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domingo, 4 de octubre de 2020
miércoles, 10 de junio de 2020
sábado, 28 de marzo de 2020
Muchas librerías tendrán que cerrar
El mundo del libro está en estado de shock, no es el único en el terreno de la cultura porque los teatros, el cine y la música, comparten este sentimiento de desolación ante una sociedad encerrada que no compra libros, que no va al teatro, que no va al cine y no va a conciertos. No puede.
El mundo editorial espera con ansia el mes de abril en el que hay importantes fiestas que mueven un 7% de las ventas de todo el año, es la fiesta de San Jorge o Sant Jordi. La primavera es la mejor época del año para los libros, para que los clientes se acerquen a las novedades y a ciertos autores de éxito. Pero las librerías están cerradas, la gente cuando se cruza con alguien se aparta con temor, hay ya miles de muertos en España por la expansión del coronavirus. Para el mundo editorial, los distribuidores y las librerías es la muerte en un sector que vive día a día. Se pierden las inversiones en propaganda y novedades que amarillearán en los almacenes. La industria del libro vive de algunos autores y libros para subsistir y lograr que luego otros títulos minoritarios logren salir a la luz. En España hay unas tres mil librerías pero muchas tendrán que cerrar porque no podrán superar este momento. Y entonces Amazon se quedará con todo. Para Amazon no hay crisis ni relación con los lectores, es un mundo cibernético y distante, extraordinariamente eficaz y rápido. Encargas un libro a las diez de la noche y normalmente al día siguiente por la mañana ya lo tienes en casa. No hay entramado sentimental, todo es frío, exacto, no existe la conversación con el librero.
He visto cerrar muchas librerías en Barcelona, la mayoría empeños maravillosos de libreros que luchaban por la cultura. Fueron arrinconadas y arruinadas por la actualización de los alquileres en los centros de las ciudades, por la jubilación de los propietarios sin posible sucesión… He visto esto con tremenda tristeza. Antes un librero era una persona de referencia que ha ido desapareciendo salvo en empeños voluntaristas, hermosos, llenos de romanticismo.
Las perspectivas son sombrías para los que quedan. La cultura sufrirá mucho con esta crisis mundial. No será el único sector pero a mí me duele especialmente.
martes, 24 de marzo de 2020
Del libro como artículo de primera necesidad.
Hoy he ido a comprar a Mercadona en un centro comercial desierto. He sentido la sensación de peligro al coger el carro utilizado por otros clientes, al tener que quitarme los guantes para abrir las bolsas de plástico, al tachar de mi móvil, al que había que activar por huella digital, la lista de la compra, al cruzarme con otros clientes con los que no siempre era posible mantener la distancia de metro y medio, al seleccionar los productos frescos… He vivido la compra como una actividad de claro peligro… Al salir con el carro bastante lleno, he pasado por diversos negocios cerrados, pero uno me ha llevado a pensar. Era una librería, La casa del libro, en cuyos anaqueles figuraban libros de actualidad. ¡La librería estaba cerrada! Lógicamente pensarán que no es un comercio de primera necesidad, pero yo pienso que sería hermoso un país que considerara los libros como productos de primera necesidad, y que las librerías estuvieran abiertas como las tiendas de alimentación y las gasolineras… Por lo menos, unas horas de apertura en horario restringido para alimentar el alma de los ciudadanos.
Nos traiciona el inconsciente. Sentimos que los libros no son estrictamente necesarios, aunque se nos diga que en estos días de confinamiento la lectura es especialmente aconsejable y que se nos sugieran libros para esta situación de desastre compartido. Mi hija dice que se pueden descargar en archivos digitales en Amazon y otras librerías. Pero no todo el mundo lee libros digitales –yo sí-, la mayor parte de la gente sigue leyendo en papel.
Una de las cosas que más me sorprenden en Portugal es el número de librerías que hay por las calles, es sorprendentemente alto. En España, la venta de libros ha quedado restringida a grandes cadenas de librerías y las pequeñas van muriendo poco a poco. Otra cosa son las ventas por Amazon, claro está, cuyo volumen desconozco, pero no creo que sea muy relevante estadísticamente.
Es natural que no se considere el libro como objeto de primera necesidad, mientras sí lo son los bares de los que hay decenas y decenas de miles en toda España. Nadie parece echar en falta las librerías, pero sí los bares. Ayer escribía que bajaba con frecuencia a tomarme unos vinos turbios con mi mujer, pero añado que leo diariamente varias horas, que leer para mí es esencial como el aire que respiramos, que no me siento completo si no leo, que un día sin leer me resulta perdido. Otra cosa es cuando uno topa con un libro mediocre, terriblemente malo, como me ha pasado a mí cuando he elegido una novela de misterio para intentar evadirme del ambiente pesadillesco que nos rodea. He estado leyendo los dos últimos días una novela de Dean Koontz, titulada La habitación de los suspiros. Me ha resultado deplorable y la he abandonado cuando llevaba más del sesenta por ciento leído. He querido leer algo ligero, pero el paladar de los lectores apasionados no se contenta con cualquier producto.
Me gustaría vivir en un país en que las librerías siguieran abiertas en plena crisis del coronavirus, ello diría mucho sobre nosotros.
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