No puedo enlazarlo porque El País no publica en su edición digital los artículos o noticias publicadas en otras lenguas diferentes al castellano.

El artículo de Jordi Llovet versa sobre el último libro de Daniel Pennac Mal de Escuela en el cual estoy sumergido habiendo leído tres cuartas partes del volumen. Jordi Llovet acusa a este libro de optimista, de aprovechar la figura del estudiante zoquete para reivindicar una pedagogía ilusa o inocente. Recordemos que Pennac escribe este libro dividido en dos secciones, una biográfica en la que se evoca como alumno fracasado en la escuela francesa de los años cincuenta. Se recuerda como el alumno que se sentaba en el último banco y acostumbraba a desconectar de las explicaciones del profesor que por otra parte no entendía en absoluto. De esta situación fue salvado por un viejo profesor que le pidió escribir una novela –sin faltas de ortografía a las que tan proclive era el Pennac de aquellos años- a cambio de de no hacer exámenes de lengua francesa.

 La segunda parte del libro, más interesante todavía que la primera, es cuando Pennac utiliza sus veinticinco años de docencia para extraer algunas reflexiones que me han parecido sumamente lúcidas e interesantes teniendo en cuenta el tipo de alumnos que tenemos en este momento. Discrepo totalmente de Llovet cuando achaca este libro a la grafomanía de un escritor de éxito que necesita publicar un libro cada año para estar en el candelero. Mal de escuela, igual que Como una novela está compuesto de reflexiones personales originales y muy sugerentes. La mayor acusación a este texto es de calificarlo de roussoniano, aquella tendencia de pensamiento que estima que los seres humanos somos buenos por naturaleza pero es la sociedad quien nos pervierte. En el fondo está el pensamiento de Hobbes que nos recuerda que el hombre es un lobo para el hombre. Llovet apunta críticamente también con agudeza, que nadie le niega, a películas como El club de los poetas muertos o Los niños del coro. Reconozco que son dos películas que he visto en múltiples veces y que me han emocionado. Era profesor en los años noventa cuando estrenaron El club de los poetas muertos y yo que no soy nada dado a los escalofríos o las emociones fáciles, aquella película consiguió conmoverme, igual que Los chicos del coro. Ambas acaban de forma semejante. El profesor, un alma cándida, que ha conseguido transformar a sus alumnos con sus enseñanzas, es despedido de la escuela. Sus alumnos parecen ignorarlo pero hay una sorpresa final en ambas películas cuando los muchachos del profesor Keating se suben a las mesas saludando emocionados a aquel profesor que tanto les ha enseñado acerca de la vida. En Los chicos del coro, son unos aviones de papel que son lanzados desde las ventanas del internado porque les han prohibido salir a despedirse del profesor.

 Hay muchas películas que recrean la figura del profesor. Hubo una cuyo nombre no recuerdo que contaba la historia de un profesor de matemáticas enfermo del corazón que cogía un curso en Nueva York que era un desastre y lograba elevar su autoestima y llevarlos a la olimpiada matemática de los Estados Unidos y quedar en un buen lugar. No recuerdo el nombre, si alguien lo hace, le ruego que me lo diga para poder volverla a ver. 

¿Qué seríamos los profesores sin ese componente roussoniano que ve en nuestros alumnos oportunidades abiertas, todavía no cerradas? El sistema educativo puede rozar la catástrofe, pero a mí este sistema educativo me deja frío. Lo que me preocupa es el encuentro personal con algunos alumnos a los que mis palabras puede que no sean indiferentes. Necesito ser optimista (aunque de naturaleza soy pesimista) para esperar. Esa dichosa esperanza que es la virtud más necesaria entre los docentes. Alguien podría añadir también la necesidad de realismo, de tener los pies en la tierra. Pero las grandes utopías educativas desde Platón a Summerhill o Walden o la vida en los bosques, se han nutrido de un componente teñido de una cierta inocencia. El profesor ha de saber quién es cuando entra en clase, pero en su fuero interno ha de estar contagiado de esperanza. Antes Rousseau que Hobbes. Y además considero que la memorización de textos literarios como recomienda Pennac es un excelente método de comprensión reflexiva si a los alumnos se les hace pensar sobre lo que están memorizando. El libro de Pennac es interesante, aunque lo dice alguien que en este momento está en la barrera contemplando el mundo educativo. 

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