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martes, 24 de marzo de 2020

Del libro como artículo de primera necesidad.


Hoy he ido a comprar a Mercadona en un centro comercial desierto. He sentido la sensación de peligro al coger el carro utilizado por otros clientes, al tener que quitarme los guantes para abrir las bolsas de plástico, al tachar de mi móvil, al que había que activar por huella digital, la lista de la compra, al cruzarme con otros clientes con los que no siempre era posible mantener la distancia de metro y medio, al seleccionar los productos frescos… He vivido la compra como una actividad de claro peligro… Al salir con el carro bastante lleno, he pasado por diversos negocios cerrados, pero uno me ha llevado a pensar. Era una librería, La casa del libro, en cuyos anaqueles figuraban libros de actualidad. ¡La librería estaba cerrada! Lógicamente pensarán que no es un comercio de primera necesidad, pero yo pienso que sería hermoso un país que considerara los libros como productos de primera necesidad, y que las librerías estuvieran abiertas como las tiendas de alimentación y las gasolineras… Por lo menos, unas horas de apertura en horario restringido para alimentar el alma de los ciudadanos.

Nos traiciona el inconsciente. Sentimos que los libros no son estrictamente necesarios, aunque se nos diga que en estos días de confinamiento la lectura es especialmente aconsejable y que se nos sugieran libros para esta situación de desastre compartido. Mi hija dice que se pueden descargar en archivos digitales en Amazon y otras librerías. Pero no todo el mundo lee libros digitales –yo sí-, la mayor parte de la gente sigue leyendo en papel.

Una de las cosas que más me sorprenden en Portugal es el número de librerías que hay por las calles, es sorprendentemente alto. En España, la venta de libros ha quedado restringida a grandes cadenas de librerías y las pequeñas van muriendo poco a poco. Otra cosa son las ventas por Amazon, claro está, cuyo volumen desconozco, pero no creo que sea muy relevante estadísticamente.

Es natural que no se considere el libro como objeto de primera necesidad, mientras sí lo son los bares de los que hay decenas y decenas de miles en toda España. Nadie parece echar en falta las librerías, pero sí los bares. Ayer escribía  que bajaba con frecuencia a tomarme unos vinos turbios con mi mujer, pero añado que leo diariamente varias horas, que leer para mí es esencial como el aire que respiramos, que no me siento completo si no leo, que un día sin leer me resulta perdido. Otra cosa es cuando uno topa con un libro mediocre, terriblemente malo, como me ha pasado a mí cuando he elegido una novela de misterio para intentar evadirme del ambiente pesadillesco que nos rodea. He estado leyendo los dos últimos días una novela de Dean Koontz, titulada La habitación de los suspiros. Me ha resultado deplorable y la he abandonado cuando llevaba más del sesenta por ciento leído. He querido leer algo ligero, pero el paladar de los lectores apasionados no se contenta con cualquier producto.

Me gustaría vivir en un país en que las librerías siguieran abiertas en plena crisis del coronavirus, ello diría mucho sobre nosotros.

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