Esta madrugada,
sobre las cuatro, me he despertado con una sed abrasadora, probablemente
causada por el vino blanco de la cena. Me ha costado reaccionar pero mi
sensación de maravilla ha sido inequívoca. En el silencio de la noche se
escuchaban claramente los trinos de algunos pájaros, bellísimos musicalmente.
Me he quedado extasiado. Me he levantado para abrir la ventana y oírlos mejor. Tal vez fueran ruiseñores, los
pájaros que cantan por la noche en la primavera a los enamorados. He estado
unos veinte minutos asomado a la ventana. ¡Qué belleza y armonía! Ayer hablaba
de la amargura como fuerza existencial, pero hoy lo hago de la hermosura del
canto de las aves, de la suave Filomena que acompañó a Calixto y Melibea en sus
noches de amor en el huerto. La vida es extraña. Por intrincada que parezca, siempre hay espacio para la maravilla y en esta se disuelven las brumas y el pesar.
Voy a leer El Fausto en esta mañana de domingo. La
literatura es también belleza que seduce a nuestra alma.