Recuerdo que en abril de 1996 en un cursillo de la
Generalitat de Cataluña navegué por primera vez en internet, utilizando el
buscador Altavista. No existía Google, algo difícil de imaginar. Han pasado ya
dieciocho años e internet se apropiado de nuestras vidas, formando parte de
ellas buena parte del día. Solo hay que ver la sobreutilización de los
dispositivos móviles en todo lugar y situación, el tiempo que pasamos
conectados, y la dimensión que tiene el mundo de las chorradas de corta
duración en internet. Corre un post que viene a decir que internet nos ha hecho
más tontos, más impacientes, más superficiales, más necesitados de estímulos
que confirmen nuestro valor, tendentes a compartir nuestra intimidad dejándonos
sin ningún espacio de soledad, propensos a creernos con multitud de amigos y
ser unos grandes artistas utilizando los filtros de instagram y semejantes. Nos
creemos en el centro de un espacio público cuando somos la inmensa mayoría totalmente irrelevantes y solo nos
prestan atención aquellos a los que también nosotros les damos a “me gusta” o
comentamos sus banalidades de un plumazo muchas veces lleno de faltas de
ortografía.
Yo soy docente con muchos años de carrera a cuestas, y
siempre me he enfrentado a adolescentes de la misma edad, y he constatado a lo
largo de los últimos veinte años la depauperación de la expresión escrita a
todos los niveles, el ortográfico, el léxico, el gramatical, el de contenido de
ideas, el de presentación de trabajos. Raramente hay pensamiento propio y menos
expresión con cierta complejidad de alguna idea. No noto inquietudes ni el
cuestionamiento de modos de vida que son ferozmente homogéneos. Los muchachos
que leen son radicalmente escasos. Alguno hay. Hay una especie de
aborrecimiento de la palabra escrita que no pueda ser expresada en diez
palabras mal pergeñadas. Los ciclos de atención son cada vez más cortos y la
capacidad de concentración es progresivamente menor. Se vive dando saltos, sin
centrarse nunca en una cosa haciendo un continuo zapping. Se copia sin ningún
tipo de empacho y no se percibe que copiar y pegar no es un ejercicio de
pensamiento personal. Nada hay que violente más que crear una reflexión no
mimetizada de lugares comunes que corren por ahí y que se distribuyen como
perlas de vida a pantalla completa en las redes sociales.
Los malos modos
abundan y se extienden en los periódicos digitales. No se soporta que haya
personas que expresen puntos de vista divergentes a los propios que se han
recogido del amplio panel de tópicos. Los adolescentes participan de ese clima
de intolerancia y difícilmente son capaces de participar en un debate
escuchando razones que exponga un compañero. La incontinencia, la falta de
control, el horror al silencio, la hiperactividad son síntomas de que vivimos
en un mundo radicalmente diferente al de hace veinte años. Somos mucho más
superficiales y frívolos, nos movemos en la espuma más externa de la realidad.
No se intenta llegar más adentro, más profundamente. Todo el mundo opina sobre
cualquier cosa, y lo hace con contundencia como si se fuera un experto.
Sin duda el acceso directo y fácil a la información ha sido
una gran revolución y ha abierto infinidad de caminos nuevos a la sociedad del conocimiento, la ciencia y el pensamiento. Sin embargo, la expresión popular de
este cambio no es esperanzadora. El hombre del siglo XXI es más unidimensional
que el de un pasado no tan lejano, y, sobre todo, es mucho más superficial. No
cabe duda de que la gran revolución de internet ha modificado nuestro
comportamiento y nuestro cerebro que ahora se ve conectado a la máquina que es
sumamente inteligente, a la vez que nosotros nos hacemos más tontos.
Supongo que siempre habrá alguien que sacará el tópico más
manido de todos, el que corre por las redes sociales como el gran mantra de
nuestro tiempo, y no es otro que considerar solo el tiempo presente, el único
que existe, y que el que esto escribe es
un profesor aquejado de nostalgia del tiempo pasado. Y siempre habrá alguien
que se sacará de la chistera un argumento adocenado como el de que “el tiempo
pasado es anterior no mejor". Sin embargo, yo pienso que el ser humano tiene la
posibilidad de contrastar tiempos distintos que han formado parte de su fluir
vital. Hablo del tiempo anterior a internet en que éramos en general más profundos
y densos. Y nos esforzábamos más en buscar la información precisa, y llegábamos
a ella también. Y nos comunicábamos. Y buscábamos expresar mediante el lenguaje
argumentos complejos. Y teníamos también una educación estética y nos gustaba a
muchos pensar de modo individual. Ahora no digo que no exista, claro que
existe. Siempre hay salvajes que se enfrentan a su tiempo. Pero la ideología de
las masas que domina el mundo es desoladoramente trivial y carente de
personalidad, y además está dominada por la desarticulación y la pobreza del
lenguaje que se exhibe sin ningún tipo de pudor.
El ser del siglo XXI es más frágil, más inconsistente, más
banal y, sobre todo, más impaciente y quiere solucionar todo con un clic que
ponga a su alcance la solución a cualquier duda, conflicto o situación. Y lo
hace con una arrogancia nueva y demoledora.